David Cameron

En febrero de 2016, próximo a cumplir un sexenio como primer ministro del Reino Unido y menos de un año después de ganar su segundo mandato electoral, el líder conservador David Cameron presentaba satisfecho el resultado de sus negociaciones con los dirigentes europeos en Bruselas. Un paquete de concesiones a la soberanía nacional que reforzaba el "estatus especial" del Reino Unido y que le permitía reclamar a sus paisanos el voto favorable a la permanencia del país en una "Unión Europea reformada" en el referéndum no vinculante prometido desde 2013. Sin embargo, el resultado de la histórica consulta del 23 de junio de 2016 no ha sido el Remain solicitado, sino el Leave, la salida de la UE tras 43 años de pertenencia, deseada por el 51,89% del 72,21% de los electores que acudió a votar.

El impactante veredicto de los electores británicos, que con arreglo al Tratado de la Unión Europea dispone de un plazo de dos años para ejecutarse, arroja al Reino Unido al escenario de mayor incertidumbre nacional desde la posguerra en 1945, arrastra al proyecto de construcción europea, ya agobiado por una seria crisis existencial y con varios frentes abiertos, a una situación de fractura insólita y a una encrucijada sin precedentes, y genera unas ondas de choque políticas y económicas cuyas implicaciones generales, aunque posiblemente muy negativas, aún no se pueden calcular. Pero, por de pronto, el sí al Brexit pronunciado por las urnas ya se ha cobrado su primera víctima: el propio Cameron, quien anuncia su marcha de las jefaturas del partido y el Gobierno para el próximo octubre, remitiendo a quien le suceda la responsabilidad de activar el proceso de abandono de la UE.

Ahora, Cameron es un mandatario con fecha de caducidad cercana que deja a su país sumido en una violenta resaca (política doméstica, europea, monetaria, bursátil) y con los partidarios del Bremain en estado de shock, situación que ya está siendo calificada de "caos". Sobre él, arrecia un diluvio de críticas demoledoras a su proceder como gobernante, comparable al de un malabarista entregado a jugadas arriesgadas al que finalmente le salió mal el envite más decisivo, uno que, habiendo tanto en juego, pensaba que podía ganar para zanjar a su favor una disputa interna de su partido.

Nota de actualización: esta versión de la biografía fue publicada el 29/6/2016. Adelantando el plan de renuncia personal anunciado tras conocer el resultado adverso del referéndum sobre el Brexit, David Cameron cedió el 11/7/2016 el liderazgo del Partido Conservador a Theresa May, quien dos días después le sustituyó también en el puesto de primer ministro del Reino Unido. El 12/9/2016 entregó su acta parlamentaria de común por Witney. Desde entonces, Cameron estuvo retirado de la política siete años, período en el cual el Reino Unido, tras varios retrasos, materializó su salida de la UE el 1/2/2020, y conoció los sucesivos gobiernos conservadores de Theresa May, Boris JohnsonLiz Truss y Rishi Sunak

El 13/11/2023 este último trajo inesperadamente de vuelta a Cameron al Gobierno para sustituir en la Secretaría de Exteriores a James Cleverly, a su vez nombrado secretario del Interior en lugar de la destituida Suella Braverman. Cameron entró en funciones en su nuevo puesto el 22/11/2023, luego de tomar asiento en la Cámara de los Lores como barón Cameron de Chipping Norton. El 6/7/2024, con la constitución del nuevo Gabinete laborista de Keir Starmer, Cameron dejó paso en el Foreign Office a David Lammy.


1. Un joven aspirante tory de buena familia

2. Meteórica ascensión al liderazgo de los conservadores en 2005

3. Líder de la oposición a los gobiernos laboristas favorecido por los sondeos

4. La campaña electoral de 2010: el desgaste de Brown y el factor Clegg

5. Triunfo sin mayoría absoluta y alianza de gobierno con los Liberales Demócratas

6. La primera legislatura en el 10 de Downing Street: un lustro sorteando desafíos en diferentes ámbitos

7. Anuncio del referéndum In/Out y los apuros de la consulta escocesa

8. Inesperadamente rotunda victoria conservadora en las elecciones de 2015

9. Brexit: el referéndum fruto de un cálculo personal llamado a cambiar la historia del Reino Unido

1. Un joven aspirante tory de buena familia

La familia del líder conservador británico hunde sus raíces en la burguesía mercantil escocesa y la aristocracia inglesa. El padre, Ian Donald Cameron, nacido en 1934, es un corredor de bolsa y agente inmobiliario retirado, hijo y nieto de operadores bursátiles también. La madre, Mary Fleur Mount, es hija de sir William Malcolm Mount, teniente coronel del Ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial y segundo barón de un linaje, los Mount, que ha dado varios parlamentarios del Partido Conservador y tiene su solar en el condado de Berkshire.

Resulta que Cameron es descendiente directo del rey Guillermo IV (1830-1837) a través de una hija ilegítima concebida por este monarca de la casa de Hannover con una actriz. Los genealogistas han hallado que el político está lejanamente emparentado con la actual reina, Isabel II, de la que sería primo en quinto grado con dos generaciones de diferencia. Cameron tiene tres hermanos, Allan, Tania y Clare. El niño nació en Londres, pero creció en Peasemore, Berkshire. Su educación escolar fue de lo más selecta: empezó en la Heatherdown Preparatory School de Winkfield, un centro de Berkshire que por lo general no admitía a más de 90 alumnos y donde coincidió con el príncipe Eduardo, el hijo menor de la reina, y después pasó a Eton, el más famoso colegio privado del país, alma máter de un sinfín de primeros ministros, miembros de la realeza, personalidades de la cultura y mandos militares.

Una grave infracción de las normas del college, el consumo de porros, por la que fue castigado con copiar textos en latín y la prohibición de salir del recinto escolar, no le impidió aprobar los exámenes finales, que le cualificaron para ingresar en 1985 en la Universidad de Oxford. Allí se convirtió en miembro del Bullingdon Club, un superexclusivo club de banquetes estudiantiles con una "infame" reputación de excesos y gamberrismo. Antes de asentarse en el Brasenose College, Cameron invirtió unos meses en tomar contacto con la actividad política en la Cámara de los Comunes gracias a un trabajo de documentalista que le proporcionó su padrino Tim Rathbone, parlamentario conservador por Lewes y ex alumno de Eton, y en viajar a Hong Kong, donde se empleó brevemente como administrativo en la compañía comercial Jardine Matheson, así como a la URSS, donde, según asegura, vivió la experiencia de un intento de reclutamiento por agentes de la KGB.

En 1988 se licenció con honores con el título de Bachelor of Arts in Philosophy, Politics and Economics y a renglón seguido se incorporó al Departamento de Investigación del Partido Conservador, donde desempeñó un trabajo auxiliar a tiempo completo. En los cuatro años siguientes, el veinteañero tuvo la oportunidad de relacionarse con algunas de las más destacadas figuras del partido y el Gobierno. Convertido en el jefe de la sección política del Departamento, en 1991 trabajó por unos días con el primer ministro John Major en su residencia del 10 de Downing Street como asistente parlamentario y en la campaña de las elecciones generales de abril de 1992 le ayudó en las relaciones con los medios y las ruedas de prensa.

Tras los comicios, que de manera inesperada revalidaron a los conservadores en el poder pese al desgaste acumulado desde la era thatcherista, Cameron fue ascendido a asesor especial del canciller del Exchequer (ministro de Hacienda), Norman Lamont. El nombramiento se produjo unos meses antes del famoso Black Wednesday del 16 de septiembre de 1992, cuando la libra, objeto de fuertes ataques especulativos en los mercados de divisas, tuvo que abandonar el Mecanismo de Tipo de Cambio Europeo (ERM). Tras la marcha de Lamont en mayo de 1993, Cameron continuó vinculado al Gabinete como asesor especial del nuevo secretario del Interior, Michael Howard.

La experiencia de la victoriosa campaña tory de 1992 despertó en Cameron, al que todavía le faltaban varios años para cumplir la treintena, la ambición de competir él mismo por un asiento en los Comunes, si bien era consciente de que todavía estaba verde y le faltaba bagaje para plantear esa aspiración. Deseoso de adquirir experiencia profesional fuera de la política, en julio de 1994 se despidió del Gobierno y fichó por la empresa mediática Carlton Communications, que le contrató como director de asuntos corporativos, un puesto ejecutivo concentrado en las relaciones públicas del grupo en relación con sus franquicias televisivas.

Transcurrido un bienio en la City londinense, Cameron se sintió maduro para ofrecerse como candidato por Stafford, circunscripción de Staffordshire, en las West Midlands, que desde su restablecimiento en 1983 tenía titular conservador. Esgrimiendo un discurso de remembranzas thatcherianas, conservador en lo fiscal y crítico con la Unión Europea, ganó la inclusión en las listas del partido, pero en las elecciones del 1 de mayo de 1997, que condujeron al poder al arrollador Nuevo Laborismo de Tony Blair, fue, con el 39,2% de los votos, derrotado por su adversario del principal partido de la oposición, David Kidney.

Tras este revés en las urnas, Cameron reanudó su actividad en Carlton Communications, aunque dispuesto a intentarlo de nuevo en la próxima convocatoria electoral. Desde hacía un año, este gran aficionado a la práctica del tenis y el ciclismo estaba casado con Samantha Gwendoline Sheffield, una londinense de 26 años, licenciada en Bellas Artes e hija del propietario rural y barón sir Reginald Sheffield y de la empresaria joyera Annabel Jones, vizcondesa de Astor a raíz de su segundo matrimonio con William Astor, cuarto vizconde de Astor. 

Los Cameron, que en 2001 fijaron su hogar en el villorrio de Dean, en Oxfordshire, iban a tener tres hijos: Ivan Reginald Ian (2002), Nancy Gwen (2004) y Arthur Elwen (2006). El primogénito nació con una rara y grave enfermedad conocida como el síndrome de Ohtahara, una encefalopatía epiléptica infantil que requería cuidados especiales constantes y que mantenía al niño en un permanente estado de postración, privado de la capacidad de andar y de hablar. Entre tanto, Samantha enriqueció el ya abultado patrimonio conyugal gracias a su trabajo como directora creativa de Smythson, una conocida marca de artículos y complementos de lujo.

2. Meteórica ascensión al liderazgo de los conservadores en 2005

En abril de 2000 el partido, bajo el liderazgo de William Hague (elegido en sustitución de Major en junio de 1997 a la temprana edad de 36 años) seleccionó a Cameron como candidato por una circunscripción de Oxfordshire, Witney. Estaba considerado un escaño seguro para los tories, si bien meses atrás su propietario, Shaun Woodward, en un sonado caso de transfuguismo, se había pasado al Partido Laborista, para a continuación trasladar su interés electoral a otra circunscripción. En febrero de 2001 Cameron pidió el despido en la plantilla de Carlton —aunque siguió cobrando de la compañía en calidad de consultor— y el 7 de junio de 2001 conquistó el mandato en Westminster con el 45% de los votos, aventajando holgadamente a sus adversarios laborista, Michael Bartlet, y liberaldemócrata, Gareth Epps.

La llegada de Iain Duncan Smith al liderazgo conservador tras la dimisión de Hague como resultado de la segunda victoria avasalladora de los laboristas no se tradujo inmediatamente en una promoción de Cameron, que por el momento quedó al margen del opposition front bench, el grupo de diputados de área o portavoces para las réplicas parlamentarias del principal partido de la oposición al Gobierno de turno, y permaneció como un parlamentario del montón en el back bench. El común por Witney adoptó una estrategia de hacerse notar posicionándose, a favor o en contra, en una serie de cuestiones legislativas controvertidas. A finales de 2002 ignoró la disciplina de grupo, que ordenaba oponerse, y se abstuvo en la votación de la norma que permitía a las parejas de hecho y homosexuales la adopción de niños.

La verdadera cabalgada en la carrera política de Cameron arrancó el 1 de julio de 2003; a partir de ese momento, su ascenso en el bando tory fue imparable y fulminante. En aquella fecha, Duncan Smith, un euroescéptico sin carisma que se mostraba incapaz de consolidar su liderazgo, nombró a Cameron para el Shadow Cabinet conservador como shadow minister adscrito a la Oficina del Consejo Privado y adjunto al shadow leader of the House, Eric Forth. Como deputy shadow leader of the House, Cameron tenía en frente al laborista Phil Woolas, quien era el vicelíder de la Cámara en el Gobierno Blair. 

El 29 de octubre de 2003 Duncan Smith, obligado a someterse a esa prueba por sus conmilitones tras encajar la denuncia de que había remunerado a su mujer un empleo ficticio con dinero público, perdió una moción de censura votada por el grupo parlamentario y a continuación dimitió. Su sucesor elegido por aclamación el 6 de noviembre, Michael Howard, un destacado exponente del ala más derechista del partido y enemigo jurado de la entrada del Reino Unido en la zona euro, no olvidó a su antiguo colaborador júnior en la Secretaría del Interior, de suerte que Cameron se vio convertido en vicepresidente del partido.

Nuevas promociones le salieron al encuentro. El 16 de marzo de 2004 Cameron fue nombrado portavoz de Gobiernos Locales en el Shadow Cabinet y el opposition front bench en sustitución del dimitido David Curry, quien era el más prominente eurófilo de la bancada tory, y el 14 de junio siguiente Howard le encomendó además la coordinación política del partido, de cara ya a las elecciones generales del 5 de mayo de 2005, para las que Cameron y sus compañeros diseñaron una campaña llena de acentos derechistas, polémica y agresiva. Celebrados los comicios con escasas ganancias para los conservadores, que sólo crecieron en 33 escaños con menos de un punto de voto adicional y no fueron capaces de doblegar, pese al desgaste acumulado, a Blair y los laboristas, Howard trasladó a Cameron, reelecto en su escaño con el 49,3% de los votos, al puesto de secretario de Educación en el Shadow Cabinet.

El 6 de mayo, Howard, mientras reorganizaba su Gabinete en la Sombra y la bancada parlamentaria, anunció su próxima marcha del liderazgo conservador, aunque sólo al final de un proceso electoral interno de acuerdo con las reglas del partido, reglas que él deseaba ver cambiadas, aunque finalmente iba a mantenerse el complicado procedimiento establecido en 1998: votaciones preliminares restringidas a los parlamentarios para eliminar a los candidatos menos apoyados y reducir la contienda a una cosa de dos, quienes, por último, se someterían al voto abierto de los 253.000 afiliados. El argumento principal de Howard fue que, a sus 63 años, en 2009 o 2010 sería "demasiado viejo" para conducir a los conservadores al Gobierno. Con la boca pequeña, el ex ministro asumía que éste era, inexcusablemente, el precio a pagar por la tercera derrota consecutiva en unas parlamentarias y por el virtual estancamiento electoral del partido, que del 31,7% en 2001 había pasado al 32,3% ahora, una subida de menos de un punto.

El 29 de septiembre de 2005 Cameron confirmó oficialmente que era candidato al liderazgo, uniéndose a una carrera complicada en la que a priori no figuraba como favorito. Sus contrincantes eran: Kenneth Clarke, el veteranísimo ex ministro multicartera en los gobiernos de Thatcher y Major, con quien sirvió como secretario del Interior y canciller del Exchequer, que ya lo había intentado en las internas de 1997 y 2001, y que evocaba el conservadurismo clásico prethatcherista, pragmático, mucho más centrado y proeuropeo; David Davis, antiguo compañero en el equipo de ayudantes de Major, luego vehemente ex ministro de Estado para Europa y actualmente shadow secretary del Interior, quien partía con un considerable apoyo en el grupo parlamentario; Liam Fox, el shadow secretary de Exteriores, muy interesado en las cuestiones de la moralidad; Malcolm Rifkind, el moderado ex secretario de Defensa y de Exteriores, ahora portavoz de Trabajo y Pensiones; y Alan Duncan, portavoz de Transportes.

Frente a este plantel de personalidades que le ganaban en edad y en tablas legislativas y ejecutivas, Cameron dibujó un perfil imprecisamente ecuánime, ni tan centrista como el de Clarke ni tan derechista como los de los tres últimos líderes o el propio Davis, haciendo hincapié en el mensaje de la reforma modernizadora y en su imagen fresca, desenvuelta y telegénica.

Así, preconizaba una nueva forma de hacer política bajo el sistema de Westminster, que no se abstrajera en los duelos verbales de hemiciclo y fuera más sensible a las necesidades tangibles de los ciudadanos, apelaba a la "libertad y responsabilidad" de todos, y reclamaba la puesta al día de la mentalidad tory, que debía sintonizar con la sociedad británica del momento echando mano a un "conservadurismo moderno y compasivo". La expresión aludía a una filosofía política que incorporaba la defensa del Estado del bienestar y la preocupación por el cambio climático, pero el caso fue que trajo a mientes el discurso del presidente George Bush en Estados Unidos. Ahora bien, ningún analista detectaba en el portavoz de Educación simpatías neo-con. Él se veía a sí mismo como "un gran fan de Thatcher", aunque dudaba de que eso le convirtiera en "un thatcherista", y como un "conservador liberal", una persona "no muy ideológica", sino más bien "práctica" y "pragmática".

El proceso arrancó el 3 de octubre con el inicio en Blackpool de la conferencia anual del partido y la admisión cuatro días más tarde de la carta de renuncia de Howard. Los conferenciantes de Blackpool pudieron comprobar que el pretendidamente inexperto Cameron era, con mucho, mejor orador que Davis, cuyo pobre discurso estropeó su condición de favorito. Cameron, además, se sobrepuso a unas embarazosas divulgaciones sobre el consumo de drogas en su juventud, concretamente cannabis y cocaína. No lo negó, pero buscó quitar hierro al tema afirmando que era un político que había tenido "una típica experiencia universitaria" y que, a fin de cuentas, "todos somos humanos que nos equivocamos y descarriamos".

Una vez retirados Rifkind y Duncan, la primera votación tuvo lugar el 18 de octubre y Davis se puso en cabeza con 62 votos, seguido de Cameron —que acaba de cumplir 39 años— con 56 y de Fox con 42. Eliminado quedó Clarke, resultado que causó sorpresa al haberse estimado que el fracaso de la ratificación del Tratado de la Constitución Europea por el doble no en los referendos de Francia y Holanda (que satisfizo al oficialismo tory) ponía las cosas más fáciles al europeísta. El 20 de octubre los diputados volvieron a votar y esta vez apearon a Fox. Cameron, en un resultado auspicioso, rebotó a los 90 votos, frente a los 57 de Davis. La última palabra la tenían los afiliados y el 6 de diciembre el representante de Witney dio la campanada al proclamarse líder del partido con un contundente 67,6% de los votos.

3. Líder de la oposición a los gobiernos laboristas favorecido por los sondeos

En su discurso de aceptación, Cameron volvió a invocar el "conservadurismo moderno y compasivo", el concepto de "responsabilidad compartida" y la "confianza en la gente", para dar una respuesta a quienes en el país sentían "pasión por la política positiva" y estaban "clamando por un Partido Conservador decente, razonable y sensato". 

Varios eran los retos a los que hacía frente: poner fin a la "escandalosa subrepresentación" de las mujeres en el partido y al estilo acusador y pendenciero en los debates parlamentarios; elaborar una propuesta económica integral que no se limitara a la política fiscal; reformar los servicios públicos para dotar a sus profesionales de más autonomía en su relación con los beneficiarios; mejorar la protección del medio ambiente poniendo límites a las emisiones contaminantes; "asegurar la justicia social" dando cancha al voluntariado social; y garantizar la "seguridad nacional e internacional", lo que pasaba por "recivilizar" la sociedad con "disciplina escolar", "familias fuertes" y "cambio cultural", por tener una "política dura de ley y orden" y por sacar de la contienda política una cuestión tan sensible como la lucha contra el terrorismo.

El flamante líder no hizo una sola mención a los asuntos que venían señoreando, con ribetes negativos, la agenda electoral del partido, a saber, la construcción europea y las problemáticas de la inmigración y el asilo. Su misma postura sobre la UE no estaba nada clara, en un partido que tampoco era unívoco en ese terreno. Algunos observadores no le tenían por un euroescéptico convencido al estilo de Duncan Smith o Howard, pero durante la campaña interna el aspirante manifestó su intención de sacar al Partido Conservador, poniendo fin a trece años de filiación, del Partido Popular Europeo (PPE, dominado por fuerzas del centro-derecha democristiano) y de su Grupo en el Parlamento Europeo, Partido Popular Europeo-Demócratas Europeos (PPE-DE), debido a sus enfoques "federalistas".

En su Shadow Cabinet, Cameron situó de manera bien visible como número dos a su amigo íntimo desde las clases en Oxford, George Osborne, de 34 años, parlamentario que iba por su segunda legislatura también y al que confirmó como canciller del Exchequer en la sombra. Su voluntad integradora quedó de manifiesto al mantener a Davis en Interior, mover a Fox a Defensa y recuperar a Hague para Exteriores. Por lo demás, Cameron se estrenó ofreciendo a Blair colaboración y consenso en torno a una serie de cuestiones generales de interés nacional.

En la suave oposición que Cameron empezó a ejercer contra Blair, quien hacía frente a un cúmulo de problemas legislativos y no terminaba de superar el negativo lastre de la participación británica en la interminable guerra de Irak (aventura bélica que el diputado tory había apoyado, aunque sin mucha convicción) y de todas las polémicas y escándalos a que estaba dado lugar, parecía pesar una cierta identificación personal. Como Blair en 1994, Cameron había llegado al liderazgo de su partido tras una desesperante travesía en la oposición, con varios líderes quemados y con la formación adversaria en el poder pero en franco declive, luego se abría la posibilidad de la alternancia en las próximas elecciones. Los comentaristas fueron rápidos en hablar del "nuevo Tony Blair", por la edad y por la bandera del cambio y la renovación, pero el Blair de mediados de los noventa le ganaba claramente a Cameron en carisma, brillantez y, sobre todo, desarrollo doctrinal. El discurso de Blair en sus mejores momentos sonaba a visionario; al de Cameron, con muchos puntos oscuros, le quedaba casi todo por concretar.

El modern, compassionate conservatism, con su aparente búsqueda del centro y el voto de las clases medias, podía ser visto como una imitación sui géneris y deslavazada del New Labour blairista, que había sido una plataforma esencialmente centrista y de renuncia a la tradición izquierdista y obrerista del laborismo. Cameron no parecía disgustado con esta comparación personal, más bien todo lo contrario. Pocos dudaban de que David Blameron o Tory Blair —un apelativo utilizado a menudo para denigrar al propio Blair— profesaba una secreta admiración por el primer ministro. Incluso su tándem con Osborne animaba a trazar analogías con la pareja, por lo demás pródiga en desavenencias, que formaban Blair y su canciller del Exchequer, Gordon Brown, quien se disponía a oficializar su ambición sucesoria en virtud de un pacto con el primer ministro que operaría en el ecuador de la legislatura.

De entrada, los sondeos sonrieron automáticamente a Cameron. Por primera vez en una década, el Partido Conservador superó al Laborista en expectativa de voto y desde abril de 2006, en vísperas de las elecciones locales parciales, ganadas con autoridad por los tories, la diferencia alcanzó varias veces los diez puntos porcentuales.

El 28 de febrero de 2006 Cameron presentó a los suyos en forma de manifiesto su visión renovadora del partido, que rompía con el neoliberalismo thatcheriano al minimizar o soslayar aspectos fundamentales de su credo como la reducción del gasto público, el recorte de los impuestos y el achicamiento del Estado. A cambio, Cameron reconocía la existencia de "una cosa llamada sociedad", que "no es la misma cosa que el Estado", y anteponía la "responsabilidad fiscal" junto con "el papel del Gobierno como fuerza para el bien", el cual podía y debía apoyar a quienes tenían aspiraciones materiales y a las familias. Los conservadores habían de promover "la justicia social y la igualdad de oportunidades", "hacer de la pobreza historia", ayudar a los países menos desarrollados y actuar contra el cambio climático. A pesar de compartir muchos objetivos, a su partido y al laborismo les seguían separando "grandes diferencias", apostilló el ponente.

En septiembre de 2006, en su primer gran discurso sobre relaciones internacionales, el líder relativizó la alianza irrestricta forjada por Blair con Estados Unidos al reclamar la formulación de "una política exterior que vaya más allá del neoconservadurismo, manteniendo sus puntos fuertes pero aprendiendo de sus fracasos". "Yo y mi partido somos por instinto amigos de América y unos valedores apasionados de la Alianza Atlántica", afirmó, pero: "No serviremos a nuestros intereses, ni a los de América, ni a los del mundo, si somos vistos como un socio incondicional de los americanos en cada desafío. Debemos ser sólidos, pero no serviles, en nuestra relación de amistad con América". A principios de octubre, en la conferencia anual en Bournemouth, Cameron defendió ante la militancia su rechazo a poner en riesgo los servicios públicos, en particular el nacional de salud, el NHS, por culpa de un excesivo conservadurismo fiscal.

Mientras, implícitamente, elevaba una oda al centro para las cuestiones de casa, de puertas a Europa, Cameron hizo realidad su promesa de sacar al partido del PPE, movimiento que no podía calificarse más que de euroescéptico. El 13 de julio de 2006 los conservadores británicos activaron la alianza partidista Movimiento para la Reforma Europea (MER), donde se dieron la mano con los derechistas checos del Partido Cívico Democrático (ODS), al cabo de unos meses gobernantes en Praga y que tenían presidiendo la República a su fundador y antiguo líder, Václav Klaus, un campeón del euroescepticismo.

A partir del MER se constituyó, estrenándose en la legislatura salida de las elecciones de junio de 2009, una nueva bancada parlamentaria europea, el Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (CRE), facción abiertamente euroescéptica donde los conservadores británicos de Cameron y los cívicos checos de Mirek Topolánek convergieron con los polacos de Ley y Justicia (PiS), el partido ultraconservador de los hermanos Lech y Jaroslaw Kaczynski, y con otras formaciones derechistas y nacionalistas de Bélgica, Hungría, Holanda y las repúblicas bálticas (amén del Partido Unionista del Ulster).

Entre 2007 y 2009 Cameron hizo campaña en contra del Tratado de Lisboa para la reforma de las instituciones de la UE con el argumento base de que el mismo se parecía demasiado al fallido Tratado Constitucional y concedía cotas inaceptables de soberanía a Bruselas, pero fracasó en los Comunes en su intento de obligar al Gobierno de Brown de convocar un referéndum de ratificación. La llegada de Brown al 10 de Downing Street a finales de junio de 2007 tuvo un efecto de tirón en las desvaídas perspectivas electorales de los laboristas. El partido en el poder le dio la vuelta a las encuestas y Cameron, pillado a contrapié en su estrategia de propiciar el adelanto electoral, hizo frente a un conato de rebelión de un reducido grupo de parlamentarios que disentían de su giro "modernizador" en el repertorio derechista del partido, de donde parecían haberse descolgado las bajadas de los impuestos y el control de la inmigración.

El apuro demoscópico se desvaneció a principios de octubre de 2007 tras la conferencia del partido en Blackpool, y la recobrada delantera de los conservadores se acentúo una vez que Brown, visto el panorama, descartó anticipar los comicios y apostó por agotar la legislatura. El optimismo de Cameron llegó a su cenit en mayo de 2008, con el país sumido en la crisis económica y la recesión en ciernes, cuando los suyos cosecharon una victoria aplastante en las elecciones municipales de Inglaterra y Gales, inclusive la conquista de la alcaldía de Londres (Boris Johnson, sucesor de Cameron como shadow minister de Educación, batió al titular laborista desde la institución del cargo en 2000, Ken Livingstone), y un sondeo para The Sun indicó que si las generales se celebraran entonces, los conservadores las ganarían con el 49% de los votos y 26 puntos más que los laboristas, que era la ventaja más abultada desde 1968.

Antes de terminar el mes, la ganancia en una elección parcial con el 49% de los votos del escaño de Crewe y Nantwich, en Cheshire, vacante por la muerte de su titular laborista desde 1974, empujó a un eufórico Cameron a proclamar "la muerte del Nuevo Laborismo". Desde su elección como líder del Partido Conservador, Cameron estaba haciendo frente a un variopinto coro de críticas y acusaciones. Desde medios laboristas se le adjudicaba un discurso vacío y un carácter superficial, una constante obsesión con su imagen y una complacencia con el elitismo social, que compartía con Osborne y otros Old Etonians en un círculo más bien cerrado, y que se expresaba en filiaciones como la de White’s, uno de los más rancios gentlemen’s club de Londres y del que era miembro también el príncipe de Gales (en 2008 Cameron, tras 15 años de pertenencia, se dio de baja en White’s en protesta por su negativa a admitir mujeres).

Los Liberales Demócratas, que alardeaban de progresismo social, se sintieron poco menos que ofendidos por la invitación de Cameron a unírseles en un único "movimiento nacional" con el argumento de que las diferencias programáticas entre las dos formaciones eran mínimas. Y en el bando propio, que desde tiempos de sir Alec Douglas-Home, en la década de los sesenta del siglo XX, no había tenido un líder educado en Eton y con prosapia aristocrática, no eran pocos los que desdeñaban la revisión de las preocupaciones programáticas del partido, que amagaba, a sus ojos, con transformarse en unos lamentables Blue Labour o Red Tory.

En septiembre de 2008, coincidiendo con una bajada en la intención de voto de los conservadores, Cameron arremetió contra el Gobierno laborista por decir que la crisis económica era la más severa desde el final de la guerra (lo que era cierto), pero no pudo dejar de contemplar con inquietud el remonte, a la postre efímero, de la capacidad de liderazgo de Brown, quien causó sensación con su plan de capitalización de la banca privada nacional, acuciada por la iliquidez en el contexto de la crisis financiera global, y sus propuestas de supervisión internacional de los mercados financieros para frenar las operaciones crediticias y especulativas de alto riesgo y evitar terremotos como el ocasionado por la quiebra de la compañía estadounidense Lehman Brothers. Cameron se vio obligado a apoyar el plan de rescate de la City del primer ministro.

A principios de octubre, en la conferencia de otoño en Birmingham, el líder conservador galvanizó a los suyos con la promesa de "reparar nuestra sociedad rota" siendo "tan radical en la reforma social como Margaret Thatcher lo fue en la reforma económica". Días después, denunció el "completo y absoluto fracaso" de la política económica de Brown, jefe de un "gobierno irresponsable" que había sido complaciente con un "capitalismo irresponsable", al cual había que meter en cintura con regulaciones mucho más fuertes, y que de paso se había dedicado a "gastar y pedir prestado sin control". No mereció mejores valoraciones la reforma fiscal presentada por Brown en noviembre, tachada de electoralista y de giro a la izquierda, que beneficiaba a las rentas bajas (con la bajada de lVA) y castigaba a las más altas (con la subida del nuevo tipo máximo).

En enero de 2009 Cameron saboreó el regreso de las encuestas a la normalidad: la entrada oficial del Reino Unido en la recesión, el aumento del déficit público y el crecimiento también del paro devolvieron a Brown al eclipse y repusieron la horquilla ventajosa de los tories en la banda del 10% al 20%. El 25 de febrero, sin embargo, el líder de la oposición vivió seguramente el día más triste de su vida al encajar la muerte, a los seis años de edad, de su hijo Ivan, vencido por su incurable parálisis cerebral (el 22 de marzo de 2010 iba a anunciarse que Samantha estaba embarazada de su cuarto hijo, cuyo nacimiento se esperaba para septiembre).

En los meses siguientes, Cameron estuvo muy ocupado en paliar el daño causado a la imagen del partido por el escándalo de los abusos económicos de varios miembros del grupo parlamentario, que se habían ahorrado, endosándoselos al Parlamento, una serie de gastos teóricamente profesionales pero que en muchas ocasiones eran puramente personales, tal como reveló The Daily Telegraph el 11 de mayo. El propio Cameron había enviado facturas a la oficina de dietas e indemnizaciones de los Comunes, lo que entraba dentro de la normalidad, siempre y cuando no hubiera dudas de su ajuste al reglamento.

El escándalo, que enfureció a la opinión pública con el país golpeado por la recesión, afectó a todos los partidos de Westminster, para desprestigio del conjunto de la clase política, aunque los tories no salieron mejor parados que los laboristas, al principio, aunque por poco tiempo, los grandes villanos de la arbitrariedad contable con efluvios de corrupción. El líder conservador instó a Brown a imponer la máxima transparencia y rectitud en sus filas, y volvió a la carga con la demanda del anticipo electoral, pero aceptó las renuncias de varios colegas de bancada puestos en la picota, destituyó a su asesor parlamentario y en total obligó a sus huestes a desembolsar 125.000 libras en adición a otras 135.000 libras ya devueltas.

Él mismo se avino a devolver cerca de mil libras cargadas a la tesorería del Parlamento por unas obras de mantenimiento en su casa en Oxfordshire (la poda de una planta trepadora que cubría el tejado y obstruía la chimenea) y por unas facturas de electricidad, gas y telefonía móvil. Lo suyo, arguyó a modo de justificación, se trataba de un "error administrativo involuntario". Además, salió mejor parado que Brown, que tuvo que devolver más de 12.000 libras por un servicio de jardinería. De todas maneras, el asunto de las dietas le siguió coleando a Cameron durante el resto de 2009. En octubre, una auditoría independiente encabezada por el funcionario retirado sir Thomas Legg le reclamó información adicional sobre el pago con dinero público de parte de la hipoteca que pesaba sobre su segunda vivienda en Dean, adquirida tras cancelar de su bolsillo la hipoteca de su primera casa en el barrio londinense de Notting Hill, en la que había vivido antes de salir elegido diputado por Witney.

En medio de esta polémica tuvieron lugar las elecciones europeas del 4 de junio, que los conservadores ganaron con facilidad y que costaron a los laboristas la tremenda humillación de ser arrojados al tercer puesto por el antieuropeo Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP). Cameron tomó nota del avance del euroescepticismo británico. Además, tal como estaba previsto, de constituir el Grupo CRE en los hemiciclos de Bruselas y Estrasburgo, el líder conservador conspiró activamente contra la compleción del dificultoso proceso de ratificación del Tratado de Lisboa; en Westminster, tras el descarte del referéndum doméstico, el Tratado había obtenido la luz verde en junio de 2008, escasos días después del resultado negativo del primer referéndum en Irlanda.

Era lo que podía concluirse de la carta enviada por Cameron al presidente checo, Klaus, en septiembre, en la que le pedía que resistiera la firma del texto hasta después de las elecciones generales de mayo de 2010 en el Reino Unido. La razón: que en su cálculo estaba el ganar las elecciones, llegar al Gobierno y a continuación convocar un referéndum contra el Tratado antes de su entrada en vigor, consulta que tendría muchas posibilidades de prosperar. La prensa británica reveló que el presidente francés, Nicolas Sarkozy, la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, amonestaron en privado a Cameron por su conciliábulo con Klaus.

El sí irlandés en el segundo referéndum del 2 de octubre de 2009 vino a complicar la estrategia anti-Lisboa de los tories, divididos entre los euroescépticos, partidarios de convocar el referéndum aun con el Tratado en vigor, y los eurófilos, contrarios a mantener la beligerancia una vez llegado a ese punto. El 3 de noviembre Klaus dio por fin su asentimiento al Tratado de Lisboa y los conservadores británicos ya no pudieron porfiar más. Automáticamente, Hague y Cameron informaron que abandonaban la idea de convocar el referéndum, aunque, para aplacar a los euroescépticos radicales, el líder se comprometió a elaborar un proyecto de ley para vincular ulteriores cesiones de soberanía a la UE al refrendo popular y a exigir la devolución al Reino Unido de una serie de poderes transferidos a Bruselas en las áreas de política social y empleo, justicia penal y la Carta de Derechos Fundamentales.

4. La campaña electoral de 2010: el desgaste de Brown y el factor Clegg

Previamente al cambio de estrategia sobre Lisboa, en la conferencia anual de octubre en Manchester, Cameron y Osborne presentaron las líneas maestras del programa electoral conservador. Urgido por la crisis, el discurso electoral de los tories manejaba números precisos y apostaba por la responsabilidad fiscal, que no dejaba apenas margen a una bajada de impuestos.

En aras de la austeridad presupuestaria, el próximo gobierno del partido congelaría en 2011 los salarios de cuatro millones de funcionarios con ingresos superiores a las 18.000 libras anuales; limitaría las pensiones de los altos funcionarios a las 50.000 libras; suprimiría los créditos fiscales a las familias con rentas de más de 50.000 libras y retiraría el cheque de apoyo a la maternidad a todas las que ingresaran más de 16.000 libras; reduciría en un tercio los gastos corrientes del Gobierno, costes salariales incluidos; y a partir de 2016 retrasaría la edad de la jubilación masculina de los 65 a los 66 años. Cameron no descartaba, si el desequilibrio fiscal se agravaba, endurecer la tributación de los beneficios bancarios y subir el IVA. En principio, mantendría la retención especial del 50% a las rentas de más de 150.000 libras. Otra medida anticrisis aprobada por los laboristas, la subida de las cotizaciones a la seguridad social, en cambio, no sería aplicada en ninguna circunstancia.

Con estas medidas, los conservadores esperaban ahorrar entre 6.000 y 7.000 millones de libras cada año de la legislatura y avanzar en la meta de recortar el exorbitante déficit público, que en este ejercicio iba a alcanzar el 11,5% del PIB, el tercero más elevado de la UE, sólo superado por los déficits de Irlanda y Grecia. Cameron llamó a "hacer trizas la burocracia del gran gobierno laborista, rompiendo con sus demenciales desperdicio del tiempo, sangría de gastos y socavamiento de la responsabilidad". "Habremos que hacer frente a la cultura británica de la irresponsabilidad", "tendremos que romper con este ciclo de dependencia del bienestar", insistió, aunque recordó su compromiso con la robustez del NHS. 

La clave para hacer más eficaz la red sanitaria pública era su desburocratización, receta que prescribió también para la Policía, a fin de concentrar los recursos en la persecución de la delincuencia. En política exterior, se contemplaba la repatriación paulatina de las tropas de Afganistán a medio plazo en la medida en que se enfocaba su misión al entrenamiento del Ejército afgano. Y a la UE se le exigiría más "descentralización, transparencia y control contable".

Más tarde, en noviembre, Cameron planteó en términos explícitos su intención de limitar de manera drástica el flujo migratorio dirigido a Reino Unido a través de un sistema de cuotas anuales. La reposición en el primer plano de las cuestiones de política interior fue interpretada como un giro a la derecha que, no por casualidad, coincidió con la recuperación en los sondeos de los laboristas, que empezaron a recortar su desventaja. Faltando más de dos meses para la cita electoral, el diferencial se redujo a menos del 10%.

Las expectativas electorales de Cameron sufrieron un nuevo y súbito sobresalto en el primer debate televisado entre los tres candidatos a primer ministro, celebrado el 15 de abril y dedicado a confrontar los programas en política interior. Entonces, el jefe tory, que se desenvolvió con cierto nerviosismo ante las cámaras, fue eclipsado por la brillante actuación del líder de los Liberales Demócratas, Nick Clegg, un político de su quinta que causó sensación no tanto por su maestría dialéctica como por hacer una convincente presentación de sí mismo y proyectarse al electorado como un tercero en discordia al que había que tener en cuenta en igual medida que Brown y Cameron, el cual vio roto su monopolio de la bandera de la reforma y el cambio. Para pasmo general, Clegg ganó el primer debate y lo hizo de largo, según indicaron los sondeos periodísticos.

El imprevisto estrellato de Clegg, cuyo programa de centro progresista y proeuropeo incluía propuestas como la regularización de los inmigrantes indocumentados pero integrados en la sociedad, la supresión del dispendioso programa de disuasión nuclear submarina Trident, la retirada de las tropas de Afganistán en la próxima legislatura y, sobre todo, una reforma del sistema electoral para introducir la proporcionalidad (el modelo actual, estrictamente mayoritario, por circunscripciones uninominales y a una sola vuelta, estaba concebido para favorecer el turnismo bipartidista), disparó la intención de voto de su partido y dio un rudo golpe, aparentemente letal, a las aspiraciones conservadoras de ganar las elecciones por mayoría absoluta. En los días posteriores al primer debate, algunos sondeos incluso pusieron brevemente a los liberaldemócratas por delante de los conservadores.

Cameron consiguió estabilizar su posición tras el segundo debate, el 22 de abril y centrado en los asuntos internacionales, en el que los tres líderes quedaron bastante igualados, y se consolidó en cabeza después del tercero, disputado el 29 de abril y dedicado al candente capítulo de la economía y las finanzas, aunque derivado por él en una polémica sobre las propuestas en inmigración, cuando consiguió desinflar parte del efecto Clegg y devolver a Brown a la oscuridad.

5. Triunfo sin mayoría absoluta y alianza de gobierno con los Liberales Demócratas

Los sondeos postreros consagraron la incertidumbre: aunque los conservadores iban a ganar, lo harían casi seguro por mayoría simple. La probable formación del temido hung Parliament, muy pocas veces visto en la historia de Westminster, dibujaba un escenario ingrato para Cameron, al que se le planteaban varios futuribles, ninguno sugestivo: un gobierno de coalición con los liberaldemócratas, un gobierno de minoría en solitario pero apoyado por aquellos en el Parlamento o, si esas dos salidas eran inviables, la disputa de nuevas elecciones al cabo de unos meses, que fue lo que le sucedió a Edward Heath, el primer ministro predecesor de Thatcher, en el doble año electoral de 1974, del que a la postre salió vencedor su adversario laborista, Harold Wilson.

Incluso entraba dentro de lo posible, siempre que la aritmética electoral cuadrase, la formación de un gobierno de coalición entre laboristas y liberaldemócratas, pues a priori las diferencias ideológicas de los segundos con los primeros eran menos que con los conservadores. Cameron mismo dejó patente la incomodidad que le producía un bipartito de centro-derecha, a la alemana, al afirmar que, en caso de no alcanzar la mayoría suficiente, intentaría formar gobierno sin ministros liberaldemócratas.

El 6 de mayo de 2010 los pronósticos se cumplieron, pero no totalmente. El Partido Conservador, en efecto, derrotó al Partido Laborista con el 36,1% de los votos (3,8 puntos más que en 2005) y 305 escaños (96 más), unos resultados un tanto discretos que no se acercaban siquiera a los cosechados por Thatcher y Major entre 1979 y 1992, y le sacó una ventaja no decisiva de 47 escaños. El hung Parliament, por primera vez desde 1974 y por segunda desde 1929, estaba servido. En cuanto a los Liberales Demócratas, defraudaron ampliamente las expectativas generadas y sólo obtuvieron 57 puestos, frente a los 63 con que contaban hasta ahora. En realidad, los tres cabezas de cartel tenían motivos para sentir frustración en mayor o menos grado: Cameron, porque no había ganado por mayoría absoluta, Brown porque había perdido sin discusión y Clegg porque no había conseguido romper con el bipartidismo y hasta había obtenido menos escaños que su predecesor, Charles Kennedy, en la anterior convocatoria.

Tan pronto como supo que había sido reelegido en Witney (con un aplastante 58,8%), Cameron proclamó que los laboristas habían "perdido su mandato para gobernar este país". Sin embargo, Brown se apresuró a indicar que no se resignaba a tirar la toalla al declarar su "obligación de jugar mi papel en la creación de un Gobierno fuerte, estable y con principios". La insinuación del primer ministro, empero, parecía muy poco factible, ya que una coalición de centro-izquierda Lab-Lib Dem no alcanzaba la mayoría absoluta (mientras que la otra alternativa producía una mayoría holgada de 362 escaños) y tendría que incluir en las negociaciones a formaciones menores, como los nacionalistas escoceses y los unionistas demócratas del Ulster.

La llave del próximo Gobierno la tenía Clegg, y el líder liberaldemócrata no se hizo de rogar por los conservadores al reiterar categóricamente algo ya dicho en la campaña, que el partido que más votos y más escaños obtuviera era el que tenía derecho a liderar el Gabinete. Aparcado provisionalmente el pacto de centro-izquierda, Brown cedió la cancha a Cameron, quien planteó a Clegg una "oferta amplia, abierta y global". La primera traducción de este ofrecimiento fue el descarte de un ejecutivo conservador minoritario sostenido por un pacto de legislatura en favor de un sólido Gabinete bipartito.

Las negociaciones para formar el primer gobierno no monocolor desde el Gabinete Churchill en los años de la guerra mundial y encabezado por el más joven premier (el registro marcado por Blair en 1997 iba a ser batido en seis meses), con 43 años, desde Lord Liverpool en 1812, se desarrollaron con rapidez, en paralelo a una mesa de conversaciones Lab-Lib Dem puramente formal, sin verdadera sustancia política. En su negociación, Cameron y Clegg hicieron concesiones mutuas y consensuaron un programa económico de austeridad. Así, el conservador aceptó emprender la reforma política para cambiar la ley electoral con la introducción del sistema conocido como el voto alternativo (el cual, manteniendo las circunscripciones uninominales, vincula la adjudicación de los escaños de los Comunes a mayorías de más del 50% de los votos), someter eventualmente esta nueva modalidad a referéndum e instituir las legislaturas fijas de cinco años, comenzando por la entrante.

El liberaldemócrata transigió en la adopción de estrictas cuotas de inmigración extracomunitaria, el mantenimiento del programa de submarinos nucleares Trident (aunque podría abordarse su sustitución por un dispositivo menos caro), el completo descarte del ingreso en la Eurozona para toda la legislatura y la primacía de la soberanía nacional, de acuerdo con la voluntad popular expresada en el Parlamento o en referéndum, ante el acervo jurídico de la UE. Hubo consenso en la "reversión de la sustancial erosión de las libertades civiles" detectada bajo el Gobierno laborista, lo que pasaba entre otros puntos por cancelar la implantación del documento nacional de identidad y la próxima generación de pasaportes biométricos, así como en la adopción de una política energética y de transportes que propiciara "una economía de bajo consumo de carbón y amiga del medio ambiente", lo que requería apostar por las centrales nucleares, las centrales térmicas capaces de capturar y almacenar sus emisiones de carbono, y el tren de alta velocidad.

En el acuciante terreno económico y financiero, los líderes acordaron podar el déficit y la deuda mediante un ahorro de 6.000 millones de libras en el gasto público para el año fiscal 2010-2011, recorte que no tocaría al NHS (cuyo presupuesto, de hecho, crecería); retrasar la edad de jubilación a los 66 años, para los hombres a partir de 2016 y para las mujeres a partir de 2020; elevar a las 10.000 libras el mínimo exento de tributación del impuesto sobre la renta; aplazar la reducción del impuesto de sucesiones y la subida de las cotizaciones a la seguridad social; tasar más los beneficios de la City; y nombrar una comisión independiente para estudiar la manera de desconcentrar el sector bancario con los objetivos de estimular el flujo de crédito y acotar los posibles daños corporativos de las operaciones de riesgo. En cuanto a la composición del Gabinete, Clegg flanquearía a Cameron como viceprimer ministro, con especial responsabilidad sobre la reforma política y constitucional, y los Liberales Demócratas obtendrían cuatro ministerios adicionales.

El 11 de mayo, con el pacto de coalición aún sin finiquitar, tuvieron lugar los formalismos institucionales. Tras recibir la dimisión de Brown, la reina invitó a Cameron a constituir el Gobierno. En su primera alocución a las puertas del 10 de Downing Street, el ya primer ministro anunció el ejecutivo de coalición con los Liberales Demócratas y a continuación comunicó el nombramiento de Clegg. En las horas siguientes, Cameron fue poniendo nombre a los titulares del nuevo Gabinete, que se consideró constituido el 12 de mayo. Osborne se colocó al frente del Tesoro, Hague en Exteriores, Fox en Defensa, Theresa May en Interior y el veteranísimo Kenneth Clarke en Justicia.

En su primera y distendida rueda de prensa conjunta con Clegg en Downing Street, Cameron celebró el "cambio histórico y sísmico" que acaecía en el Reino Unido, bajo un "liderazgo fuerte, estable y decidido", guiado por los principios de "libertad, justicia y responsabilidad". La primera decisión del Gabinete, el día 13, fue rebajarse los salarios un 5% y mantenerlos congelados por toda la legislatura. Una medida simbólica y ejemplarizante a la espera de concretar qué departamentos ministeriales iban a ver recortadas sus partidas y en qué medida.

6. La primera legislatura en el 10 de Downing Street: un lustro sorteando desafíos en diferentes ámbitos

En 2005, con 39 años, David Cameron recibió de Michael Howard las riendas de un Partido Conservador incapaz de quebrar la égida laborista de Tony Blair que ya acumulaba tres derrotas electorales consecutivas y cuatro líderes consumidos en ocho años. Carente de experiencia gubernamental, este relaciones públicas educado en Eton y Oxford devolvió el ánimo a las abatidas bases tories entonando un discurso fresco y renovador, y proyectando una imagen moderna y telegénica. Aunque acusado a veces de insustancial y oportunista, Cameron evocaba al propio Blair y su New Labour al auspiciar un giro al centro posthatcherista desde las posiciones derechistas de sus predecesores. Un "conservadurismo moderno y compasivo", decía, que incorporaba preocupaciones sociales y medioambientales, pero que no pasaba página a las pulsiones euroescépticas y que revalidaba la necesidad de la consolidación fiscal.

En las elecciones del 6 de mayo de 2010 Cameron y los conservadores consiguieron batir a los laboristas de Gordon Brown, pero solo por mayoría simple. Este déficit parlamentario hizo necesario un pacto con los Liberales Demócratas de Nick Clegg, el cual aceptó convertirse en el viceprimer ministro de la primera coalición de Gobierno que conocía el Reino Unido desde 1945. Cameron se estrenó en el 10 de Downing Street aplicando un masivo programa de recortes y austeridad para embridar el desorbitado déficit público (el 10% del PIB) legado por el Gobierno laborista en la fase inmediatamente posterior a la Gran Recesión de 2009, programa que generó mucha contestación social (protestas estudiantiles de finales de 2010, marcha sindical de marzo 2011) y que no pudo disociarse del rebrote de las tensiones raciales en los barrios marginales de las grandes ciudades (disturbios londinenses e ingleses de agosto de 2011). Asimismo, presionado por los eurófobos del pujante Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), liderado por Nigel Farage, y por los nacionalistas de su propio partido, el primer ministro no tardó en emplear un lenguaje de sabor reciamente euroescéptico.

En el balance de los cinco primeros años del Gobierno Cameron pesaron algunos sonados reveses que, según sus detractores, minaron la influencia del país en la escena internacional, donde el dirigente dejó patente su fe en las relaciones privilegiadas con Estados Unidos, más en tiempos de grandes amenazas yihadistas: las ramificaciones políticas del escándalo de las escuchas telefónicas del tabloide News of the World; la rebeldía abierta de numerosos parlamentarios tories que desairaron a su jefe votando contra varias de sus iniciativas en Westminster, siendo el momento más embarazoso la derrota en 2013 de la moción del Ejecutivo para apoyar la participación británica en un eventual ataque contra Siria; y, sobre todo, en 2011, el intento baldío del gobernante de frustrar, mediante un veto en toda regla (algo que ni siquiera Margaret Thatcher se atrevió a hacer en su momento) de la reforma de los tratados de la UE con el argumento de que aquella no salvaguardaba la fortaleza de la City londinense como plaza financiera, el plan franco-alemán de avanzar hacia una unión económica europea con armonización fiscal e integración bancaria para afrontar la crisis de la Eurozona, de la que el Reino Unido no era parte. 

Al final, Angela Merkel sacó adelante su Pacto Fiscal Europeo por la vía rápida de un tratado intergubernamental del que consecuentemente se desvinculó Londres.

7. Anuncio del referéndum In/Out y los apuros de la consulta escocesa

En enero de 2013, para aplacar al ala radicalmente euroescéptica del Partido Conservador y orientándose a los vientos demoscópicos favorables al soberanismo británico, el primer ministro consternó de nuevo a los socios europeos con su anuncio de intenciones de celebrar antes del último día de 2017 un referéndum nacional sobre la pertenencia del Reino Unido a la UE, la cual él aseguraba querer preservar. Eso sí, dicho proceso se activaría siempre que su partido ganara por mayoría absoluta las elecciones parlamentarias de 2015.

Al exponer sus planes, Cameron argumentó que él no era "un aislacionista británico" y que solo pretendía obtener de las instituciones de Bruselas "un mejor trato" para su país. Ahora bien, el dirigente envolvió su anuncio de duras críticas a la UE, a la que atribuyó perniciosas rigideces a la hora de responder a los desafíos del mundo globalizado. Unas mayores competitividad y desregulación en el mercado interior único, el derecho de Londres a imponer restricciones unilaterales a la movilidad y los derechos de los trabajadores comunitarios así como mayores controles a la inmigración de ciudadanos de la UE en general, mejoras en la "gobernanza económica" del euro y la preservación de la soberanía estatal frente a una creciente integración política de índole supranacional eran los ejes de la negociación que Cameron pensaba arrancar a Bruselas antes de celebrar el referéndum en casa y solicitar el sí a la permanencia.

En suma, Cameron, conjurado contra las "interferencias" de una UE en permanente evolución que podría desembocar en unos "Estados Unidos de Europa", siguió sembrando serias dudas sobre la continuidad del ingreso realizado en 1973 por decisión del primer ministro conservador de entonces, Edward Heath, y confirmado dos años después en un referéndum convocado por su sucesor laborista, Harold Wilson. En 2014 Cameron se quedó solo en su oposición a la candidatura del "federalista" Jean-Claude Juncker a presidente de la Comisión Europea: volvió a ser ignorado por los colegas europeos y llegó a hablarse de "humillación" del británico. Por lo demás, la celosa política europea del primer ministro contribuyó a avinagrar sus relaciones, nunca excelentes y ni siquiera razonablemente buenas, con su socio liberal, Clegg.

También en 2014, en septiembre, Cameron respiró aliviado por el triunfo del no a la independencia en 2016 de Escocia, en un referéndum pactado en 2012 con el Gobierno autónomo de Edimburgo, en manos del Partido Nacionalista Escocés (SNP) de Alex Salmond. Se trató, con todo, de una victoria pírrica, pues en plena campaña de la consulta, el primer ministro, temeroso de un triunfo del sí a la ruptura del Estado plurinacional surgido de las Actas de Unión anglo-escocesas de 1707, prometió, a toda prisa y revirtiendo su anterior postura inflexible del all-or-nothing, elevar en gran medida el grado de autogobierno de Escocia, es decir, en la práctica la devolution max reclamada durante años por el ministro principal Salmond, devolución de poderes que amenazó con desatar una "revuelta inglesa" en el campo conservador. Más aún, al día siguiente del referéndum, los nacionalistas escoceses se quejaron de que Londres había "manipulado" a los electores con un "discurso del miedo" (las advertencias de desastres económicos para Escocia si esta se separaba) y ya empezaron a acariciar otra consulta sobre la independencia.

8. Inesperadamente rotunda victoria conservadora en las elecciones de 2015

Cameron llegó a las elecciones parlamentarias del 7 de mayo de 2015 en unas condiciones desapacibles, inquieto por el desastroso rendimiento de su partido en las elecciones europeas de mayo de 2014, en las que los conservadores habían sacado menos votos el UKIP y los laboristas, y tras haber indicado que, si repetía ahora como primer ministro, luego ya no buscaría un tercer mandato en 2020. El anuncio abrió las puertas de su sucesión en el liderazgo tory, del que eran aspirantes oficiosos o atribuidos el carismático y polémico alcalde de Londres, Boris Johnson, el canciller del Exchequer y estrecho colaborador personal, George Osborne, y la secretaria del Interior, Theresa May.

En el manifiesto partidario Strong leadership. A clear economic plan. A brighter, more secure future, Cameron sacaba pecho de los logros económicos de su Gobierno, aunque se trataba de un balance a matizar. Efectivamente, el Reino Unido no había vuelto a registrar una recesión anual desde el desplome de 2009 y en 2014 su PIB había avanzado un notable 2,9%, el doble que el promedio de la UE de 28 miembros. El déficit público se había reducido a casi la mitad, pero el -5,6% resultante seguía siendo una tasa muy elevada, desde luego merecedora de una amonestación severa por Bruselas en el supuesto de que el Reino Unido perteneciera a la Eurozona. Peor aún, la deuda pública (equivalente 88% del PIB) y el déficit por cuenta corriente estaban en unos niveles históricamente altos. Por contra, el Reino Unido lucía una de las tasas de paro (inferior al 6%) más bajas de la UE. Mucho del empleo creado era, sin embargo, precario y de bajos salarios.

Después de ajustar a la baja el Estado del bienestar y de aplicar una controvertida bajada del IRPF a las rentas más altas, Cameron y Osborne hacían un guiño social a las clases trabajadoras con rebajas sustanciales de impuestos y mejoras en las pensiones, el salario base y varias prestaciones sociales. Eso sí, seguía en pie la meta, harto difícil, de alcanzar el equilibrio presupuestario en 2018/2019. Para ese fin, los conservadores perseverarían en el control del gasto "ineficiente", pero "sin recortar en términos reales", confiando en los ingresos que generase el crecimiento.

En el capítulo de inmigración y seguridad interior, el manifiesto electoral hablaba de "proteger los valores británicos y nuestra forma de vida" mediante un endurecimiento de las condiciones del acceso por los trabajadores procedentes de otros estados de la UE y del Espacio Económico Europeo a una serie de beneficios sociales y fiscales, el mantenimiento de las cuotas restrictivas de extracomunitarios con cualificación laboral y el blindaje de las fronteras, con la mirada especialmente puesta en el canal de la Mancha y el Eurotúnel, frente a la inmigración irregular. En cuanto a la defensa, se daba carpetazo a la época de los grandes recortes en el presupuesto de las Fuerzas Armadas, lo que suponía renovar el costosísimo programa de disuasión nuclear estratégica de misiles balísticos Trident montados en submarinos de la clase Vanguard

Por lo demás, Cameron estaba firmemente decidido a proseguir, e intensificar de ser necesario, la participación de la RAF y el Ejército en el esfuerzo internacional para contener y destruir al Estado Islámico en Oriente Próximo: la Aviación británica había empezado a bombardear a las fuerzas yihadistas del Califato en Irak en septiembre de 2014 y después de las elecciones los ataques iban a extenderse a territorio sirio. Y, por supuesto, estaba el compromiso de convocar el referéndum sobre la permanencia en la UE.

Con este cóctel de propuestas, Cameron fue capaz de deshacer el empate técnico con los laboristas de Ed Miliband que mostraban los últimos sondeos y el 7 de mayo el Partido Conservador conquistó una mayoría absoluta de 330 escaños. El incómodo hung Parliament se terminó, los vapuleados Miliband y Clegg dimitieron, y Cameron renovó como primer ministro sin necesidad de socios, como en los mejores tiempos del bipartidismo. Eufórico, el dirigente inició su nuevo mandato lanzando una cuádruple promesa a los británicos: lucharía por la unidad del país, gobernaría en beneficio de la clase trabajadora, impulsaría la transferencia de poderes a Escocia y lanzaría el referéndum in/out sobre la UE. Todo ello se sintetizaba en la visión de "una Gran Bretaña más grande".


9. Brexit: el referéndum fruto de un cálculo personal llamado a cambiar la historia del Reino Unido

Con el potente voto de confianza dado por los electores, Cameron se puso manos a la obra para liderar un proceso negociador que mejorase la posición del Reino Unido en la UE y reforzase la capacidad británica para influir en una construcción jurídica que ya otorgaba importantes privilegios y exenciones a Londres. Estos eran las cláusulas opt-out relativas a la Unión Económica y Monetaria, el Espacio de Schengen de la libre circulación de personas sin control de pasaportes y la Carta de Derechos Fundamentales, amén del famoso cheque británico, el descuento en la contribución del país al presupuesto de la Unión conseguido por Thatcher en 1984.

Las proclamas de Cameron podían llegar a convencer, con distintos grados de reserva, a tres ministros de peso, los titulares de Exteriores, Philip Hammond, Interior, Theresa May, y Defensa, Michael Fallon, pero no impresionaron lo más mínimo a los euroescépticos de su partido y mucho menos al UKIP. De hecho, el primer ministro, que más que llevar la iniciativa parecía ir a remolque de las presiones del entorno, tendió a incluir en su discurso aspectos de la retórica agresiva de sus adversarios por la derecha nacionalista, como cuando se refirió al flujo masivo de inmigrantes en el paso de Calais como un "enjambre de personas procedentes del Mediterráneo que quieren venir a Gran Bretaña en busca de una vida mejor", aunque las islas de ninguna manera podían ser un "refugio seguro" para ellos. Otros miembros del Gabinete, con May a la cabeza, aseguraron que las cifras netas de población entrante eran insostenibles y que la llegada masiva de ciudadanos de otros países perjudicaba a la sociedad. Los debates sobre la inmigración y sobre la pertenencia a la UE, en esencia distintos, quedaron fusionados demagógicamente en uno solo, para satisfacción de los partidarios del Brexit.

El 14 de diciembre de 2015 la Cámara de los Lores aprobó la European Union Referendum Act, el instrumento legal que permitía convocar una consulta de carácter consultivo, no vinculante para el Gobierno, aunque Cameron dejó claro que este acataría sin rechistar el resultado. La propuesta original para la pregunta, "¿Debería el Reino Unido seguir siendo miembro de la Unión Europea?", con un sí o un no por respuesta, fue cambiada por la fórmula "¿Debería el Reino Unido seguir siendo miembro de la Unión Europea o abandonar la Unión Europea?", que contenía explícitamente las dos respuestas posibles, el Remain y el Leave. Comenzaron entonces las espinosas negociaciones de alto nivel en Bruselas.

Cameron se mostraba confiado en obtener de los presidentes del Consejo Europeo, Donald Tusk, y la Comisión, Juncker, las concesiones que consideraba ineludibles en las áreas clave de gobernanza económica, competitividad, soberanía nacional (para hacer frente a "una unión cada vez más estrecha") y trabajadores comunitarios. Por ejemplo, Londres quería adquirir los derechos a rebajar las ayudas sociales a los nuevos trabajadores de otros países de la UE, a que se escucharan sus objeciones a cualquier disposición relativa a la Unión Económica y Monetaria pese a no formar parte de la Eurozona, y a que el Parlamento de Westminster pudiera vetar legislación europea.

El 20 de febrero de 2016 el primer ministro, con aire solemne y triunfal, dio cuenta del resultado satisfactorio de las conversaciones celebradas en la capital belga, que aseguraban el "estatus especial" solicitado para el Reino Unido. En estas circunstancias, el pueblo británico era convocado a pronunciarse en referéndum el 23 de junio sobre "una de las más trascendentales decisiones que nuestro país deberá tomar en nuestras vidas". En la campaña en ciernes, la posición del Gobierno iba a ser recomendar que el país "permaneciera en una Unión Europea reformada", no porque este no pudiera "vivir fuera de Europa", que no era el caso ("somos Gran Bretaña, podemos conseguir grandes cosas"), sino porque dentro de la misma sería "más seguro, más fuerte" y, en definitiva, estaría "mejor".

"Dejadme ser claro: salirnos de Europa amenazará nuestra economía y nuestra seguridad nacional", avisaba Cameron, para añadir que "nuestro estatus especial también significa que nos quedamos fuera de aquellas partes de Europa que no nos funcionan". Así que: "nunca nos uniremos al euro, nunca participaremos en rescates de la Eurozona, nunca formaremos parte del área sin fronteras libre de pasaportes, de un Ejército europeo o de un superestado de la UE", zanjaba el primer ministro, para concluir su discurso con un: "la elección está en vuestras manos, pero mi recomendación es clara". En resumidas cuentas, Cameron quería la permanencia simplemente porque resultaba útil, porque convenía a los intereses nacionales, no por querencia a un proyecto de integración europea en el que no creía.

Pero Cameron siguió sin convencer a los críticos y detractores de su propio partido. Más allá de algunas nuevas salvaguardias nacionales, pocas y en su mayoría ya implícitas anteriormente, el marco de relaciones Reino Unido-UE no experimentaba ningún cambio fundamental. Los ecos de la vibrante alocución a las puertas del 10 de Downing Street quedaron amortiguados a las primeras de cambio porque casi ninguna figura del bando euroescéptico cambió de parecer; de hecho, las más destacadas se reafirmaron en sus posiciones.

Nada menos que seis miembros del Gobierno comunicaron entonces su público apoyo a la campaña Vote Leave: el lord canciller y secretario de Estado para la Justicia, Michael Gove; el líder de la Cámara de los Comunes, Chris Grayling; el secretario de Estado para el Trabajo y las Pensiones, Iain Duncan Smith (antiguo líder del partido y quien terminó dimitiendo al cabo de un mes); el secretario de Estado para la Cultura, los Medios y el Deporte, John Whittingdale; la secretaria de Estado para Irlanda del Norte, Theresa Villiers; y la ministra de Estado para el Empleo, Priti Patel. En realidad, eran más los miembros del Ejecutivo que estaban por la salida de la UE, entre ellos la ministra de Estado para la Energía, Andrea Leadsom. El ex secretario de Defensa Liam Fox pensaba igual.

Peor aún para Cameron, al día siguiente, 21 de febrero, fue su máximo rival en el partido, Boris Johnson, a punto de concluir su período como alcalde de Londres y conservando intacta su condición de político más popular del país, quien dio la campanada al anunciar que tomaba la bandera del Brexit. En cuanto al grupo parlamentario, 150 de los 330 comunes tories querían la salida de la UE. En otras palabras, el Partido Conservador se mostraba dividido en dos bloques y estaba por ver si el ambiente de "guerra civil" interna no terminaría dando lugar a una fractura en toda regla. 

Y ganando a todos en estridencia anti UE, se afanaban Farage y sus huestes del UKIP desde la plataforma Leave.eu. La campaña del referéndum sobre Europa se le fue ensombreciendo progresivamente a Cameron, hasta adquirir unos visos de pesadilla. Al igual que había pasado cuando el referéndum escocés de 2014, el avance en los sondeos de la opción contraria a la defendida por el oficialismo obligó al primer ministro, inquieto y nervioso por momentos, a agradecer la ayuda de cualquier voz prestigiosa que hablara en favor del Remain (los ex primeros ministros Major, Blair y Brown) y a emplearse a fondo para intentar neutralizar las "mentiras" de los heraldos del Brexit, quienes insuflaron a sus mensajes una potente carga demagógica, chovinista y hasta xenófoba.

Así, secundado por su fiel Osborne y con visos catastrofistas, Cameron vaticinó que el adiós a la UE sumiría al país en la recesión, advirtió que las pensiones correrían peligro, pintó un panorama de recortes presupuestarios y subidas de impuestos para compensar "el agujero negro en nuestras finanzas", y negó con vehemencia lo que decían Farage, Johnson y Gove sobre que el Reino Unido tendría que pagar una factura extra en futuros rescates europeos si se quedaba y que a cambio se ahorraría miles de millones de libras si se marchaba. Irónicamente, quien hasta ahora siempre se había referido a la UE en términos críticos y desdeñosos, adquirió el tono de un paladín del europeísmo. Y, por encima de todo, el líder tory recalcó una y otra vez que no habría un segundo referéndum y que el Brexit de hoy era un paso "sin vuelta atrás". Él mismo, aseguró, se encargaría de activar el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea que establecía el procedimiento de salida y que requería, primero, la notificación por el país de su intención de marcharse al Consejo Europeo, tras lo cual la Unión concluiría en el plazo de dos años un acuerdo de retirada.

Para colmo de apuros, a Cameron le estalló precisamente ahora el escándalo de la revelación contenida en los Papeles de Panamá sobre el fondo de inversiones offshore creado por su padre en Bahamas y en el que el hijo, hubo este de admitir, había participado con 31.000 libras en acciones hasta 2010. Sometido a fuego graneado y a exigencias de dimisión tan solo por este "asunto privado", Cameron insistió en que se había deshecho de aquellas acciones precisamente para poder ser ministro y que ya había pagado los impuestos que le tocaban.

En las semanas previas al referéndum, toda Europa contenía el aliento por las consecuencias negativas incalculables (de entrada, en el plazo inmediato, en el mercado cambiario de la libra, que ya estaba sufriendo, y en las bolsas) de un eventual triunfo del Brexit, escenario que los sondeos empezaron a presentar como probable más que como meramente posible. El asesinato el 16 de junio por un perturbado de ideología neonazi de la diputada laborista Jo Cox, partidaria de la permanencia, conmocionó al país, que vio suspendida la campaña durante tres días, y pareció restar ímpetu al Leave.

El 21 de junio, destilando desesperación, Cameron volvió a aparecer a las puertas de su residencia en Downing Street para dirigirse a los electores con una última apelación "muy directa y personal": "Piensa en las esperanzas y sueños de tus hijos y tus nietos. Saben de sus posibilidades de trabajar, de viajar, de construir la clase de sociedad abierta y próspera que desean. Dependen de este resultado. Y recuerda: no podrán deshacer la decisión que tomemos. Si votas salir, eso es lo que habrá. Es irreversible. Nos iremos de Europa, para siempre. Y la siguiente generación tendrá que vivir con las consecuencias por mucho más tiempo que el resto de nosotros (...) Por ti, por tu familia, por el futuro del país, vota quedarnos".

El tiempo de reflexión de los electores concluyó con las últimas encuestas dibujando una situación de virtual empate. La incertidumbre sobre el resultado era total. En la madrugada del 24 de junio, tras unas horas de escrutinio, quedó claro que el Brexit había ganado. Al final, con una participación del 72,21%, la salida del Reino Unido de la UE se impuso con el 51,89% de los votos. Los electores decantados por la permanencia fueron 1.269.000 menos. Sin embargo, la distribución territorial del voto mostraba un país fraccionado: mientras que el Leave se impuso en Inglaterra (salvo Londres) y Gales con el 53,4% y el 52,5%, respectivamente, el Remain ganó en el Gran Londres (69,7%), Escocia (62%), Irlanda del Norte (55,8%) y Gibraltar (95,9%).

(Texto actualizado hasta 23 junio 2016).

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