Pedro Santana Lopes
Primer ministro (2004-2005)
Hijo de un contable y una auxiliar de enfermería, recibió la instrucción primaria en un colegio del arrabal capitalino de São Domingos de Benfica y la secundaria en el liceo Padre António Vieira, sito en la parroquia también lisboeta de São João de Brito. Los magros recursos familiares le obligaron a trabajar de vendedor de libros para poder costearse una educación superior en la Universidad Clásica de Lisboa, donde se matriculó en turnos de noche. Su paso por la Facultad de Derecho coincidió con la Revolución de los Claveles de abril de 1974 y los turbulentos años que la siguieron. Joven de temperamento vivo, activo en las asambleas estudiantiles y de simpatías intensamente derechistas, en 1975 estuvo entre los fundadores del Movimiento Independiente de Derecho (MID), grupo a veces tachado de fascista que se enzarzó en una acerba disputa ideológica con los representantes en las aulas del poderoso Partido Comunista (PCP), y que en ocasiones, en plena etapa de radicalización izquierdista del régimen revolucionario, no rehuía las pendencias con violencia física.
Santana y su grupo tenían también sus más y sus menos con una facción estudiantil de tendencia maoísta y especialmente agresiva, el Movimiento Reorganizativo del Partido del Proletariado (MRPP). Irónicamente, uno de los militantes del MRPP era José Manuel Durão Barroso, compañero de la facultad de su misma edad, con el que más tarde iba a converger bajo una misma bandera política, filiación que para el primero supondría un deslizamiento hacia el centro y para el segundo, en una mudanza más notable, un vuelco a la derecha. Este proyecto era el Partido Social Demócrata (PSD), fuerza que a pesar de su nombre tenía una orientación centroderechista y que había sido fundada por Francisco de Sá Carneiro en mayo de 1974, días después del levantamiento militar que derribó al régimen salazarista de Marcelo Caetano, con el nombre inicial de Partido Popular Demócrata (PPD). Santana se afilió al PSD en octubre de 1976, cuando Sá Carneiro encabezaba la oposición parlamentaria al nuevo Gobierno poselectoral del Partido Socialista (PS) presidido por Mário Soares.
En 1978 respaldó al fundador del partido, que exigía la completa retirada de los militares de la conducción del Estado ahora que regía el orden constitucional, en su pugna por el liderazgo con António de Sousa Franco, representante de un ala moderada y menos beligerante con los socialistas. El joven se ganó a pulso el acceso al círculo de confianza de Sá Carneiro, en lo sucesivo su padrino político y su mentor profesional. Aquel mismo año, Santana fue elegido presidente de la Asociación de Estudiantes de la Universidad y se sacó la titulación, tras lo cual, en noviembre, Sá Carneiro le facilitó un servicio de asesor jurídico de Álvaro Monjardino, ministro adjunto al primer ministro en el nuevo Gobierno técnico, a la postre efímero, que el independiente Carlos da Mota Pinto llegó a presidir hasta agosto de 1979.
A continuación, Santana partió para Alemania Occidental con una beca de posgrado otorgada por el Gobierno de Bonn para especializarse en aspectos de derecho constitucional y normativa europea, recibiendo una mesa de trabajo en el Instituto de Investigación sobre Ciencia Política y Asuntos Europeos de la Universidad de Colonia. Su estancia en el país germano resultó más bien fugaz, ya que en las elecciones generales del 2 de diciembre el PSD, aliado con el Centro Democrático y Social (CDS) y el Partido Popular Monárquico (PPM), cosechó una rotunda victoria sobre los socialistas y el presidente del Gobierno in péctore, Sá Carneiro, le reclamó para formar parte de su gabinete de asesores.
En enero de 1980 Santana estuvo de vuelta en la capital a tiempo para integrarse en la plantilla del primer Gobierno de los socialdemócratas, que fue de coalición con el CDS y el PPM. Meses después, en octubre, el partido le eligió para cubrir una vacancia en la Asamblea de la República, convirtiéndose, con 24 años, en un jovencísimo diputado nacional. Ese mismo año publicó en coautoría con Durão Barroso un ensayo politológico titulado Sistema de Governo e Sistema Partidário.
El joven y brillante abogado comenzaba una singladura en la política profesional que iba a llamar mucho la atención por su precocidad y, en no pocas ocasiones, su colorismo. Bien era cierto que debía su rápida promoción al patronazgo de Sá Carneiro, pero la trágica muerte de éste en un extraño accidente de aviación en diciembre de 1980, cuando todavía no había cumplido el primer año como jefe del Gobierno, no truncó la carrera de su ahijado. Aunque el primer ministro en funciones, Diogo Freitas do Amaral, del conservador CDS, y el nuevo titular de la oficina y líder del PSD, Francisco Pinto Balsemão, prescindieron de sus servicios en el Ejecutivo, Santana continuó en la primera línea de la política desde su escaño parlamentario y, a partir de 1981, como presidente de la Comisión Política del Área Metropolitana de Lisboa.
En los años siguientes, su vínculo con la vida académica iba a expresarse con labores auxiliares en el Departamento de Derecho de la Universidad Lusíada, actividades docentes y directivas en su antigua facultad y la presidencia del Consejo de Administración del Instituto de Estudios Políticos (IEP). Todos estos centros estaban en Lisboa, ciudad permanentemente ligada a su trayectoria ascendente. Su redacción del segundo proyecto de Revisión Constitucional, texto que fue adoptado como documento programático por el PSD, le aseguró un lugar señero en el aparato intelectual y doctrinario del partido. En 1981 tomó asiento consecutivamente en el Consejo Nacional, con motivo del VIII Congreso, en febrero, y el máximo órgano ejecutivo, la Comisión Política Nacional (CPN), en el IX Congreso, celebrado once meses después, aunque tras la siguiente cita de los socialdemócratas, en febrero de 1983, únicamente continuó en el primero de esos cuerpos de conducción partidaria.
Reelegido miembro de la Asamblea en los comicios del 25 de abril de 1983, que supusieron el retorno de Soares al Gobierno en incómoda coalición con los socialdemócratas, y el 6 de octubre de 1985, que inclinaron la balanza en favor de los segundos pero por un número de escaños -88 sobre 250- muy por debajo de la mayoría absoluta, Santana, aún sin cumplir la treintena y convertido en un asiduo de la bohemia nocturna lisboeta, se dispuso a añadir más jalones a su meteórico historial.
El nuevo, combativo y derechista líder del PSD, Aníbal Cavaco Silva, profesor de universidad, ex ministro de Finanzas y autoproclamado custodio de legado de Sá Carneiro, le entregó un puesto de relieve en el Gobierno monocolor que empezó a mandar el 6 de noviembre, la Secretaría de Estado de la Presidencia, para lo cual cesó en sus funciones municipales en el metropolitano lisboeta. En el XIII Congreso del PSD, discurrido en la capital del país el 31 de mayo y el 1 de junio de 1986, volvió a la selecta CPN de la mano de Cavaco Silva. En septiembre siguiente, representó al Ejecutivo portugués en una conferencia internacional centrada en los procesos de gestión gubernamentales y que tuvo lugar en Berlín Occidental con los auspicios de la OCDE.
En las generales anticipadas del 19 de julio de 1987 el PSD obtuvo un triunfo resonante: con una mayoría absoluta de 148 diputados (el 50,2% de los votos), Cavaco Silva recibió luz verde para ejecutar las prometidas reformas del marco legislativo y constitucional heredado de la Revolución de Abril, que tenía un fuerte matiz socialista, y de las estructuras del Estado, en aras de la integración europea y la modernización de la economía nacional, y poniendo énfasis en los aspectos liberales, con desregulación normativa, flexibilización del mercado laboral, privatizaciones y austeridad presupuestaria. Mientras el país se adentraba en una etapa de saneamiento financiero, desarrollo social y altas tasas de crecimiento económico, hasta llegarse a hablar del "milagro portugués", Santana enriqueció su currículum con el mandato de diputado del Parlamento Europeo, que compatibilizó con el de la Asamblea y que adquirió en las primeras elecciones a la eurocámara, celebradas el mismo día que las legislativas, en tanto que cabeza de lista.
En el hemiciclo de Estrasburgo, Santana fungió de vicepresidente de la Comisión de Asuntos Políticos, pero las cuestiones europeas no debían de apasionarle tanto como la política nacional. Cuando terminó la legislatura, en julio de 1989, se quedó en Lisboa con la intención de convertirse en la mano derecha de Cavaco Silva, aunque al primer ministro parecía no saber muy bien dónde podía resultarle útil su subalterno, tardando en darle un puesto de responsabilidad en el Gobierno. En el ínterin, Santana hizo una tentativa empresarial, como socio en la fundación de un grupo de comunicación social, pero la experiencia resultó ruinosa.
Por fin, el 9 de enero de 1990, Cavaco Silva le hizo un hueco en el Gabinete nombrándole secretario de Estado de Cultura, cometido que desempeñó hasta el final de la legislatura y, gracias a la reválida electoral del 6 de octubre de 1991 (el 50,6% de los votos y 135 escaños de 230 para el PSD), en la mayor parte del duodécimo Gobierno Constitucional, cinco años en total. La gestión cultural de Santana le aparejó las primeras grandes polémicas de su carrera.
Por de pronto, su oficina puso gran esmero en echar el cierre a una serie de emanaciones emblemáticas de la Revolución de 1974, como la Dirección General de Acción Cultural, clausuras que para los sectores de la izquierda tenían un fuerte regusto de revancha ideológica. Aunque se mostró muy activo en la obtención para Lisboa de la capitalidad cultural europea de 1994 y la agenda de actividades que allí tuvo lugar mereció el elogio exterior, de puertas adentro Santana fue vapuleado por varias cabeceras de la prensa diaria, que le acusaban de inculto (en una ocasión se refirió a Frédéric Chopin como un violinista, en vez de pianista), de marrullero y de conducir de manera incompetente los proyectos de rehabilitación del patrimonio histórico y artístico.
Con todo, los aspectos que le dieron una publicidad más negativa, y que le convirtieron en protagonista de los chismorreos de sociedad y en pasto de los caricaturistas políticos, eran de índole más personal, como ciertas subvenciones concedidas irregularmente al estadio del Sporting Clube de Portugal –o Sporting de Lisboa, del que era apasionado seguidor- y a la actriz brasileña Cristiane Torloni, la censura de una novedad literaria de José Saramago, la adquisición injustificada de bienes suntuarios para su gabinete y sus escarceos amorosos con conocidos rostros de la prensa del corazón lusa. La fama donjuanesca de Santana, dos veces divorciado de sendas empresarias y padre de cinco hijos, se acrecentó en 1995 al iniciar un idilio con Cinha Jardim, atractiva relaciones públicas, hija de un preboste de la dictadura salazarista y considerada la "reina" de la jet set.
La presión periodística en su contra le obligó a Santana a dejar el Gobierno el antepenúltimo día de 1994. Meses después, renunció a su acta de diputado y, para sorpresa general, comunicó su incursión en el mundo del balompié. Así, a principios de junio de 1995 se convirtió en el presidente del Sporting de Lisboa, que padecía una larga sequía de títulos. Precisamente, el equipo se hizo con la Copa (Taça) de Portugal correspondiente a la temporada 1994/1995 escasos días después de estrenar presidente y al cabo de 13 años en los que el trofeo le había sido esquivo, pero Santana, siempre inquieto y tornadizo, no tardó en desviar su mirada a otros proyectos. Por lo demás, el 1 octubre de 1995 el PSD perdió las elecciones parlamentarias con el 34%,1 de los votos y Cavaco Silva, que había decidido no presentarse a la reelección, tuvo que dejar paso al secretario general del PS, António Guterres. Tras una década ostentando el poder, los socialdemócratas regresaban a la oposición.
En abril de 1996 Santana abandonó el club deportivo y durante una temporada frecuentó un concurso televisivo con toques de reality show e hizo sus pinitos como comentarista de fútbol en medios de comunicación, haciendo gala de una facilidad de palabra fuera de lo común. Su relación pública con Cinha Jardim seguía adelante también. A modo de contrapunto de su imagen frívola, de hombre enamorado de los actos de sociedad, los buenos restaurantes y las fiestas nocturnas, retomó el pulso a las aulas, entrando a colaborar en la licenciatura de Derecho de la Universidad Moderna y en el Centro de Sondeos Electorales fundado por su amigo Paulo Portas, futuro líder del CDS (gabinete de estudios que, por cierto, dio pábulo a un escándalo sobre presuntas prácticas corruptas en su seno que terminó en los tribunales).
Dentro del partido, presa de una crisis de liderazgo a raíz de la espantada de Cavaco Silva, Santana salió a disputarles la presidencia de la CPN al fugaz Joaquim Fernando Nogueira, entonces ministro de Defensa, y luego a Marcelo Rebelo de Sousa. Esto sucedió respectivamente en los congresos XVII, en febrero de 1995, y XVIII, en marzo de 1996, cuando, por primera vez en ocho años, no fue renovado en el Consejo Nacional. Tal ambición, que en el segundo de los intentos no pasó de la mera finta tras tomar nota de la práctica inexistencia de apoyos, así como sus extravagancias mediáticas, le granjearon a Santana no pocos enemigos en su propia formación, pero el abogado derrochaba tenacidad y autoconfianza, refutando una y otra vez a los que le daban por políticamente acabado.
Esta trayectoria un tanto errática se aposentó en diciembre de 1997 al salir elegido en las autárquicas (municipales) con un apabullante 60% de los votos presidente de la Cámara Municipal, es decir, alcalde, de Figueira da Foz, ciudad costera a mitad de camino entre Lisboa y Oporto, en el distrito de Coimbra, que hasta entonces había sido un bastión del PS. La candidatura se la había ofrecido Rebelo de Sousa, probablemente para quitárselo de encima y excusar nuevos retos a su liderazgo. Si se trató de una transacción, Santana aceptó gustoso y, contra el pronóstico de la mayoría, se hizo con el envite.
Fue el prólogo de siete años en la política local donde brilló el Santana más característico, con abundantes concesiones al oportunismo y el populismo, y cultivando una imagen de edil dicharachero y simpático. Claro que no todo fueron gestos de seducción para las cámaras. Un vendaval de obras públicas dejó a Figueira da Foz transformada de cabo a rabo al final de cuatrienio, convirtiendo a la ciudad en una especie de modelo de desarrollo urbanístico para otras poblaciones con puerto de mar y a su promotor en la estrella de la Asociación Nacional de Municipios Portugueses (ANMP), de cuyos Consejo General y Congreso fue elegido presidente.
En 1999, animado con sus éxitos como munícipe, Santana decidió volver a poner un pie en la política representativa nacional y más ahora cuando el PSD estaba presidido por Barroso, con quien no tenía conflictos insalvables. El salto del último ministro de Exteriores de Cavaco Silva al frente de la CPN se produjo en el XXII Congreso, celebrado en Coimbra del 30 de abril al 2 de mayo, ocasión en la que Santana retornó al Consejo Nacional. En las legislativas del 10 de octubre de 1999 el alcalde de Figueira da Foz se hizo con uno de los 79 asientos que el PSD, sufriendo un retroceso desde los 88 escaños, fue capaz de ganar en la Asamblea de la República. Crecido en sus ambiciones, Santana se permitió contender con Barroso por la jefatura del partido en el XXIII Congreso, del 25 al 27 de febrero de 2000 en Viseu, y en esta ocasión votó por él el 34% de los compromisarios, aunque la puja le acarreó el desalojo del Consejo Nacional.
Plenamente consciente de su gancho en las urnas, que, más allá del ropaje partidista, descansaba en su carisma de persona multifacética y fotogénica, Santana le ofreció a Barroso encabezar la lista socialdemócrata en los comicios a la Cámara Municipal de Lisboa. Tras encajar tres derrotas electorales consecutivas –europeas de junio de 1999, generales de octubre siguiente y presidenciales de enero de 2001-, Barroso necesitaba urgentemente un triunfo que apuntalara su liderazgo en el partido y permitiera afrontar con un mínimo de posibilidades las legislativas de 2003, así que accedió. La apuesta se antojaba complicada, ya que el ayuntamiento de Lisboa era uno de los más sólidos baluartes socialistas.
Contra todo pronóstico, el 16 de diciembre de 2001 la lista del PSD superó a la del PS, con un margen, eso sí, extremadamente exiguo -856 votos-, y Santana le arrebató la alcaldía al titular reeleccionista, João Soares, uno de los pesos pesados del partido de Guterres e hijo del ex presidente Mário Soares, en el cargo desde 1995. A Santana no se le regateaban méritos en esta victoria, aunque también era cierto que la misma debía inscribirse en una tendencia general que apuntaba a un brusco desgaste del PS y al resurgimiento igualmente fuerte del PSD.
Además del lisboeta, los socialdemócratas conquistaron los ayuntamientos de Oporto, Coimbra y otras ciudades importantes, y Barroso, eufórico, proclamó que el electorado había transmitido sus deseos de cambio y convertido a su partido en la alternativa de Gobierno para Portugal, cuando los nubarrones económicos se cernían sobre el país. A partir de ahí, todo se desarrolló con rapidez: Guterres presentó la dimisión, el presidente de la República, Jorge Sampaio (PS), convocó elecciones generales anticipadas y el 17 de marzo de 2002 el PSD gritó victoria con el 40,1% de los votos y 102 escaños, cuota, empero, insuficiente para gobernar en solitario, haciendo necesaria la coalición con el CDS-Partido Popular (CDS-PP) de Portas, un político democristiano muy escorado a la derecha.
Tras adoptar un programa común con la mirada puesta en el estímulo de la demanda interna, la contención de la inflación y el saneamiento financiero, para no violar los compromisos del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) de la UE –el año anterior, la Comisión Europea había lanzado un aviso preventivo a Portugal por correr el riesgo de saltarse el tope de 3% de déficit público-, el Gobierno bipartito tomó posesión el 6 de abril de 2002.
Santana fue investido en el puesto más prestigioso –y poderoso- de los ocupados hasta la fecha el 6 de enero, heredando automáticamente cuatro cometidos adicionales: la presidencia de la Unión de Ciudades Capitales de Lengua Portuguesa (UCCLA), la vicepresidencia de la Mesa del Comité de las Regiones de la Unión Europea, la vicepresidencia para la península ibérica de la Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas (UCCI) y la vicepresidencia del Comité Ejecutivo del Foro Europeo sobre Seguridad Urbana (FESU).
Como primer edil de la urbe atlántica, Santana terminó de pulir su perfil de político "mediático" o, en una expresión menos ácida empleada por analistas más indulgentes, "posmoderno". Las acusaciones de ineptitud gestora, de vacuidad de ideas y de ser un manirroto arreciaron en su contra en la medida en que no cumplía las promesas electorales de luchar contra la especulación inmobiliaria y se entretenía con proyectos faraónicos de dudoso interés, como la construcción de un gran casino, a pesar de alzarse en la cercana Estoril uno de los mayores centros de juego y recreo del mundo. Al final, buena parte de estos proyectos quedaron empantanados, pero no sin antes reclamar unos estudios de viabilidad que castigaron las arcas municipales, y mientras la economía nacional se enfangaba en la recesión.
Inasequible a las críticas, Santana movió sus fichas para conseguir una mayoría favorable en la cúpula del partido. Se sabía que anhelaba nada menos que la Presidencia de la República, la cual tocaba renovar en 2006. El salto de la alcaldía de Lisboa a la jefatura del Estado no era una mudanza peregrina, ya que el propio Sampaio, que cumplía su segundo mandato quinquenal improrrogable, había dirigido el consistorio capitalino entre 1990 y 1995, aunque también era cierto que el respetado estadista se había apoyado en su condición de antiguo (1988-1992) secretario general del PS y líder de la oposición a los gobiernos de Cavaco Silva, méritos que no concurrían en Santana.
En el XXIV Congreso del partido, celebrado en Lisboa del 12 al 14 de julio de 2002, Santana hizo una encendida defensa de las estrategias perseguidas por Barroso y fue premiado con una de las seis vicepresidencias de la CPN. Aunque atendiendo al escalafón orgánico ésto no podía afirmarse, los medios convinieron en que Santana era ahora el virtual número dos del partido.
No estar en el Gobierno le ahorró al alcalde lisboeta el desgaste prematuro que empezaron a sufrir el jefe del partido y sus ministros, los cuales no se apartaron un milímetro de la senda de la contención del gasto para podar déficit pero tampoco ofrecieron soluciones convincentes para salir de la recesión (el 1,1% de crecimiento negativo con que cerró 2003 superaba la gravedad de la anterior crisis, la de 1993), incentivar el consumo, mejorar las exportaciones y elevar el nivel de inversiones. Una reforma del mercado laboral, en el sentido de flexibilizar el despido, fue considerada especialmente inoportuna por los sindicatos, que la contestaron con huelgas, toda vez que el paro (el 6,7% a finales de 2003) crecía sin control. Por si fuera poco, en septiembre de 2002 la Comisión Europea incoó contra Portugal un procedimiento por déficit excesivo.
El 30 de junio de 2004 Barroso desató lo más parecido a una tormenta política con su anuncio de que se despedía del Gobierno para presidir la Comisión Europea, nombramiento que había sido hecho público el día anterior por el Consejo Europeo de Bruselas. La renuncia era esperada, ya que el nombre del sustituto del italiano Romano Prodi estaba en la boca de todos desde hacía varios días. El todavía primer ministro trasladó a Sampaio, que tenía en su mano tramitar un nuevo gobierno designado por el PSD o bien disolver la Asamblea y convocar elecciones anticipadas, su voluntad de ser sucedido sin solución de continuidad por Santana.
Pero esta opción se presentaba complicada porque no era lo que quería la oposición socialista, partidaria de acudir a las urnas cuanto antes ahora que el viento soplaba a su favor, según acababa de testimoniar la contundente victoria (11 puntos de ventaja) cosechada en los comicios europeos del día 13, y, no menos importante, porque en las filas socialdemócratas reinaba la división: los enemigos del alcalde demandaron la celebración de un congreso extraordinario para elegir al nuevo líder del partido y postularon a la ministra de Finanzas, Manuela Ferreira Leite, para llenar la vacancia en la jefatura del Gobierno, al ser la segunda de abordo. El sector liberal y tecnocrático del PSD temía que Santana, entre otras cosas, se desentendiera de las políticas de austeridad presupuestaria y ajuste fiscal sólo porque eran impopulares. Además, la mitad de los encuestados por el diario Público y la Universidad Católica se pronunció a favor de adelantar las elecciones y en contra del nombramiento de Santana.
La práctica seguida en los últimos tiempos de impulsar a amigos y simpatizantes en el aparato del partido dio su fruto el 1 de julio, cuando Santana fue elegido por el Consejo Nacional reunido en asamblea presidente de la CPN casi por aclamación: 98 consejeros votaron a favor y sólo tres en contra. A su lado tenía a Barroso, que, ignorando la imputación hecha por varios miembros del Ejecutivo y conmilitones de haber propiciado un "golpe de Estado" en el PSD, amén de la acusación socialista de desasirse de sus compromisos nacionales en tiempo de borrasca, instó a los presentes a cerrar filas en torno al nuevo jefe. El 5 de julio Barroso transmitió su carta de dimisión al Palacio de Belém.
Éstas eran la señales que esperaba Sampaio, que, venciendo sus dudas sobre las capacidades de Santana, descartó el adelanto electoral porque le parecía que esa mudanza podía prolongar la inestabilidad. El 9 de julio, terminados los turnos de consultas formales con los responsables políticos y económicos, el presidente encargó la formación del nuevo Gobierno de coalición a Santana, que tuvo que someterse a importantes condiciones: la preservación de políticas fundamentales como la ortodoxia financiera y la aportación a la construcción europea, y el descarte para ministro de Exteriores de su amigo Portas, titular de Defensa saliente, el cual suscitaba recelos por sus anteriores posturas antieuropeas y rayanas en la xenofobia.
La polémica decisión de Sampaio causó un fuerte impacto en su antigua formación, ya que el secretario general de los socialistas, Eduardo Ferro Rodrigues, consideró la solución una derrota personal y presentó la dimisión. Dos días después, el Consejo Nacional del PSD, por 105 votos a favor y dos abstenciones, otorgó el mandato gubernamental a su presidente, que tuvo listo el Gabinete para tomar posesión el 17 de julio. Portas fue renovado en Defensa y destacaron las bajas de las discrepantes Ferreira Lete en Finanzas y Teresa Gouveia en Exteriores. Fueron reemplazadas respectivamente por António Bagão Félix, hasta ahora ministro de Trabajo y Seguridad Social, y el diplomático de carrera António Monteiro, dos personalidades independientes con amplia experiencia cuya selección pretendía tranquilizar a Sampaio y a esa parte de la opinión pública que pensaba que a Santana le había caído en las manos como por arte de birlibirloque un puesto que le venía grande.
Santana, tildado a estas alturas de "Berlusconi portugués", tomaba las riendas de un país que pensaba que el salto de Barroso a Bruselas y el éxito organizativo de la Eurocopa de Fútbol de 2004 podían significar un cambio de tendencia tras tres años en los que la crisis económica, la destrucción de empleo, los escándalos de corrupción y pederastia, el afianzamiento en la condición de farolillo rojo de la UE y el descrédito de la clase política habían generado un ambiente de "depresión" colectiva. El flamante jefe del Gobierno debía aprovechar este relativo, y seguramente efímero, estado de gracia anímico de los portugueses para trabajar a fondo y ofrecer resultados a corto plazo. Sin embargo, ni los escépticos más agoreros pudieron imaginar la rapidez con que el ex alcalde de Lisboa iba a dilapidar su modesto caudal de confianza y conducir a su gobierno al fracaso más estrepitoso.
Santana debutó certificando ante los miembros de la Asamblea que su equipo de Gobierno continuaba adelante con las reformas estructurales de la economía, lo que se traducía sobre todo en privatizaciones totales o parciales en sectores como el energético, el hídrico y el sanitario, en aras de la modernización, la productividad y la competitividad, que presentaban los niveles más bajos de la UE. Igualmente, proseguirían los esfuerzos para mantener los niveles de déficit y deuda de las administraciones públicas domeñados, tal como obligaba el PEC, por debajo del 3% y el 60% del PIB, respectivamente, en los cuales, la administración de Barroso, postergando medidas de relanzamiento económico, había invertido todas sus energías.
Para ejemplificar la prioridad absoluta de la consolidación presupuestaria, Santana retiró del programa del Gobierno las previsiones de subir los salarios en el sector público y de disminuir la carga fiscal a las empresas. Aseguró que no había margen para bajar el IVA del 19%, elevado en dos puntos por su predecesor. El primer ministro reiteró también que no dejarían de acometerse las reformas necesarias en la función pública, el mercado laboral, las Fuerzas Armadas, el sistema de justicia y el sistema educativo. En añadidura, definió la integración europea como la principal línea de su política exterior y anunció que el Tratado de la Constitución Europea sería ratificado en referéndum.
Sin embargo, a la vuelta de las vacaciones de verano, Santana sacó a relucir sus señas de identidad más criticadas y, más aún, cambió drásticamente de discurso. Se hizo notar una descoordinación creciente entre los ministerios, mientras que el primer ministro se peleaba con la prensa hostil o lanzaba mensajes llenos de carga política en aforos oficiales que demandaban un tono institucional. A mediados de octubre, contradiciendo a su ministro de Finanzas, Santana anunció por la televisión que los presupuestos para 2005 iban a incluir una bajada del impuesto sobra la renta de las familias, cuya cuantía no especificó, incrementos salariales para los trabajadores del Estado por encima de la inflación y una fuerte subida de las pensiones, del 9% al 12%.
El paquete de medidas, que suponía un cambio radical de política, dejó estupefactos a los agentes económicos y a la Comisión Europea, e irritó a buena parte de los creadores de opinión, que ya tenían en la diana a Santana y al que acusaron ahora de "irresponsable" y "electoralista". Los sindicatos y los partidos de izquierda negaron que hubiera sensibilidad social en la iniciativa de Santana, que descalificaron como un ejercicio de retórica. Pero el interpelado fue arropado por los suyos, que en el XXVI Congreso del PSD, celebrado en Barcelós del 12 al 14 de noviembre, lo reeligieron al frente de la CPN prácticamente por unanimidad. Ningún jerarca salió a disputarle el liderazgo. Sus enemigos internos no tenían poder en el Consejo Nacional y no pudieron hacer otra cosa que refunfuñar por lo que les parecía una "fiesta de aclamación". Significativamente, el veterano Cavaco Silva, que se declaraba desapegado de la vida pública y de las presentes vicisitudes nacionales, se alineó de manera abierta con el sector crítico. Al final del congreso, un satisfecho Santana pidió a los portugueses que confiaran en sus capacidades y en sus proyectos para el país.
No obstante, los sondeos de opinión reflejaban un grado de descontento sin precedentes con la gestión del Gobierno, y Sampaio, de manera sorpresiva y expeditiva, se hizo eco de ello. El 30 de noviembre, el presidente de la República, a rebufo de la dimisión del ministro de Juventud, Deportes y Rehabilitación, Henrique Chaves, quien daba el portazo entre imputaciones de "deslealtad" a su jefe y cuando no se había cumplido ni una semana desde su estreno en el puesto, y en vísperas de la aprobación parlamentaria de los controvertidos presupuestos de 2005, comunicó a Santana su decisión, haciendo uso de sus prerrogativas constitucionales, de disolver la Asamblea y adelantar las elecciones generales. Un portavoz de la Presidencia notificó que el jefe del Estado creía que el primer ministro carecía "de las condiciones políticas indispensables para continuar impulsando a Portugal por una tendencia coherente, rigurosa y estable".
El 10 de diciembre, Sampaio hizo el anuncio formal del final prematuro de la legislatura, convocó las elecciones para el 20 de febrero y explicó que la interrupción del Gobierno se producía al cabo de "una serie de episodios" que habían afectado a la credibilidad del mismo, y a su capacidad de enfrentar los "retos estructurales del país" y de "movilizar a los portugueses". El presidente no se anduvo por las ramas cuando denostó la "descoordinación", las "contradicciones" y la "falta de consistencia" del equipo de Santana, todo lo cual había causado una "crisis de confianza en las instituciones y el Gobierno".
Obviamente molesto por la actuación y los comentarios presidenciales, Santana se resignó a anunciar la dimisión del Gobierno en pleno el 11 de diciembre, pero quejándose, a modo de agravio comparativo, de que Sampaio no hubiera intervenido de igual manera cuando eran los socialistas de Guterres los que padecían inestabilidad, y también de que la mudanza la decretara el jefe del Estado justo cuando la economía empezaba a dar signos de recuperación, dándose por hecho un crecimiento positivo del PIB del 1% para el conjunto de 2004, y cuando la inflación consolidaba la tendencia bajista. De todas maneras, en el último trimestre del año, al igual que en el tramo de julio a septiembre, la producción había vuelto a retroceder, arrojando dudas a las previsiones del Ejecutivo ahora en funciones sobre un crecimiento del 2,4% en 2005. Además, el paro seguía desmandado y rebasaba el 7%. Finalmente, según expertos financieros, el déficit real de las cuentas del Estado, si se descontaba la contabilidad creativa elaborada por el Gobierno, oscilaría en torno al 5%, cuando la tasa oficial se situaba en el 2,9%, cifra que era acogida con incredulidad por la Comisión Europea.
Confirmado por los suyos como el cabeza de lista y el candidato a primer ministro del PSD, Santana libró una campaña electoral cuesta arriba, ya que los sondeos eran abrumadoramente propicios a los socialistas, hasta situarles al borde de la mayoría absoluta, aunque confiado en la alianza con el CDS-PP y, sobre todo, en la decantación a última hora del voto de los electores indecisos, cuyo número era récord, siendo el botón de muestra de un escepticismo y un desencanto generalizados. El líder socialdemócrata se batió con el nuevo secretario general del PS, José Sócrates, ministro de Medio Ambiente con Guterres y otro político cuarentón con un renombre de "estrella mediática", en parte forjado en debates televisados sobre análisis político, y, como su contrincante, muy preocupado en la mercadotecnia de la imagen. Multitud de comentaristas trazaron una incómoda comparativa entre Santana y Sócrates, tildándoles de políticos con ideas desdibujadas, desideologizados y sin un proyecto ilusionante para los ciudadanos.
Entregados a una guerra sucia de descalificaciones y zancadillas (si bien procedentes más del primero que del segundo), Santana y Sócrates confrontaron sus propuestas, que, lógicamente, se centraron en los problemas económicos. El aspirante continuista insistió en la inaplazable recuperación de la producción y el consumo como la única manera de frenar el desempleo y subsanar el grave desequilibrio de las cuentas públicas. Para recortar los enormes gastos corrientes de la Administración, una de las más hipertrofiadas de la UE, y modernizar la maquinaria del Estado, Santana soslayó la solución, esgrimida por Sócrates, del tijeretazo en la plantilla de funcionarios y la innovación tecnológica, e incidió en la mejora de la competitividad y la productividad de los medios disponibles. De manera genérica se refirió a la necesidad de reducir el peso del Estado en la economía, aunque no fue explícito más allá de la defensa de una reforma que permitiera "liberar recursos para la economía privada", y del mentís de que un nuevo gobierno suyo fuera a recortar los programas sociales.
En el tramo final de la campaña, Santana fue muy criticado por decretar día de luto oficial por la muerte, a los 97 años, de sor Lucía, la célebre vidente de las apariciones marianas de Fátima, óbito que generó una imprevista ola de fervor religioso y que el primer ministro, según sus detractores, habría pretendido instrumentar con oportunismo. Determinadas personalidades del partido tampoco entendieron el tono personalista, victimista, festivo y un tanto ingenuo que Santana imprimió a su campaña, cuyo himno, Menino Guerreiro, en versión adaptada de la conocida canción del cantautor de izquierda brasileño Gonzaguinha, se refería implícitamente a él cuando rezaba: "Necesita cariño, necesita ternura, necesita un abrazo candoroso".
Las estrategias de Santana para vencer la desconfianza del electorado no funcionaron y el 20 de febrero de 2005 el PSD se hundió al 28,7% de los votos y los 75 escaños, su peor resultado en unas generales desde los comicios de 1983. El PS de Sócrates hizo realidad los avances más audaces y ganó la mayoría absoluta con el 45,1% de los sufragios y 121 actas. La misma noche electoral, Santana asumió "toda la responsabilidad" por la derrota en las urnas, pero rehusó dimitir al frente del partido toda vez que la cuota de votos obtenida no era "catastrófica".
Sin embargo, fue tal el cúmulo de inculpaciones en las filas socialdemócratas que el 22 de febrero, Santana, consciente de que no tenía argumentación para derrotar a quienes ya estaban afilando los cuchillos contra él, comunicó en la reunión de la CPN que abandonaba el cargo y que no se presentaría candidato al liderazgo en un congreso extraordinario que, con el ordinal vigésimo séptimo, quedó convocado para los días 8, 9 y 10 de abril en Pombal. Por de pronto, el 12 de marzo, Santana cedió al triunfador de las elecciones, Sócrates, su despacho en la Residencia Oficial de São Bento.
(Cobertura informativa hasta 1/4/2005)