Giorgio Napolitano
Presidente de la República (2006-2015)
El 10 de mayo de 2006 fue elegido undécimo presidente de la República Italiana el primer político procedente del desaparecido Partido Comunista (PCI), en sucesión de Carlo Azeglio Ciampi. Activo en la política nacional desde el final de la Segunda Guerra Mundial, diputado o senador durante cinco décadas y sobrio promotor de la socialdemocracia mucho antes de que sus conmilitones aceptaran descomunistizarse y transformarse en los Demócratas de Izquierda (DS), Napolitano, ya octogenario, fue investido por el Parlamento como el candidato del primer ministro in péctore, Romano Prodi, y de la coalición de centroizquierda liderada por los DS, pero sin el aval del bloque de centro-derecha encabezado por Silvio Berlusconi.
(Nota de edición: esta biografía fue publicada el 20/5/2006. Giorgio Napolitano fue reelegido para un segundo mandato de siete años como presidente de la República Italiana el 18-20/4/2013. El 14/1/2015 presentó la dimisión, tras lo cual fue sucedido en la jefatura del Estado por Sergio Mattarella. Napolitano siguió en activo como miembro del Senado con carácter vitalicio. El 22/9/2023 falleció a la edad de 98 años).
1. Un militante comunista aficionado a la cultura
2. Defensa de la vertiente socialdemócrata en el seno del PCI
3. Sucesión de cometidos en la alta política representativa
4. Elección presidencial en 2006
1. Un militante comunista aficionado a la cultura
Inspirado por la figura de su padre, Giovanni Napolitano, un abogado penalista de ideas liberales que gozaba de prestigio en Nápoles y que fuera de los tribunales se dedicaba a escribir libros de ensayo y poesía, tras completar la educación escolar en el Liceo Umberto se matriculó en la Universidad Federico II de su ciudad natal para realizar la carrera de Jurisprudencia. Discurría 1942 e Italia se hallaba inmersa en la Segunda Guerra Mundial bajo la dictadura de Mussolini y del lado de la Alemania nazi. En la Federico II Napolitano se adhirió a los Grupos Universitarios Fascistas (GUF), organización estudiantil creada por el Partido Nacional Fascista en el poder para difundir la propaganda del sistema político en las universidades pero en cuyo seno menudeaban las manifestaciones críticas con Mussolini.
Napolitano, mientras hacía tanteos como actor de teatro, se rodeó de otros jóvenes que compartían opiniones negativas sobre el régimen y no tardó en organizar una célula antifascista impregnada, no obstante su extracción social pudiente y burguesa, de ideología marxista. Luego del desembarco de los aliados en Sicilia, el derrocamiento de Mussolini y la firma del armisticio por el Gobierno del mariscal Badoglio en el verano de 1943, Napolitano y sus camaradas iniciaron acciones de resistencia en la región de Campania contra el Ejército alemán de ocupación y en apoyo de las tropas estadounidenses y británicas, que liberaron Nápoles a principios de octubre.
Acabada la guerra en 1945, Napolitano se adhirió al Partido Comunista Italiano (PCI), gran fuerza política prosoviética cuyo secretario general, Palmiro Togliatti, participaba en los gobiernos provisionales en coalición con las principales formaciones del momento, la más importante de las cuales era la conservadora Democracia Cristiana (DC) de Alcide De Gasperi, desde ya mismo antagonista sañuda del PCI. En 1946 trasladó sus actividades político-culturales del consejo de estudiantes de su facultad al Centro Económico Italiano para el Mezzogiorno, el deprimido tercio sur de la Italia peninsular, escenario de graves tensiones sociales.
En 1947, el año en que De Gasperi expulsó al PCI y al Partido Socialista Italiano (PSI) del Ejecutivo con la mirada puesta en las elecciones legislativas del año siguiente, Napolitano obtuvo el título de licenciado en Jurisprudencia con una tesina centrada en el subdesarrollo industrial del Mezzogiorno desde la unificación italiana. Más interesado en el activismo político y en las problemáticas socioeconómicas de la posguerra que en la práctica del derecho, relegó la profesión de abogado en favor de los servicios al partido y al Movimiento por el Renacimiento del Mezzogiorno.
Su otra pasión eran las manifestaciones artísticas, y en particular la poesía. Estas inquietudes, más la común militancia comunista, le pusieron en contacto con el poeta chileno Pablo Neruda, que se hallaba exiliado en Capri. Napolitano fue uno de los amigos italianos que ayudaron económicamente a Neruda a publicar en 1952, en una primera edición de sólo 44 ejemplares y anónima que fue impresa en Nápoles, sus célebres Versos del Capitán.
El todavía veinteañero arrancó su dilatada carrera de más de medio siglo como profesional de la política representativa en las segundas elecciones desde la abolición de la monarquía de los Saboya —con cuyo último rey, Umberto II, por cierto, a Napolitano siempre le han sacado un notable parecido físico y gestual— y la proclamación de la República Italiana en 1946, las de junio de 1953, que supusieron la pérdida de la mayoría absoluta por la DC frente al avance de la izquierda representada por el PCI y el PSI. El de Napolitano fue uno de los 143 escaños que los comunistas obtuvieron en la Cámara de Diputados. Iba a renovarlo nada menos que diez veces en los siguientes 41 años, sirviendo en todas las legislaturas hasta la duodécima salvo la cuarta, y siempre representando a la circunscripción de su terruño.
En el VIII Congreso del PCI, celebrado en Roma en diciembre de 1956 bajo el doble impacto de la desestalinización emprendida por Jrushchev en el PCUS y el aplastamiento de la insurrección húngara por las tropas soviéticas, fue elegido miembro del Comité Central y pasó a hacerse cargo de la Comisión del partido para el Sur de Italia. Entonces, Napolitano se desenvolvía como un cuadro medio del partido que, conforme a la regla del centralismo democrático, acataba fielmente y sin rechistar las directrices de la Dirección tanto si le gustaban como si no, lo que en el análisis de los sucesos de Hungría supuso negar a los insurrectos cualquier consideración obrerista o patriótica y descalificarlos como "contrarrevolucionarios" y "agentes del imperialismo". Una postura de la que años más tarde iba a declararse arrepentido, pero sin dejar de enmarcarla en la rigidez ideológica y la bipolaridad de la Guerra Fría.
Con todo, sus gustos intelectuales, su pasión por la cultura y sus propios orígenes de clase media-alta modelaron a un comunista pragmático y posibilista, que coqueteó con la heterodoxia, evolucionó hacia posturas socialistas y, aparentemente, alguna vez coqueteó con la escisión. En el X Congreso, en diciembre de 1962, fue admitido en la Dirección Nacional del partido a instancias de Togliatti, quien era favorable al rejuvenecimiento de la cúpula. En 1963 inició un período legislativo en blanco para centrarse en las tareas burocráticas del partido como secretario de la Federación Comunista de Nápoles y Caserta, y entre 1966 y 1969 fungió de coordinador entre la Secretaría General y el resto de la ejecutiva, coincidiendo con el ejercicio del supremo puesto ejecutivo del partido por Luigi Longo, sucesor de Togliatti a su muerte en 1964.
2. Defensa de la vertiente socialdemócrata en el seno del PCI
A caballo entre las décadas de los sesenta y los setenta, Napolitano se ubicó en el círculo de Giorgio Amendola, considerado el jefe del ala más aperturista del partido, contraria al dogmatismo y partidaria de tender lazos con el PSI y los grandes partidos de la socialdemocracia europea. Convertido en un inseparable de su tocayo y mentor, el humor político se refirió a ambos como Giorgio el Gordo (Amendola) y Giorgio el Flaco (Napolitano). La pugnacidad de esta corriente minoritaria frente al aparato del partido se intensificó tras el traumático desenlace de la Primavera de Praga de 1968. Las tensiones entre los amendolistas y la Secretaría General aminoraron a partir del XIII Congreso de marzo de 1972, cuando el ortodoxo Longo fue reemplazado por el reformista Enrico Berlinguer. Napolitano, aunque con reservas, ya que sus enfoques eran más ambiciosos y decididamente rupturistas con el presente-pasado del partido, no pudo menos que asentir ante los profundos cambios en la doctrina y la estrategia del PCI impulsados por Berlinguer, que trabajó con dos conceptos clave.
El primero era el compromesso storico, que preconizaba la convivencia y aún la colaboración con la DC para afrontar desde el mismo barco las crisis de diversa índole que acosaban al país, haciendo borrón y cuenta nueva del pertinaz boicot institucional de los democristianos al comunismo italiano desde 1947, y previa conquista electoral de una parte de las clases medias, propiciando de paso la identificación del partido con la soberanía nacional y la democracia italianas.
Íntimamente relacionado con la oferta compromisoria estaba lo que fuera del partido vino a llamarse el eurocomunismo y que de puertas adentro suponía una actualización del policentrismo ya barajado por Togliatti, que implicaba la emancipación de la tutela del PCUS y la reclamación para el PCI de libertad para planear su actuación con arreglo a las condiciones específicas del país. Berlinguer hizo que sus camaradas asumieran sus tesis de abandono de principios fundamentales del marxismo-leninismo como la lucha de clases, la dictadura del proletariado y los medios insurreccionales para la conquista del poder. A cambio, el PCI pasaba a propugnar la exclusividad del parlamentarismo, la oposición constructiva y, eventualmente, la alianza con otras fuerzas políticas.
En 1976, el año en que el PCI alcanzó su techo histórico en unas elecciones generales (el 34,4% de los votos y 228 diputados) y, por primera vez, puso a uno de los suyos, Pietro Ingrao, al frente de una institución de la talla de la Cámara de Diputados (lo más a que accedió la DC, que se negó a llevar la colaboración institucional con los comunistas al punto de permitirles entrar en el Gobierno), Napolitano pasó a desarrollar las funciones de portavoz del partido en cuestiones de economía y de enlace con el Gobierno democristiano monocolor que presidía Giulio Andreotti.
Estos cometidos tocaron a su fin al término en 1979 de la legislatura y del experimento de la solidarietà democratica entre la DC y el PCI, que a raíz del secuestro y asesinato en 1978 por las Brigadas Rojas del líder democristiano Aldo Moro había adquirido la forma de una alianza parlamentaria. En las elecciones generales de junio de 1979, verdadero test para Berlinguer, el PCI retrocedió al 30,4% de los votos. Se sabe que entre 1977 y 1981, durante la Administración demócrata de Jimmy Carter en Estados Unidos, Napolitano celebró también una serie de reuniones secretas con el embajador de ese país en Italia, Richard Gardner, que sirvieron para plasmar las ideas de independencia de las prescripciones soviéticas y de búsqueda de un marco de relaciones internacionales más amplio.
En la década de los ochenta, Napolitano, que a nadie dejaba indiferente con su físico prominente, su semblante monocorde y sus modos parsimoniosos y concentrados de bibliófilo con lentes, componiendo una estampa más endosable a los intelectuales laicos de los partidos Socialista, Liberal o Republicano que a un apparatchik comunista, se convirtió en uno de los principales referentes de la izquierda italiana. En 1981 asumió el liderazgo del grupo parlamentario del partido, que en las legislativas de junio de 1983 confirmó su tendencia declinante, y tras la muerte de Berlinguer en junio de 1984 su nombre sonó para nuevo secretario general, si bien el puesto fue a parar a Alessandro Natta. En cambio, se erigió en capitán, si bien cauteloso y nunca estridente, de una corriente socialdemócrata del PCI para la que el filósofo Salvatore Veca acuñó el nombre de migliorismo. La muerte en 1980 de Amendola situó a su fiel discípulo como el líder natural de la tendencia más moderada o derechista del PCI.
Los miglioristi, o mejoristas, entre los que figuraban personalidades como Gerardo Chiaromonte, Emanuele Macaluso y Nilde Iotti, quien sucediera a Ingrao en la presidencia de la Cámara baja en 1979, defendían la necesidad de que el PCI diera un segundo salto evolutivo tras las mudanzas doctrinales de la década anterior, que a su juicio se habían quedado cortas y no se amoldaban a las realidades políticas del momento en los ámbitos nacional e internacional. En particular, pedían un debate sobre el abandono del centralismo democrático y de la propia ideología marxista, y sobre la asunción sin ambages del capitalismo de mercado y las pertenencias de Italia a la Comunidad Económica Europea y la OTAN.
Napolitano propuso también explorar vías de convergencia con el PSI de Bettino Craxi, primer ministro entre 1983 y 1987 y autoritario adalid de la partitocrazia tradicional, quien era visto por Berlinguer y muchos dirigentes del PCI como un enemigo más deletéreo que cualquier jefe democristiano. El veterano diputado argumentaba, y así lo hizo constar en un artículo publicado en el órgano de prensa del partido, L’Unità, que el PCI tenía que abrirse a los socialistas para alejar los peligros del "sectarismo" y el "aislamiento parlamentario".
En 1986 Napolitano cesó como jefe del grupo de diputados comunistas y trasladó el peso de sus responsabilidades partidistas del área económica a la de política exterior y relaciones internacionales, terreno donde ya tenía un amplio bagaje académico como conferenciante en institutos del Reino Unido y Alemania, y en algunas de las más prestigiosas universidades de Estados Unidos (Harvard, Princeton, Yale, Berkeley), dando lugar a un currículum verdaderamente insólito para un dirigente del PCI. Como legislador, fue miembro de la Comisión parlamentaria de Asuntos Exteriores y de la delegación italiana en la Asamblea Parlamentaria de la OTAN. En junio de 1989 fue elegido diputado del Parlamento Europeo y poco después estrenó el cometido de "ministro de exteriores" del gobierno en la sombra o gabinete paralelo montado por el PCI para fiscalizar las actuaciones al sexto Gobierno de Andreotti, basado en el pentapartito (DC, PSI, PLI, PSDI, PRI) tradicional.
La llegada en mayo de 1988 a la Secretaría Nacional del PCI del aperturista Achile Occhetto marcó el comienzo de la mayor transformación en la historia del partido, estimulada por los acontecimientos en la Europa del Este y urgida por los alarmantes resultados de las elecciones legislativas de junio de 1987, cuando la formación fundada en 1921 por Antonio Gramsci cayó al 26,6% de los votos y los 177 diputados. Aunque sin alharacas, Napolitano acogió positivamente la moción presentada por Occhetto y Massimo D’Alema sobre el cambio del nombre y el símbolo del partido, y sobre la apertura de una fase constituyente que alumbrara una nueva fuerza política de "izquierda progresista". La propuesta fue aprobada en un congreso extraordinario —si bien numerado como el XIX—, celebrado en Bolonia en marzo de 1990 y tuvo su plasmación en el XX Congreso, celebrado en Rímini del 31 de enero al 4 de febrero de 1991: el día 3, los congresistas aprobaron por una amplia mayoría la adopción del nombre de Partido Democrático de la Izquierda (PDS).
La etiqueta demoizquierdista fue una solución de compromiso adoptada por tres bloques fácticos del PCI: el aparato del partido que controlaban Occhetto y D’Alema, quienes querían dejar atrás la definición comunista pero tampoco aceptaban la de socialista, para evitar confusiones con el PSI de Craxi; el ala izquierda liderada por Ingrao, quien habría preferido una "renovación" más que una "transformación" del PCI, manteniendo su nombre y símbolos; y el ala derecha de Napolitano, al que le habría gustado realizar una conversión plena a la socialdemocracia, expresión que volvía a quedar relegada, y obtener así el ingreso en la Internacional Socialista (IS).
Que la mudanza no había sido todo lo contundente que Napolitano hubiese querido se veía a las claras en el logotipo del PDS: una encina frondosa a cuyos pies continuaba, en miniatura, el viejo emblema de la bandera roja con la hoz y el martillo superpuesta a la enseña nacional de Italia. En cuanto a los comunistas ortodoxos, capitaneados por Sergio Gavarini y Fausto Bertinotti, optaron por escindirse y nada más terminar el XX Congreso lanzaron el Partido de la Refundación Comunista (PRC), con la voluntad de mantener viva una doctrina que los impulsores del PDS daban por periclitada.
3. Sucesión de cometidos en la alta política representativa
El 3 de junio de 1992, Napolitano, paradójicamente, alcanzó el puesto institucional más elevado de su carrera política hasta la fecha, la presidencia de la Cámara de Diputados, después de que su partido, el PDS, sufriera un auténtico descalabro en los comicios del 5 y el 6 de abril anterior: su 16,1% de los sufragios y sus 107 diputados marcaron, con diferencia, los peores resultados electorales obtenidos por los ahora poscomunistas en la era republicana. Napolitano llegó a este cargo de carambola, para cubrir la baja dejada por el democristiano Oscar Luigi Scalfaro, quien a finales de abril había tomado el relevo a Nilde Iotti pero que sólo un mes más tarde había sido elegido presidente de la República luego de la inesperada dimisión, en vísperas de la conclusión de su mandato de siete años, de su conmilitón Francesco Cossiga.
Aunque Scalfaro pertenecía a uno de los cuatro partidos con los que el socialista Giuliano Amato compuso el nuevo Ejecutivo y Napolitano no, la elección de ambos para sus respectivos cargos compartió una naturaleza consensuada que venía a reconocer su talla como servidores de la cosa pública más allá de las filiaciones ideológicas. Napolitano, en particular, era un raro caso de capitoste político que no tenía enemigos preclaros, dentro o fuera de su partido, y que gozaba de respetabilidad general.
Durante menos de dos años Napolitano presidió una legislatura agónica y convulsionada diariamente por las actuaciones de los jueces, que procesaron, mandaron arrestar y llevaron a juicio a la flor y la nata de la corrupta partitocrazia tradicional, siendo las consecuencias el colapso o la extinción de la DC, el PSI y sus adláteres habituales, y la sumersión del sistema de partidos italiano en un caos y en un vacío que trataron de llenar tres formaciones mayoritarias de nuevo cuño o refundaciones de anteriores: el PDS de Occhetto, la derechista liberal Forza Italia (FI) del magnate de la comunicación Silvio Berlusconi, y la posfascista Alianza Nacional (AN) de Gianfranco Fini.
A lo largo de 1993, Napolitano, imperturbable desde su atalaya del hemiciclo, fue testigo del constante goteo de diputados que recibían, alguna vez en mitad del pleno y para consternación o regocijo de las diversas bancadas, los "avisos" de procesamiento por corrupción emitidos por la judicatura. Fueron numerosas las sesiones que degeneraron en esperpénticas barahúndas de abucheos y conatos de agresión física entre sus señorías porque los diputados aprobaban o rechazaban levantar la inmunidad parlamentaria a Craxi y otros destacados dirigentes del viejo régimen que eran objeto de los suplicatorios judiciales. En cuanto al Gobierno, quedó diezmado también por las bajas de ministros procesados por corrupción, obligando a Amato a arrojar la toalla en abril de 1993. Scalfaro sopesó entonces nombrar primer ministro a Napolitano, pero el PDS y la DC, que se desintegraba a marchas forzadas, no se pusieron de acuerdo sobre el particular. Scalfaro zanjó el conflicto nombrando a un independiente, Carlo Azeglio Ciampi, gobernador del Banco de Italia.
En las elecciones anticipadas del 27 de marzo de 1994 Napolitano revalidó su escaño en la Cámara baja por última vez mientras que el PDS remontó al 20,4% de los votos y los 109 diputados; unidos a los ganados por los otros seis partidos y grupúsculos del centro y la izquierda que integraban la alianza capitaneada por los poscomunistas, el Polo Progresista, salía un bloque de 213 diputados. El éxito de la fórmula se reveló, empero, muy insuficiente para batir al Polo de la Libertad, la coalición derechista liderada por Berlusconi y apoyada en la AN y la Liga Norte (LN) de Umberto Bossi, que consiguió la mayoría absoluta y formó gobierno.
El 16 de abril de 1994 Napolitano entregaba su estrado parlamentario a la liguista Irene Pivetti y regresaba al graderío como miembro de la Comisión de Asuntos Exteriores y presidente de la comisión especial para la reforma del sector audiovisual. Continuó sentándose en la Dirección Nacional del PDS y no dejó de colaborar con el nuevo secretario nacional, D’Alema. Ya septuagenario, participó en las complejas negociaciones que en la primavera de 1995 plasmaron el proyecto de articular una coalición permanente del centro-izquierda italiano, sin excluir a la principal formación surgida de las cenizas de la DC, el Partido Popular Italiano (PPI). La coalición recibió el nombre de El Olivo y para liderarla sus integrantes escogieron a Romano Prodi, un intelectual católico y ex ministro procedente del ala más progresista de la extinta DC, cuyo perfil escorado a la socialdemocracia le acercaba a los planteamientos inveterados de Napolitano.
Los partidos de El Olivo ganaron las elecciones del 21 de abril de 1996, adelantadas tras la pronta ruptura del primer ejecutivo presidido por Berlusconi, con 284 escaños en la Cámara baja y el 34,7% de los sufragios computados por el sistema proporcional, de los que el 21,1% correspondieron al PDS, siendo la primera vez que el antiguo PCI obtenía la primacía en votos y en escaños en unas votaciones legislativas. Aunque sólo disponía de una mayoría relativa en el Parlamento, Prodi formó el 18 de mayo un gobierno de coalición con los principales socios de El Olivo: el PDS, el PPI, la Federación de los Verdes (FV), la Unión Democrática (UD) y la Renovación Italiana (RI), lista liberal animada por Lamberto Dini, el primer ministro saliente. Prodi premió a Napolitano por sus aportaciones al proyecto de El Olivo otorgándole su primera cartera ministerial en cuatro décadas de servicio político, la de Interior, una parcela de poder que desde 1946 hasta 1994, sin excepciones, había sido ocupada por democristianos.
Como su anterior ejercicio como presidente de la Cámara de Diputados, la experiencia gubernamental de Napolitano no fue prolongada: el 9 de octubre de 1998 Prodi perdió una moción de confianza parlamentaria por la retirada del apoyo de los neocomunistas de Bertinotti, tras lo cual renunció a seguir presidiendo el Gobierno y dejó paso a D’Alema, quien el 21 de octubre se puso al frente del Ejecutivo apoyado en los partidos de El Olivo y en dos fuerzas nuevas e ideológicamente harto dispares entre sí, la Unión Democrática de la República (UDR), montada por el ex presidente Cossiga, y el Partido de los Comunistas Italianos (PDCI), fundado por Armando Cossutta como una escisión del PRC. La recomposición del Consejo para satisfacer los compromisos tejidos a múltiples bandas obligó a D’Alema a prescindir de Napolitano y conceder la cartera de Interior a la popular Rosa Jervolino.
No había sonado, empero, la hora de la jubilación del conocido como Il principe rosso, quien tenía motivos para estar a gusto en su partido de toda la vida, ahora con Walter Veltroni de secretario nacional, una vez que el congreso extraordinario celebrado en Florencia en febrero del año en curso decidiera suprimir los últimos vestigios comunistas, abrazar sin reservas la etiqueta socialdemócrata y adoptar la denominación de Demócratas de Izquierda (DS). En esencia, fueron satisfechas las añejas reclamaciones de los miglioristi.
En julio de 1999 Napolitano regresó al Parlamento Europeo como diputado del Grupo del Partido Socialista Europeo (PSE). Hasta el final de la legislatura cinco años después, presidió la influyente Comisión de Asuntos Constitucionales de la eurocámara. Igualmente en 2004, la Universidad degli Studi de Bari le concedió el título de licenciado honoris causa en Ciencias Políticas. Fue el mismo quinquenio en que Prodi fungió de presidente de la Comisión Europea. Entre tanto, en Italia, los DS padecían los sinsabores de la dimisión del Gobierno de D’Alema (abril de 2000) como consecuencia de los malos resultados del centro-izquierda en las elecciones municipales, el nuevo fracaso de El Olivo y su cabeza de lista, Francesco Rutelli, frente a la Casa de las Libertades de Berlusconi en las legislativas (mayo de 2001) y la inevitable crisis interna de una coalición minada por las rivalidades personales, como la que enfrascaba a Rutelli y al secretario nacional de los demoizquierdistas, Piero Fassino, y la falta de cohesión entre sus miembros.
4. Elección presidencial en 2006
Una vez retornado de Estrasburgo, el 23 de septiembre de 2005, Napolitano fue nombrado senador vitalicio por el presidente de la República, Ciampi, y allí, en la Cámara alta, habría seguido gozando por tiempo indefinido de este semirretiro prestigioso reservado a los políticos eméritos de la República de no confluir en mayo de 2006 dos circunstancias que reclamaron su persona: la conclusión del mandato presidencial de Ciampi, que a sus 85 años no deseaba optar al segundo septenio que la Constitución le permitía, y la inversión de fuerzas en la Cámara de Diputados a raíz de la victoria en los comicios del 9 y el 10 de abril por mayoría absoluta (aunque, con el 49,8% de los votos, por menos de una décima de diferencia, situación chocante creada por el nuevo sistema electoral enteramente proporcional, hecho aprobar a toda prisa por Berlusconi en la creencia de que iba a beneficiarle a él) de La Unión, la nueva y más vasta alianza del centro-izquierda italiano, que reunía a la Federación del Olivo (a su vez, formada por los DS, La Margarita de Rutelli y el Movimiento Republicano Europeo), el PDCI, el PRC, la FV, los Populares-Unión de Demócratas por Europa (Udeur), la Italia de los Valores y la federación radical-socialista Rosa en el Puño.
El presidente y cabeza de lista del Olivo, Prodi, que se disponía a tomar las riendas del Consejo de Ministros una vez retractado Berlusconi de su pataleta poselectoral (denuncias de fraude carentes de fundamento) mediante la formalización de la dimisión el 2 de mayo, tenía a D’Alema como primer candidato para suceder a Ciampi, pero el presidente de los DS concitaba el rechazo visceral del jefe de Forza Italia, quien advirtió que haría valer la mayoría de que gozaba la Casa de las Libertades en el Senado para impedir su investidura, si bien el voto secreto favorecía el desentendimiento de la disciplina de grupo. La elección del presidente de la República, cargo completamente supeditado a la iniciativa política del Gobierno y el Parlamento, luego de carácter básicamente representativo y protocolario, competía a un colegio de 1.010 electores, entre diputados (630), senadores (322) y representantes de las regiones (58).
Entonces, el 7 de mayo, Prodi, previa aceptación del interesado, propuso la candidatura de Napolitano, quien levantaba menos suspicacias por su perfil ideológico más decolorado, su sobriedad y moderación en todos los aspectos, y su mejor identificación con el servicio de Estado por encima de las afinidades políticas. Su renuncia al acta de senador el 27 de abril ya había avisado al público de por dónde iban los tiros. Con todo, Napolitano no dejaba de ser un ex comunista, y su elección vendría a quebrar una especie de tabú de la República, por el que la Presidencia siempre había estado vedada a una personalidad salida de las filas del PCI. Los partidos del bloque de Berlusconi rehusaron plegarse a un consenso similar al que en 1999 había permitido a Ciampi ser investido en una sola votación y presentaron a su propio candidato, Gianni Letta (FI), subsecretario de la Presidencia del Gobierno saliente, con el argumento de que el empate técnico, en cuanto a votos, producido en las elecciones legislativas les daba derecho a batallar por poner a personas de su gusto en otros altos puestos institucionales fuera del Gobierno.
Para ser elegido presidente en las votaciones primera, segunda o tercera, Napolitano necesitaba una mayoría de dos tercios, esto es, 673 votos. Si los tres intentos resultaban infructuosos, cabía la posibilidad de acudir a una cuarta o a una quinta votación, donde la exigencia descendía a la mayoría absoluta. En la primera ronda disputada el 8 de mayo, como ya se sabía de antemano, el centro-izquierda votó mayoritariamente en blanco como manifestación de no beligerancia para intentar convencer al centro-derecha de que retirara a Letta, quien computó 369 papeletas, y respaldara a Napolitano, con el fin de que la clase política hiciera una demostración de unidad en un momento de bastante crispación y no poca incertidumbre tras el guirigay desatado por las ajustadísimas elecciones legislativas. Pero la Casa de las Libertades no se fiaba de que la opción de D’Alema, por el que de hecho votaron 27 anónimos electores, no fuera a ser oficializada en el caso de que tuviera que llegarse a la cuarta votación, si bien éso no sucedió. Curiosamente, el nombre de Napolitano apareció en 8 papeletas.
El 9 de mayo tuvieron lugar las votaciones segunda y tercera, con el estéril resultado de 724 y 770 papeletas en blanco, respectivamente. Esta vez depositaron sus votos sin rellenar también los electores del centro-derecha. Berlusconi insistía en que era una cuestión de principios impedir que un ex comunista llegara a la Presidencia de la República, por mucho prestigio que tuviera, y que la división igualitaria del voto nacional requería preservar la pluralidad partidista de las instituciones del Estado. La situación se desbloqueó el 10 de mayo, cuando Prodi instruyó a los suyos para que votaran por Napolitano, quien fue investido presidente con 543 votos (es decir, todos los de La Unión más tres de origen desconocido) frente a los 347 votos en blanco depositados por los leales a Berlusconi.
Había prisa por hacer los trámites institucionales necesarios para la instalación del Gobierno de Prodi, así que el 15 de mayo, tres días antes de la conclusión natural de su mandato, Ciampi dimitió con efecto inmediato y acto seguido Napolitano juró como undécimo presidente desde 1948, para luego tomar posesión del palacio del Quirinal. Entre medio, pronunció ante el Parlamento el preceptivo discurso inaugural, en el que se presentó como el presidente de "todos" los italianos, subrayó su vocación europeísta con una expresión de fe en el relanzamiento del proceso constituyente de la Unión Europea, defendió la laicidad del Estado en las relaciones con el Vaticano y lamentó el tradicionalmente escaso peso de las mujeres en la política nacional. Al día siguiente, 16 de mayo, el mandatario encomendó a Prodi la formación del nuevo Gobierno, el cual pudo iniciar su andadura una jornada más tarde.
Giorgio Napolitano, casado desde 1959 con la abogada Clio Maria Bittoni y padre de dos hijos, ha publicado un ramillete de ensayos sobre economía política, política nacional y política internacional: Movimento operaio e industria di Stato (1962), Intervista sul PCI (1975, en coautoría con Eric Hobsbawm), In mezzo al guado (1979), Oltre i vecchi confini: il futuro della sinistra e l'Europa (1988), Al di là del guado: la scelta riformista (1990), Europa e America dopo l'89: il crollo del comunismo, i problemi della sinistra (1992), Dove va la Repubblica: 1992-94, una transizione incompiuta (1994) y Europa politica (2002). Su libro más reciente, aparecido en 2005, es una autobiografía política, Dal PCI al socialismo europeo.
Con ocasión de su elección presidencial en 2006, Napolitano, a través de sus portavoces, desmintió el persistente rumor de que su mano se esconde tras el pseudónimo de Tommaso Pignatelli, autor de tres obras de poética escritas en idioma italiano y en dialecto napolitano, la primera de las cuales, Amarosùd, apareció en las librerías en 1993 y la última, Palluttìa l'abbecedàrio (Rotola il sillabario), en 2003. El equipo del presidente recordó que en 1997 Napolitano ya había negado el menor crédito a esta "leyenda periodística". Claro que en la primera página del segundo libro del misterioso autor, Pe' copià 'o chiarfo. Testo italiano a fronte, en la edición publicada en Roma en 1994 por AIDE, se proclama que "Tommaso Pignatelli es el pseudónimo de una de las figuras más eminentes del Parlamento italiano".
(Cobertura informativa hasta 20/5/2006)