Bernard Kouchner

El célebre cofundador de las ONG Médicos sin Fronteras y Médicos del Mundo, padre del concepto del derecho de injerencia en los asuntos internos de los estados por imperativo humanitario, fue nombrado en mayo de 2007 ministro de Exteriores de Francia por el recién inaugurado presidente de la República, Nicolas Sarkozy, que reparó en él, pese a su vínculo con el Partido Socialista, para ilustrar sus promesas de un nuevo gobierno no sectario y fundado en las capacidades personales. En la intensa trayectoria de este médico comprometido se conjugan el activismo humanitario, la gestión ministerial, la función pública internacional y un gran número de posicionamientos personales, no pocas veces polémicos, movidos por el deseo de socorrer y aliviar a las víctimas civiles de guerras y represiones.

(Texto actualizado hasta junio 2007)

1. Una vida consagrada al activismo humanitario
2. Experiencia en la política gubernamental de la mano del PS
3. Del Parlamento Europeo a la administración de Kosovo
4. Ministro de Exteriores de Francia por iniciativa del presidente Sarkozy


1. Una vida consagrada al activismo humanitario

De padre judío y madre protestante, tras completar la enseñanza escolar siguió los pasos de su progenitor, médico de profesión, y emprendió la carrera de Medicina en la Universidad de París, para luego decantarse por la especialidad de Gastroenterología. Su primera militancia política discurrió en el Partido Comunista Francés (PCF) y en la Unión de Estudiantes Comunistas (UEC), donde conoció a izquierdistas revolucionarios como Régis Debray y de cuyo buró nacional llegó a ser miembro en 1964. Aquel año formó parte de una comitiva de la UEC que viajó a Cuba; el joven, inasequible a la timidez, se las arregló para conocer en persona al Che Guevara y a Fidel Castro, a los que entrevistó y con los que se hizo fotografiar. En 1966 publicó la revista mensual L'Evènement en asociación con el veterano periodista, ex ministro y antiguo político comunista Emmanuel d'Astier de La Vigerie, al que secundó en la decisión de abandonar un PCF que se negaba a revisar su ortodoxia prosoviética.

Durante el Mayo de 1968 Kouchner fue uno de los animadores del comité de huelga de la Facultad de Medicina. Aquel mismo año, en septiembre, en plena resaca de la fallida revolución estudiantil, con 28 años y con el certificado de estudios especiales en gastroenterología bajo el brazo, emprendió un viaje al extranjero que iba a marcar profundamente su experiencia vital y prologar su trayectoria como activista humanitario. Marchó a Nigeria, como miembro del contingente de voluntarios franceses que se puso al servicio del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Biafra, la región secesionista del sudeste del país africano que desde 1967 sostenía una mortífera guerra con el Gobierno central de Lagos, entonces en manos de una junta militar. Cabe recordar que en esta lucha terrible el Gobierno secesionista del general C. O. Ojukwu contó con la asistencia material de Francia, así como de China, Sudáfrica y Rhodesia, mientras que el Gobierno nigeriano tuvo de su parte al Reino Unido, la URSS y Estados Unidos.

Hasta que acabó el conflicto, en enero de 1970, con la derrota de los biafreños y con un balance de más de un millón de muertos, la mayoría civiles y muchos de ellos niños víctimas de la inanición, el médico galo realizó su trabajo en unas condiciones en extremo dramáticas y fue testigo de la desidia de agencias y organismos a la hora de vencer las trabas burocráticas y políticas que frenaban la ayuda a las víctimas, inoperancia que en buena parte derivaba del principio, entonces cardinal en el derecho internacional, de la no implicación de los estados y organizaciones como la ONU en los conflictos internos de terceros países salvo si su asistencia era expresamente reclamada por el gobierno en cuestión. También presenció, sin que pudiera hacer nada, cómo los soldados del Ejército nigeriano perpetraban con total impunidad crímenes contra población biafreña indefensa, no respetando siquiera a los pacientes atendidos en los hospitales de la Cruz Roja, a la que el Gobierno del general Yakubu Gowon prohibió en 1969 coordinar el reparto de la ayuda humanitaria.

Kouchner regresó a Francia vertiendo duras críticas al Gobierno nigeriano pero también a la actitud contentiva y declaradamente neutral del CICR, a la que acusó de ser un cómplice pasivo de las atrocidades cometidas en Biafra contra los civiles de la etnia ibo, que para él tenían dimensiones de genocidio. Con este testimonio, Kouchner quebrantó el compromiso firmado ante la CICR antes de ir a Nigeria de ser imparcial y de no involucrarse en las controversias locales, pero, para él, esa obligación, a la luz de los hechos presenciados, era éticamente insostenible. A lo largo de 1970 desarrolló labores en Perú, Pakistán Oriental (la actual Bangladesh) y Jordania, asistiendo a las víctimas respectivamente del terremoto, el ciclón y la guerra civil jordano-palestina.

Las lecciones aprendidas en la atroz guerra de Biafra le llevaron, junto con otros médicos y trabajadores sanitarios que habían servido con él en Biafra, a considerar la creación de una organización no gubernamental especializada en el auxilio humanitario a víctimas de conflictos armados y comprometida a operar de manera tan autónoma como le fuera posible, ignorando los condicionantes políticos, religiosos o raciales del país o región donde actuase. Así, Kouchner puso en marcha el Grupo de Intervención Médica y Quirúrgica de Urgencia (GIMCU), que al fusionarse con el Socorro Médico Francés (SMF), asociación fundada por Raymond Borel, editor de la revista médica Tonus, dio lugar, el 20 de diciembre de 1971, a Médicos sin Fronteras (Médecins sans frontières, MSF). Entre los 13 fundadores de esta ONG –hoy, en su Carta, MSF se describe a sí misma como asociación internacional privada- especializada en la prestación de servicios médicos y sanitarios a poblaciones afectadas por situaciones de crisis estaban, además de Kouchner y Borel, los doctores Xavier Emmanuelli, Max Récamier y Jacques Bérès.

Bajo el liderazgo colectivo de estos cinco hombres –Kouchner ocupó la presidencia anual en 1976-1977-, MSF desarrolló operaciones de asistencia médica de urgencia en áreas golpeadas por guerras, desastres naturales, epidemias y hambrunas, siendo sus escenarios de actuación más destacados Nicaragua en 1972 (a raíz del terremoto que arrasó Managua), Honduras en 1974 (tras el paso del huracán Fifí), Camboya y Tailandia desde 1975 (a partir de la crisis de los refugiados camboyanos que huían del terror político de los Jmeres Rojos) y Líbano desde 1976 (con el estallido de la guerra civil). Espíritu inquieto, Kouchner participaba en las misiones de MSF in situ, coordinando los dispositivos de ayuda y curando a heridos con su instrumental médico. En 1974 y 1976 realizó sus primeras visitas al Kurdistán irakí y a Líbano, y a principios de 1975 estuvo en Saigón poco antes de la toma de la capital sudvietnamita por el Ejército de Vietnam del Norte.

En 1977, la elección como presidente de Claude Malhuret, un antiguo empleado de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y afiliado socialista que luego haría carrera política en las filas del centro-derecha no gaullista, marcó el inicio de una etapa de desencuentros entre Kouchner, muy interesado en la dimensión mediática de la ONG y en los aspectos militantes de la causa, y otros compañeros de la por el momento única sección operativa basada en un país, la francesa, quienes sostenían que el testimonio activo, documentándolo y divulgándolo, del sufrimiento de las víctimas, llegando a la denuncia abierta de los gobiernos implicados si era preciso, generaba complicaciones políticas que, lejos de ayudar, perjudicaba a las poblaciones objeto de asistencia. Para Malhuret, lo fundamental era expandir los medios y capacidades de MSF, profesionalizar su organización y reducir la dependencia financiera de los fondos públicos mediante una enérgica campaña de captación de donaciones particulares. Kouchner temía que la dotación a MSF de un aparato administrativo fuerte, con sus implicaciones burocráticas y técnicas, convirtiera a la ONG en una versión reducida de la Cruz Roja, cuyo concepto de la asistencia médica, desde la experiencia de Biafra, consideraba desfasado.

El cisma se planteó en 1979, cuando Kouchner intentó que MSF participara, junto con otros activistas con voz propia en la opinión pública francea, en el flete de un barco hospital, el Île de Lumière, con la misión de auxiliar a los refugiados políticos que huían del régimen comunista de Vietnam subidos en precarias embarcaciones por el mar de la China Meridional, para ellos la única y muy arriesgada vía de escape, en dirección a Malasia, Indonesia, Tailandia, Filipinas o Hong Kong, y de paso documentar las violaciones de los Derechos Humanos perpetradas por las autoridades vietnamitas, que serían debidamente indagadas por un equipo de periodistas idos a bordo. Kouchner montó por su cuenta el comité Un barco para Vietnam ( Un bateau pour le Vietnam), al que atrajo a intelectuales de la talla de Jean-Paul Sartre, Raymond Aron, André Glucksmann, Michel Foucault y Bernard Henri-Lévy, pero fue enérgicamente reconvenido por Malhuret y Emmanuelli, que le acusaron de montar un espectáculo mediático y de incitar a más boat people vietnamitas o camboyanos a echarse al mar, donde eran víctimas fáciles de los naufragios o de los piratas.

El Île de Lumière zarpó hacia las islas Anambas, entre Borneo y Malaya, donde cumplió con el cometido que sus promotores se habían propuesto, pero la asamblea de MSF, en votación interna, se adhirió a las tesis de Malhuret. Enfadado, Kouchner dio portazo a la ONG que había fundado y en marzo de 1980, con la participación de otros 14 facultativos franceses, algunos procedentes también de MSF, puso en marcha una nueva asociación, Médicos del Mundo (Médecins du Monde, MDM), que retomó el espíritu original concebido por Kouchner para MSF : un voluntariado humanitario militante, que tomaba partido por las víctimas civiles de los conflictos armados y que renunciaba a la neutralidad en términos políticos si de ésta se esperaba una actitud silente frente a violaciones masivas de los Derechos Humanos.

Kouchner, que de cuando en cuando ejercía su profesión en el área de Gastroenterología del Hospital Cochin de París y que en enero de 1980 suscribió, junto con algunos de los más grandes representantes de la cultura francesa, un documento llamando a boicotear los Juegos Olímpicos de Moscú por la invasión soviética de Afganistán, lideró MDM en la década de los ochenta, como presidente del Consejo de Administración y, desde 1984, como presidente honorífico, conservando siempre una indiscutida autoridad interna. Fueron años en los que la ONG demostró su valía socorriendo a las víctimas de los numerosos conflictos regionales fogueados por la Guerra Fría, como los de Afganistán, El Salvador, Chad, Camboya, Etiopía y Mozambique. En 1986 MDM volvió su mirada a los problemas domésticos y puso en marcha la denominada Misión Francia, centrada en la prevención de enfermedades de transmisión intravenosa, típicamente mediante la inyección de drogas, y que incluyó la apertura en París de un centro de testeo gratuito y confidencial del virus del sida, al que siguió una treintena de puestos en toda Francia.

En 1987 Kouchner cautivó la atención del público, y abrió un debate intelectual y jurídico que superó con mucho las fronteras de Francia, al manifestar que el principio de la no injerencia en los asuntos internos de los estados ya no era defendible y que la comunidad internacional debía intervenir, por la fuerza de ser preciso, en aquellos países donde la población civil sufriera graves violaciones de los Derechos Humanos. La formulación fue expuesta en el libro Le devoir d'ingérence: peut-on les laisser mourir?, que escribió junto con Mario Bettati, profesor de Derecho Internacional Público en la Universidad de París, y cuyo título recogía una expresión ya acuñada en 1979 por el filósofo Jean-François Revel en un artículo publicado en la revista L’Express a propósito de las dictaduras africanas de Idí Amín Dadá y Jean-Bedel Bokassa.

Para el artífice de dos de las ONG humanitarias más conocidas del mundo, el deber de injerirse en situaciones urgentes y desesperadas era una obligación moral de los estados que inauguraba una nueva doctrina humanitaria y una figura que debía tener una traducción jurídica en el derecho internacional. Para Kouchner, había llegado la hora de clausurar "la teoría arcaica de la soberanía de los estados, sacralizada en la protección de matanzas".


2. Experiencia en la política gubernamental de la mano del PS

Sus vínculos con el Partido Socialista francés (PS), del que no era sin embargo miembro, y el prestigio adquirido dentro y fuera de Francia facilitaron el aterrizaje de Kouchner en la arena política en mayo de 1988, momento en que dijo adiós a ocho años de compromiso casi exclusivo con MDM. La invitación procedió de Michel Rocard, el nuevo primer ministro del PS, que le incluyó en el Gobierno como secretario de Estado responsable de la Inserción Social y adjunto al Ministerio de Asuntos Sociales, dirigido por Michel Delebarre. Poco después, en las elecciones legislativas de junio, probó fortuna en las listas socialistas como candidato al escaño de diputado por Saint-Amand-les-Eaux, comuna de la región de Norte-Paso de Calais, pero fue batido por el comunista Alain Bocquet.

Este fracaso no tuvo ninguna incidencia en su posición en el Gobierno, donde Rocard le movió a su gabinete institucional en calidad de secretario de Estado para la Acción Humanitaria, una oficina que parecía hecha específicamente para él. Tres años después, el 17 de mayo de 1991, la nueva primera ministra, Edith Cresson, le confirmó en sus funciones, con la diferencia de que pasó a desarrollarlas en el Quai d’Orsay, poniéndose a las órdenes del ministro de Exteriores, Roland Dumas. El 2 de abril de 1992, por último, Pierre Bérégovoy le nombró ministro de Sanidad y Acción Humanitaria, pasando a sentarse en el Consejo de Ministros.

En estos cinco años, Kouchner adquirió mucha notoriedad por su dinamismo gubernamental, conservando intacta la intrepidez viajera del activista humanitario, y por sus tomas de postura y declaraciones en relación con todos y cada uno de los focos de tensión y crisis sucedidos en este período en distintas partes del mundo, enarbolando siempre la bandera del deber de injerencia devenido derecho. Con las posibilidades de solvencia que facilitaba su autoridad política, aunque no siempre conseguía socorrer a las víctimas, capitaneó la ayuda humanitaria enviada por Francia a la Armenia soviética sacudida por el terremoto de diciembre de 1988, al Beirut devastado por los duelos artilleros entre sirios y cristianos en 1989, y a la Etiopía sumida en el caos tras el derrocamiento del régimen marxista de Mengistu Haile Mariam en mayo de 1991.

Pero fueron otros tres escenarios, el Kurdistán irakí, Somalia y la ex Yugoslavia, donde Kouchner más puso a prueba sus tesis intervencionistas, que influenciaron la visión internacional del presidente François Mitterrand, y donde suscitó reacciones de abierta controversia. En un logro que le colmó de satisfacción, el derecho de injerencia fue ejercido por vez primera por la comunidad internacional en el Kurdistán irakí en abril de 1991, a rebufo de la capitulación del Ejército irakí en la guerra del Golfo, cuando tropas occidentales, con el aval de la histórica resolución 688 aprobada por el Consejo de Seguridad, se desplegaron en la región norteña para levantar campos de acogida y protección de las decenas de miles de civiles kurdos que huían de la venganza represiva de Saddam Hussein.

Las tropas aliadas, 10.000 soldados estadounidenses y contingentes menores de británicos, franceses, holandeses, italianos, españoles y canadienses, crearon una zona de seguridad que entrañó la exclusión de todo vuelo irakí al norte del paralelo 36. La aviación gala participó asimismo en el puente aéreo que hizo llegar la ayuda humanitaria a los refugiados desperdigados por las montañas. Kouchner se personó en la frontera turco-irakí el día 4, en la víspera del pronunciamiento de la ONU, para evaluar los riesgos de la misión en ciernes. Un año más tarde, en julio de 1992, regresó al Kurdistán acompañando a la esposa del presidente, Danielle Mitterrand; mientras circulaban por la carretera de Halabja, su convoy fue objeto de un ataque terrorista con una furgoneta bomba que causó varios muertos y heridos, saliendo ellos ilesos del atentado.

La denominada Operación Provide Comfort marcó la pauta para la siguiente intervención multinacional, la Operación Restore Hope, en una Somalia diezmada por la guerra civil y el hambre, en diciembre del mismo año. Esta vez, Kouchner voló a Mogadiscio y, anticipándose en unos días al desembarco de los marines estadounidenses y de los 2.100 soldados franceses despachados por orden de Mitterrand con la oposición del titular de Defensa, Pierre Joxe, y el escepticismo de otros ministros y dirigentes socialistas, se enfundó el traje de faena y participó en la distribución del socorro humanitario.

Unas imágenes de televisión en las que aparecía acarreando un saco de arroz en la playa de Mogadiscio, rodeado de somalíes sonrientes y de reporteros apuntándole con sus cámaras, concitaron duras críticas en Francia, donde se elevaron voces contra el "show internacional" y el "circo caritativo" de una intervención humanitaria rodeada de un gran aparato militar y mediático. A Kouchner, que a fin de cuentas era ministro del gobierno de una potencia, le reprocharon su aparente fascinación por las puestas en escena con sabor teatral y propagandístico. El entonces presidente de MSF, Rony Brauman, llegó a describir la actuación somalí de su predecesor al frente de la ONG de "indecente".

Fue en las guerras de Croacia y Bosnia-Herzegovina donde sus demandas de intervención humanitaria con soporte militar cayeron en saco roto. El ministro se desplazó repetidamente a las zonas golpeadas por los combates, se entrevistó con las autoridades de cada bando, visitó los campos de concentración de Bosnia, concertó intercambios de prisioneros y denunció hasta desgañitarse los horrores de la limpieza étnica, que atribuyó tanto a los serbios como a los croatas y los bosniomusulmanes, aunque imputó a los primeros las peores atrocidades. En junio de 1992, en un movimiento efectista que encerraba un gesto de solidaridad con la población sitiada por el Ejército serbobosnio, rompió por vía aérea el cerco de Sarajevo junto con el presidente Mitterrand, en un viaje considerado de alto riesgo. En noviembre lamentó que la comunidad internacional careciera del "coraje" necesario para "ir a la guerra", y en enero de 1993, en un alineamiento político inequívoco, reclamó a la ONU que levantara el embargo internacional de armas para permitir al Gobierno legítimo de Sarajevo y a la población musulmana defenderse adecuadamente de los ataques de los serbios.

Las acusaciones de arrogancia, egocentrismo, exceso de ambición y aventurerismo rayano en una búsqueda malsana del peligro y la gloria eran contrarrestadas por las expresiones de simpatía y apoyo de quienes le veían como un idealista empeñado en sacudir la indiferencia de un mundo cínico. De hecho, las encuestas le situaban entre las personalidades francesas con mayor proyección pública y como el miembro del Ejecutivo, sin exceptuar al presidente Mitterrand, mejor valorado por los ciudadanos. Sus estallidos de vehemencia también los suscitaban cuestiones puramente domésticas: en noviembre de 1992 arremetió contra sus predecesores en el Ministerio de Sanidad, a los que llamó "ignorantes e irresponsables" por haber permitido la exportación durante años de plasma sanguíneo para transfusiones que resultó estar contaminado con el virus del sida, error que levantó un gran escándalo político. A continuación, presentó un proyecto de ley que imponía escrupulosos controles a los procedimientos de donación y utilización de sangre en Francia.


3. Del Parlamento Europeo a la administración de Kosovo

Las elecciones legislativas de marzo de 1993 mandaron al PS a la oposición y Kouchner se despidió del Gobierno el 29 de ese mes. Retomó al punto el activismo asociativo, poniendo en marcha la Fundación para la Acción Humanitaria y luego la sociedad caritativa Reunir, el diálogo en acción. Pero el gusanillo de la política había medrado en él, tal que dirigió su mirada al Parlamento Europeo, para el que fue elegido en junio de 1994 en de la lista socialista encabezada por su amigo Rocard. Para Kouchner, la lista del PS era un mero vehículo: él seguía considerándose políticamente independiente, y de hecho reveló haber votado por la lista del Movimiento de los Radicales de Izquierda (MRG), que lideró Bernard Tapie y que obtuvo unos resultados casi iguales a los de los socialistas. Esta simpatía por los radicales se tradujo, en 1995, en el ingreso formal en la formación, luego llamada sucesivamente Partido Radical Socialista (PRS) y Partido Radical de la Izquierda (PRG), donde fue nombrado portavoz y vicepresidente.

En sus tres años en el hemiciclo de Estrasburgo, el médico francés presidió la comisión parlamentaria de Desarrollo y Cooperación. En octubre de 1996, ocho años después de la primera, hizo otra tentativa de hacerse con el escaño en la Asamblea Nacional francesa, esta vez como candidato del PRS y en una elección parcial en la comuna de Gardanne, en el departamento provenzal de Bocas del Ródano, pero fue derrotado, de nuevo, por un adversario comunista. En las generales del 1 de junio de 1997 el PS y sus aliados de la izquierda reconquistaron la mayoría y el líder socialista y nuevo primer ministro, Lionel Jospin, no se olvidó de ficharle para su Gobierno de la gauche plurielle, que además del PS integraban el PCF, el PRS, los Verdes y el Movimiento de los Ciudadanos (MDC) de Jean-Pierre Chevènement, donde le ofreció el departamento que mejor conocía: el de salud pública. Tras renunciar a su acta de eurodiputado, el 4 de junio asumió la Secretaría de Estado para la Sanidad dentro del Ministerio de Empleo y Solidaridad, que tenía como titular a Martine Aubry. Kouchner parecía encontrarse a gusto en la familia socialista, ya que el 6 de octubre de 1998, por vez primera, se convirtió en afiliado del PS.

El 2 de julio de 1999 el secretario general de la ONU, Kofi Annan, luego de realizar las pertinentes consultas con el Gobierno francés y con el interesado, y en virtud de la resolución 1.244 aprobada por el Consejo de Seguridad el 10 de junio anterior, nombró a Kouchner su representante especial y jefe de la Misión de Naciones Unidas en Kosovo (UNMIK), cometido en el que tomaba el relevo al brasileño Sérgio Vieira de Mello, quien lo había desempeñado de manera interina durante un mes. El 15 julio el Doctor Francés, como era conocido por doquier, asumió su oficina en Prístina, con la provincia de mayoría albanesa ya ocupada por las tropas internacionales bajo el mando de la OTAN y convertida en un protectorado de la ONU de hecho, aunque jurídicamente continuaba perteneciendo a Serbia.

Como máximo responsable de la administración civil de Kosovo y, desde el 1 de febrero de 2002, presidente del Consejo Administrativo Interino –órgano de gobierno conjunto formado por la UNMIK y los representantes de los partidos albaneses-, Kouchner acometió la misión, harto complicada, de coordinar e impulsar los trabajos encaminados a asentar los denominados cuatro pilares civiles de la jurisdicción kosovar, a saber, la asistencia humanitaria, la administración, la justicia y el orden público, el establecimiento de instituciones democráticas y la reconstrucción económica, de los que fueron responsables respectivamente el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), la propia UNMIK, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y la Unión Europea. Aparte, estaba el pilar relacionado con la paz, la seguridad y el desarme de la guerrilla albanokosovar, del que respondía la OTAN. Una empresa de estas características exigía abundantes dosis de paciencia con los procedimientos burocráticos y los imprescindibles cabildeos políticos; aunque Kouchner fue alabado por su actitud hacendosa y resolutiva, también fue criticado por ciertas salidas de tono impulsivas y por su tendencia a ignorar los consejos que se le daban.

El 15 de enero de 2001 Kouchner terminó su mandato en Prístina, donde fue sucedido por el danés Hans Hækkerup, y el 6 de febrero se reincorporó al Gobierno Jospin como ministro delegado de la Sanidad, situándose bajo la autoridad de la entonces ministra de Empleo y Solidaridad, Élisabeth Guigou. Ese mismo año fue elegido presidente del Consejo de Administración del Programa Esther (Grupo para una Solidaridad Terapéutica Hospitalaria en Red). Con el regreso al poder de la alianza de partidos del centro y la derecha el 7 de mayo de 2002, Kouchner abrió otro intermedio político que le permitió concentrarse en la actividad académica, siendo contratado como profesor titular para su cátedra de Salud y Desarrollo por el Conservatorio Nacional de Artes y Oficios (CNAM) y como profesor visitante por la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard. Por otro lado, en noviembre de 2003, se integró en el comité de orientación científica de un club de reflexión activado por Rocard y el barón socialista Dominique Strauss-Kahn, À gauche, en Europe. Unos meses después inauguró un bufete de consultoría internacional que llevaba su nombre reducido a sigla, BK.

No por estar fuera de las palestras institucionales dejó de elevar Kouchner su voz contundente y a ratos polémica sobre aspectos candentes de la actualidad internacional. 2003 fue un año rico en pronunciamientos, con su propuesta de instaurar un seguro médico universal para todos los habitantes del planeta, que formuló en la IX edición del Foro Económico Internacional de las Américas organizado por la Conferencia de Montreal, y con su apoyo a una movilización internacional para derrocar la dictadura de Saddam Hussein, al que calificó de "la peor arma de destrucción masiva de Irak" y que colocó a la altura sanguinaria de Hitler y Stalin. En febrero de 2003, en vísperas de la invasión anglo-estadounidense, el ex ministro publicó en el diario Le Monde un artículo de opinión pretendidamente ecuánime titulado Ni la guerre ni Saddam y que también aparecía firmado por Antoine Veil.

Marcando el contrapunto con el sentir mayoritario de la política y la sociedad galas, Kouchner censuró la postura diplomática del presidente Jacques Chirac y el ministro de Exteriores Dominique de Villepin, de oposición frontal a la intervención militar masiva en Irak a menos que el Consejo de Seguridad de la ONU la autorizara expresamente, porque, en su opinión, sólo servía para envalentonar a una dictadura baazista resuelta a atrincherarse. Sin embargo, él tampoco se sentía cómodo frente a las tesis de Estados Unidos, que apenas invocaba el imperativo humanitario y cargaba todas las tintas en las armas de destrucción masiva que supuestamente escondía Saddam y en los lazos que supuestamente tenía con el terrorismo de Al Qaeda, los cuales resultaron ser inexistentes. El posterior desarrollo de la desastrosa posguerra irakí, con su explosión de violencia y atrocidades, decepcionó al padre del concepto de injerencia humanitaria.

Por otro lado, Kouchner, por medio de su consultora BK Conseil, aceptó un contrato de la compañía petrolera francesa Total para elaborar un informe sobre las actividades de la empresa en Myanmar, que venía siendo denunciadas por organizaciones de Derechos Humanos como encubridora y cómplice de los abusos cometidos por la junta militar gobernante. Kouchner, tras inspeccionar las instalaciones de Total en el país asiático en el curso de una corta visita en marzo de 2003, publicó en septiembre un documento de 19 páginas en el que desvinculaba a la compañía de cualquier práctica censurable y en particular la defendía de las acusaciones de beneficiarse con la movilización por el Gobierno birmano de mano de obra esclava para la construcción del oleoducto de Yadana.

Las conclusiones del prestigioso médico francés, más cuando había cobrado por redactarlas, y tratándose de la persona que en 1998 había escrito el prefacio del libro de denuncia Dossier noir Birmanie, obra de Alan Clements, levantaron reacciones de estupor y malestar en los grupos humanitarios y en la oposición política a la junta militar. Para la líder opositora, prisionera de conciencia y premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, Total se había convertido en "el principal valedor" de los denostados generales birmanos. El caso fue que la petrolera se apresuró a esgrimir el informe como material defensivo en sus pleitos con las víctimas de la dictadura birmana, dejando a su autor en una situación un tanto embarazosa.


4. Ministro de Exteriores de Francia por iniciativa del presidente Sarkozy

En 2005 Kouchner fue una de las personalidades internacionales que se postuló para encabezar el ACNUR, luego de tener que abandonar la oficina el holandés Ruud Lubbers, salpicado por un escándalo de acoso sexual, pero Annan se decantó por el ex primer ministro portugués António Guterres. Al año siguiente lanzó su candidatura a otro alto cargo en la función pública internacional que en apariencia le venía como anillo al dedo –siempre que hubiese superado su proverbial aversión a la burocracia-, el de director general de la OMS, donde había que reemplazar al fallecido Lee Jong Wook, pero tampoco en esta ocasión le valió su sobresaliente bagaje en el terreno humanitario y su formación médica: el Consejo Ejecutivo de la organización escogió a la hongkongesa Margaret Chan.

En diciembre de 2006, un poco a modo de resarcimiento, la UE nombró a Kouchner su representante en el Grupo Internacional Independiente de Expertos Eminentes (GIIEE) encargado de supervisar la investigación por una comisión de la Presidencia de Sri Lanka de las violaciones de los Derechos Humanos cometidas en este país desde el acuerdo de alto el fuego, ya papel mojado en aquel momento, firmado por el Gobierno y la guerrilla tamil en 2002.

Para entonces, sin embargo, la política doméstica, con las elecciones presidenciales de 2007 en el horizonte cercano, estaba captando su atención preferencial. Ya en el mes de marzo había inaugurado en Internet el portal La Fabrique démocratique, concebido como un "laboratorio de ideas" de cara a las elecciones primarias del PS. Según Kouchner, el futuro Ejecutivo de Francia debería revisar la gratuidad de la enseñanza superior, abrir un debate sobre la legalización de la eutanasia –práctica que él había realizado en su modalidad pasiva durante las guerras de Líbano y Vietnam, según reconoció en 2001-, establecer el voto obligatorio y recortar las dimensiones de la función pública, entre otros cambios.

A últimos de año declaró a Radio Francia su disposición a formar parte de "cualquier gobierno de unidad nacional", al tiempo que reafirmaba su filiación al PS. En febrero de 2007 se enganchó al equipo de campaña de la candidata socialista, Ségolène Royal, y a mediados de abril secundó el llamamiento hecho por Rocard a establecer antes de la primera vuelta un pacto con el candidato centrista de la UDF, François Bayrou, para cerrarle el paso en la segunda vuelta al pretendiente de la gobernante Unión por un Movimiento Popular (UMP), Nicolas Sarkozy, que encabezaba las encuestas.

Durante la campaña electoral Kouchner criticó abiertamente al líder derechista, pero después de batir éste a Royal el 6 de mayo y proclamarse presidente de la República las cosas iban a dar un sorprendente giro. El 16 de mayo Sarkozy tomaba posesión del Palacio de Elíseo y al día siguiente nombraba a su correligionario François Fillon primer ministro de un Gobierno de coalición centroderechista pero dominado por la UMP en el que, en aras de la transformación "radical" de los usos, costumbres y formas de hacer política en Francia, de la que tanto había hablado Sarkozy en la campaña, se dio ingreso a personalidades ajenas a la plataforma oficialista y a deudos del PS. Así, el 18 de mayo, Kouchner entró por la puerta grande como titular de la cartera de Asuntos Exteriores.

La jugada de Sarkozy cogió desprevenido al PS, que se apresuró a rescindir la membresía de Kouchner, tal como anunció su primer secretario, François Hollande. El interesado se sintió obligado a dar explicaciones en un artículo que fue publicado por Le Monde el 20 de mayo. Al tiempo que se proclamaba "militante de una izquierda abierta, audaz, moderna, en una palabra, socialdemócrata", y manifestaba su lealtad a sus "compromisos socialistas", Kouchner justificó su presencia en un gobierno integrado por personas que no compartían su ideología porque "la política exterior de nuestro país no es de derechas ni de izquierdas (…) defiende los intereses de Francia en un mundo que se reinventa a sí mismo cada día".

Los observadores manifestaron sus dudas sobre cómo iba a funcionar el tándem Sarkozy-Kouchner en política exterior, ámbito donde siempre prevalecen las directrices del presidente de la república y que, salvo ocasiones excepcionales –como la actuación de Villepin en la ONU en 2003- no da cancha al estrellato y el lucimiento del jefe diplomático. Por un lado, el conocido proatlantismo de Kouchner iba sin duda a facilitar el acercamiento a Estados Unidos que Sarkozy preparaba, y sus recientes críticas a los abusos sudaneses en Darfur y rusos en Chechenia, amén de su pasada trayectoria en las ONG y el Gobierno, casaban muy bien con la defensa activa de los Derechos Humanos preconizada por el flamante presidente. La sintonía era también grande en el terreno de la protección medioambiental y la lucha contra el calentamiento global. En política europea, Kouchner estaba de acuerdo en que había que negociar un nuevo tratado, alternativo al fallido tratado constitucional, reducido y centrado en la reforma de las instituciones. Sin embargo, era partidario del ingreso de Turquía en la UE como miembro de pleno derecho, algo a lo que se oponía Sarkozy.

Bernard Kouchner estuvo casado en primeras nupcias con la profesora de Derecho Évelyne Pisier, con la que tuvo tres hijos. Tras divorciarse, contrajo matrimonio con Christine Ockrent, periodista de origen belga que hasta el día de hoy ha gozado de un gran prestigio en la televisión francesa. La pareja tuvo un niño.

Prolífico ensayista y articulista, además de Le Devoir d'ingérence el ministro de exteriores francés ha escrito los siguientes libros (no se incluyen los títulos ajenos, algunos de temática médica, para los que compuso el prefacio): La France sauvage (en coautoría con Michel-Antoine Burnier, 1970); Les Voraces. Tragédie à l'Élysée (en coautoría con Frédéric de Bon y M.-A. Burnier, 1971); L'île de lumière (1980); Charité business (1986); Les nouvelles solidarités (1989); Des maladies du travail (1990); Le malheur des autres (1991); Dieu et les hommes (con M.-A. Burnier y el abate Pierre, 1993); Les Mots croisés de maître Capelo (de los mismos tres autores, 1994); Ce que je crois (1995); Vingt idées pour l'an 2000 (1995); La dictature médicale (con Patrick Rambaud, 1996); L'affolante histoire de la vache folle (obra colectiva de cinco autores, 1996); Le goût du risque (con Emma Bonino, 1998); Témoignages et combats pour les droits de l'homme (cinco autores, bajo la coordinación de Lauriane Vallet, 2000); Le premier qui dit la vérité… (entrevistas con Eric Favereau, 2002); Les Guerriers de la paix: Du Kosovo à l'Irak (2004); Quand tu seras président… (con Daniel Cohn-Bendit, 2004); La fabrique démocratique. 50 idées pour changer la France (2006); y, Deux ou trois choses que je sais de nous (2006). Tiene en su haber varios premios internacionales en reconocimiento a su labor humanitaria.

(Cobertura informativa hasta 1/6/2007)