Simeon Sakskoburggotski
Primer ministro (2001-2005) y rey (1943-1946)
La figura histórica de Simeón de Sajonia-Coburgo y Gotha acumula varias singularidades. Niño-rey destronado por los comunistas en 1946, que sin embargo nunca abdicó ni renunció al tratamiento regio y a sus derechos dinásticos, Simeón de Bulgaria se pasó más de medio siglo de su vida exiliado en España antes de regresar a su país como dirigente político leal con la democracia y el sistema republicano. En 2001, en un tiempo récord, fundó un movimiento liberal-conservador que portaba su nombre, el NDSV, y acto seguido ganó unas elecciones que le convirtieron en primer ministro de Bulgaria. Su Gobierno culminó el doble proceso de integración euro-atlántica y obtuvo éxitos macroeconómicos, pero el incumplimiento de la promesa populista de elevar el nivel de vida de la población en un plazo de 800 días fue castigado por los electores en los comicios de 2005. Aunque apeado como primer ministro, mantuvo al NDSV en el Gobierno como socio de coalición del Partido Socialista.
(Texto actualizado hasta julio 2007)
1. La peripecia vital de un monarca aupado y expulsado del trono en edad infantil
2. Presentación de un proyecto político para dirigir el Gobierno de Bulgaria
3. Triunfo en las elecciones de 2001 y elección como primer ministro
4. Los problemas del cuatrienio en el poder: conflicto en el NDSV y decepción social
5. Un plantel de logros internacionales y económicos sin dividendos electorales
6. Derrota en los comicios de 2005 y acuerdo de coalición con los socialistas
1. La peripecia vital de un monarca aupado y expulsado del trono en edad infantil
El estadista es el segundo hijo del rey, o zar –que tal era entonces el título oficial-, Boris III de Bulgaria (1894-1943), cabeza de la dinastía de origen alemán Sajonia-Coburgo y Gotha, y de la reina Ioanna (1907-2000), quien era hija del rey de Italia Víctor Manuel III, de la casa de Saboya. La primogénita de la real pareja es la princesa María Luisa, nacida en enero de 1933 y cuatro años mayor que su hermano. Príncipe de Tirnovo, esto es, príncipe heredero, desde el momento de nacer, Simeón creció y recibió su primera educación en el palacio real de Vrana, cercano a Sofía. La compleja situación política en Bulgaria, arrastrada inexorablemente a la vorágine de la Segunda Guerra Mundial, convirtió a Simeón en el protagonista de unos hechos dramáticos cuando apenas tenía edad para comprenderlos.
El zar Boris, llegado al trono en octubre de 1918 tras la abdicación de su padre, Fernando I, primer monarca del moderno Estado búlgaro, como consecuencia de la derrota sufrida por el país eslavo en la Primera Guerra Mundial, había implantando la dictadura real en 1935 apoyado en las fuerzas reaccionarias. Durante un tiempo se resistió a aliarse a las potencias nazi-fascistas del Eje y también se aisló de otras alianzas regionales con la esperanza de preservar la neutralidad nacional. Pero el 1 de marzo de 1941, convencido por Hitler de las ventajas estratégicas que este movimiento aportaría a Bulgaria, en forma de compensaciones territoriales a costa de Yugoslavia (Macedonia) y Grecia (Tracia), se adhirió al Pacto Tripartito de Alemania, Italia y Japón.
El 12 de diciembre de 1941 Bulgaria declaró la guerra a Estados Unidos y el Reino Unido, una manifestación de beligerancia tan forzada como simbólica, aunque no completamente inocua: como represalia, en 1943 y 1944 Sofía fue repetidamente bombardeada por la aviación aliada. Ahora bien, a diferencia de rumanos y húngaros, y consecuentemente con su rusofilia, los búlgaros se las arreglaron para excluirse de la invasión y conquista de la URSS. Por otro lado, la casa real, en particular la zarina Ioanna, maniobró decisivamente para impedir la deportación y exterminio de la pequeña comunidad de judíos búlgaros, 48.000 ciudadanos que salvaron así sus propiedades y la vida.
El 28 de agosto de 1943, mientras era sometido a fuertes presiones alemanas para que hiciera más en favor de los intereses del Eje en el flanco sudoriental del teatro bélico europeo, y cuando aparentemente se disponía a desembarazarse de los compromisos adquiridos al constatar que la guerra tomaba un signo adverso para el régimen nazi, Boris falleció en extrañas circunstancias de vuelta de una entrevista con Hitler en Prusia Oriental. Aunque el diagnóstico oficial señaló un ataque al corazón, la teoría, nunca demostrada, del asesinato por envenenamiento ha estado hasta el día de hoy bastante extendida.
Sea como fuere, ese mismo día el príncipe heredero, con sólo seis años, fue proclamado rey de los búlgaros con el nombre de Simeón II; para encontrar al tocayo que portó el primer ordinal había que remontarse a mil años atrás, en el apogeo del primer imperio o kanato búlgaro. Las riendas del país quedaron en manos del Gobierno y de un Consejo de Regencia de tres miembros que haría las funciones reales hasta la mayoría de edad del monarca. El primer triunvirato regente, integrado por el príncipe Kyrill, tío del niño, el primer ministro hasta el 14 de septiembre de 1943, Bogdan Filov, y el general Nikola Mihov, fue desplazado por otro el 9 de septiembre de 1944, nada más hacerse con el poder el Frente Patriótico dominado por el Partido Comunista y apoyado por el Ejército Rojo, que con su entrada en Bulgaria se aseguró la creación de un régimen prosoviético y la declaración de guerra a Alemania.
Simeón aún se mantuvo dos años más como jefe nominal del Estado, confinado de hecho en el palacio de Vrana junto con el resto de la familia real. A partir de febrero de 1945 fue virtualmente un rehén del Gobierno comunista, que condenó en juicios sumarios y ejecutó a todos los dignatarios palaciegos y políticos principales comprometidos con el régimen monárquico, al que los soviéticos no perdonaban, pese a no haber levantado una mano para agredirles, su mera adherencia al Pacto Tripartito. En la purga que se desató fueron eliminados el príncipe Kyrill y los otros dos corregentes del primer Consejo, los ex primeros ministros Dobri Bozhilov e Ivan Bagrianov, más decenas de ministros, diputados y otros notables que habían arropado a la familia real.
El Frente Popular obtuvo la mayoría absoluta en unas elecciones no libres celebradas el 18 de noviembre de 1945 y un referéndum, igualmente sin las mínimas garantías, abolió la monarquía con el 95% de votos el 15 de septiembre de 1946. Todo en un día, la Gran Asamblea Popular proclamó la República Popular de Bulgaria, el Consejo de Regencia quedó disuelto y el presidente de la institución parlamentaria, el dirigente comunista Vasil Kolarov, asumió la jefatura del Estado con carácter provisional, como paso previo para el desempeño de esas funciones por el Presidium de la Asamblea. Al día siguiente, 16 de septiembre, Simeón, sin abdicar formalmente mediante la firma de un documento o la locución de algún tipo de mensaje, emprendió el camino del exilio acompañado de su madre, su hermana, su tía paterna, la princesa Eudoxia, y un puñado de servidores. El muchacho tenía 9 años.
Vía Estambul, la familia real recaló en la ciudad egipcia de Alejandría. Allí permaneció cinco años con algunas estrecheces financieras y compartiendo desventura con Víctor Manuel III, el abuelo materno de Simeón, que poco antes había abdicado del trono italiano y dejado atrás un Estado posfascista refundado sobre bases republicanas. Simeón completó su educación primaria en el Victoria College, que impartía las clases en inglés. En julio de 1951 los Sajonia-Coburgo recibieron de la España del general Francisco Franco el derecho de asilo y fijaron su residencia definitiva en Madrid.
Simeón reanudó su formación en el Liceo Francés de la capital española y obtuvo la graduación en 1957. Entre septiembre de 1958 y junio de 1959, encubriendo su identidad, recibió instrucción académico-militar en Estados Unidos, en la Academia para cadetes Valley Forge de Wayne, Pennsylvania, de la que salió con el grado de subteniente antes de orientar su actividad privada al mundo de los negocios. Realizó varios cursos de administración de empresas hasta 1962 y a partir de aquí se labró un currículum profesional como trabajador por cuenta ajena, consultor, intermediario e inversionista que le proporcionó un capital privado digno de consideración, paralelo al menos abultado patrimonio de heredad regia. Durante 13 años presidió la delegación en España de la marca francesa de televisiones Thomson, y prestó asesoría y realizó lucrativas inversiones en los sectores bancario, hostelero y de la alimentación.
En el cumplimiento de la mayoría de edad, el 16 de junio de 1955, Simeón, a través de su Cancillería Real en el exilio, hizo una proclamación al pueblo búlgaro por la que declaraba su lealtad a la Constitución de Tirnovo, abolida por los comunistas, y su deseo de restaurar las "instituciones libres" en Bulgaria. Con la discreción propia de su persona y la obligada por su condición de huésped en un país extranjero, Simeón mantuvo tratos regulares con los búlgaros de la diáspora y ensanchó sus contactos internacionales con recepciones en su casa de Madrid y visitas al exterior, que fueron en todos los casos de carácter privado. Hombre de porte distinguido y suaves maneras, de inconfundible aspecto aristocrático, Simeón aprendió el español como su segunda lengua, pero también dominaba el inglés, el francés, el alemán y el italiano. En España desarrolló todas sus actividades, las profesionales y las relacionadas con su condición de monarca sin trono, y fundó su familia.
En enero de 1962 contrajo matrimonio en Suiza (el 20 tuvo lugar la ceremonia civil en Lausana y al día siguiente la ceremonia religiosa por el rito ortodoxo en Vevey) con la aristócrata española Margarita Gómez-Acebo y Cejuela, nacida en enero de 1935 y que desde el segundo año de vida estaba huérfana de ambos padres, don Manuel Gómez-Acebo y Modet, segundo hijo del marqués de Cortina, y doña Mercedes Cejuela y Fernández, fusilados por el bando republicano en 1936 en los comienzos de la guerra civil española. Margarita era a su vez una prima carnal del abogado Luis Gómez-Acebo y de Estrada, vizconde de la Torre y futuro esposo de la infanta Pilar de Borbón, hermana del que en la década siguiente iba a convertirse en rey de España, Juan Carlos I.
Simeón y Margarita tuvieron cinco hijos, cuatro varones y una hembra, todos ellos nacidos en Madrid, matrimoniados con españolas y español, y padres de familia, que hasta el momento han dado a los reyes 11 nietos. Ellos son: Kardam (1962), príncipe de Tirnovo y primero en la línea de sucesión, casado con Miriam Ungría y López; Kyril (1964), príncipe de Preslav, casado con Rosario Nadal y Fuster-Puigdorfila; Kubrat (1965), príncipe de Panagiurishte, casado con Carla María Royo-Villanova y Urrestarazu; Konstantin-Assen (1967), príncipe de Vidin, casado con María García de la Rasilla y Gortázar; y, Kalina (1972), princesa de Bulgaria, casada con Antonio Kitín Muñoz Valcárcel. Los hermanos pasaron a compartir el título nobiliario de duques de Sajonia.
Simeón asistió en silencio a la evolución política española, que en 1977 desembocó en el retorno de la democracia tras la muerte del dictador Franco, la restauración de la monarquía borbónica y el nombramiento de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno. El depuesto rey búlgaro, emparentado en mayor o menor grado, además del linaje directo con los Saboya italianos, con las casas reales de Gran Bretaña y Bélgica, estableció una estrecha amistad con don Juan Carlos, en cuyo modelo de monarca constitucional de todos los españoles por encima de consideraciones partidistas encontró inspiración para el caso de que pudiera, algún día, retornar a Bulgaria y recuperar el torno, perspectiva que por el momento se antojaba una mera utopía.
La familia real búlgara, perfectamente integrada en la cultura y la forma de vida de su país adoptivo (los príncipes, de hecho, no hablaban el idioma nativo del padre en sus relaciones cotidianas), se convirtió en protagonista habitual de la prensa de sociedad española, proyectando con sus poses hogareñas y lúdicas una imagen de armonía y comedimiento, ajena a los chismes y el escándalo. Pero a finales de 1989, la caída en Bulgaria del régimen comunista ante los ímpetus liberalizadores que recorrían el todavía bloque soviético repuso de pronto la posibilidad de una restauración de la monarquía. Las fuerzas democráticas aupadas al poder confirmaron, no obstante, la forma republicana de gobierno, que quedó legitimada por los sucesivos procesos electorales y consagrada por la Constitución de julio de 1991.
De todas maneras, el país no se libró de sufrir fuertes tensiones políticas, por lo menos hasta que tomó cuerpo un turnismo entre el ex comunista Partido Socialista Búlgaro (BSP), ganador de las elecciones de 1990 y 1994, y una pléyade de partidos de centro y de derecha que trataban de fusionarse bajo la sigla de la Unión de Fuerzas Democráticas (SDS), vencedor a su vez en los comicios de 1991 y 1997. Menos aún se zafó Bulgaria del durísimo impacto social que tuvieron las transformaciones requeridas para crear una economía de mercado homologable. Y es que el país partía con unos sistemas de producción obsoletos e ineficientes, una extrema debilidad monetaria y unos niveles de renta sumamente bajos que estaban condenados a mantenerse, si no a deteriorarse, en aras de las reformas estructurales y del saneamiento financiero.
A diferencia de otros colegas legitimistas situados al frente de las antiguas monarquías de entreguerras en Europa oriental, Simeón de Bulgaria enfocó su aspiración restauradora con abundantes dosis de sutileza, rodeo y paciencia. Atento observador de las vicisitudes políticas de su país, en la primera mitad de los años noventa el monarca se limitó a divulgar sucintas declaraciones de adhesión al sistema democrático y de disposición a servir a la nación, sin aclarar sus intenciones concretas. Por el momento, el movimiento local de apoyo a la rehabilitación de los Sajonia-Coburgo limitó su articulación a algunas plataformas de intelectuales y a minúsculos partidos monárquicos agrupados en alianzas cambiantes que invariablemente se quedaban fuera del Parlamento por no alcanzar la mínima cuota de votos.
2. Presentación de un proyecto político para dirigir el Gobierno de Bulgaria
Iniciado el año 1996, cuando se cumplía el quincuagésimo aniversario de su destronamiento, Simeón estimó que la situación estaba madura para hacer su presentación ante el pueblo búlgaro, la gran mayoría del cual no sabía por experiencia propia lo que era tener a un rey como jefe del Estado. El 25 de mayo, al cabo de una negociación con el Gobierno socialista de entonces –el cual afrontaba una creciente hostilidad social por la ausencia de progresos en la economía, así que prefirió no crear más malestar vetando una petición que sin embargo no le producía el menor agrado-, Simeón interrumpió su exilio de medio siglo y se personó en Sofía, donde encontró un triunfal recibimiento al grito de "¡queremos a nuestro rey!". Simeón no atendió la exigencia del primer ministro y líder del BSP, Zhan Videnov, de que previamente a la visita manifestara públicamente su acatamiento de la Constitución y las leyes de la República, lo que de alguna manera se habría podido interpretar como una renuncia a los derechos dinásticos.
Durante su gira nacional, calificada de "privada" y extendida hasta el 16 de junio, el rey tomó contacto con la realidad del país, se entrevistó con el presidente Zhelyu Zhelev y con el alcalde de Sofía, Stefan Sofiyanski (ambos de la SDS), y visitó varias ciudades siempre en olor de multitudes, dato elocuente sobre el grado de desesperanza y desapego de la población hacia la clase política, de un signo o de otro. Las encuestas del momento revelaban que si bien el 80% de los búlgaros se decantaba por el sistema republicano, un 40% quería que Simeón asumiera un importante papel político. De regreso a Madrid, Simeón multiplicó las entrevistas periodísticas y los comentarios sobre la situación de Bulgaria y sobre su planes políticos, que por primera vez se refirieron sin ambages a su restauración en el trono como monarca constitucional al cabo, eso sí, de un proceso de diálogo nacional que tendría que estar dominado por el consenso. Además, incidió en la unidad de todos los búlgaros por encima de las diferencias políticas o étnicas, con el fin de hacer irreversibles la democracia y la economía de mercado.
En relación con las elecciones presidenciales que tocaba celebrar el 27 de octubre, advirtió de las "consecuencias negativas" para el país si ganaba el candidato del BSP, Ivan Marazov, si bien no respaldó explícitamente al postulante de la SDS, Petur Stoyanov, quien a la postre se adjudicó la victoria en la segunda vuelta del 3 de noviembre. En vísperas de las legislativas del 19 abril de 1997, realizó una segunda visita en la que recomendó a sus seguidores el voto por la Unión de Salvación Nacional (ONS), alianza que reunía a los monárquicos y el Movimiento por los Derechos y las Libertades (DPS), partido representante de la minoría turca. No obstante esta orientación de voto, él habría preferido una alianza más amplia, de "todas las fuerzas patrióticas", como garantía de la derrota del BSP. De hecho, hubo conversaciones entre la SDS y el DPS en tal sentido. Aunque la idea contaba con la simpatía del presidente Stoyanov, estos contactos no prosperaron y terminaron elaborándose lista separadas. Tal como se esperaba, obtuvieron una rotunda victoria las Fuerzas Democráticas Unidas (ODS) nucleadas en torno a la SDS, que colocó a su líder, Ivan Kostov, al frente del Gobierno.
En los tres años siguientes, Simeón fue moviendo con tiento sus piezas para lograr un acceso al poder institucional del que cada vez menos paisanos dudaban, aunque existía una incógnita fundamental: si daría este salto como rey Simeón II o como ciudadano particular Simeón Borisov. La cuestión comenzó a ser objeto de una fuerte controversia. El 4 de junio de 1998 Simeón se sintió vindicado cuando el Tribunal Constitucional búlgaro dictó que el Estado debía restituir las propiedades y rentas confiscadas a la casa real en 1946. El 22 de diciembre del mismo año inició su tercera visita al país para pasar allí las Navidades. Como la sentencia de devolución del Constitucional continuaba en trámite, Simeón tuvo que abonar de su bolsillo los gastos de su estancia en el palacio de Bistritsa, un edificio sito al sur de Sofía disfrutado como pabellón de caza por los zares Fernando y Boris.
El 28 de diciembre de 1998 Simeón sostuvo una entrevista con el primer ministro Kostov y el 7 de enero de 1999 declaró que estaba listo para venir a quedase en Bulgaria en calidad de rey y ofrecer a la nación "50 años de experiencia, objetividad y tolerancia", un elenco de virtudes que, aseguró, "no se pueden desplegar en las batallas políticas". Sin embargo, pocos días después, el Tribunal Constitucional falló en contra de la demanda del fiscal general del Estado de invalidar el referéndum de 1946 por haber estado amañado.
Este revés no desanimó a Simeón; es más, le habría empujado a retomar la opción de entrar en la política nacional como un "ciudadano privado", aunque en ningún momento insinuó que pudiera renunciar a sus derechos dinásticos. La posibilidad no sería inédita. Ya antes de las presidenciales de 1996 circularon insistentes rumores sobre una presentación de su candidatura. Entonces, aunque cumplía el requisito de la ciudadanía búlgara (las autoridades comunistas nunca le despojaron de ella), el Constitucional recordó que los aspirantes a la Presidencia de la República debían ser residentes en Bulgaria por lo menos en los últimos cinco años, a lo que Simeón repuso que en su caso no habría impedimento, ya que si residía en el extranjero era "contra su voluntad".
Tras repetir sendas estadías en octubre de 1999, para tomar posesión de sus propiedades finalmente restituidas, en agosto de 2000, para mantener una entrevista con Stoyanov cuyo contenido no trascendió, y, por octava ocasión, en enero de 2001, resultó evidente que el antiguo monarca estaba resuelto a encaramarse al proscenio político asumiendo el marco republicano, intentando convertirse, bien en presidente, bien en primer ministro. La primera opción fue imposibilitada el 8 de febrero de 2001 por un dictamen constitucional sobre la base del requisito de residencia. Contrariado, ya que el envite presidencial, al confiarse a una elección directa y unipersonal, encerraba prácticamente una garantía de victoria, Simeón enfocó entonces toda su atención en el terreno parlamentario-partidista como la vía, si bien más compleja, que le permitiría acceder a la jefatura del Gobierno, una oficina a la que el sistema político búlgaro concede la primacía en el reparto de tareas del poder ejecutivo.
Sin clarificar ni su agenda política, ni sus ambiciones concretas, ni sus potenciales aliados en una contienda electoral, Simeón puso en marcha su proyecto partidista. De entrada, provocó una división interna en la SDS, donde no se tenía claro si su desembarco en la política iba en favor o en contra de los intereses de una alianza que en 1997 se había constituido como partido. Así, el 14 de marzo se escindió un denominado Grupo Parlamentario para el Diálogo y la Cooperación, liderado por Hristo Biserov y Yordan Tzonev, que de inmediato expresó su "adhesión incondicional" al proyecto aún no desvelado de Simeón y que pocos días después se constituyó en el partido Unión Conservadora (EKIP).
El 4 de abril de 2001 Simeón aterrizó en Sofía y dos días después anunció la creación, no por esperada menos impactante, del Movimiento Nacional Simeón II (transliterado del cirílico al alfabeto latino, Nacionalno Dvizenie Simeon Vtori, NDSV), al que definió, no como una coalición de partidos, sino como una "alianza de individuos con valores y metas compartidos". Sin mayores precisiones, prometió conseguir "cambios rápidos y fundamentales" en el comportamientos de la economía y en la elevación de los estándares vitales de la población en un plazo de 800 días, conforme al modelo de libre mercado y "en línea con la Unión Europea", organización en la que se pretendía entrar, así como en la OTAN, con tanta determinación como la que venía mostrando el Gobierno de la SDS. La corrupción administrativa y financiera, uno de los grandes problemas del país, sería "erradicada". Según Simeón, el NDSV encarnaba seis valores fundamentales, hechos constar en los estatutos del movimiento: "libertad y responsabilidad", "moralidad e integridad", "justicia y tolerancia", "igualdad de oportunidades", "solidaridad" y "subsidiaridad". El 8 de abril tuvo lugar el congreso constituyente del NDSV, con Simeón de líder y presidente ejecutivo.
Casi a cuentagotas, en los siguientes días el equipo de Simeón, nutrido por políticos de segunda fila, jóvenes tecnócratas formados en el exterior y algunos empresarios de éxito, fue desgranando el programa económico del movimiento, que pasaba por la elaboración de unos presupuestos sin déficit, la prevalencia de la Autoridad Monetaria para, con el concurso de los organismos financieros internacionales, mantener estabilizado el lev, una reforma "radical" del sistema fiscal, la conclusión de la campaña de privatizaciones de una manera "transparente" y la reactivación de la economía, considerándose factible la obtención de un ritmo de crecimiento "explosivo", de hasta el 10% del PIB, confiado a la inversión foránea y a "la tradicional laboriosidad y el sentido empresarial" de los búlgaros.
3. Triunfo en las elecciones de 2001 y elección como primer ministro
La espectacular entrada de Simeón en el proscenio político levantó un desmedido entusiasmo popular que se reflejó en las encuestas: en cuestión de muy pocos días, del tercer lugar ocupado tras la SDS y el BSP, la opción simeonista se convirtió en la clara favorita para alzarse con la victoria en las elecciones generales del 17 de junio de 2001, para consternación de la clase política, de derecha a izquierda, que había dominado el panorama desde 1990 y para desconcierto (y agosto articulista) de los politólogos y sociólogos del país, que intentaron explicar las causas del "fenómeno Simeón".
Por de pronto, las instituciones del sistema se lanzaron a pararle los pies y a anular al NDSV. El 23 de abril, el Tribunal de Sofía rehusó registrarlo como partido alegando que incumplía varios requisitos legales; a continuación, Kostov ofreció la admisión de candidatos movimientistas en las listas de la SDS. Confirmado el pronunciamiento judicial por el Tribunal Supremo el 28 de abril, Simeón se acogió a una solución un tanto alambicada pero perfectamente legal: un acuerdo con dos fuerzas ya existentes, el Partido Búlgaro de las Mujeres (BPZh) y el Movimiento Oborishte del Renacer Nacional, para que crearan una coalición llamada igualmente NDSV y en la que se integraría el movimiento genuino. El nuevo NDSV fue registrado justo antes de que expirara la fecha límite del 2 de mayo fijada por la Comisión Electoral Central para los partidos participantes en los comicios. La líder del BPZh, Vesela Draganova, asumió la función de cabeza legal del movimiento electoral, en tanto Simeón pasó a presidir el Consejo de la Coalición.
Durante la campaña electoral, Simeón fue blanco de críticas y ataques por parte de Kostov y otros dirigentes de la SDS, quienes, ateniéndose al tono generalista e impreciso que presidía su programa político, especularon con una supuesta "agenda oculta" del NDSV que pretendería reorientar a Bulgaria hacia la vieja alianza con Rusia, y se regodearon con la inconsistencia del plazo de 800 días para traer el bienestar a la ciudadanía, pero sin explicar cómo. Algunos medios de comunicación nacionales acusaron al monarca metido a político de haber llevado una vida de aristócrata ocioso y frívolo, con rasgos no precisamente edificantes, de haber sido un agente de la KGB soviética, de estar relacionado con elementos mafiosos de Bulgaria y Rusia, y, en definitiva, de albergar un proyecto político personalista y populista, que desconocía las realidades del país y que no ofrecía soluciones para atajar los problemas más allá de un inventario de declaraciones hueras.
Simeón pareció ser inmune a estas imputaciones, a pesar de declararse agraviado por la "campaña negativa" en su contra. Más aún, se consolidó como el líder político mejor valorado en las encuestas y como el artífice de una opción electoral que era un auténtico imán para los votos de protesta y del cambio, tan extensos como procedentes de todas las capas de la sociedad y de todas las tendencias ideológicas. Paradójicamente, esas mismas encuestas relegaban la profesión de fe monárquica al 10% de la población, dato indicativo de que, para la mayoría de los que iban a votarle. Simeón era, ante todo, un personaje desideologizado y providencial, cuya aura de exiliado no exenta de arcaísmos enlazaba emocionalmente con los "buenos y viejos tiempos", por otro lado de incierta localización, desde que Bulgaria obtuviera la plena soberanía del Imperio Otomano en 1908.
Simeón llegó a la jornada electoral sin que constara su nombre en las listas electorales del NDSV, pero que renunciara a obtener el escaño de diputado de la Narodno Sabranie, o Asamblea Nacional, no sugería un autodescarte como primer ministro en caso de ganar, al tratarse de un mandato que no exige la condición de parlamentario. Ahora bien, de sus comentarios ambiguos y sus silencios se desprendía que dejaba abierta la puerta a la candidatura presidencial en el otoño, pese al pronunciamiento adverso del Tribunal Constitucional. En resumidas cuentas, Simeón apostó por participar con un papel protagonista en el sistema político republicano y relegó la restauración de la monarquía en su lista de prioridades, concibiéndola muy probablemente como una meta a largo plazo.
El 17 de junio de 2001 el NDSV cumplió los pronósticos y capturó 120 de los 240 escaños de la Sabranie con el 42,7% de los votos, esto es, se quedó a un acta de la mayoría absoluta. De no haber concurrido a los comicios una denominada Coalición por Simeón II (KSII), sin ninguna relación con el NDSV y que arrebató el 3,4% de los sufragios, aquel podría haber alcanzado la mayoría absoluta. Simeón no dudó en considerar a dicho grupúsculo una creación de sus enemigos con el sólo objeto de crear confusión y perjudicarle, ya que al parecer algunos electores votaron por esa lista creyendo que lo hacían por el simeonismo.
Las ODS se hundieron hasta el 18,2% y los 51 escaños, pagando un precio muy alto por cuatro años de políticas de rigor que, en opinión de todos los observadores, habían resultado un éxito en el sentido de haber rescatado al país del estado de desastre económico en que se encontraba en 1997 y de haberlo metido, sin marcha atrás, por el sendero que conducía a la inserción en las estructuras euro-atlánticas. De entrada, la UE emplazó a las nuevas autoridades de Sofía a que no se perdiera la pauta de las reformas de convergencia y armonización previas a una adhesión para la que se había apuntado como fecha factible 2007, mientras que de la OTAN surgieron voces advirtiendo contra la inoportunidad de una restauración monárquica. La respuesta del NDSV al exhorto comunitario fue prometer unas reformas económicas "más radicales" que las conducidas por los demócratas de Kostov.
Aún tardó varios días Simeón en despejar la incógnita sobre su futuro político inmediato, mientras esperaba una respuesta de la SDS, que aparecía como el aliado natural del NDSV, a su oferta de un gobierno de coalición. Stoyanov y, en especial, Sofiyanski, eran partidarios de la fórmula, pero al final prevaleció la tesis contraria de Kostov, sostenida por su sucesora al frente de partido, Ekaterina Mihaylova.
El 12 de julio, por fin, el NDSV nominó oficialmente a su líder candidato a la jefatura del Gobierno y Simeón aseguró aceptar el ofrecimiento "con gran emoción", con su "sentido de responsabilidad característico" y "tomando en consideración" la confianza depositada por los electores. El 15 de julio Stoyanov le designó primer ministro, momento en el que anunció que deseaba ser conocido con el nombre privado de Simeon Borisov Sakskoburggotski, que tal es la transliteración latinizada de las formas búlgara del patronímico y el nombre dinástico. El 16 de julio el nuevo liderazgo de la SDS confirmó que su lugar en la nueva legislatura era la oposición parlamentaria. En consecuencia, el NDSV se puso a negociar exclusivamente con el DPS, que aportaba 21 escaños al bloque oficialista. El 20 de julio Simeón suscribió un acuerdo de coalición con el líder de esta fuerza política, Ahmed Dogan, que supuso la primera participación directa en el Ejecutivo -con dos ministros- de un partido representante de un colectivo étnico al que pertenece el 10% de la población búlgara.
Por último, el 24 de julio, la Sabranie invistió a Simeón primer ministro con 141 votos a favor, 50 en contra y 46 abstenciones, marcando el hito del primer monarca destronado de Europa que regresaba al mando institucional de su país como alta autoridad republicana, y abundando en la singularidad de quien era, junto con el 16 años mayor Mihai I de Rumanía –destronado y forzado a abdicar por los comunistas rumanos en 1947-, una de las últimas personalidades vivas de los años de la Segunda Guerra Mundial. En una segunda votación la Sabranie aprobó la composición del Gabinete, cuyos puestos económicos fueron conferidos a jóvenes expertos educados en universidades occidentales y con un brillante currículum profesional aunque neófitos en política, y que, inesperadamente, incluyó a dos ministros del BSP, aun cuando este partido era ajeno a la coalición bipartita y, por lo menos formalmente, continuaba en la oposición. Rematando la secuencia de actos de esta jornada histórica, en presencia del patriarca de la Iglesia Ortodoxa Búlgara, Maxim, y sobre una Biblia y una cruz, Simeón juró "en nombre de la República de Bulgaria respetar la Constitución y las leyes del país", convirtiéndose en jefe del Gobierno.
4. Los problemas del cuatrienio en el poder: conflicto en el NDSV y decepción social
Simeón arrancó su mandato con dos debilidades congénitas. Una afectaba a su grupo político, que carecía de la cohesión y la estructura orgánica necesarias para el ejercicio del poder, y que dependía del DPS para gobernar y legislar; la otra la había sembrado él mismo, al haber levantado en la ciudadanía, con su mensajes trufados de ilusión y optimismo, unas expectativas que no tardaron en demostrarse fuera de lugar.
En el primer terreno, la actuación que parecía más obvia y perentoria era transformar el NDSV en un partido político al uso, pero Simeón afrontó la tarea con titubeos. Sólo hasta pasados unos meses desde su asunción como primer ministro se decidió a convocar un congreso extraordinario, que sería el encargado de tomar las decisiones oportunas. Llegado el momento de la convención, el 26 de enero de 2002, Simeón se dirigió a los 700 delegados presentes y, para sorpresa general, comunicó que no tenía la intención de pilotar el futuro partido más allá del desempeño de una presidencia de tipo honorífico, ya que se había comprometido "a emplear todo mi tiempo y todas mis energías" en la misión gubernamental. La convención quedó inmediatamente disuelta, pero antes se decidió que las cuestiones de la fundación del partido y la elección de su directiva fueran analizadas de nuevo el 6 de abril.
La segunda convención, a la que asistieron un millar de delegados, sí se convirtió en el congreso fundacional del nuevo NDSV. Con la aquiescencia de su jefe, los simeonistas aprobaron inscribir la formación en el registro de partidos políticos y adoptaron una Constitución estatutaria y una Declaración de Valores Fundamentales, la cual definía al NDSV como "conservador pero no elitista, liberal pero con fuerte orientación social, nacional pero no nacionalista". Ya si reticencias, Simeón se dejó elegir por unanimidad líder político y presidente orgánico del partido, lo que le convertía también en presidente de sus consejos Político y Nacional. Para las dos vicepresidencias fueron seleccionados Plamen Panayotov, jefe del grupo parlamentario movimientista, y Nikolay Svinarov, el ministro de Defensa.
A esta estructuración partidista se llegó cuando el Gobierno ya acusaba un prematuro y considerable desgaste. El programa de choque social que debía producir resultados espectaculares en el poder adquisitivo de la población y en el nivel de empleo fue eclipsado por una batería de medidas tendentes a cumplir una larga lista de requisitos económicos y estructurales, y a asimilar el acervo comunitario, que eran condiciones sine qua non para poder entrar en la UE. En noviembre de 2001 la Comisión Europea recordó a Sofía que tenía mucho trabajo normativo por delante para adaptar su sistema económico al Mercado Interior Único, fortalecer el sistema judicial, cortarle las alas a la corrupción y desatascar las privatizaciones. No se había cumplido el primer año de vida del Gobierno cuando las encuestas indicaban que más de la mitad de los búlgaros se confesaba decepcionada o engañada por el primer ministro.
La renuncia por el NDSV a disputar con una candidatura propia las elecciones presidenciales del mes de noviembre –descartado Simeón, el movimiento no tenía a quién presentar-, su apuesta por la reelección de Stoyanov y la subsiguiente derrota de éste frente al socialista Georgi Purvanov sólo consiguieron subrayar la imagen de un gobierno débil. En febrero de 2002, la introducción por el ministro de Finanzas, Milen Velchev, de un tipo de IVA para las medicinas empujó a las ODS a presentar una moción de censura parlamentaria que fue derrotada el día 13 gracias a la abstención de los socialistas.
Sin embargo, a partir de aquí, el BSP, por decisión de su nuevo presidente, Sergey Stanishev, fue orillando las actitudes cooperantes o condescendientes con la gestión de los simeonistas y adoptando un discurso de creciente beligerancia que se tradujo en hechos como la moción de censura del 29 de noviembre de 2002, votada el mismo día que otra presentada por las ODS y, como ésta, derrotada por el bipartito en el poder. En un hecho sin precedentes, los diputados del bloque parlamentario liderado por el BSP, la Coalición por Bulgaria (KzB), votaron afirmativamente en la moción lanzada por el bloque que encabezaba la jefa de la SDS, Nadezhda Mihaylova, mientras que los diputados conservadores hicieron lo mismo en la moción de los izquierdistas. A finales de año, los socialistas ya lideraban las preferencias de voto de los búlgaros con una clara ventaja sobre el NDSV y las ODS, que en mayo de 2003 insistieron en derribar al Gobierno de la misma manera y con el mismo desenlace adverso que seis meses atrás.
Pero a Simeón los problemas le vinieron también desde dentro. La transformación del NDSV de movimiento en partido, contrariamente a lo esperado, no sirvió para unificar las filas de un bando político que acusaba heterogeneidad, indisciplina y criterios contrapuestos, resultando insuficiente la lealtad personal a Simeón para frenar la disidencia y la ruptura en cierto número de casos. En abril de 2002 el grupo parlamentario expulsó a cinco diputados que habían criticado abiertamente al Gobierno, principiando un reguero de bajas por sanción o deserción que llegado el ecuador de la legislatura, en julio de 2003, redujo la bancada del NDSV de los 120 miembros originales a 108.
Fue ahora cuando se articuló en el NDSV una facción crítica llamada Nuevo Tiempo, la cual arremetió contra los modos "antidemocráticos" en la conducción del grupo parlamentario, reclamó un cambio de nombre y estatutos del partido, y exigió la renuncia del ministro del Interior, Georgi Petkanov, por la escasa eficacia de la lucha contra la criminalidad común. Ahora bien, el auge de los reproches internos sirvió para contradecir a quienes sostenían que el NDSV era un partido personalista, sin otra razón de ser que la de servir a las ambiciones de su fundador y líder. Aunque aún debían aclarar su doctrina y precisar sus metas, los movimientistas aspiraban obviamente a convertirse en una opción política permanente y mayoritaria en el sistema de partidos búlgaro.
El 6 de agosto de 2003, poco después de efectuar Simeón una remodelación en el Gabinete bajo la presión de sus socios del DPS y de la disidencia propia, las trifulcas en el Ministerio de Finanzas por cuestiones presupuestarias desembocaron en la dimisión de Milen Velchev, quien acababa de anunciar una corrección en el nuevo impuesto reducido sobre los beneficios empresariales –el tipo del 23,5% se recortaría al 22% y no al 20%, como se había dicho en un principio- y arrastraba una polémica personal por haber aparecido fotografiado a bordo de un yate en compañía de hombres de negocios de dudosa reputación. Tras discutirlo con Simeón, el ministro retiró su dimisión el 20 de agosto.
El 1 de octubre siguiente, contrastando con el mutismo del primer ministro, la prensa búlgara destacó en grandes titulares el vencimiento del famoso plazo de 800 días, haciendo un balance decididamente negativo y publicando las opiniones de la gente, que se quejaba amargamente de los ínfimos salarios y pensiones. El temor del NDSV a sufrir un descalabro en las elecciones locales del 26 de octubre y el 2 de noviembre de 2003 estuvo plenamente justificado: se desplomó hasta el 7,7% de los votos, en términos absolutos, 170.000 sobres, y sólo fue capaz de ganar 9 de los 263 alcaldes municipales y 344 de las 5.281 concejalías. Los simeonistas quedaron barridos en todas las ciudades de cierto relieve, y en el conjunto del país incluso los turcófonos del DPS les aventajaron en votos (63.000 más) y ediles. De ser el primer partido del país, el NDSV había pasado a ser el cuarto.
El desastre de las municipales, que no auguraba nada bueno para las legislativas de 2005, ensanchó la brecha abierta por la facción Nuevo Tiempo, que el 8 de marzo de 2004 anunció la constitución de su propio grupo parlamentario con la participación de 11 diputados. El enfado de los rebeldes, empero, no llegó al punto de llevarles a votar junto con la oposición, cuatro días después, en la enésima moción de censura encajada por el Gobierno; su presentación correspondió esta vez a los socialistas, muy molestos con las políticas "socialmente irresponsables" de Simeón. El primer ministro y su Gabinete sobrevivieron a la prueba con el respaldo de 129 legisladores, pero el goteo de defecciones siguió su curso, tal que para el verano la bancada del NDSV había mermado hasta los 97 miembros, dejando al oficialismo en clara minoría.
La negativa de Nuevo Tiempo a dejar en la estacada a su ex jefe en las votaciones clave de la Sabranie más la fragmentación del SDS con la secesión del grupo del ex primer ministro Kostov dieron a Simeón el oxígeno necesario para terminar la legislatura, pero dejando un reguero de derrotismo en el camino. De este estado de desorden en todo el arco del centro y la derecha búlgaros iban a sacar grandes beneficios los socialistas de Stanishev.
Fiel a su estilo, Simeón sobrellevó los contratiempos domésticos con imperturbabilidad, hablando poco y rehuyendo el menor tono de confrontación, cuanto más las palabras lacerantes para con sus adversarios políticos. La sobriedad un tanto autocomplaciente del primer ministro podía interpretarse tanto como una propensión a abstraerse de las dificultades cotidianas de sus gobernados como un intencionado distanciamiento del politiqueo diario, por otro lado inherente a una democracia parlamentaria, porque él seguía viéndose a sí mismo como un servidor patriótico que estaba por encima de los colores políticos y las clientelas electorales. En otras palabras, seguiría prevaleciendo en él la mentalidad de monarca constitucional de todos los búlgaros.
5. Un plantel de logros internacionales y económicos sin dividendos electorales
De manera chocante, y es por esto que transmitía mensajes de satisfacción por el trabajo realizado, Simeón vio agudizarse el rechazo a su ejercicio gubernamental a caballo entre 2003 y 2004 justo cuando el país cosechaba los resultados positivos de varios años de esfuerzos reformistas y diplomáticos, mérito que compartían tanto el Gobierno demócrata de Kostov como el bipartito presente.
En octubre de 2002, en su quinto informe anual sobre el progreso de la preadhesión, la Comisión Europea identificó por primera vez a Bulgaria como una "economía de mercado viable" que, con unos empujones adicionales, podría estar en condiciones de hacer frente a la presión competitiva y a las fuerzas del mercado de la UE a medio plazo, pero destacó el todavía elevado nivel de corrupción funcionarial. En agosto de 2003 Sofía presentó a Bruselas un programa económico de preadhesión que confirmaba la voluntad de ajustarse a una política presupuestaria prudente. Una nueva ley prohibía al Gobierno endeudarse por encima del 60% del PIB, que era el tope establecido para esta variable por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) de la UE con el objeto de facilitar y mantener la Unión Económica y Monetaria.
2003 lo cerró Bulgaria con casi todas las cifras macroeconómicas en verde. La producción creció el 4,3%, repitiendo las tasas alcanzadas en los dos primeros años de gobierno pero generando menos inflación, que retrocedió hasta un promedio del 2,3% frente al 8,5% que había en julio de 2001, aunque para diciembre la tasa interanual había vuelto a trepar hasta situarse por encima del 5%. En 2004 el PIB iba a acelerarse hasta el 5,7%, robusteciendo una coyuntura que reflejaba la paulatina expansión del crédito bancario y la inversión directa extranjera. Muy notable resultó la eliminación del déficit público, como resultado de combinar austeridad gastadora y presión fiscal, con el consiguiente impacto negativo en las abundantes clases bajas, que no sentían en su bolsillo la bonanza general. El paro oficial estaba en el 13% y era cuatro puntos menor que al comienzo de la legislatura, pero los socialistas acusaron al Gobierno de estar escamoteando el paro real, que afectaría al 20% de la población activa.
La liquidación del déficit y la obtención del primer superávit, del 1,7% en 2004, por la tesorería del Estado permitieron al Gobierno destinar una parte de los excedentes a cancelar obligaciones deudoras. Como resultado, se contrajo espectacularmente el volumen de deuda pública, hasta situarse en el 32% del PIB al final de la legislatura. En 2003, de hecho, Bulgaria cumplió todos los criterios del PEC salvo el de los tipos de interés a largo plazo. En 2004 este criterio se satisfizo, pero a cambio de rebasarse el tope de inflación, que marcó el 6,1% este año. En cuanto al mercado monetario, el lev mantuvo inalterable su cotización fuerte con respecto al euro, si bien el tipo de cambio fijo de 1,95 levs por euro generó una dificultad añadida a las exportaciones nacionales; el déficit de la cuenta corriente (balanzas comercial, de servicios y de transferencias) aumentó significativamente durante el cuatrienio de Simeón. Pero este desequilibrio no afectaba a la convergencia europea. Así, el Gobierno consideró factible la adopción del euro en 2009, en 2010 a más tardar.
El proceso de adhesión de Bulgaria a la UE, aunque expuesto a algún retraso, fue imparable. El Consejo Europeo de Copenhague, en diciembre de 2002, declaró que Bulgaria, si seguía su curso positivo, podría entrar en la UE el 1 de enero de 2007, a la par que Rumanía. Justo un año después, el 13 de diciembre de 2003, el Consejo Europeo reunido en Bruselas invitó formalmente a Bulgaria a ingresar en la fecha establecida. El 15 de junio de 2004, cuatro años de negociaciones oficiales llegaron a su término con el cierre provisional de los 31 capítulos sectoriales. Los informes estratégicos publicados por la Comisión Europea en 2003 y 2004 constataron los progresos hechos por Bulgaria, pero recordaron que la renta media per cápita, unos 2.500 euros, sólo alcanzaba a un 25% de la media de la UE e instaron a completar la reforma estructural de las instituciones no políticas del Estado, en particular la requerida para garantizar la independencia del Banco Nacional, así como a liberalizar el sector energético.
El 29 de octubre de 2004 Simeón acudió a Roma para estampar su firma al Acta Final y al Tratado de la Constitución Europea junto con los dirigentes de otros 27 estados miembros y no miembros juntados para la ocasión en una cumbre europea especial. Poco después, el 16 y el 17 de diciembre, el Consejo Europeo reunido en Bruselas determinó que Bulgaria y Rumanía firmaran sus tratados de adhesión el 25 de abril de 2005, pero con la adición de una "cláusula de salvaguardia", según la cual el ingreso de ambos países podría retrasarse un año, hasta el 1 de enero de 2008, si no hacían a tiempo los deberes en las materias judicial, administrativa, de control de fronteras, lucha contra la corrupción, integración social de la minoría gitana y protección de la infancia. El Consejo de la UE podría activar esta demora para Rumanía por mayoría cualificada, pero en el caso de Bulgaria la votación tendría que ser unánime. El menor riesgo que para Sofía representaba la cláusula de salvaguardia era un reflejo del mayor grado de transposición del acervo comunitario, que en el caso de Bucarest presentaba considerables lagunas.
Al final, Bulgaria no iba a verse afectada por retraso alguno, ni por culpa de una cláusula de salvaguardia que nunca se activó ni a raíz del fracaso de la ratificación del Tratado Constitucional debido al doble veto refrendario franco-holandés, cuyas malas vibraciones políticas rebotaron sobre un proceso al que sólo restaba completar los aspectos técnicos. Tanto si iba a seguir en el poder como si no el 1 de enero de 2007, a Simeón le cupo la satisfacción de dejarlo todo listo en los primeros meses de 2005, justo antes de las elecciones generales, que con tan malos presagios se le aparejaban: el 30 de marzo la Comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento Europeo dio luz verde a la adhesión, el 13 de abril el pleno de la eurocámara hizo suya esta aquiescencia y el 25 de abril, por último, el gobernante firmó el Tratado en la abadía luxemburguesa de Neumünster. En su breve y solemne alocución, el primer ministro se manifestó exultante con la consecución de "uno de los hitos históricos de nuestro país". "Bulgaria", continuó, "está retornando políticamente a la familia de las naciones europeas, a la que siempre perteneció".
Días atrás, el Gobierno había confirmado su intención de construir en Belene, población danubiana de la provincia norteña de Pleven, una central nuclear para compensar la clausura a finales de 2006 de dos reactores, los números 3 y 4, de la central de Kozloduy, una instalación obsoleta y considerada potencialmente peligrosa que debía mantener en servicio sólo dos de sus seis reactores de agua presurizada (los reactores 1 y 2 ya estaban apagados, desde 2002); ésta había sido una exigencia fundamental de la UE durante las negociaciones de adhesión, y el asentimiento dado por Simeón en su momento había brindado la justificación de las mociones de censura opositoras de noviembre de 2002, cuando socialistas y demócratas denunciaron como inconstitucional el diktat energético de Bruselas.
Simeón sí vio materializarse en su mandato la otra gran empresa nacional en el ámbito de la política exterior, que era el ingreso en la OTAN. La cuenta atrás comenzó el 21 de noviembre de 2002 con la decisión por el Consejo Atlántico, reunido al nivel de jefes de Estado y de Gobierno en Praga, de la entrada en la organización de Bulgaria y otros seis países del antiguo bloque comunista en la primavera de 2004. El 29 de enero de 2003 arrancaron las conversaciones formales y el 26 de marzo siguiente el ministro de Exteriores, Solomon Passy, firmó en Bruselas el Protocolo de Adhesión. Un año después, el 29 de marzo de 2004, Simeón y sus homólogos de Rumanía, Eslovenia, Eslovaquia, Lituania, Letonia y Estonia depositaron personalmente en Washington los instrumentos de adhesión de sus respectivos países al Tratado Atlántico de 1949.
Como los demás gobernantes del flanco centro-oriental europeo, Simeón estimó que el vínculo atlantista hacía insoslayable un alineamiento nítido con Estados Unidos en relación con su campaña global contra el terrorismo y con su pretensión de invadir Irak con los argumentos, a la postre espurios, de la tenencia por el régimen de Saddam Hussein de armas de destrucción masiva prohibidas por la ONU y de lazos con la organización subversiva islamista Al Qaeda. Previamente a la ofensiva bélica contra Irak, Bulgaria concedió a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos facilidades aeronavales en la ciudad portuaria de Burgas, en el contexto de la Operación Libertad Duradera, y en febrero de 2002 despachó a Afganistán un primer contingente de 40 soldados (una unidad de descontaminación química y biológica) para integrarse en la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF).
La casualidad quiso que Bulgaria ocupara uno de los escaños no permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU cuando los encendidos debates que precedieron a la invasión unilateral de país árabe el 20 marzo de 2003, en los cuales tomó partido, al igual que España, por el bloque anglo-estadounidense. El 5 de febrero de 2003 Bulgaria y los otros nueve socios del denominado Grupo de Vilnius –creado en 2000 para apoyarse mutuamente en sus respectivas apuestas de ingreso en la OTAN- suscribieron una declaración de apoyo a la política irakí de la Administración de George W. Bush. Sin embargo, y aquí pareció asomar un matiz de timidez o contención, Simeón no quiso que su país apareciera en la lista, publicada por el Departamento de Estado en vísperas del estallido de la guerra, de una treintena de naciones aliadas a Estados Unidos en esta crisis, y tampoco fue cofirmante de la misiva proestadounidense surgida como una iniciativa anglo-hispano-italiana y a la que se abonaron varios gobernantes europeos, alguno de ellos (el eslovaco Mikulás Dzurinda) a posteriori.
Para deshacer cualquier duda sobre su postura comprometida, Simeón, con el acuerdo del Consejo de Ministros y la aprobación de la Sabranie, decidió en mayo de 2003 el envío a Irak de 478 soldados de un batallón de infantería ligera para desarrollar tareas que fueron calificadas de reconstrucción y de prestación de seguridad. El contingente, acuartelado en la ciudad de Kerbala, integrado en la denominada División Multinacional Centro-Sur y colocado bajo las órdenes directas de un general polaco, sufrió ataques de la insurgencia, como el que el 27 de diciembre de 2003 costó la vida a cinco expedicionarios.
La alta peligrosidad y la controversia sobre la oportunidad política e incluso la validez jurídica, a la luz del derecho internacional (por lo menos durante unos meses, el tiempo en que la ocupación militar de Irak careció de la autorización expresa de la ONU), de la misión convirtieron en altamente impopular la participación búlgara en la violenta posguerra irakí, pero Simeón recalcó que mantener a las tropas allí constituía "una cuestión de principios". No sólo rechazó repatriar el contingente, sino que aceptó que sus efectivos mejor adiestrados participaran en operaciones de combate contra la milicia del clérigo shií Muqtada al Sadr, como se observó en la operación desarrollada en mayo de 2004 en apoyo de las fuerzas polacas y estadounidenses.
Ahora bien, ante la proximidad de las elecciones generales del 25 de junio de 2005, Simeón se lo pensó mejor: mes y medio antes de los comicios, el 5 de mayo, cuando las bajas mortales en Irak ascendían a una decena de militares y seis civiles, la Sabranie sancionó la propuesta del Gobierno de evacuar a todo el personal militar de Irak para el 31 de diciembre del año en curso. La oposición socialista arremetió contra lo que les parecía una maniobra oportunista y populista del oficialismo, que se habría adueñado de un punto central del programa electoral del BSP sólo para atraerse las simpatías de una población que hacía tiempo que había dado la espalda al NDSV.
El caso era que Simeón venía de superar in extremis una crisis con el MPS, el cual en febrero había estado a punto de romper la coalición por desavenencias en torno a la privatización del monopolio tabacalero Bulgartabak, que el grupo de Dogan no veía con buenos ojos por los perjuicios que la venta y capitalización de la compañía estatal podría causar a los agricultores del tabaco, en su mayoría miembros de la minoría turca. El intento de privatizar Bulgartabak, como los dos precedentes, quedó empantanado ante la falta de consenso político y el fiasco se cobró la dimisión de la viceprimera ministra y titular de Economía, Lydia Shuleva. Simeón realizó una campaña electoral de perfil bajo, y sólo a última hora emergió para reconocer que no había podido cumplir las promesas de acabar con la pobreza, la corrupción y la delincuencia. El mea culpa del primer ministro no tuvo eco destacado en un electorado que encontró más seductor el programa socialdemócrata del BSP, al incidir éste en el gasto público para dignificar los salarios y las pensiones, mejorar la asistencia sanitaria y crear más empleo, amén de apostar por un crecimiento económico aún más vigoroso.
6. Derrota en los comicios de 2005 y acuerdo de coalición con los socialistas
El 25 de junio los pronósticos, en líneas generales, se cumplieron: la KzB, la coalición capitaneada por el grupo de Stanishev, cantó victoria con el 30,9% de los sufragios y 82 escaños, un resultado que, empero, era notablemente inferior al vaticinado por los últimos sondeos y que complicaba la formación de un gobierno de mayoría. El NDSV retrocedió hasta el 19,9% de los votos y los 53 escaños, quedándose en un segundo puesto que pareció digno y hasta un relativo logro si se trazaba una comparativa con el misérrimo 7% sacado en las municipales de 2003; eso sí, si se tomaba como referencia el 42% de las legislativas de cuatro años atrás, el fracaso era palmario. Como en las cuatro ediciones anteriores, ninguna de las cuales había revalidado al partido en el poder, en 2005 operó un implacable voto de castigo a la incapacidad de los gobernantes de turno para satisfacer las ansias de mejora social y económica de la población. Y sin embargo, Bulgaria se encontraba, en términos estatales, en el mejor momento, económico e internacional, desde el establecimiento de la democracia en 1990.
En tercer lugar quedó, con el 12,8% de los votos y 34 diputados, el DPS, que no sólo no fue penalizado, sino que pegó un considerable salto, luego los simeonistas cargaron en exclusiva con el desgaste gubernamental. Y cuarta fue, con el 8,1% y 21, la Unión Nacional Ataka (NSA), recién creada coalición de tres partidos de la derecha nacionalista radical, antiturca y antisemita, liderada por el periodista Volen Siderov, cuya enérgica irrupción en el sistema parlamentario, acorde con sus ideas extremistas y su nombre beligerante, fue la gran sorpresa de la jornada. Desde el principio se planteó, más que la posibilidad, la necesidad de un gobierno de gran coalición entre el BSP y el NDSV. Simeón, no muy convencido, emprendió con Stanishev unas negociaciones a las que luego se incorporó Dogan. El 9 de julio las tres formaciones consensuaron una agenda de gobierno y el 18 de julio Stanishev fue nombrado primer ministro por el presidente Purvanov. El tripartito en ciernes reunía 169 escaños.
Todo parecía encarrilado, pero el 22 de julio, los regateos por el reparto de los ministerios impelieron a Simeón, que exigía para el NDSV más cuota de poder que el BSP -una pretensión injustificada, a tenor de los resultados electorales-, a dar portazo al Gobierno de unidad. Stanishev siguió adelante con la sola compañía del DPS y sin garantías de superar las preceptivas votaciones de investidura. El 27 de julio el dirigente socialista consiguió por un voto la aprobación de la Sabranie, pero su Gabinete no superó el trámite. Saltaba a la vista que la única fórmula de gobierno viable era aquella que tuviera como eje el bipartito BSP-NDSV. Simeón, que continuaba siendo primer ministro en funciones, ofreció a los socialistas la vuelta a la mesa de conversaciones.
Apremiados por la opinión pública nacional y por la UE para que resolvieran sus diferencias y terminaran con tan prolongada provisionalidad, Simeón, Stanishev y Dogan desarrollaron unas negociaciones maratonianas que el 15 de agosto, luego de declinar el ex monarca el mandato para formar un gobierno presidido por él, culminaron con la firma de un acuerdo de coalición apoyado sobre tres pilares, a saber, la "integración europea", el "crecimiento económico" y la "responsabilidad social". De los 17 ministerios, ocho fueron para el BSP, cinco para el NDSV, inclusive Defensa (para Veselin Bliznakov) y Justicia (para Georgi Petkanov), y tres para el DPS. Cada partido recibió un viceprimer ministro y los simeonistas nominaron para el cargo a Daniel Vulchev, además ministro de Educación. Simeón se autoexcluyó del Gabinete, pero asumió el puesto ceremonial de presidente de la coalición. Sin pérdida de tiempo, Purvanov asignó mandato a Stanishev, que el 16 de agosto, por fin, ganó la investidura parlamentaria para sí y para su Gabinete.
Aunque exonerado personalmente de las tareas de gobierno, Simeón siguió desempeñando un papel político de primer orden, participando en la formulación de las políticas del Ejecutivo y, en añadidura, involucrándose más en las vicisitudes de su partido. Los siguientes congresos del NDSV trajeron novedades relevantes. El II ordinario, celebrado el 15 de octubre de 2005, consagró la ideología liberal del partido, que en mayo anterior había sido admitido en la Internacional Liberal. Y el III extraordinario, el 3 de junio de 2007, además de volver a reelegir al líder fundador en la presidencia orgánica, aprobó un cambio de nombre de la formación del que se descolgó toda referencia simeonista o monárquica: en lo sucesivo, la sigla NDSV significaba Movimiento Nacional por la Estabilidad y el Progreso.
(Cobertura informativa hasta 1/7/2007)