Sviatlana Tsijanouskaya
Candidata presidencial (2020)
En el verano de 2020, por primera vez en 26 años de presidencia autocrática de Bielarús, Alyaksandr Lukashenko teme perder el poder, de pretensiones vitalicias, por el ímpetu de una gran protesta popular que galvaniza una mujer surgida del anonimato y convertida, sin buscarlo de antemano y en cuestión de semanas, en icono de la oposición. La abanderada de los demócratas bielorrusos es Sviatlana Tsijanouskaya, esposa del activista y youtuber Syarhey Tsijanousky, vetado y arrestado por las autoridades, cuya candidatura independiente en las elecciones presidenciales del 9 de agosto ella aceptó asumir.
Durante la campaña electoral, anómala por la persecución de los aspirantes opositores más destacados, Tsijanouskaya, de 37 años, expuso el manifiesto de su plataforma País por la vida, centrado en los compromisos de celebrar unas elecciones libres y justas, implantar un sistema de libertades, excarcelar a los presos políticos y elevar el nivel de vida de la población. Causó sensación su alianza de "solidaridad femenina" con las también disidentes Veronika Tsepkalo y Maria Kalesnikova, y su capacidad de inspirar a quienes ansiaban el final de la dictadura de Lukashenko mediante un discurso sobrio pero contundente. Los medios internacionales fijaron su atención en esta -en sus propias palabras- "mujer corriente, madre y esposa" sin la menor experiencia política, consciente de su vulnerabilidad y voluntariamente arrastrada a una empresa nacional tan trascendente como peligrosa.
El temple y la rebeldía hieráticos de Tsijanouskaya subieron de nivel nada más cerrarse los colegios electorales. Entonces, la candidata denunció como fraudulentos los resultados preliminares oficiales, que adjudicaban a Lukashenko la reelección para su sexto mandato con el 80% de los votos y a ella un distante segundo lugar con el 10%, y aseguró que la victoria le correspondía. El 11 de agosto, sin embargo, su ánimo, desde el primer momento acosado por el miedo, se quebrantó: coaccionada por el Gobierno, hubo de leer un videodocumento de repudio a las algaradas y acto seguido cruzó la frontera de Lituania, donde pudo reunirse con sus hijos pequeños, previamente expatriados ante el acoso y las amenazas que estaba recibiendo.
El 14 de agosto, en plena escalada de las protestas y de una represión brutal que empezó a dejar víctimas mortales, la opositora reapareció en su canal de YouTube con su anterior espíritu combativo para proclamarse presidenta electa con "entre el 60% y el 70%" de los votos, reclamar el reconocimiento internacional y anunciar la creación de un Consejo de Coordinación opositor para facilitar una "transferencia ordenada y pacífica del poder" y repetir las elecciones con garantías de limpieza. En los días siguientes, Tsijanouskaya reiteró su disposición a liderar un "gobierno de transición" y se abrió a un diálogo con el autócrata, pero puntualizando que los "crímenes" cometidos no se podían "perdonar". Prometió luchar "hasta el final" y advirtió que si el movimiento de protesta se apagaba, los bielorrusos pasarían a ser "esclavos". Las respuestas de Lukashenko, luego de tachar a Tsijanouskaya y sus colegas de "títeres" de las potencias occidentales que solo buscaban "desestabilizar" y "romper" Bielarús, fueron el recrudecimiento de la violencia policial contra los manifestantes, y el arresto y procesamiento sumario de buena parte de las personalidades opositoras que seguían en el país.
Sobre la posibilidad del cambio político en Bielarús pivotan los intereses estratégicos de Rusia, que sitúa a su pequeño vecino occidental en el primer círculo de su esfera de influencia geopolítica. Las relaciones entre Lukashenko y Putin, dos presidentes que sobre el papel son aliados estrechísimos, llevaban años enfriadas por la resistencia de Minsk a avanzar en la integración bilateral que prevé el Tratado de Unión Estatal de 1999 y por su neutralidad mediadora en el conflicto de Ucrania; semanas antes de las elecciones, un suspicaz e irritado Lukashenko realizó el sorprendente anuncio de la captura de un comando de mercenarios rusos en misión supuestamente de crear caos. Sin embargo, los dos presidentes ven intolerable el amago siquiera de una revolución de color o un Maidán en Bielarús, y Lukashenko sabe que si la contestación interna empeora y las fuerzas propias sufren grietas, el único al que puede recurrir para mantenerse en el poder es Putin.
Así, el desafío de la oposición democrática bielorrusa que Tsijanouskaya encabeza no solo tiene delante a todo el aparato policíaco y de seguridad y a las Fuerzas Armadas bielorrusas, que de momento se mantienen leales a Lukashenko, sino también al Kremlin, que parece acariciar un proceso de unión estatal que desembocaría en la virtual absorción de Bielarús por la Federación Rusa. Por de pronto, Putin ya ha prometido a Lukashenko, en el marco de los compromisos bilaterales en materia de seguridad, la intervención de fuerzas policiales rusas si la oposición se entrega a las "provocaciones" urdidas en el extranjero y "se pasa de la raya". Sobre los escenarios de una implicación directa de Rusia en la crisis, Tsijanouskaya se muestra cautelosa. En sus alocuciones y en su programa, de lo más esquemático (y casi inexistente en lo que respecta a la economía), se limita a reiterar la necesidad de salvaguardar la soberanía nacional con la revisión de los nexos con Rusia, a fin de fundar una "asociación en pie de igualdad" e incluir en un marco equilibrado de relaciones exteriores a la UE, a la cual reclama de paso acciones decididas en favor de la democracia en su país.
Por lo demás, la crisis política ha eclipsado la situación de la COVID-19 en Bielarús, único país de Europa, si no del mundo, cuyo Gobierno ha rehusado aplicar medidas drásticas de contención del virus, contraído por más de 70.000 personas. Entre finales de abril y principios de mayo Bielarús reportó cerca de un millar de positivos cada 24 horas, para luego caer el ritmo de los contagios a poco más del centenar diarios. Al terminar agosto, el país europeo oriental reportaba menos de un millar de casos activos -llegaron a ser 25.000- y un total de 681 fallecidos.
(Texto actualizado hasta septiembre 2020)
Sviatlana Tsijanouskaya, la improvisada líder opositora que ha puesto en jaque al dictador Alyaksandr Lukashenko en la crisis poselectoral de agosto de 2020 en Bielarús, nació en 1982 en la región meridional de Brest. Su apellido de soltera es Pilipchuk. Los medios internacionales la citan más frecuentemente como Svetlana Tijanovskaya, la transliteración de la forma rusa de su nombre. Hay que recordar que el ruso es la lengua y el alfabeto vehiculares del grueso de los bielorrusos, a diferencia del arrinconado idioma cooficial autóctono, hablado regularmente, y menos aún escrito, por una parte muy minoritaria de la población, aunque para más de la mitad se trate de su lengua nativa. Los miembros del Gobierno, en sus alocuciones, ignoran casi siempre el bielorruso, empleado escasamente también por las figuras de la oposición a fin de no limitar el eco social de sus consignas. En su caso, Tsijanouskaya se ha esforzado en hacer una difusión bilingüe de sus mensajes escritos, pero cuando se dirige de palabra se vale solo del ruso.
Según la prensa irlandesa, desde 1994, cuando tenía 12 años, Tsijanouskaya vivió muchos meses en Roscrea, pueblo del condado de Tipperary, al oeste de Dublín, en el marco de un programa especial para niños de regiones de la extinta URSS afectadas por la nube radioactiva de la central nuclear de Chernobyl, accidentada en 1986. Tras completar en 2000 el bachillerato en Mikashevichy, su población natal, Tsijanouskaya estudió en la Universidad Pedagógica Estatal de Mazyr, en la región de Homyel (Gomel), donde se tituló en Filología. Una vez graduada, la joven se abrió camino profesional en Gomel como profesora e intérprete de inglés, su especialidad lingüística. En 2004 Sviatlana contrajo matrimonio con Syarhey Tsijanousky, otro licenciado en Filología que llevaba pequeños negocios locales de hostelería de ocio nocturno, organización de conciertos y producción de videos, y del que tomó el apellido de casada. La pareja tuvo dos hijos, un chico y una chica.
El 11 de marzo de 2019 Tsijanousky abrió en la red social YouTube un canal, País por la vida, donde contaba historias de personas comunes y sus problemas cotidianos para, por ejemplo, encontrar empleo, montar un negocio o conseguir trámites burocráticos. También documentaba, con una cuidada realización de video y audio, numerosas situaciones de desequilibrios, ineficiencias y carencias materiales en Bielarús. El canal acumuló suscriptores con rapidez y su propietario no tardó en imprimirle un tono de crítica política directa al Gobierno autoritario y represivo del presidente Lukashenko, dirigente virtualmente absoluto del país eslavo desde las elecciones pluralistas de 1994. A aquellas le habían seguido otras cuatro votaciones (en 2001, 2006, 2010 y 2015) sin garantías democráticas y en las que Lukashenko, previa alteración de las leyes y la Constitución a su gusto y medida, había sido sucesivamente reelegido frente a contrincantes de bajo perfil con una horquilla de iba del 77% al 84% de los sufragios.
Por el momento, Svetlana, que había dejado de trabajar para cuidar a sus hijos en casa, se mantenía rigurosamente al margen de las actividades públicas de su marido youtuber y bloguero, que interactuaba intensamente con sus seguidores y empezaba a adquirir notoriedad nacional por la audacia de sus videos de denuncia del poder, los cuales incluían reportajes filmados en diversas ciudades del país, declaraciones de ciudadanos descontentos y entrevistas a políticos de la oposición. Como era de esperar, su actitud disidente puso a Syarhey Tsijanousky, un hombre de físico fornido, en el radar del Comité de Seguridad del Estado (KDB), la policía secreta a las órdenes de Lukashenko.
La proximidad de las elecciones presidenciales del 9 de agosto de 2020, en las que Lukashenko esperaba conquistar su sexto mandato consecutivo (la reforma constitucional de 2004 había eliminado en la práctica todo límite al numero de ejercicios del jefe del Estado), y la negativa del régimen a adoptar, a contracorriente del resto de Europa, medidas de contención estrictas de la pandemia COVID-19 (Lukashenko prefería recomendar a la población un estilo de vida saludable basado en el laboreo hortofrutícola al volante del "tractor", junto con dosis "terapéuticas" de "sauna" y "vodka"), empujaron a Tsijanousky, hasta entonces mero vocero del malestar social, a lanzar su aspiración a la Presidencia. Se trataba de una apuesta arriesgada que bien podía acarrear represalias personales y que, una vez materializadas estas en efecto, de carambola, iba a convertir a Sviatlana, su desconocida esposa, en figura nacional e internacional.
Ya el 19 de diciembre de 2019 el ciberactivista amplificó con su presencia los ecos de una manifestación de protesta en Minsk contra la eventual integración de Bielarús, con la consiguiente pérdida de la soberanía nacional, en la Federación Rusa. Este era un hipotético escenario de absorción territorial que fomentaban sectores del poder ruso y que supuestamente alentaba el Tratado de Unión Estatal suscrito con el Kremlin en 1999 (y sin materializar en sus previsiones de instituciones comunes), pero que de hecho Lukashenko, cuya estrecha alianza con Moscú vivía una etapa de tensiones por los desacuerdos en diversas áreas de la colaboración estratégica y por su postura neutral en el conflicto de Ucrania, no deseaba propiciar.
Candidata a la Presidencia de Bielarús en lugar de su marido preso
El 6 de mayo de 2020, en plena ola de arrestos entre sus ya numerosos seguidores, organizados como un movimiento reivindicativo de calle, Tsijanousky fue detenido por la Militsiya o Policía en las inmediaciones de Mahiliou (Mogilev) y conducido ante un juez, quien sumariamente le impuso una pena de 15 días de arresto por el cargo de participar en la protesta no autorizada del 19 de diciembre en la capital. Al día siguiente, a la plataforma de YouTube fue subido un video en el que el opositor, luciendo una camiseta negra con el nombre de su canal estampado a modo de lema proselitista, anunciaba su intención de inscribirse para las elecciones presidenciales como candidato independiente.
La detención y condena exprés de Tsijanousky, seguramente ordenadas por Lukashenko, inquieto por el auge insospechado de este y otros envites opositores en vísperas de las elecciones, no consiguieron abortar el movimiento País por la vida, que fue sostenido por los suscriptores-militantes y, en una implicación decisiva, por Tsijanouskaya. Los primeros celebraron en la ciudad de Babruysk un "contradesfile" para exigir la liberación del activista y protestar por la celebración en Minsk de la parada militar del Día de la Victoria en la Segunda Guerra Mundial, evento anual que Lukashenko había insistido en mantener a pesar de la propagación del coronavirus. Entre tanto, Sviatlana emergió como la encargada de presentar a la Comisión Electoral Central (CEC) la documentación requerida a la candidatura presidencial de su esposo. La CEC se negó a inscribir a Tsijanousky alegando su condición de reo de la justicia y entonces su pareja optó por registrar la candidatura presidencial bajo su propio nombre. La solicitud fue hecha ante la CEC en la noche del 15 de mayo, al filo del plazo fijado por el organismo, que le dio trámite, a modo de validación provisional.
Desde este momento, los cónyuges, unidos en lo sentimental y ahora también en los azares de la política, vivieron peripecias diferentes. El 18 de mayo Syarhey, que no había terminado de cumplir sus 15 días de arresto, recibió una segunda pena de privación de libertad, de 30 días de duración, esta vez por sostener en las ciudades de Orsha y Brest sendas reuniones "ilegales" con suscriptores de su canal, camino ya de los 150.000 miembros. En la jornada siguiente, el Tribunal del Distrito de Sovetsky de Gomel le añadió otros 15 días de arresto administrativo en relación con la manifestación de diciembre. El 20 de mayo, inesperadamente, el opositor fue dejado libre y, sin perder un instante, corrió a ayudar a Sviatlana en la campaña de recogida de firmas para avalar su candidatura. Finalmente, fueron presentadas 109.479 firmas al CEC, que aceptó como válidas 104.757; Lukashenko, en cambio, aparecía respaldado por 1.939.572 rúbricas.
Mientras Tsijanouskaya se adiestraba a marchas forzadas en las habilidades mediáticas y organizadoras que su formidable empresa requería, su marido radicalizaba sus arengas contra Lukashenko, sintetizadas en el agresivo eslogan de ¡Abajo la cucaracha!. El 29 de mayo, mientras recogía firmas en Hrodna, cerca de la frontera polaca, Tsijanousky volvió a ser detenido, ahora por unos supuestos delitos de alteración del orden público y resistencia violenta a los agentes de la Militsiya. Para Tsijanouskaya, la detención de su marido constituía una "sucia provocación" y un acto arbitrario del poder de naturaleza puramente política. Fuera de Bielarús, las ONG Human Rights Watch y Amnistía Internacional suscribieron esta denuncia y dieron a Tsijanousky y a las decenas de candidatos opositores, periodistas, blogueros y otros activistas de la sociedad civil también arrestados en plena campaña electoral la consideración de presos de conciencia.
El 14 de julio la CEC, en una decisión que no dejó de sorprender, dio luz verde definitiva a la candidatura independiente de Tsijanouskaya. Lukashenko hizo unos comentarios irónicos sobre que el país no estaba "preparado" para tener una mujer presidenta y se burló de Tsijanouskaya, presentándola como una pobre ama de casa a la que todo esto la superaba. Al punto, dos prominentes opositores a los que la CEC había denegado postularse, el empresario y diplomático Valery Tsepkalo y el banquero y filántropo Viktar Babaryka, anunciaron su apoyo a la activista. Toda vez que ambos figuraban en la lista negra del régimen (el primero terminó huyendo a Rusia el 24 de julio y el segundo llevaba semanas detenido, desde el 18 de junio, acusado de delitos económicos), delegaron la dirección de sus movimientos en Veronika Tsepkalo y Maria Kalesnikova, esposa del primero y jefa de campaña del segundo, respectivamente. También, salieron a respaldar a Tsijanouskaya personalidades opositoras de largo recorrido como Vital Rymaseuski y Mikola Statkevich, ambos candidatos en las presidenciales de 2010, así como varios partidos de diversas tendencias,
El 16 de julio Tsijanouskaya, Tsepkalo y Kalesnikova decidieron unir fuerzas para fortalecer el control democrático del proceso electoral. El 19 de julio las tres celebraron su primer mitin conjunto en Minsk, que congregó a unas 5.000 personas. En la jornada siguiente, Tsijanouskaya apareció por primera vez en el canal de YouTube de su marido preso, recibiendo de un joven un ramo de 51 rosas, una por cada día que Tsijanousky llevaba entre rejas.
Tsijanouskaya explicaba que si daba este trascendental paso era por amor a su marido, al que ansiaba ver libre y salvo. La misma condición reclamaba para todos los presos políticos de Bielarús, país que no podía seguir ni un minuto más sin reformas democráticas y sin salvaguardar su soberanía nacional, permanentemente puesta en peligro por la Unión Estatal con Rusia, señalaba. La opositora proponía someter a referéndum la vuelta al texto original de la Constitución de 1994, enmendada a su antojo por Lukashenko en 1995, 1996 y 2004 -a través de unos referendos de validación que según la OSCE no cumplieron los estándares internacionales-, lo que incluía restablecer el límite de los dos mandatos presidenciales. Su objetivo inmediato era que en Bielarús tuvieran lugar unas elecciones "reales y justas con la participación de todos los candidatos alternativos". Si eso resultaba imposible ahora, ella, de ganar la Presidencia, ya crearía las condiciones necesarias para la celebración de elecciones legítimas. Igualmente, tomaría medidas para "mejorar los estándares de vida" y reformular las relaciones con Rusia, para alumbrar una "asociación en pie de igualdad".
Pero Tsijanouskaya también tenía miedo, sentimiento que no se empeñó en ocultar. En junio, la candidata, al borde de las lágrimas, confesó en un video que estaba recibiendo amenazas telefónicas, llamadas anónimas que le advertían de su encarcelamiento y de la pérdida de la custodia de sus hijos, de 4 y 10 años, los cuales podrían terminar en un orfanato, a menos que se retirara de la carrera presidencial. El 20 de julio un portal de noticias bielorruso informó que Tsijanouskaya había enviado a "un lugar seguro" de la Unión Europea a sus dos pequeños -el mayor, con una discapacidad auditiva de nacimiento-, poniéndolos bajo el cuidado de su abuela.
Una vez iniciado agosto, Tsijanouskaya y sus aliadas de la "solidaridad femenina" bielorrusa realizaron mítines en otros puntos del país. A pesar de que varias citas programadas fueron impedidas por las autoridades locales y de que el acoso policial a los organizadores era constante, la capacidad de convocatoria del trío opositor no hacía más que crecer. Las pocas encuestas realizadas en el país desde la primavera arrojaban unos resultados radicalmente antitéticos, dependiendo de la orientación del medio. Según el canal de televisión público ONT, que reflejaba un estudio realizado por el centro de análisis Ecoom, Lukashenko tendría garantizada la reelección con más del 70% de los votos, mientras que Tsijanouskaya no llegaría al 8% y un tercer candidato en disputa, Hanna Kanapatskaya, anterior diputada del Partido Cívico Unido, apenas rozaría el 2%. Por contra, una serie de plataformas digitales independientes y que operaban con licencia del Gobierno, en unos sondeos realizados en Internet en mayo, situaron muy destacado en cabeza al luego vetado Babaryka, seguido de Tsijanouskaya y del también descalificado a posteriori Tsepkalo. Estos medios alternativos solo conferían a Lukashenko unos porcentajes de voto ínfimos, anecdóticos, lo cual tampoco resultaba creíble.
Líder de la rebeldía poselectoral contra Lukashenko
La jornada electoral del 9 de agosto de 2020 discurrió con el ambiente caldeado por el hostigamiento del Gobierno a las filas opositoras, donde los ánimos oscilaban entre el temor a ser esposados en cualquier momento por la Militsiya y la esperanza que alentaba el potente empuje de Tsijanouskaya. En la víspera, la candidata optó por dejar su apartamento de Minsk y ponerse a buen recaudo en un paradero secreto después de que nueve miembros de su equipo de campaña, incluida la administradora jefe, Maria Moroz, fueran detenidos. Al día siguiente, acudió a votar a su colegio electoral de la capital arropada por una nube de colaboradores y periodistas (y sin llevar la mascarilla contra el coronavirus, no prescrita por las autoridades y apenas usada entre la población).
También había inquietud por la noticia, dada a conocer por el KDB el 29 de julio, sobre la captura de un supuesto comando de mercenarios armados de nacionalidad rusa y en presunta misión de crear inseguridad y desestabilizar el país. De ser cierto el asunto, se trataría del último y más turbio episodio del forcejeo que Lukashenko y su homólogo ruso, Vladímir Putin, sobre el papel dos presidentes aliados y socios privilegiados en el ámbito postsoviético, venían sosteniendo desde hacía años.
Lukashenko esperó apenas unas horas tras cerrarse las urnas para proclamar su reelección de manera aplastante. Simultáneamente, en Minsk, Gomel, Mogilev, Vitebsk y otras ciudades importantes estallaron airadas protestas de simpatizantes de la oposición. Los agentes antidisturbios entraron en acción disparando balas de goma, arrojando chorros de agua a presión y lanzando granadas aturdidoras. La primera arremetida de los manifestantes fue dispersada por las fuerzas del Ministerio del Interior, que practicaron alrededor de 3.000 arrestos y dieron un parte de numerosos heridos y contusionados en sus filas. La impresión general era que en Bielarús había estallado la más enérgica protesta popular desde la llegada de Lukashenko al poder en 1994.
En la mañana del día siguiente, lunes 10 de agosto, la CEC, con el escrutinio inconcluso, reportó que el presidente había recibido el 80,2% de los votos, en tanto que Tsijanouskaya no tenía más que el 9,9%. En una rueda de prensa, la líder opositora instó a sus partidarios a no caer en "provocaciones" policiales y exigió a la Militsiya que detuviera la violencia, pero también dejó clara la nula credibilidad que le merecían los resultados preliminares oficiales: "Creo en lo que ven mis ojos, la mayoría está con nosotros (...) No reconocemos los resultados de estas elecciones (...) Me considero la ganadora (...). Exhortamos a los que creen que les robaron la voz a no permanecer callados". Más aún, ella, añadió, estaba lista para discutir cara a cara con Lukashenko un "cambio pacífico de poder".
El presidente respondió al desafío de su adversaria con su propio desafío destemplado: él no permitiría que "el país se viniera abajo" por unas protestas "iniciadas por titiriteros extranjeros", y la respuesta de la policía antidisturbios a quienes intentasen agredirla sería "la adecuada". "¿Así que Lukashenko, que está en la cima de la vertical del poder, el jefe del Estado, con el 80% de los votos, debe transferirles voluntariamente el poder? Todo esto viene del exterior", zanjó el mandatario.
En la tarde del 10 de agosto Tsijanouskaya llegó a reunirse con funcionarios de la CEC en la sede del organismo en Minsk para presentarles una impugnación con un pliego documentado de irregularidades y fraudes presuntamente cometidos el día de la elección. Pero el 11 de agosto la opositora apareció en su canal de YouTube, en un video sin editar y embargada por la emoción, para anunciar que acababa de abandonar el país por motivos de seguridad. Se trataba una "decisión muy difícil", tomada de manera "completamente independiente". Pero lo hacía por sus hijos, y tras comprobar que había sobrestimado su temple. "Pensé que esta campaña me había endurecido de verdad, que me había dado tanta fortaleza que podría hacer frente a cualquier cosa. Pero supongo que sigo siendo la misma mujer débil. Ni una sola vida vale lo que está sucediendo. Los niños son lo más importante de nuestras vidas", explicaba la youtuber a modo de justificación.
Instantes antes, el medio bielorruso Tut.by había colgado otro impactante y revelador video de Tsijanouskaya. En esta filmación, la candidata presidencial, muy compungida y nerviosa, leía ante la cámara un papel para implorar a sus seguidores que se abstuvieran de realizar algaradas, que no se enfrentaran a la Policía y que, en suma, terminaran las manifestaciones de protesta. "No quiero sangre y violencia (...) Les pido que atiendan a razones y respeten la ley", llegó a decir Tsijanouskaya, con el semblante desencajado. No había dudas de que se trataba de una declaración realizada contra su voluntad y bajo coacción. Todo en un día, el ministro de Exteriores de Lituania, Linas Linkevicius, reveló que Tsijanouskaya se encontraba a salvo en su país, reunida con sus hijos y su madre. Según Olga Kavalkova, dirigente del Partido Democristiano Bielorruso y aliada de la expatriada, Tsijanouskaya había sido llevada hasta la frontera por agentes del KDB.
El 14 de agosto, con la represión de las protestas recrudeciéndose por momentos -los partes policiales reconocían dos manifestantes muertos y se amontonaban los testimonios verbales y gráficos de una brutalidad salvaje por parte de las fuerzas del orden-, Tsijanouskaya reapareció en el canal País por la vida, y retomando las palabras de rebeldía que días atrás la habían hecho mundialmente famosa.
En esta ocasión, Tsijanouskaya, en apariencia restablecida de su quiebre de espíritu, afirmó que ella era la presidenta electa de Bielarús con un respaldo estimado de entre el 60% y el 70% de los votantes, así que apelaba a la comunidad internacional a reconocerla como tal. Además, anunció la puesta en marcha de un Consejo de Coordinación opositor con la misión de facilitar una "transferencia ordenada y pacífica del poder", el cese de la "persecución política", la liberación de todos los presos políticos y la celebración de unas nuevas elecciones libres y justas, conforme a los estándares internacionales, en el más corto espacio de tiempo posible. Ello pasaba por anular las votaciones del 9 de agosto. La dirigente tachó la violencia masiva contra los manifestantes de "masacre" y, contrariamente a lo reclamado el día 11, llamó a realizar "concentraciones pacíficas" en todas las ciudades. El mismo día 14 la CEC publicó los resultados electorales finales: Lukashenko era el ganador con el 80,1% de los votos, seguido de Tsijanouskaya con el 10,1%. La participación fue establecida en el 84,2%.
El Consejo de Coordinación nacía con un cuerpo de una cincuentena de miembros, abierto a la incorporación de más ciudadanos y representantes de la sociedad civil comprometidos con el cambio democrático en Bielarús, y con un presidium o directiva de siete miembros que fue presentado a los medios el 18 de agosto. El Presidium aparecía integrado por Maria Kalesnikova y Olga Kavalkova, las dos estrechas colaboradoras de Tsijanouskaya, más la Premio Nobel de Literatura Sviatlana Alieksijevic, el ex ministro de Cultura Pavel Latushko, el ingeniero agrónomo Syarhey Dylevsky, la jurista Liliya Vlasova y el también jurista Maksim Znak. El matrimonio Tsepkalo, en cambio, dijo no entender la oportunidad de este movimiento y se mantuvo al margen. Para el presidente Lukashenko, el Consejo de Coordinación organizado por Tsijanouskaya era un "intento de tomar el poder, con las consecuencias que ello puede acarrear".
(Cobertura informativa hasta 15/8/2020)