Haider al-Abadi

Haider al-Abadi, diputado shií con crédito de político dialogante, abierto al compromiso e involucrado en la reconstrucción material del país, fue investido primer ministro de Irak el 8 de septiembre de 2014. El 11 de agosto anterior Abadi fue designado por el nuevo presidente de la República, el kurdo Fuad Masum, otro estadista moderado, con la misión de formar un Gobierno lo más representativo e inclusivo posible, y enviar así un vital mensaje de unidad en plena arremetida bélica de la organización jihadista Estado Islámico (EI), que hasta el comienzo de los bombardeos de contención de la aviación estadounidense puso al endeble Ejército de Bagdad contra las cuerdas. Abadi, que ya fue barajado como posible primer ministro en 2006 y en 2010, goza de un muy amplio respaldo interior y exterior (le amparan por igual Washington y Teherán) para subsanar la denostada gestión, por sectaria y autoritaria, de su predecesor en el cargo, Nuri al-Maliki, quien no es sino el jefe del partido confesional shií del que el nuevo gobernante es vicelíder, el Dawa, ganador del mayor número de escaños en las elecciones parlamentarias del 30 de abril.

El principal responsable ejecutivo de Irak tiene como propósitos declarados restablecer la confianza y conseguir la reconciliación de los tres grandes grupos étnico-religiosos del país, más urgente que nunca desde el final de la anterior intervención norteamericana en 2011. Sus mensajes se dirigen tanto a la comunidad árabe sunní, cuyos miembros acusaron a Maliki de marginarles sistemáticamente y que nutre de reclutas al califato del terror instalado entre Irak y Siria, como a los kurdos, que están dispuestos a cobrarse con fuertes dividendos políticos, para beneficio de su autonomía regional, el sacrificio de sus combatientes peshmergas en la lucha contra los islamistas. Poner el pegamento político que impida la desintegración de Irak, escenario catastrófico que él ha evocado expresamente, es el reto básico de Abadi, mientras la coalición internacional liderada por Estados Unidos intenta destruir al EI por medios exclusivamente militares.

(Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada originalmente el 29/9/2014. El ejercicio de Haider al-Abadi como primer ministro de Irak concluyó el 25/10/2018. Su sucesor en la jefatura del Gobierno fue Adel Abdel Mahdi).

1. Opositor exiliado del partido shií Dawa
2. Actividades políticas en los años de la intervención militar de Estados Unidos
3. Primer ministro de Irak en una coyuntura nacional crítica


1. Opositor exiliado del partido shií Dawa

Nacido en 1952 en el seno de la familia formada por el médico bagdadí Jawad al-Abadi, un facultativo de fe musulmana shií que ejerció como director de hospital e inspector general del Ministerio de Salud, toda su formación escolar discurrió en la provincia de Bagdad. Luego, en 1975, se graduó en Ingeniería Eléctrica por la Universidad Tecnológica de la capital.

Desde 1967 el joven estaba vinculado al partido confesional shií Ad Da’wa, palabra que en árabe significa llamada. También denominado Hizb Ad Da’wa Al Islamiyah o Partido Islámico Dawa (DIP, en su sigla en inglés), el Dawa había aparecido a finales de los años cincuenta por iniciativa de un grupo de notables shiíes, clérigos y laicos, de las ciudades santas de Najaf y Karbala que querían vigorizar la cultura y la sociedad islámicas, no tardando en oponer resistencia a las políticas reformistas secularizadoras puestas en marcha por las sucesivas dictaduras republicanas de los militares nacionalistas, los nasseristas y el partido Baaz. Más allá de las acciones puramente reactivas contra un orden establecido que les parecía contrario a la fe, el Dawa elaboró un programa a largo plazo en el que la revolución islámica y el Estado religioso regido por la Sharía aparecían como metas irrenunciables.

Tras sacarse el título de ingeniero, Abadi marchó al Reino Unido para perfeccionar su especialidad académica en la Universidad de Manchester. En 1977, mientras preparaba el doctorado, se hizo cargo en Londres de la oficina que el Dawa tenía abierta en el país europeo. Ese mismo año el régimen baazista, que desde su subida al poder en 1968 venía reprimiendo con gran crudeza las manifestaciones políticas y religiosas del shiísmo militante, incompatibles con el laicismo y el socialismo pro-sunníes del presidente Ahmad al-Bakr y el vicepresidente Saddam Hussein, se lanzó a la destrucción del Dawa en respuesta a la campaña de lucha armada y terrorismo ordenada por los líderes del partido, los ulema y hermanos Sayyid Mahdi y Sayyid Muhammad Bakr al-Hakim, hijos del gran ayatolá Muhsin al-Hakim, quienes se ilusionaron con la posibilidad de derrocar a la dictadura desde la subversión.

En 1979, tras el triunfo de la revolución jomeinista en Irán, que insufló muchos ánimos a los opositores shiíes de Irak, Abadi vio reconocida por sus jefes la labor proselitista y propagandística que venía desarrollando en Europa con la entrada en la dirección ejecutiva del Dawa. Al año siguiente defendió con éxito su tesis doctoral en Ingeniería Eléctrica y Electrónica en la Universidad de Manchester, y tomó a su cargo de la oficina del partido en Oriente Próximo, con sede en Beirut. Con Irak en guerra contra Irán y los resistentes shiíes de casa sometidos a la una verdadera campaña de exterminio, Abadi, en las listas negras de Saddam, no se arriesgó a retornar y prefirió quedarse en Londres, aunque incluso ahí su vida corría peligro, como testimoniaban los casos de disidentes refugiados que caían bajo las balas de los agentes secretos de Bagdad. Fue el comienzo de un exilio que iba a prolongarse durante 23 años.

Las represalias se cebaron con la familia de joven. Primero, en 1979, el padre fue expulsado del Colegio de Médicos por desafección al régimen y, para excusar males mayores, corrió a reunirse con el hijo en Londres. El anciano Jawad al-Abadi iba a terminar allí sus días. Peor les fue a los tres hermanos que se habían quedado en Irak y que también militaban en el Dawa. Todos fueron arrestados entre 1980 y 1982; dos de ellos, el uno profesor universitario y el otro empleado público, terminaron siendo ejecutados, mientras que el tercero, estudiante de Medicina, pasó una década en las mazmorras de la dictadura. En 1983 Haider, el hermano superviviente, vio revocado su pasaporte irakí, lo que significaba que los únicos futuros que le aguardaban en Irak eran la clandestinidad o la cárcel con probable resultado de muerte.

Abadi comenzó una nueva vida en Londres, donde se casó y formó una familia con esposa y tres hijos. En 1981 empezó a trabajar para una empresa de I+D especializada en aplicaciones tecnológicas para la movilidad de personas en edificios. Según las reseñas biográficas, en las décadas de los ochenta y noventa el ingeniero adquirió un perfil profesional de alta cualificación como especialista en sistemas de ascensores, y tomó parte en varios programas y contratos de investigación, diseño e instalación de elevadores rápidos en el Reino Unido y otros países. Estuvo muy familiarizado con la Bush House, gran edificio de porte clásico que durante tres cuartos de siglo sirvió de sede a la BBC, como responsable del mantenimiento de su parque de ascensores. En 2001 Abadi llegó a registrar una patente sobre un sistema de transporte rápido de nombre Snkerorel.

Ni la biografía oficial que Abadi divulga en su página de Facebook ni los perfiles periodísticos que de él se han publicado precisan las actividades políticas que el exiliado pudo desarrollar, si es que las hubo, en todos estos años. Fue un período de grandes infortunios para el Dawa, que además de la lucha por la supervivencia frente a los ataques de Saddam sufrió abundantes conflictos y fracturas internos por cuestiones de estrategia y doctrina político-religiosas.Las mayores discrepancias surgieron a propósito de la conveniencia o no de adoptar en Irak el modelo de gobierno islámico instaurado por el ayatolá Jomeini en Irán. Los partidarios de una república de corte teocrático y regida por una élite clerical, con Muhammad Bakr al-Hakim a la cabeza, se escindieron en 1982 para fundar el Congreso Supremo para la Revolución Islámica en Irak (SCIRI). Este cisma dejó muy debilitado al Dawa, que siguió haciéndose escuchar en el coro heterogéneo de la oposición y la resistencia irakíes.

Abadi permaneció fiel al sector oficialista del Dawa, el cual prefería dotar a Irak de un gobierno islámico compuesto mayormente de laicos y tecnócratas, y apoyado en una majlis ash-shura o asamblea consultiva de elección popular. Esta fórmula era menos sectaria que la propugnada por el SCIRI, ya que tenía más en cuenta la pluralidad religiosa y étnica de Irak, amén de presentar algún indicio de democracia. En cuanto a la organización territorial del Estado, los shiíes del Dawa aceptaban el modelo centralizado ya vigente bajo la tiranía del Baaz, lo que chocaba frontalmente con los apetitos autonomistas y federalistas de los kurdos del norte. El nacionalismo religioso, la intransigencia de que hacía gala en muchos aspectos y el patrocinio que recibía de Irán y Siria terminaron por marginar al Dawa del concierto de fuerzas de la resistencia irakí, que buscaban el auxilio de las potencias occidentales.


2. Actividades políticas en los años de la intervención militar de Estados Unidos

Tras la invasión estadounidense y la destrucción del régimen saddamista en 2003, Abadi, que desde 1999 cursaba unos estudios de exégesis coránica en la Universidad Brunel de Londres, puso fin a dos décadas largas de exilio y regresó a su destrozado país de origen, donde había por delante un arduo proceso de pacificación, reconstrucción, recuperación de la soberanía y democratización, por el momento bajo la bota militar de una ocupación extranjera y en un estado de anarquía. Junto con él lo hicieron los dos máximos dirigentes del Dawa, de condición seglar como él: Ibrahim al-Jaafari un médico muy conservador y al que conocía bien por haber sido en la última década su jefe político en Londres, y Nuri al-Maliki, un resistente activo que había permanecido refugiado en Siria.

Tras la toma de Bagdad por las fuerzas estadounidenses, el Dawa se deshizo de las fuertes reticencias que antes de la invasión había tenido a participar en un proceso multipartito conducente a la formación de un gobierno provisional en Irak bajo la égida estadounidense. Cuando comprobó que Washington pretendía apoyarse en la mayoría shií para contrarrestar la tradicional supremacía política de los sunníes y borrar cualquier residuo del poder baazista antes de poner en marcha un gobierno nacional teóricamente soberano, el partido islamista se avino a colaborar. Para Abadi, el histórico vuelco vivido por Irak en 2003 supuso su debut como profesional de la política y servidor público.

El primero de septiembre el ingeniero fue nombrado ministro de Comunicaciones del nuevo Gabinete ministerial de coalición adjunto al Consejo de Gobierno de Irak (CGI), suerte de protogobierno no soberano provisto de una presidencia mensual rotatoria (Jaafari fue su primer titular oficial, en agosto) e instalado en julio anterior por la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA), a su vez el órgano rector de la administración civil de la ocupación que con plenos poderes dirigía el embajador especial del presidente Bush, Paul Bremer.

Concentrado en su función esencialmente técnica, en tanto que Maliki, Jaafari y un tercer dirigente del Dawa, Ezzedine Salim (quien iba a ser asesinado en mayo de 2004 por la insurgencia sunní, que tachaba de "colaboracionistas" y "traidores" a los partidos sentados en el CGI), se encargaban del proceso político, Abadi se afanó en restablecer los servicios de comunicaciones destruidos por la guerra y en poner en marcha una moderna infraestructura de telefonía móvil e Internet. La tarea que el ministro se encomendó tropezó con las abrumadoras carencias económicas de un país exangüe y que dependía totalmente de la asistencia financiera de Estados Unidos, por su parte más pendiente de las cuestiones de seguridad y de velar por su intereses estratégicos que de dotar de bienestar material a los irakíes, y, no menos importante, con la sangrante realidad del agravamiento de la violencia, que producía partes diarios de ataques guerrilleros, operaciones contrainsurgentes y atentados terroristas.

Por si fuera poco, Abadi y sus colegas del CGI entraron en conflicto con Bremer por los decretos del administrador norteamericano para imponer en Irak un marco de economía de mercado de signo ultraliberal, con mínimas regulaciones y controles, así como la privatización de la mayoría de las compañías estatales que había en el país, incluidas las que daban servicios básicos de infraestructura. Los dictados económicos de la potencia ocupante precedieron a la transferencia del poder y la soberanía a unas autoridades irakíes con legitimidad electoral. Abadi abandonó el Gabinete al constituirse en junio de 2004 el Gobierno Interino de Irak, el cual, con el shií laico Iyad Allawi, líder del Acuerdo Nacional Irakí (INA), a su frente, recibió la soberanía formal de la ahora disuelta CPA.

En mayo de 2005 Jaafari fue seleccionado para encabezar el nuevo Gobierno Transitorio de Irak surgido de las elecciones del 30 de enero a la Asamblea Nacional transitoria. Estos primeros comicios democráticos dieron una mayoría absoluta de 140 escaños a la Alianza Irakí Unida (UIA), formada por el Dawa, el SCIRI y otros partidos confesionales shiíes, y que gozaba de los parabienes del gran ayatolá Sayyid Alí al-Husseini as-Sistani, actualmente la máxima autoridad espiritual del shiísmo irakí y personaje clave en la convulsa transición política. Abadi siguió apartado del Gabinete, pero el nuevo primer ministro le confió labores de asesoría personal y, sobre todo, le encomendó una delicada misión de cabildeo tribal que, sorprendentemente, dadas las filiaciones religiosas y las posiciones políticas de los responsables implicados, iba a dar frutos.

Se trataba de convencer a los notables sunníes de Tal Afar, ciudad de la provincia norteña de Nínive y uno de los principales focos de la insurgencia contra las tropas estadounidenses y posteriormente de las salvajes violencias sectarias entre sunníes y shiíes, para que dejaran de hostilizar al Gobierno de Bagdad y se revolvieran contra la banda alqaedista que lideraba el terrorista jordano Abu Musab al-Zarqawi, cerebro de una infinidad de emboscadas y atentados contra las tropas estadounidenses, las tropas irakíes y los shiíes. La labor desarrollada por Abadi en Tal Afar estuvo enmarcada en los esfuerzos orquestados por Estados Unidos para eliminar a la sucursal de Al Qaeda en Irak y reducir los niveles de violencia con la puesta en marcha de los Consejos del Despertar, también llamados los Hijos de Irak. Para el denominado Despertar Sunní fueron reclutados decenas de miles de antiguos baazistas y miembros de tribus que, a cambio de incentivos económicos y promesas de futuro laboral en las fuerzas de defensa y seguridad irakíes, aceptaron dejar la insurgencia y convertirse en tropas auxiliares en las operaciones militares contra Al Qaeda y el terrorismo jihadista.

Tras esta misión de apoderado del Gobierno en la turbulenta Tal Afar, Abadi se presentó a las segundas elecciones generales, las del 15 de diciembre de 2005, en la lista de candidatos de la UIA. La coalición shií volvió a ser la fuerza más votada, aunque esta vez hubo de conformarse con mayoría simple. El ingeniero ganó el escaño y en el nuevo Consejo de Representantes, el Parlamento permanente instituido por la Constitución nacional que el electorado había aprobado en el referéndum del 15 de octubre, se hizo cargo del Comité de Economía, Inversiones y Reconstrucción. Aunque se trataba del cabeza de lista de la UIA y su aspiración a seguir presidiendo el Gobierno de unidad nacional era legítima, Jaafari vio vetada su candidatura por las facciones kurdas y sunníes, que percibían en el jefe del Dawa una acusada tendenciosidad shií. En plena escalada de los enfrentamientos sectarios entre musulmanes, que amenazaba con sumir a Irak en una guerra civil de índole religiosa, los partidos de la UIA se pusieron a deliberar sobre qué personalidad podría reemplazar a Jaafari.

Uno de los nombres barajados fue el Abadi, quien habría sido aceptable para los sunníes por su carácter moderado y abierto, más preocupado por la reconstrucción material de Irak que por las luchas de poder, pero la candidatura, por insistencia del Dawa, recayó en Maliki, al que los otros dos bloques étnico-confesionales miraban también con suspicacia. El 22 de abril de 2006 Maliki fue nominado por el nuevo presidente de la República, el kurdo Jalal Talabani, y el 20 de mayo tomó posesión junto con los miembros de su Gabinete.

Abadi sucedió a Maliki como número dos del Dawa en mayo de 2007, cuando el XIV Congreso decidió elegir al primer ministro secretario general y líder de la agrupación en sustitución de Jaafari. Esta promoción reforzó el perfil político del ingeniero, quien siguió involucrado en el difícil relanzamiento económico de Irak desde sus puestos en el Parlamento y el Comité Asesor del Petróleo de Irak (IPAC). Durante las arduas negociaciones con la Administración Obama para la definición del marco de seguridad que acompañaría y seguiría a la retirada gradual de las tropas estadounidenses, proceso que arrancó en enero de 2009 y que llegó a su término en diciembre de 2011 con la repatriación de los últimos soldados, el diputado hizo oír su opinión contraria a cualquier prerrogativa norteamericana que lesionara la soberanía de Irak.

Reelegido por Bagdad en las votaciones del 7 de marzo de 2010 al tercer Parlamento democrático, a las que el Dawa acudió capitaneando la nueva Coalición Estado de Derecho (teniendo como competidores a la multiconfesional Lista Al Iraqiya del ex primer ministro Allawi, a la postre ganadora por dos escaños, y a la también shií Alianza Nacional Irakí, integrada entre otros por el Consejo Supremo Islámico de Irak –ISCI, ex SCIRI- y el partido montado por Jaafari luego de su expulsión del Dawa en 2008), Abadi, de nuevo, sonó como posible candidato a primer ministro en las discusiones previas a la formación del nuevo Gobierno, pero Maliki se las arregló para seguir en el puesto.

En 2013, Abadi, siendo presidente del Comité parlamentario de Finanzas, recibió fuertes reproches desde el bloque kurdo, que vinculó el retraso en la ratificación de los presupuestos anuales –dependientes de las exportaciones petroleras en un 95%- a sus evasivas frente a las reclamaciones kurdas de una explicación de por qué el Gobierno Maliki había decidido recortar las partidas presupuestarias asignadas al Gobierno Regional del Kurdistán. El representante shií, a su vez, recriminó a los kurdos que sus interminables disputas en torno a las cuotas de participación del Gobierno Regional en las exportaciones petroleras, el reparto de las cargas fiscales y la delimitación de las fronteras de la autonomía de las provincias de norte con mayoría de población kurda bien podían conducir a la "desintegración" de Irak.

El caso era que, diez años después de la invasión estadounidense y a poco más de un año de la evacuación del último soldado extranjero, las acusaciones que se cruzaban los tres bloques comunitarios y los interminables forcejeos de los grupos parlamentarios estaban arrastrando a Irak a una peligrosa parálisis política. Lo peor de todo era el dramático rebrote de la violencia terrorista e interreligiosa, que amenazaba con deslizar al país a una nueva guerra civil de facto como la sufrida en 2006-2007, cuando los ataques indiscriminados entre shiíes y sunníes dejaron decenas de miles de muertos. Ahora, la guerra civil que asolaba la vecina Siria estaba espoleando la violencia en Irak con la irrupción de un nuevo y sanguinario actor, emanado de la hidra de Al Qaeda pero que empezaba a actuar por su cuenta, el Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL, o ISIL, por su sigla en inglés). El ISIL se destacó rápidamente como la más agresiva, poderosa y fanática de las subversiones jihadistas sunníes que operaban en Irak.

Para multitud de observadores, expertos y responsables políticos de dentro y fuera de Irak, de cómo se había llegado a este negativo estado de cosas tendría que dar cuentas al primer ministro Maliki, quien no había hecho honor a sus promesas de 2006 de presidir un Gobierno asentado en la "fraternidad" de todos los grupos políticos por encima de las diferencias étnicas o religiosas. La "iniciativa nacional" de reconciliación vislumbrada entonces por Maliki había decepcionado a los sunníes, que seguían sintiéndose marginados de las parcelas del poder político y del aparato de defensa y seguridad, este último dominado por los shiíes, e incluso perseguidos con saña desde ciertas camarillas sectarias estatales o paraestatales.


3. Primer ministro de Irak en una coyuntura nacional crítica

Abadi renovó su escaño en las elecciones generales del 30 de abril de 2014, disputadas en pleno auge de la violencia terrorista antishií en Bagdad y con Al Anbar, provincia lindera con la capital del país por el oeste, convertida en cruento campo de batalla entre el desbordado Ejército irakí y el ISIL, que ya había arrebatado el control de la ciudad de Fallujah y de partes de la misma capital provincial, Ramadi. Los comicios, que dieron lugar a un Consejo de Representantes más fraccionado que nunca, sonrieron con una ganancia de 92 escaños a la Coalición Estado de Derecho de Maliki. El primer ministro reclamó su derecho legal a renovar su mandato ejecutivo a pesar de las fuertes críticas que su actitud y su gestión estaban recibiendo.

De acuerdo con la Carta Magna, el primer movimiento institucional tras las elecciones era la constitución del Parlamento. A continuación, este procedería a elegir al presidente de la República –un puesto de naturaleza ceremonial-, quien luego a su vez designaría al nuevo primer ministro con arreglo a la mayoría legislativa. La regla política, que no estaba escrita pero sí obedecía a un pacto preconstitucional, era que el primer ministro fuera árabe shií, el presidente kurdo y el presidente del Parlamento árabe sunní. El 15 de julio, una fecha muy retrasada que llegaba cuando el Estado irakí ya enfrentaba una crisis de seguridad de incalculables consecuencias por la ofensiva relámpago desatada el 5 de junio por el ISIL, que en menos de un mes, partiendo de la estratégica conquista de Mosul, se apuntó un rosario de victorias a lo largo de los cursos del Tigris y el Éufrates (el 29 de junio, además, el grupo pasó a denominarse simplemente Estado Islámico y proclamó un califato en Irak y Siria), Abadi, por 188 votos, fue elegido vicepresidente del Consejo de Representantes, mientras que el sunní Salim al-Jaburi, de la coalición Muttahidoon, pasó a encabezar el hemiciclo.

El 24 de julio la Cámara eligió nuevo presidente de la República al kurdo Fuad Masum, hombre de confianza del titular saliente, Talabani. El primer acto institucional de relieve de Masum iba a ser la designación del primer ministro, labor que se auguraba procelosa porque el bloque kurdo, los sunníes y la comunidad internacional estaban resueltos a forzar la salida de Maliki, cuya actuación valoraban en términos negativos –es más, le veían como un obstáculo para la estabilización del país-, mientras que el líder shií se mostraba dispuesto a pelear por la permanencia amparándose en su condición de cabeza de la lista más votada en las elecciones.

En las últimas semanas, a medida que la situación militar se agravaba e Irak vivía el peligro de una descomposición estatal, Maliki venía despreciando las exhortaciones a que se hiciera a un lado y permitiera la constitución de un gobierno de unidad nacional capaz de hacer frente a la amenaza mortal que suponía el Estado Islámico. Los peshmergas kurdos, ahora mismo la única fuerza capaz de ofrecer sobre el terreno algún tipo de resistencia a los jihadistas en el frente norte, habían aprovechado el derrumbe de las fuerzas de Bagdad en la zona para asumir el control de la ciudad de Kirkuk, de alto valor estratégico por su campo petrolífero. Este movimiento fue denunciado sin ambages por Maliki, cuyo enfado se hizo mayor al toparse con la negativa de los diputados kurdos y sunníes a dar luz verde a la declaración del estado de emergencia, excepcionalidad constitucional que habría dotado al primer ministro, ya señalado por sus tics autoritarios, de amplios poderes ejecutivos. El gobernante acusó al Gobierno Regional de Erbil de "abrazar el terrorismo" y el 10 de julio los ministros kurdos, con el titular de Exteriores Hoshyar Zebari a la cabeza, respondieron con el anuncio de que suspendían sus actividades en el Gabinete de coalición.

El 11 de agosto, en mitad del estruendo bélico que alimentaban los últimos avances del Estado Islámico en la provincia de Nínive, las espeluznantes noticias de matanzas a sangre fría de soldados capturados y de persecuciones de habitantes de grupos étnico-confesionales minoritarios (yazidíes, turcómanos, asirios), y el comienzo de los bombardeos de la aviación estadounidense contra posiciones de los jihadistas en apoyo de los peshmergas, Masum comunicaba la designación de Abadi como primer ministro. El candidato disponía de 30 días para presentar un Gabinete de ministros y someterlo al Consejo de Representantes para su confirmación. La selección de Abadi, considerado un político con habilidades diplomáticas y sin pulsiones sectarias a pesar de sus recientes tarascadas parlamentarias con el bloque kurdo, fue recibida con patente satisfacción por Estados Unidos, pero encontró la respuesta airada de Maliki.

El primer ministro, dirigiendo su dedo acusador a Masum y no a su lugarteniente en el Dawa, tachó la designación de otra persona que no fuera él de "peligrosa violación de la Constitución", por lo que se negaba a dimitir. Desde Massachusetts, el presidente Obama dio en cambio la bienvenida al nuevo liderazgo irakí, que asumía "la difícil tarea de recuperar la confianza de sus ciudadanos gobernando en forma inclusiva y tomando medidas para demostrar su determinación". El 14 de agosto, sin embargo, el pugnaz gobernante sucumbió a la presión general, ejercida también desde el campo shií, donde el liderazgo espiritual y la influencia política del gran ayatolá Sistani, hostil a Maliki, seguían intactos, y desde su misma coalición, y aceptó dejar el camino expedito a Abadi.

Según parece, la actitud de Irán, que hizo suya la postura de Sistani y de buena parte de la Coalición Estado de Derecho, resultó decisiva para vencer la obstinación de Maliki. Abadi, y en esto no era diferente del resto de dirigentes del Dawa, miraba al vecino régimen iraní como un benéfico protector de Irak. Así, a finales de junio, en plena embestida militar del Estado Islámico, el diputado, para el que la emergencia del ISIL y la proclamación del califato por el Estado Islámico eran una "catástrofe", había advertido a Estados Unidos que si no empezaba a bombardear a los jihadistas ya, Bagdad no tendría más remedio que solicitar ese auxilio militar a los iraníes. El aviso fue lanzado en una entrevista concedida al Huffington Post, donde Abadi había reconocido también la comisión de "excesos" por parte de las fuerzas de seguridad irakíes, aunque negaba que el Gobierno Maliki fuera culpable de marginar o perseguir a los sunníes.

Superada la breve crisis generada por Maliki, el candidato a primer ministro intensificó las conversaciones para formar a tiempo su equipo ministerial. El anuncio el 20 de agosto por los ministros kurdos de que retornaban a las reuniones del Gobierno saliente supuso la confirmación de que Abadi iba a poder contar con este bloque para su Gabinete. El 8 de septiembre, tres días después de anunciar Obama, en el marco de la cumbre de la OTAN en Gales, el nacimiento de una alianza militar de Estados Unidos, países árabes y aliados occidentales para "destruir" al Estado Islámico, y en la víspera de la extensión de los bombardeos de la aviación norteamericana a posiciones del califato en territorio de Siria, el Consejo de Representantes aprobó el Gobierno Abadi con el respaldo de 177 diputados.

Abadi, que asumió el puesto sin más demora, aparecía flanqueado por tres viceprimeros ministros, el ex responsable de Exteriores Hoshyar Zebari (del Partido Democrático del Kurdistán, KDP), el shií Baha al-Araji (del bloque sadrista Al Ahrar, segundo en escaños) y el sunní Saleh al-Mutlaq (de la coalición Al Arabiya), quien repetía cargo, así como, aunque en este caso con funciones sólo protocolarias, de tres "co-vicepresidentes", cuales eran Maliki, el también ex primer ministro Allawi y el sunní Usama al-Nujayfi, presidente del Parlamento hasta julio. El Ministerio de Exteriores, encabezado durante dos meses por el shií Hussein ash-Shahristani, fue confiado a Jaafari; el kurdo del KDP Rowsch Shaways, junto con Shahristani viceprimer ministro saliente, obtuvo la cartera de Finanzas; y Adel Abdel Mahdi, shií del ISCI, tomó el Ministerio del Petróleo. Abadi dejó vacantes por el momento las titularidades de Interior y Defensa, dos puestos delicados, claves para salvaguardar la integridad territorial del país y curar las heridas sectarias, que requerían negociaciones adicionales.

En su discurso inaugural, Abadi aseguró que su Gobierno nacional estaba comprometido con la resolución "de todas las cuestiones en suspenso" concernientes al Gobierno Regional del Kurdistán, el cual no cejaba en sus pretensiones de exportar petróleo por su cuenta, tener un mayor acceso al presupuesto del Estado y ampliar los límites territoriales de la autonomía. Los partidos kurdos, el KDP y la UPK del presidente Masum, habían levantado sus reticencias de última hora y ahora se daban a sí mismos un plazo de tres meses para obtener resultados en su larga disputa económica y jurisdiccional con la mayoría shií del Ejecutivo bagdadí.

El 16 de septiembre Abadi recibió un bofetón del Consejo de Representantes, que, mostrando a las claras cuán intactos seguían los celos políticos y las ambiciones de poder de carácter sectario, rechazó los nombramientos del shií Riyad Gharib para ministro del Interior y del sunní Jaber al-Jaberi para ministro de Defensa.

(Cobertura informativa hasta 29/9/2014)