Belisario Betancur Cuartas

Uno de los presidentes contemporáneos de Colombia más afamados, con mandato entre 1982 y 1986, fue Belisario Betancur, miembro del Partido Conservador y exponente de su ala más progresista y preocupada por los problemas sociales. Su gestión estuvo inextricablemente ligada a la búsqueda de la paz: paz en su país, que persiguió poniendo en marcha unos procesos de diálogo, cese de hostilidades y reinserción con los principales grupos guerrilleros, pero que no tuvieron los resultados apetecidos. Y paz también fuera de Colombia, en la convulsa Centroamérica, a través del foro intergubernamental conocido como el Grupo de Contadora, el cual generó una dinámica imparable hacia la superación de los conflictos en la región y que además fue la semilla de un proceso de concertación hemisférica cuyo fruto actual es la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). El ex presidente colombiano falleció en 2018 a los 95 años.

(Texto actualizado hasta diciembre 2018)

1. Periodista y político del Partido Conservador
2. Actividades en la era del Frente Nacional y su epílogo
3. La elección presidencial de 1982
4. Las dificultades de la pacificación interior
5. El Grupo de Contadora y los conflictos centroamericanos
6. El expediente de la economía
7. Un ex presidente de perfil alto


1. Periodista y político del Partido Conservador

Nacido en el seno de una familia de campesinos pobres y semianalfabetos que vivía en una casa de adobe, realizó los estudios primarios en una escuela rural de su terruño en el sudoeste antioqueño y alternó la asistencia a las aulas con la recolección de café y el cultivo de la tierra. Sus padres, Rosendo Betancur, quien aportaba a la magra renta familiar lo que le pagaban como arriero de ganado, y Ana Otilia Cuartas, le dieron nada menos que 21 hermanos, de los cuales sólo cinco sobrevivieron a las penurias de toda índole. Ya de adulto, volviendo la mirada a sus modestísimos orígenes, el estadista iba a contar que sus hermanos, literalmente, “se murieron de subdesarrollo”, y que él fue el primero de los vástagos que tuvo el privilegio de calzar zapatos. Estudiante díscolo, hubo de repetir quinto de primaria tres veces.

Mientras don Rosendo intentaba sacar adelante a su numerosa prole vendiendo aguardiente en un establecimiento que abrió en el municipio, el muchacho, gracias a una beca que le consiguió un tío materno que era sacerdote, inició el bachillerato en el Seminario de Misiones de Yarumal, sito al norte del departamento, y lo terminó en 1941 en la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB, entonces llamada todavía Universidad Católica Bolivariana) de Medellín con otra bolsa escolar obtenida gracias a las influencias de un primo carnal que también llevaba los hábitos.

La excelencia de su hoja académica le hizo merecedor de una tercera beca con la que se permitió el acceso a un nivel formativo que el matrimonio Betancur-Cuartas nunca habría creído al alcance de uno de sus descendientes: la matrícula en la UPB para cursar las carreras de Economía y Derecho. Tras esfuerzos y privaciones inmensurables, el joven, todo tesón, se licenció como economista y abogado en 1947. Para entonces, ya llevaba casi dos años casado con Rosa Helena Álvarez Yepes, una paisana antioqueña natural de Medellín; la pareja iba a tener tres hijos: Beatriz Helena, Diego y María Clara, futuros odontóloga, ingeniero, y abogada, diplomática y viceministra del Gobierno nacional, respectivamente.

Imbuido de nacionalismo y anticomunismo, de moverse en ambientes políticos de signo fascista Betancur pasó a militar en el Partido Conservador Colombiano (PCC), formación que bajo los caudillajes de Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez Castro, éste un político autoritario escorado a la extrema derecha, recobró el Gobierno de la nación en las elecciones de 1946 al cabo de 16 años de administraciones regentadas por el Partido Liberal Colombiano (PLC), la última, la de Alberto Lleras Camargo. Incluso antes de completar sus estudios en la universidad, en 1945, Betancur ganó su primer mandato de elección popular, el de diputado en la Asamblea Departamental de Antioquia. Tras egresar de la UPB cesó en dicho cargo, se desplazó a Bogotá y comenzó a trabajar de funcionario en el Ministerio de Educación.

En la capital del país, Betancur se empapó de la efervescencia política del momento, caracterizado por una confrontación ideológica sin precedentes. El dramático Bogotazo del 9 abril de 1948, cuando el asesinato del archipopular líder opositor Jorge Eliécer Gaitán Ayala, exponente de la línea izquierdista del PLC y enemigo jurado de la oligarquía, provocó una orgía de violencia sectaria en Bogotá y las principales ciudades del país, le obligó, acatando las instrucciones del partido, a volver a Medellín para reorganizar el periódico La Defensa, vespertino en el que venía ejerciendo de redactor y cuyas instalaciones habían sido incendiadas por las turbas.

Una vez reparado el estropicio, Betancur regresó a Bogotá y se integró en la redacción de la revista Semana. Su pasión periodística le llevó a colaborar además en los periódicos Diario del Pacífico y El Siglo, cabecera fundada en 1936 por Gómez Castro y cuya sede en Bogotá había sido también atacada por los airados manifestantes liberales que, casi seguramente con razón, imputaban al sector ultra del PCC el magnicidio de Gaitán. El radical derechismo de sus ideas y la fogosidad de su pluma llamaron la atención del controvertido jefe de los conservadores colombianos, que en las elecciones presidenciales de noviembre de 1949 se proclamó vencedor incontestado gracias al boicot del PLC.

El nuevo presidente, instalado en el poder en agosto de 1950, tomó bajo su protección a aquel joven que con tanta vehemencia defendía las tesis del partido en medio de La Violencia, la etapa de sañudos enfrentamientos armados entre conservadores y liberales iniciada con el asesinato de Gaitán, que el curso de una década produjo el espeluznante balance de 200.000 a 300.000 muertos, una verdadera guerra civil no declarada, y precursora de la insurgencia guerrillera de extrema izquierda que empezó a combatir al Estado en la década de los sesenta.

En los comicios legislativos de septiembre de 1951, Betancur, con 28 años, salió elegido representante de Antioquia en la Cámara baja del Congreso. Dos años después revalidó el escaño, pero esta vez por Cundinamarca. Como parlamentario, reveló un interés por las problemáticas sociales e impulsó proyectos legislativos de reforma agraria. No por casualidad, comenzó a moderar su verbo y su pensamiento. Fue el comienzo de un parsimonioso deslizamiento a posiciones de centro, hasta convertirse, un cuarto de siglo más tarde, en el líder de la facción más progresista del PCC. Su vertiente de periodista se consolidó con cometidos como el de subdirector de El Siglo.

1953 fue un año decisivo en la historia de Colombia y en la trayectoria de Betancur. A comienzos de año, coincidiendo con su entrada en la treintena de edad, fue designado por Gómez Castro miembro de la Asamblea Nacional Constituyente, convocada por el presidente con la intención de fundar un régimen legal de corte autocrático y corporativo. Las ambiciones totalitarias del mandatario alarmaron al PLC, a sectores moderados del PCC y al Ejército, cuyo comandante en jefe, el general Gustavo Rojas Pinilla, perpetró el 13 de junio de 1953 un golpe de Estado tan incruento como exitoso.

Betancur fue uno de los asambleístas del oficialismo derrocado que más se opuso al nuevo régimen, el cual, por lo menos en los primeros tiempos, hasta que se dispuso a fundar una nueva institucionalidad con discurso populista, gozó del consenso favorable de la mayoría del arco político. Cuando la Constituyente legitimó al dictador como presidente provisional de la República, él votó en contra y defendió la titularidad de Gómez Castro. Sin embargo, su activismo oposicionista, que le valió varios períodos de cárcel durante todo el período, empezó a obedecer menos a la defensa empecinada de un jefe de filas que, a fin de cuentas, representaba un pasado ominoso, que a la exigencia de la restauración de la democracia. Por otro lado, como respuesta a la clausura por el régimen castrense de El Siglo, Betancur fundó el semanario La Unidad, con una línea editorial nítidamente hostil al poder, y la revista mensual Prometeo.


2. Actividades en la era del Frente Nacional y su epílogo

El escenario democrático se vislumbró con la remoción de Rojas Pinilla el 10 de mayo de 1957 por una Junta Militar de Gobierno presidida por el general Gabriel Paris Gordillo y la firma el 20 de julio siguiente por Gómez y Lleras Camargo del Pacto de Sitges, que, partiendo de la Declaración de Benidorm suscrita el 24 de julio del año anterior, definió las reglas del juego de la nueva democracia colombiana sobre la base del llamado Frente Nacional, por el que los dos partidos mayoritarios se repartirían de manera paritaria los poderes ejecutivo y legislativo y presentarían candidatos presidenciales conjuntos, alternándose las filiaciones, durante 12 años, período que luego se decidiría prorrogar cuatro años, hasta 1974.

En el año electoral de 1958 Betancur ganó en las urnas el acta de senador y fuera de ellas la vicepresidencia del Directorio Nacional del PCC, en tanto que Lleras Camargo estrenaba para el PLC el primer turno presidencial de cuatro años. En 1961 publicó su primer libro, Base para un gobierno nacional, Colombia cara a cara. Posteriormente, compitió con dos conmilitones más experimentados, Guillermo León Valencia Muñoz y Misael Eduardo Pastrana Borrero, por la postulación del partido de cara a las elecciones presidenciales de mayo de 1962, segundas a celebrar bajo el esquema del Frente Nacional y a las que esta vez tocaba a los liberales no presentar aspirante. La candidatura se la llevó Valencia Muñoz, quien luego, sin sorpresas, toda vez que el Frente Nacional era imbatible, fue elegido presidente de la República. Tras tomar posesión del Ejecutivo en agosto de 1962, Valencia nombró a Betancur, en 1963, ministro de Trabajo del Gobierno de coalición.

La primera experiencia de Betancur en la gestión gubernamental de la cosa pública resultó breve. Tras unos meses de ejercicio abandonó el Ejecutivo, redujo sus actividades políticas y se dedicó a desarrollar sus más que notables facetas de intelectual, periodista y profesor de universidad, que por sí solas ya le habrían asegurado renombre y prestigio. Su análisis multidisciplinar (política, economía, sociología, educación) de los problemas del presente colombiano y el desarrollo de la idea de la cooperación entre los países hispanohablantes quedaron reflejados en un buen número de libros, artículos de prensa y conferencias impartidas en centros académicos a lo largo y ancho del continente iberoamericano.

De esta época son sus ensayos: El cruce de todos los caminos (1963); El rostro anhelante: imagen del cambio social en Colombia (1966); A pesar de la pobreza (1967); Desde el alma del abedul (1968); Ante la universidad (1969, en coautoría con Álvaro Gómez Hurtado y Hernán Jaramillo Campo); De la miseria a la esperanza; La ayuda externa (1970); ¡Despierta Colombia! (1970); Populismo (1970); Antioquia en busca de sí misma (1973); Desde otro punto de vista (1975); La otra Colombia: la política y los partidos políticos en un proceso de desarrollo (1975); y, Dinero, precios, salarios (1975). El viajero sobre la tierra, de 1963, fue su primera incursión en la literatura, en el género del cuento. Periodista incansable, llegó a dirigir la mayoría de las publicaciones que había fundado o de las que había sido redactor, como La Defensa, El Siglo, La Unidad, Semana y Prometeo. Asimismo, su bibliofilia le llevó a poner en marcha la editorial Tercer Mundo en sociedad con Luis Carlos Ibáñez y Fabio Lozano Simonelli. En cuanto a la docencia universitaria, ejerció cátedra e impartió clases en las áreas de Economía, Sociología, Derecho y Lenguas Clásicas.

Pero Betancur era, por encima de todo, un político deseoso de llevar a la práctica sus concepciones teóricas y su proyecto de país. Su ambición, de la que dio repetidas muestras en las dos décadas que precedieron a su plasmación final, era la Presidencia de la República. En 1965, el año en que murió Gómez Castro, su antiguo mentor, Betancur respaldó la candidatura liberal de Carlos Lleras Restrepo para suceder a su correligionario Valencia. Tres años después tomó la decisión de desvincularse orgánicamente del PCC y presentar su aspiración como “conservador independiente” en las elecciones presidenciales del 19 de abril de 1970, las últimas del Frente Nacional. Con casi medio millón de votos, Betancur quedó en tercer lugar tras el ex dictador Rojas Pinilla, al frente de su Alianza Nacional Popular (ANAPO), y de Pastrana Borrero, el candidato conjunto del PCC y el PLC, y ganador de la liza.

Tras esta tentativa frustrada, Betancur tomó las distancias de la actividad política y, en un nuevo ejemplo de la amplitud de sus inquietudes, laboró en el terreno de la organización empresarial. Así, a iniciativa suya nació en 1974 la Asociación Nacional de Instituciones Financieras (ANIF), un centro de investigación y análisis interesado en promover el libre mercado y la iniciativa empresarial privada, del que fue primer presidente. En 1975 se hallaba enfrascado en los trabajos de la ANIF cuando el nuevo Gobierno liberal de Alfonso López Michelsen le ofreció ser el embajador de Colombia en España. La designación no tenía nada de extraño en términos políticos, ya que si bien el Frente Nacional había expirado en lo tocante a la unicidad de la candidatura presidencial, los dos partidos mayoritarios continuaban aplicándolo a la hora de repartirse los ministerios, los altos puestos de la administración del Estado y los destinos diplomáticos, como era este caso.

El adalid del reencuentro de los pueblos iberoamericanos aceptó de buena gana la Embajada en Madrid, ya que ese cargo diplomático iba a permitirle ejercer sus buenos oficios en el arranque de una nueva era de relaciones con la antigua metrópoli colonial, que ahora mismo, tras la muerte del dictador Francisco Franco, vivía una transición a la democracia y estaba abriéndose al mundo. Como representante del Estado colombiano en Madrid, Betancur fue instrumental en la organización del histórico viaje del rey Juan Carlos I al país sudamericano en octubre de 1976.

Betancur puso fin a un paréntesis de más de un lustro de duración en la alta política nacional con la mirada puesta en las elecciones presidenciales de 1978. A diferencia de 1962, cuando no pasó de precandidato, y de 1970, cuando probó fortuna en las urnas sin el respaldo orgánico del partido, el polifacético patricio antioqueño se convirtió en el candidato oficial del PCC por consenso de las diversas facciones y familias que lo componían. A estas altura de su trayectoria política, Betancur representaba una tendencia centrista del PCC susceptible de succionar muchos votos del liberalismo. Su idea de lanzar un “movimiento nacional” de profesión suprapartidista para uncir al carro del PCC a liberales disidentes, socialcristianos y anteriores miembros de la ANAPO, fue aceptada con grandes elogios. Cabe decir que su nominación fue una solución salomónica pactada por Pastrana Borrero, que ambicionaba otro mandato presidencial, y el fallido candidato de cuatro años atrás frente a López Michelsen, Álvaro Gómez Hurtado, hijo de Laureano Gómez y heredero de su tradición de marcado signo conservador.

Las votaciones del 4 de junio de 1978, que tuvieron un efecto balsámico en un ambiente desapacible por el auge de las violencias de diverso signo, resultaron ser de lo más reñidas: el liberal Julio César Turbay Ayala se proclamó vencedor sobre Betancur, pero sólo por 137.000 sufragios de diferencia. La derrota fue lo suficientemente agridulce como para animar a Betancur a dedicar todas sus energías a intentarlo de nuevo en la edición de 1982.


3. La elección presidencial de 1982

En noviembre de 1981 el PCC en bloque volvió a escoger a Betancur, su tribuno “más carismático”, tal como proclamaban los medios de difusión, para la candidatura presidencial. Con más urgencia que cuatro años atrás, Pastrana y Gómez se plegaron a cerrar filas tras un aspirante con pruritos de autonomía de las élites dirigentes y que parecía ser el único capaz de impedir la tercera victoria consecutiva de los liberales. Como en 1978, Betancur se presentó en nombre del Movimiento Nacional, del que el PCC era la viga maestra. El ex embajador asombró a propios y extraños con un discurso intensamente social, pacifista e internacionalista, en las antípodas del nacionalismo de derechas de que había hecho gala en su juventud. Al incidir en la necesidad de poner freno a la concentración de la pobreza y al aumento de las desigualdades, y de incrementar el gasto público con repercusión directa en la calidad de vida de los colombianos, pero sin precisar los medios para lograrlo, Betancur recibió la etiqueta de populista.

Claro que el presidenciable no se limitó a lanzar promesas despersonalizadas; no tuvo ambages en presentarse como el “amigo de los pobres” y en evocar una y otra vez, hasta parecerles abusivo a sus detractores y a los observadores imparciales, los padecimientos de su familia por culpa de la pobreza. Su voluntarismo entusiasta quedó sintetizado en el eslogan Sí se puede; entre otras cosas, sí se podía “dar empleo a los que no lo tienen”, “ofrecer viviendas sin cuota inicial”, “vencer el analfabetismo” y “dar oportunidades de educación superior a las gentes de menos recursos por medio de una universidad a distancia”. El modelo económico neoliberal era rechazado expresamente y a cambio se hacía hincapié en el concepto de “desarrollo con equidad”. Asimismo, el Gobierno tendría que poner fin a la “orgía del consumo suntuario”. El otro pilar de su programa era la pacificación de Colombia a través del diálogo con los movimientos insurgentes y la reinserción de los guerrilleros en la sociedad civil, en lo que no se diferenciaba especialmente de los demás candidatos, ni en el contenido de la propuesta ni en el énfasis propagandístico: todos querían distanciarse de la estrategia represiva aplicada por Turbay, que se había mostrado ineficaz.

Pero Betancur, además, hizo un análisis sociológico de la violencia estructural de signo político; según él, el origen de las resistencia armadas del Movimiento 19 de Abril (M-19, nacionalista revolucionario, formado por militantes socialistas de la ANAPO), las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, marxistas ortodoxos), el Ejército Popular de Liberación (EPL, maoísta), el Ejército de Liberación Nacional (ELN, castrista) y el Movimiento de Autodefensa Obrera (ADO, trotskista) estaba en la miseria, el analfabetismo y las drásticas barreras que el duopolio de hecho del PLC y el PCC había impuesto a la expresión de otras opiniones políticas. "Sólo cuando hayamos logrado eliminar esos agentes objetivos, los idealistas, porque los guerrilleros son idealistas, irán bajando las armas”, arguía.

Los mensajes optimistas y el estilo locuaz de Betancur resultaban atractivos para muchos electores. Pero si el candidato conservador gozaba de grandes posibilidades de victoria era gracias a la fractura del PLC, que acudía a los comicios dividido: por un lado, el candidato oficialista y, en palabras de Betancur, “señorito de la alta aristocracia” colombiana, el ex presidente López Michelsen; a su izquierda, Luis Carlos Galán Sarmiento, al frente de la escisión Nuevo Liberalismo, de orientación socialdemócrata. En estas circunstancias, las legislativas del 14 de marzo, que confirmaron la mayoría que el PLC tenía en las dos cámaras del Congreso, a diferencia de anteriores ocasiones, no fueron valoradas como una especie de primarias de las presidenciales.

El 30 de mayo de 1982 los colombianos acudieron a las urnas sin ser apenas perturbados por episodios de violencia y decidieron que Betancur fuera presidente con el 46,8% de los votos, esto es, con cerca de 3,2 millones de papeletas. López recibió el 41% y Galán el 11%. Para el PCC, era la primera vez desde 1946 que ganaba una liza presidencial al PLC en condiciones competitivas. Las analogías no detenían ahí: también en aquella ocasión el candidato conservador, Mariano Ospina, batió a dos contrincantes liberales, el oficialista (Gabriel Turbay Abunader) y el disidente de izquierda (Gaitán), cuyo voto combinado, como ahora, fue con creces superior.


4. Las dificultades de la pacificación interior

La coyuntura nacional que Betancur recibía en herencia ofrecía un paisaje de claroscuros bastante singular en el subcontinente. Un país de desarrollo medio que, por un lado, llevaba años arrastrando una flojera económica debido a los bajos precios internacionales de muchos productos de exportación, la contracción de la demanda interna, la limitada competitividad de su industria y los altos tipos de interés, pero que, por otro lado, tenía un nivel aceptable de reservas de divisas y una deuda externa manejable.

Colombia vendía al exterior café, azúcar de caña, bananas, tabaco, algodón, carbón, ferroníquel, oro, plata y esmeraldas (el 95% de la producción mundial de esta piedra preciosa), pero también, y con ímpetu inusitado, la cocaína que procesaban las florecientes mafias del narcotráfico, cuyo dinero negro afluía sin obstáculos al sistema financiero y constituía la base de una vasta economía informal ajena a la fiscalización del Estado. Existía una relativa prosperidad comercial en ciudades y haciendas rurales, el sistema político gozaba de una estabilidad y una movilidad democráticas que para sí quisieran la mayoría de los países de América Latina (aunque la continuidad de la práctica de los gobiernos compartidos había terminado por desdibujar la línea divisoria entre conservadores y liberales, favorecido el faccionalismo interno y estimulado el reparto endogámico de prebendas), y tampoco había crispación social por cuestiones económicas o laborales.

Y sin embargo, poniendo un contrapunto caótico, el país se desangraba lentamente por las innúmeras acciones armadas de las guerrillas izquierdistas, los cárteles de la droga, los ejércitos privados que imponían su ley en buena parte del campo con el pretexto de la autodefensa frente a las agresiones de los insurgentes, conectados con los anteriores, nebulosas bandas de pistoleros de extrema derecha, el bandolerismo común y hasta elementos supuestamente descontrolados de las Fuerzas Armadas que abusaban de su monopolio legal de la violencia y que tenían mucho que ver con la emergencia del fenómeno paramilitar.

Antes de tomar posesión el 7 de agosto del, en palabras textuales, “el empleo que he estado persiguiendo toda mi vida”, Betancur pregonó la activación de mecanismos que condujeran al levantamiento del estado de sitio impuesto por Turbay –el presidente saliente le ahorró ese trabajo mediante el decreto del 9 de junio, que de paso derogó el polémico Estatuto de Seguridad, impuesto también en 1978- y prometió poner los medios para que “quienes están marginados del orden jurídico se incorporen a la vida civil con las debidas garantías, para que cese el inútil sacrificio de nuestros compatriotas, entre ellos, nuestros abnegados oficiales y soldados". El foco de violencia a extinguir era el de la insurgencia guerrillera, mientras que el combate a la criminalidad del narcotráfico parecía no ser tan prioritario en la agenda del mandatario.

Además, Betancur, tal como habían hecho sus dos inmediatos predecesores con el PCC tras la expiración oficial del Frente Nacional en 1974, formó un Gobierno de coalición paritario con el PLC en virtud del artículo 120 añadido a la Constitución por la reforma de 1968, el cual obligaba al partido ganador dar una representación “adecuada y equitativa” en el Ejecutivo al segundo partido más votado. Nada más sentarse en su despacho del Palacio de Nariño, se puso manos a la obra para llevar a buen puerto la “reconstrucción nacional” y la “transformación educativa y cultural” a que se había referido durante la campaña electoral y en el discurso inaugural.

El dinamismo del flamante presidente fue impresionante. Antes de terminar el año ordenó intervenir una serie de corporaciones financieras privadas acusadas de practicar diversos fraudes; sentó las bases del programa de vivienda “sin cuota inicial”, del programa Educación Abierta y a Distancia y de la Campaña de Instrucción Nacional (CAMINA), orientada a la erradicación del analfabetismo; creó (19 de septiembre) la Comisión de Paz Asesora del Gobierno Nacional, que renovó la recomendación de la anterior Comisión de Paz, desatendida por el Gobierno de Turbay, de amnistiar a todos los subversivos sin delitos cometidos fuera del campo de batalla; reanudó de manera efectiva el diálogo con las guerrillas; instruyó a la Procuraduría General para que investigara las denuncias de violaciones de los Derechos Humanos cometidas por los ejércitos privados; y, alteró sustancialmente los principios de la política exterior colombiana al rehusar unas relaciones de subordinación con Estados Unidos y defender el libre desenvolvimiento de los países latinoamericanos en las relaciones internacionales (tal como hizo saber a Ronald Reagan en su visita a Bogotá en diciembre, y eso no obstante recibir Colombia de la superpotencia una importantísima ayuda militar), amén de obtener el ingreso en el Movimiento de Países No Alineados y sondear un acercamiento a Cuba.

Pero el paso que más expectación levantó fue la aprobación por el Congreso el 16 de noviembre de 1982 de la Ley de Amnistía elaborada por los diputados y el Ejecutivo, la cual exoneraba de toda cuenta con la justicia a 250 de los 346 detenidos políticos y a aproximadamente 6.000 guerrilleros. La medida de clemencia cubría a los “autores, cómplices o encubridores de hechos constitutivos de delitos políticos", como la rebelión, la sedición o la sublevación, pero no a quienes hubieran cometido otros delitos, como los homicidios fuera de combate y los asesinatos perpetrados con torturas o de víctimas inermes. A cambio de entregar sus armas y reintegrarse en la vida civil, los insurgentes obtendrían del Estado ayudas económicas en los campos de la vivienda, la agricultura, la sanidad y la educación. En este sentido, Betancur enfatizó la necesidad de combatir “los agentes ocultos” y las “causas estructurales” de la subversión.

La disposición entró en vigor el 20 de noviembre y en los meses siguientes fueron desarrollándose conversaciones, bastante tortuosas, entre la Comisión de Paz y las dos guerrillas mayoritarias que respondieron positivamente a la generosa oferta del Estado, las FARC y el M-19. En octubre de 1983, el propio presidente, en una iniciativa arriesgada y sin precedentes, sostuvo un encuentro confidencial en Madrid con los dirigentes del M-19 Iván Marino Ospina y Álvaro Fayad.

La sucesión de contratiempos y provocaciones -malestar en la cúpula de las Fuerzas Armadas, represión militar de los movimientos sociales, acciones criminales de la organización paramilitar Muerte A Secuestradores (MAS), fallecimiento de los dirigentes del M-19 Jaime Bateman Cayón (en accidente de aviación, en abril de 1983) y Carlos Toledo Plata (por asesinato, en agosto de 1984), junto con la prosecución intermitente de los ataques guerrilleros- no impidieron el lento goteo de desmovilizaciones de combatientes a título particular, aunque los acogidos a la amnistía eran menos de los esperados y entre ellos no había ningún jefe relevante. Además, muchos de los que depusieron las armas y se vistieron de paisano fueron luego asesinados, o bien aprovecharon para volver a la clandestinidad y a la subversión.

Las esperanzas recrecieron a lo largo de 1984 con el rosario de los mal llamados “acuerdos de paz”, en realidad sendos altos el fuego de carácter provisional sujetos al cumplimiento por las partes de unos vagos calendarios de desmovilización y reinserción incentivadas por el Estado -del que las guerrillas, a su vez, esperaban un abanico de profundas reformas políticas y sociales-, que las comisiones gubernamentales adoptaron con las FARC (28 de marzo), el EPL (23 de agosto), una fracción del ADO (23 de agosto) y el M-19 (24 de agosto). El ELN rechazó todo compromiso pacificador.

En mitad de este delicado proceso, el 1 de mayo, el país fue conmocionado por el asesinato a manos del narcotráfico del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla. Dirigente de Nuevo Liberalismo y compañero de aventura de Luis Carlos Galán (quien correría exactamente su misma suerte un lustro más tarde, siendo precandidato presidencial del PLC), Lara Bonilla había sido reclutado para el Ejecutivo por Betancur en agosto de 1983, en una decisión que fue interpretada como un cambio de actitud, más beligerante, del presidente frente al fenómeno del narcotráfico, y venía distinguiéndose como un paladín de la lucha contra la corrupción y la criminalidad, y como la única personalidad del Estado que se atrevía a denunciar públicamente a las mafias de la cocaína, cuyas reiteradas amenazas de muerte desafiaba.

El vil asesinato del valiente ministro fue como un aldabonazo en la conciencia de la ciudadanía, hasta ahora despreocupada o condescendiente con los desmanes de narcotraficantes como el medellinense Pablo Escobar Gaviria, más que probable autor intelectual del magnicidio y quien venía disfrazando sus actividades criminales con una fachada populista de benefactor de los pobres y de político respetable (precisamente, en las filas de Nuevo Liberalismo, del que acababa de ser expulsado a iniciativa de Lara Bonilla).

La reacción de Betancur fue fulminante: ese mismo día, decretó el estado de sitio, por el que los delitos de narcotráfico pasaban a la jurisdicción penal militar, y ordenó una vasta operación de las fuerzas de seguridad que se saldó, en las jornadas y semanas siguientes, con centenares de arrestos, allanamientos de propiedades, confiscaciones de bienes y, muy importante, la destrucción de laboratorios selváticos de procesado de cocaína a partir de la hoja de coca. Más todavía, dando un giro de 180 grados a su política sobre extradiciones, autorizó la entrega a Estados Unidos de determinados delincuentes colombianos reclamados por la justicia de ese país. Entonces, los jefes mafiosos propusieron al Gobierno colaborar en el desmantelamiento de sus organizaciones criminales a cambio de ciertas garantías de impunidad. La insólita oferta no fue atendida por el Ejecutivo, que continuó adelante con su “guerra sin cuartel” en este frente, y la opinión pública tampoco le confirió credibilidad.

Después de hacer el narcoterrorismo acto de presencia, los procesos de paz con las guerrillas comenzaron a tambalearse. En diciembre de 1984 el M-19 y el Ejército empezaron a librar escaramuzas de creciente gravedad. La secuencia ominosa de asesinatos de comandantes y combatientes de la guerrilla, la participación de ésta en el secuestro por el grupo subversivo ecuatoriano Alfaro Vive Carajo, con trágico final, del banquero del país vecino Nahim Isaías Barquet, su declaración de ruptura de la tregua (junio de 1985) y la ofensiva del Ejército contra los campamentos guerrilleros tuvo el dramático colofón del asalto el 6 de noviembre de 1985 por un comando del M-19, a pleno luz del día y con fuego de ametralladoras, del Palacio de Justicia de Bogotá, sede de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo de Estado, cuyos moradores fueron hechos rehenes.

Con esta acción tan espectacular como bárbara, el M-19 pretendía someter a Betancur a una especie de proceso político y público por el, en su opinión, incumplimiento por el Estado del acuerdo de agosto de 1984, que habría sucumbido a la mala fe del gobernante y a las presiones saboteadoras de ciertos notables políticos, militares, industriales y ganaderos. Al desatino guerrillero de exigir la presencia del presidente ante el edificio para que fuera sometido a “juicio popular” por “traición” le siguió un día más tarde el asalto, precipitado y brutal en opinión de extensos sectores de la opinión pública, de las tropas del Gobierno, dando lugar a una furiosa batalla en el centro histórico de Bogotá.

Al final, la captura y la recuperación del palacio, devastado por las explosiones y los incendios, dejaron 109 muertos, entre soldados, guerrilleros y civiles, de los que una docena eran magistrados de la Corte Suprema –incluido su presidente, Alfonso Reyes Echandía- y el Consejo de Estado. Posteriormente, menudearon las denuncias de que los soldados, tras tomar el edificio a sangre y fuego, habían ejecutado extrajudicialmente o hecho desaparecer a los miembros del comando que capturaron con vida. Uno de los funcionarios que sobrevivieron a la masacre fue Jaime Betancur, hermano del presidente y consejero de Estado. La presencia de Jaime Betancur entre los rehenes fue un dato que alimentó la controversia sobre la naturaleza precisa de las órdenes impartidas por el jefe del Estado al Ministerio de Defensa para solucionar la crisis.

El azar quiso que sólo una semana después del baño de sangre en el Palacio de Justicia Colombia sufriera un desastre inmensamente mayor, aunque natural: la erupción del volcán Nevado del Ruiz, en Tolima, causante de una monstruosa avalancha de cenizas incandescentes, lodo y rocas que sepultó la población de Armero y mató a 25.000 personas. Fue el noviembre negro de 1985, que marcó indeleblemente la presidencia de Betancur en su recta final. La acción terrorista del M-19 se trató de un golpe demoledor a la estrategia pacifista del presidente, que a estas alturas, con el EPL vuelto también a las andanzas violentas, ya sólo podía presentar el logro de la tregua armada de las FARC, por lo demás precaria y no respetada por todas sus columnas. En mayo del año en curso la guerrilla que lideraba Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo, había fundado un instrumento partidario civil, la Unión Patriótica (UP), y en marzo de 1986 iba a renovar su compromiso con el cese de las hostilidades.


5. El Grupo de Contadora y los conflictos centroamericanos

Paralela al medio fracasado proceso de paz con las guerrillas de casa y más notoria de puertas al exterior fue la iniciativa de Betancur de política exterior, aunque no exclusiva de él, conocida como el Grupo de Contadora. Esta instancia informal de concertación intergubernamental, que otorgó a su principal artífice un gran prestigio en todo el mundo, nació el 9 de enero de 1983 con la Declaración suscrita por los ministros de Exteriores de Colombia, Panamá, México y Venezuela en la isla panameña que le dio el nombre. El 17 de julio siguiente, los cuatro presidentes, reunidos en Cancún, declararon un objetivo de lo más ambicioso: en el punto álgido de la Guerra Fría y de la confrontación ideológica en la región, brindar cauces de diplomacia multilateral para facilitar una solución negociada de los conflictos centroamericanos, es decir, las guerras civiles que estragaban Nicaragua, El Salvador y Guatemala.

El mandatario colombiano recorrió las capitales del continente para, asistido por sus colegas mexicano, Miguel de la Madrid, venezolanos, Luis Herrera Campins y luego Jaime Lusinchi, y panameños, consecutivamente Ricardo de la Espriella, Jorge Illueca, y Nicolás Ardito Barletta, dar a conocer las líneas maestras del plan. En síntesis, propugnaba: la retirada de todos los consejeros, asesores militares y soldados extranjeros presentes en Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala; la interrupción del tráfico de armas en la región; el arreglo pacífico de las controversias entre los cinco estados centroamericanos (los cuatro citados más Costa Rica); el acatamiento del principio de no injerencia; la cooperación intergubernamental en materia de seguridad regional; y, la apertura de mesas nacionales de diálogo para abordar la paz, la desmilitarización, la democratización y el respeto de los Derechos Humanos.

El Acta de Contadora para la Paz y la Cooperación en Centroamérica, que tuvo varias enmiendas y versiones, mereció el respaldo generalizado de los países democráticos de América Latina, Europa y la ONU. En julio de 1985 Argentina, Brasil, Perú y Uruguay decidieron constituir el Grupo de Apoyo a Contadora, también llamado Grupo de Lima, dando lugar al Grupo de los Ocho. Antes de terminar 1983 Betancur vio reconocida su labor facilitadora con el galardón español Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Iberoamericana. Al año siguiente, la Fundación Príncipe de Asturias volvió a premiar sus esfuerzos pacificadores, pero ya como parte del colectivo del Grupo de Contadora, que en la ceremonia de entrega del galardón estuvo representado por los cuatro cancilleres.

Sin embargo, Contadora no contó con el apoyo crucial de Estados Unidos, debido a que el plan reconocía al régimen sandinista de Nicaragua como interlocutor legítimo en cualquier proceso de paz y demandaba la retirada del dispositivo militar norteamericano en la región y en especial el que amenazaba la soberanía nicaragüense. De hecho, los enfoques de Betancur y de la Administración Reagan era diametralmente opuestos: el estadista colombiano, de manera semejante a como analizaba la subversión de su propio país, situaba los conflictos centroamericanos en sus contextos autóctonos, caracterizados por las abismales contradicciones políticas, sociales y económicas, y rechazaba como simplista la visión de Estados Unidos, que inscribía a aquellos en la dialéctica global de la Guerra Fría y en el plano de confrontación Este-Oeste; para Washington, las guerrillas triunfantes en Nicaragua e insurgentes en El Salvador y Guatemala eran sobre todo expresiones del expansionismo comunista soviético en esta parte del mundo.

Si bien el Grupo de Contadora y el Grupo de Apoyo no lograron establecer una fórmula de paz aceptable para todas las partes involucradas, sus trabajos fueron instrumentales para el arranque, en una dinámica continuada, del Procedimiento para Establecer la Paz Firme y Duradera en Centroamérica, diseñado por el presidente costarricense Óscar Arias y oficializado en los Acuerdos de Esquipulas II (agosto de 1987), y que a su vez activó sendos procesos de paz y reconciliación nacional en los países en conflicto. Además, el Grupo de los Ocho dio unos frutos no contemplados al principio: en diciembre de 1986, en Río de Janeiro, sobre las bases políticas y diplomáticas fraguadas por los grupos de Contadora y de Apoyo, y ampliando sus intereses a problemáticas compartidas de naturaleza comercial, financiera y otras, los ocho gobiernos decidieron crear el Mecanismo Permanente de Consulta y Concertación Política, conocido a partir de 1990 como el Grupo de Río.

La terminación de las guerras civiles en Nicaragua (1990), El Salvador (1992) y Guatemala (1996) cogió a Betancur bastantes años después de abandonar la Presidencia de Colombia, pero su papel generatriz del proceso general le fue reconocido con designaciones tales como la presidencia de la Comisión de la Verdad para El Salvador, que en 1993 publicó un informe sobre la implicación de las fuerzas estatales y paraestatales salvadoreñas en las principales violaciones de los Derechos Humanos ocurridas en los años de la contienda, y la membresía en la Comisión Sudamericana para la Paz, Seguridad y Democracia (COMDEPAZ), puesta en marcha en 1987. Además, en 1998 colaboró con el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA, con sede en Estocolmo) en su acción en Guatemala, labor que produjo el informe de recomendaciones Democracia en Guatemala: la misión de toda una nación. En el hacer exterior de Betancur no puede dejar de mencionarse su promoción de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), centrada en los aspectos comerciales, y su mediación entre los países latinoamericanos deudores y los acreedores internacionales.


6. El expediente de la economía

En Colombia fue común acusar a Betancur de destinar demasiado tiempo a su ambiciosa agenda exterior y de descuidar los problemas de casa. Si el proceso de paz con las guerrillas produjo más sinsabores que satisfacciones, el comportamiento de la economía tampoco dio para muchas alegrías. En 1984, la brusca caída de los ingresos por las exportaciones cafeteras, en parte debido a la plaga de la roya que afectaba a los cafetales, y la tendencia opuesta en el coste de las importaciones energéticas (los ricos yacimientos de carbón y petróleo todavía no estaban siendo explotados a la escala deseada) provocaron una preocupante merma de las reservas de divisas, que alcanzaron un mínimo de 1.264 millones de dólares. El déficit del erario público aumentó sensiblemente y se hizo más complicado abonar el servicio de la deuda externa, que ascendía a unos 13.000 millones de dólares, un monto, por lo demás, comparativamente bajo, o muy bajo, para lo que se estilaba en la región.

Esta situación empujó al Gobierno a solicitar la supervisión y la asesoría del FMI. Aunque no llegó a firmar un acuerdo crediticio, Betancur se plegó a un programa de ajuste estructural que incluyó una fuerte devaluación del peso con respecto al dólar, la austeridad presupuestaria, la limitación de las importaciones y un reforma fiscal. El golpe de timón económico tuvo efectos positivos y otros no tanto. Entre los primeros, un empuje de las exportaciones, más competitivas por la depreciación monetaria, e, indirectamente, la obtención en diciembre de 1985 de la banca privada internacional de un crédito concertado de 1.000 millones de dólares para proyectos de desarrollo. En el cómputo global, el déficit de la balanza de pagos fue liquidado en 1985. En el otro plato de la balanza, el período de austeridad redujo el poder adquisitivo de los colombianos. Y aunque a partir de 1984 el PIB produjo tasas de crecimiento anual superiores al 3% (1986 iba a cerrar con una del 5,8%), el paro oficialmente reconocido se mantuvo alto, llegando al 15%. El Gobierno, por lo menos, fue capaz de mantener la inflación moderada en torno al 20%.

En 1982 el PCC había ganado las presidenciales únicamente porque el candidato era Betancur, que jugó con éxito la carta del progresismo social e ilusionó al pueblo con sus vislumbres de paz. A buen seguro, si el postulante hubiese sido Gómez Hurtado, Pastrana Borrero o cualquier otro, el PLC, aun dividido, habría hecho valer su mayoría electoral, que volvió a quedar de manifiesto en las elecciones legislativas del 9 de marzo de 1986. Los comicios al Congreso sí funcionaron esta vez como un anticipo de las presidenciales. Con una población poco satisfecha con el balance de resultados de la Administración saliente y con un candidato del PCC, Gómez, al que jamás podrían votar millones de electores por su potente perfil derechista, la victoria el 25 de mayo del liberal Virgilio Barco Vargas por una holgada mayoría resultaba bastante predecible. Así que el 7 de agosto de 1986 fue a Barco al que Betancur entregó los atributos del poder ejecutivo.


7. Un ex presidente de perfil alto

Doctor honoris causa por las universidades de Georgetown (1984), Colorado (1989), Autónoma de Manizales (1995), Politécnica de Valencia (2005) y Nacional de Trujillo (2011), y, además del Premio Príncipe de Asturias, galardonado con los también españoles Gran Cruz de Isabel La Católica, Orden de Carlos III y Premio Internacional Menéndez Pelayo, amén de la mexicana Gran Águila Azteca y la Legión de Honor francesa, Belisario Betancur, tras dejar la Presidencia, se desvinculó de la actividad política, pero conservó un importante ascendiente en círculos intelectuales y académicos de ámbito hispano. Hasta su fallecimiento en 2018 a los 95 años de edad mantuvo intacta su excelente reputación internacional. Fue uno de los estadistas retirados de América Latina más ligados a España, país que en 2012 le concedió la nacionalidad, sin descargo de su nacionalidad colombiana.

Sus membresías más destacadas fueron en el Círculo de Montevideo, el Club de Madrid, el Consejo de Presidentes y Primeros Ministros del Programa de las Américas del Centro Carter de Atlanta, las academias colombianas de la Lengua, Jurisprudencia e Historia, la Academia Mexicana de la Lengua, el Consejo Pontificio Justicia y Paz y la Academia Pontificia de Ciencias Sociales. En añadidura, fue vicepresidente del Club de Roma para América Latina y presidente de la Fundación del Grupo Editorial Santillana para Iberoamérica.

Hablar de Belisario Betancur es hablar también y en todo momento del mundo de los libros. A principios de los años noventa el emérito estadista fundó en Bogotá junto con sus hijos El Navegante Editores y la Librería Sota de Bastos. Desde comienzos de los años ochenta no dejó de publicar ensayos y opúsculos, y tras abandonar la Presidencia produjo los siguientes títulos: Antioquia, la nueva epopeya (1986); Hacia la civilización del amor: documentos pontificios sobre la doctrina social católica (1987); El homo sapiens se extravió en América Latina (Teoría de la subversión y de la paz) (1990); Declaración de amor: del modo de ser del antioqueño (1994); El tren y sus gentes: los ferrocarriles en Colombia (1995); La pasión de gobernar (1997, en coautoría); y, Conflicto y contexto: resolución alternativa de conflictos y contexto social (1997). En 2005 aparecieron los Poemas del caminante, su última creación literaria.

La ex primera dama Rosa Helena Álvarez de Betancur falleció en junio de 1998, tras lo cual el viudo, con 75 años, contrajo segundas nupcias con la ceramista venezolana Dalita Navarro.

(Cobertura informativa hasta 10/12/2018)