Subcomandante Marcos

1. El marco social y económico de la revuelta de Chiapas
2. Cabeza del EZLN y desarrollo inicial del conflicto
3. Una biografía desmitificadora y la contrapropaganda del PRI
4. Pulso con el Gobierno de Zedillo y apertura de un frente político
5. Icono en los medios izquierdistas y peculiaridades del personaje
6. Incursión en las instituciones federales a la espera de concreciones en Chiapas


1. El marco social y económico de la revuelta de Chiapas

Carece de biografía y de rostro uno de los personajes más singulares de la escena internacional de nuestro tiempo. A menos que se acepte la identidad, con nombre, foto y antecedentes, difundida por el Gobierno mexicano en febrero de 1995 y confirmada por investigaciones periodísticas después, o que se considere como tal el conjunto de sus actuaciones y declaraciones desde el 1 de enero de 1994, fecha en que se dio a conocer simplemente con el nombre de Subcomandante Marcos en la Selva Lacandona del estado mexicano de Chiapas al frente del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).

El alzamiento en armas contra el Estado mexicano del hasta entonces desconocido EZLN, el mismo día en que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, reuniendo a México, Estados Unidos y Canadá), arrancó una secuencia de convulsiones en las postrimerías de la administración de Carlos Salinas de Gortari y descubrió al mundo -y a la propia opinión pública mexicana- que las grandes transformaciones de corte neoliberal en la economía habían dejado intactos, si no los habían acentuado, graves problemas de subdesarrollo propios de los países del Tercer Mundo. En los estados del sur, habitados mayoritariamente por varias decenas de comunidades indígenas con sus peculiaridades lingüísticas y culturales, la intervención equivocada de los sucesivos gobiernos priístas a través de funestas políticas de desarrollo económico o la simple desidia habían permitido la pervivencia en los años noventa de extensas bolsas de pobreza extrema y de escandalosas situaciones de injusticia social, donde los poderes públicos locales y los terratenientes podían actuar sin arreglo al imperio de la ley y cometer todo tipo de abusos.

Esta situación afectaba especialmente a Chiapas. El estado más meridional de México y fronterizo con Guatemala era y es una traslación al interior de la federación mexicana del paradigma de las relaciones económicas que impera entre el norte rico y el sur pobre a escala planetaria. Extraordinariamente privilegiado por la naturaleza, Chiapas aporta la quinta parte del petróleo, casi la cuarta parte del gas y la mitad de la energía hidroeléctrica que produce México, y ostenta el primer lugar en las producciones nacionales de café y maíz, y el segundo en la de carne. Paradoja flagrante, muy poca de esta riqueza va a parar, en forma de bienes o de rentas, a los algo más de tres millones de chiapanecos, suministradores netos de materias primas al resto del país: un tercio de la población del estado no tiene acceso a la red eléctrica, la mitad carece de agua potable, cuatro quintas partes no están cubiertas por el seguro social, dos tercios siguen una dieta por debajo de los mínimos nutricionales y otra tercera parte es analfabeta.

La estructura económica descansa en la explotación de los recursos naturales, mientras que las plantaciones tradicionales -de subsistencias, pero de inserción directa en la cadena alimenticia de los habitantes rurales- han sido arrinconadas desde los años cincuenta por los pastos, la ganadería y la agricultura extensiva destinada a la exportación, favoreciendo la deforestación masiva y la concentración de la riqueza en manos de los hacendados, que explotan a los campesinos indios como mano de obra barata y, en algunos casos, en condiciones de servidumbre de regusto feudal. La industria y el sector servicios son prácticamente inexistentes. Últimamente, la supresión por el Gobierno Salinas de subsidios y de los aspectos colectivistas del régimen agrario del ejido vino a agudizar la desprotección de cientos de miles de chiapanecos.


2. Cabeza del EZLN y desarrollo inicial del conflicto

El alzamiento zapatista en el día de año nuevo de 1994 comenzó con la ocupación de varias localidades del estado, entre ellas San Cristóbal de las Casas, Las Margaritas y Ocosingo, la difusión de comunicados y la comisión de numerosos actos de violencia, como el allanamiento de haciendas, el secuestro de propietarios y la destrucción de bienes públicos. El EZLN sostuvo duras refriegas con los retenes militares y con las tropas de refresco enviadas apresuradamente por el Gobierno federal, dando lugar a acusaciones mutuas de ejecuciones extrajudiciales, revanchas criminales y -en el caso de los gubernamentales- de matanzas de civiles. En su primera proclama, el EZLN hizo una "declaración de guerra al Ejército federal, pilar básico de la dictadura que padecemos, monopolizada por el partido en el poder y encabezada por el Ejecutivo federal que hoy detenta su jefe máximo e ilegítimo, Carlos Salinas de Gortari "; se presentó como el producto de "500 años de luchas" y exigió "trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz" para todos los mexicanos, fueran indígenas o no.

Sólo unos días duraron las arengas alusivas al derrocamiento del poder reaccionario y oligárquico o la instauración de un gobierno revolucionario y popular, tan caras a las guerrillas marxistas y de regusto dogmático. Los zapatistas sobrepasaban el marco reivindicativo local y hablaban de una profunda reforma del Estado mexicano que propiciara un reparto equitativo del bienestar económico, democratizara el acceso a los poderes públicos y resguardara la idiosincrasia de las comunidades indígenas. En un sentido general, apelaban a la toma de conciencia del problema indígena en Chiapas y se recordaba que, antes de ingresar en el club de las naciones desarrolladas, México debía saldar "una deuda con los millones de indígenas marginados", como declaró Marcos. No faltaron las exigencias, ilusorias las más de las veces, de renegociación del TLCAN, de garantías de limpieza en el escrutinio de los procesos electorales y de dimisión en bloque del Ejecutivo federal en los sucesivos comunicados de quienes a veces se referían a sí mismos como "los muertos de siempre, muriendo otra vez, pero ahora para vivir".

Tocado con pasamontañas negro, visera y pañuelo rojo, cubierto de cartucheras y portando armas automáticas al igual que sus compañeros, Marcos, con su pipa, su forma de hablar articulada y sosegada y sus firmas al pie de los comunicados con la coletilla "desde las montañas del Sureste Mexicano", se proyectó como el principal dirigente del EZLN. En función de su rango, el de Subcomandante Insurgente con funciones de portavoz, aquella primacía no resultaba tan clara, pues sugería la participación en una especie de dirigencia colectiva con otros comandantes, subcomandantes y mayores, en el seno del autodenominado Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General (CCRI-CG) del EZLN.

La guerrilla, cuyos aproximadamente 2.000 efectivos se enfrentaban ya en los primeros días a fuerzas diez o doce veces superiores, perfectamente pertrechadas y apoyadas por armamentos pesado, no era rival para el Ejército mexicano, pero el presidente Salinas se apercibió de que Marcos y sus compañeros, con su discurso tomado del mítico jefe guerrillero de la Revolución de 1913 y reproducido sobre un inteligente andamiaje mediático, blandían un arma formidable, la razón inobjetable de la causa indígena, que ponía en tela de juicio sus logros reformistas y que podía causarle mucho quebranto en el terreno diplomático. Así, el 10 de enero el mandatario nombró una Comisión federal para la Paz y la Reconciliación en Chiapas encabezada por el hasta entonces secretario de Relaciones Exteriores, Manuel Camacho Solís, y dos días después ordenó el alto el fuego unilateral para emprender un diálogo "en el marco de la ley". En las dos semanas escasas que duraron los combates perecieron varios cientos de personas, entre 200 y 1.000, y otras miles más resultaron heridas, entre guerrilleros, soldados y, sobre todo, civiles, mientras que 60.000 campesinos huyeron de sus casas.

El 2 de marzo, al cabo de trece días de conversaciones en San Cristóbal de las Casas con la mediación del obispo local, Samuel Ruiz, Marcos y Camacho adoptaron un acuerdo de principio sobre 34 compromisos políticos y económicos en torno al reconocimiento de los derechos de los indígenas, la reforma estatal y la mejora de las condiciones de vida de los sectores marginados. Hasta el final (1 de diciembre) de la administración salinista, imperó una precaria calma en Chiapas, pero los problemas de fondo siguieron intactos por la escasa voluntad del Gobierno para confrontarlos. Entre tanto, el EZLN celebró una Convención Nacional Democrática en su bastión selvático de Guadalupe Tepeyac y empezó a organizar asambleas campesinas, un experimento de autogobiernos a la usanza libertaria que provocó la indignación de la Secretaria de Gobernación en el Distrito Federal. Cuando el 8 de diciembre tomó posesión el nuevo gobernador estatal, el priísta Eduardo Robledo Rincón, acusado de llegar al poder mediante el tradicional fraude, hizo lo propio el así llamado Gobierno de Transición en Rebeldía, presidido por Amado Avendaño Figueroa, el candidato derrotado del opositor Partido de la Revolución Democrática (PRD, centroizquierda) en las elecciones de agosto.


3. Una biografía desmitificadora y la contrapropaganda del PRI

El 9 de febrero de 1995 el nuevo presidente, Ernesto Zedillo Ponce de León, ordenó al Ejército penetrar en Lacandona, desarticular a la guerrilla y arrestar a Marcos y el resto de la comandancia zapatista para responder ante la justicia por diversos delitos y crímenes, poniendo abrupto final a un año de tregua. El presidente explicó en un discurso televisado que la operación se justificaba por el descubrimiento de preparativos de los rebeldes para, contradiciendo su declarada disposición al diálogo, cometer nuevos actos de violencia, y, de paso, hizo la revelación sensacional de la supuesta identidad de Marcos, fotografía incluida (mostrando a un hombre barbado, rasgo que se adivinaba en el guerrillero pese al pasamontañas), en un intento de desenmascararle y de contrarrestar su estrategia de persuasión mediática.

Según los servicios de información del Ejército y diversas investigaciones periodísticas que luego enriquecieron la atribuida biografía, el enigmático personaje se llama Rafael Sebastián Guillén Vicente y nació el 19 de julio de 1957 (la fecha exacta suele variar, aunque todas las fuentes coinciden en el año 1957) en Tampico, estado de Tamaulipas, como el cuarto de ocho hermanos de una familia de la pequeña burguesía blanca, propietaria de una cadena de tiendas de muebles. Una hermana, Mercedes del Carmen, se metió en política en las filas del PRI y llegó al puesto de presidenta del Congreso estatal tamaulipeco, que ostenta en la actualidad. Descrito como un muchacho de espíritu inquieto, carácter templado, aficionado al cine de arte y ensayo, y lector voraz de los poetas españoles de la Generación del 27, de García Márquez y de Vargas Llosa, Rafael Guillén tuvo un alto rendimiento escolar en centros de su ciudad natal atendidos por mojas trinitarias y los jesuitas.

Hacia 1977 se matriculó en la Universidad Autónoma Nacional de México (UNAM) en Ciudad de México y allí continuó destacándose como un alumno brillante, obteniendo la licenciatura de Filosofía y Letras en 1980 -algunas fuentes indican que terminó también la carrera de Sociología- y figurando entre los cinco estudiantes del Departamento de Filosofía que en 1981 recibieron una medalla nacional a la excelencia académica de manos del entonces presidente de la República, José López Portillo. Participó en actividades culturales con una impronta política izquierdista, frecuentó los círculos de debate de los fílósofos marxistas y desde 1979 dio clases de estética de la imagen en el campus de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) en Xochimilco. En 1982 desapareció unos meses, supuestamente con motivo de un primer viaje a Chiapas, y hacia febrero de 1984 comunicó a su familia que se marchaba a la selva del estado sureño a vivir con los campesinos indígenas tzotziles y tzeltales. A partir de 1984 los Guillén dejaron de tener noticias regulares del joven, una persona real que dejó atrás a familiares, condiscípulos y profesores, los cuales se han referido a él en entrevistas en elogiosos términos. Un currículum bastante inocuo de quien, parece, fue un idealista con inquietudes sociales en loa años de auge de los movimientos de izquierda en Latinoamérica, si acaso simpatizante de alguna forma de revolución (el guevarismo, seguramente) y con un talante más parecido al del intelectual próximo a la Teología de la Liberación que al del subversivo violento.

Con todo, el entorno de Zedillo se quedó con la etnia y los orígenes de Guillén/Marcos para zanjar que la dirigencia y los propósitos del EZLN no eran "ni populares, ni indígenas, ni chiapanecos". Además, aseguró que la agrupación derivaba de una guerrilla extinta y bastante radical, las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN) comandadas por los hermanos Yáñez Muñoz, que se mantuvieron activas en los años setenta en Nuevo León y Puebla con un programa de toma del poder por la vía armada.

Se tenía la sensación de que en el PRI, que venía gobernando ininterrumpidamente el estado sureño desde la fundación del partido en 1929, interesaba a toda costa desmontar el argumento de que los indígenas, tradicionalmente menospreciados por ladinos (mestizos) y blancos y tratados como si vivieran en la eterna inmadurez política, eran capaces de organizarse, de dotarse de un liderazgo, de armarse y de oponer un frente reivindicativo a las autoridades, así como convencer de que los chiapanecos en particular estaban siendo utilizados por intereses bastardos. Presentando a Marcos y los suyos como un "grupo de profesionales dirigidos por expertos nacionales y extranjeros" -elucidación que el desarrollo de los acontecimientos iba a refutar como absurda-, el poder se afanaba en liquidar la idea de una revuelta genuina de campesinos indios y hambrientos.


4. Pulso con el Gobierno de Zedillo y apertura de un frente político

El 14 de febrero de 1995, como Salinas un año atrás, Zedillo mandó detener las operaciones militares contra el EZLN. El 21 de abril representantes del Gobierno y la guerrilla, con la asistencia de las instancias mediadoras Comisión Parlamentaria de Concordia y Pacificación (COCOPA) y Comisión Nacional de Intermediación (CONAI, presidida por el obispo Ruiz), emprendieron unas tortuosas negociaciones en el pueblo de San Andrés Larráinzar que desde septiembre de ese año hasta febrero de 1996 fueron desgranando una serie de compromisos puntuales de aplicación incierta. El 16 de febrero de 1996 se firmaron los denominados Acuerdos de San Andrés sobre Derechos y Cultura Indígenas, que obligaban a las autoridades a salvaguardar las formas tradicionales de vida de los 10 millones de indígenas mexicanos, a terminar sus discriminaciones, a dotarles de autonomía de organización en todos los ámbitos y a conferirles recursos para su desarrollo socioeconómico.

Los acuerdos quedaron en papel mojado. Marcos, que en octubre de 1995 emergió de su refugio en algún punto cercano al poblado de La Realidad para unirse a las conversaciones, acusó al Gobierno de hacer del texto una interpretación unilateral y no ajustada al espíritu que lo impulsó. En septiembre de 1996 el EZLN resolvió suspender su participación en los diálogos de San Andrés y en los cuatro años siguientes, el subcomandante reiteró las exigencias de cumplimiento de lo pactado, funcionamiento efectivo de la Comisión de Seguimiento y Verificación (COSEVER), retirada de todas las fuerzas militares y paramilitares de Chiapas y excarcelación de los zapatistas capturados.

En esta etapa de guerra latente o de baja intensidad, en la que menudearon las escaramuzas entre Ejército y guerrilla y las provocaciones como la masacre el 22 de diciembre de 1997 en Acteal, municipio de Chenalhó, de 45 indios tzotziles simpatizantes del EZLN perpetrada por paramilitares a sueldo del PRI local, Marcos eludió el enfrentamiento directo, se dejó ver en contadas ocasiones, impulsó la creación de municipios autónomos y se ocupó de azuzar las presiones, nacionales e internacionales, que llovían sobre el Gobierno de Zedillo. Expresión de la autoridad de Marcos y de la disciplina del movimiento, de su falta de combatividad o de una prudente y realista cuantificación del balance de fuerzas, los zapatistas se mantuvieron replegados en sus santuarios de Lacandona a la espera de acontecimientos.

Un indicio del deseo del EZLN de articularse como referencia política de ámbito federal fue el congreso de constitución, del 13 al 16 de septiembre de 1997 y a instancias de una Comisión Promotora integrada por Marcos y otros comandantes del CCRI-CG, del Frente Zapatista de Liberación Nacional (FZLN), en México D.F. y bajo la vigilancia tolerante de las autoridades. El FZLN se presentó como una "organización civil y pacífica, independiente y democrática, mexicana y nacional, en lucha por la democracia, la libertad y la justicia para todos los mexicanos", aunque Marcos comunicó que la transformación del EZLN de una organización armada a una civil estaba condicionada a avances decisivos en una paz justa y satisfactoria para las comunidades indígenas chiapanecas.


5. Icono en los medios izquierdistas y peculiaridades del personaje

Desde su primera comparecencia, no cupieron dudas de que Marcos, además de un guerrillero muy sui géneris, era también, por su porte, acento y discurso, un blanco con formación superior sin el menor rasgo de indianidad. Esto último no fue óbice -antes al contrario- para que atrajera las simpatías y cautivara a una parte del público y a numerosas personalidades de la cultura en México, el resto de Latinoamérica y, muy en especial, Europa Occidental. Súbito revulsivo que a nadie dejaba indiferente, en un período en que la sociedad mexicana se debatía entre la esperanza de cambios a mejor y la incertidumbre por las convulsiones políticas, derivadas de la crisis del modelo priísta, y económicas, agudizadas con la tormenta financiera de diciembre de 1994, el subcomandante desató un alud de solidaridad que rebasó los ámbitos más familiares de los grupos activistas de la izquierda. Para muchas personas de ambas orillas del Atlántico, el misterioso encapuchado personificaba el rechazo a los dogmas del neoliberalismo y la globalización.

Numerosos intelectuales de izquierda, activistas antiglobalización y defensores de causas sociales como el novelista español Manuel Vázquez Montalbán, el también español Ignacio Ramonet (director de Le Monde Diplomatique, fundador del ATTAC y promotor del Foro Social de Porto Alegre), la premio Nobel de la Paz guatemalteca Rigoberta Menchú, el Nobel de Literatura portugués José Saramago, el politólogo francés Alain Touraine, el lingüista estadounidense Noam Chomsky o el escritor mexicano Carlos Monsiváis, han emitido desde 1994 declaraciones de apoyo, escrito ensayos laudatorios o sostenido una relación epistolar con un personaje que suscita interés antropológico, admiración literaria, sentimentalismo romántico e incluso esperanzas postreras de encabezar, en expresión de otro paisano célebre, Carlos Fuentes, la "primera revolución poscomunista".

Los activistas antiglobalización reconocieron a Marcos como uno de los suyos después de que empezara a realizar extensos comunicados y entrevistas ricos en la fraseología del movimiento y en análisis muy crudos de las relaciones internacionales. Según él, el mundo está viviendo la "Cuarta Guerra Mundial", librada por el poder estadounidense y el capital transnacional contra los estados-nación y los particularismos de todo tipo, mediante las armas del libre mercado, la informática y el idioma inglés, y con el objetivo de homogeneizarlo y economizarlo todo. Tal como lo ve él, el caso de Chiapas es uno más de los "etnicidios" en curso en distintos puntos del planeta, y la resistencia de los indígenas chiapanecos que el EZLN representa sería una resistencia a ser conquistados por el neoliberalismo para convertirse en "consumidores" y "productores", únicos comportamientos que aquella tendencia tolera.

Marcos ha cultivado los contactos con celebridades de la sociedad civil y ha mantenido las distancia, al menos en su discurso formal para ser difundido en los medios de masas, de experiencias políticas institucionalizadas como el castrismo cubano o el sandinismo nicaragüense, pues de lo contrario las acusaciones de adulteración ideológica habrían encontrado un asidero de rebatimiento complicado. Ahora bien, el EZLN se ha relacionado con el Foro de Sao Paulo, que integra a numerosos grupos insurgentes y partidos legales de izquierda latinoamericanos y que tiene como animadores al dictador cubano Fidel Castro y al líder socialista brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. La misma actitud evasiva ha mostrado Marcos cuando se le ha requerido su opinión sobre las fortunas de las guerrillas aún en armas o recicladas de Guatemala, Colombia o Perú, insistiendo en que tales movimientos tienen objetivos y métodos propios y que él sólo puede hablar de lo que sucede en Chiapas como paradigma de lo que acontece a escala global. Con todo, el subcomandante es un jefe guerrillero insólitamente lenguaraz que, entre comunicados, declaraciones y entrevistas, ha producido una copiosa documentación donde lo reiterativo se expresa en un particular estilo que no rehuye ni la mordacidad ni el sentido del humor.

En sus disertaciones tiene arranques de lirismo, ironiza sobre sus atribuidos asesores de imagen y desliza sus preferencias literarias, proyectando un temperamento un tanto risueño que suele encantar al entrevistador. Quien ha sido calificado de Quijote del siglo XXI ha asegurado que tiene a la creación de Cervantes a la vez como libro de cabecera y como pieza de su arsenal, puesto que se trata del "mejor libro de teoría política, seguido de Hamlet y Macbeth", y "nuestras armas son las palabras". El debate sobre quién es en realidad el intrigante guerrillero ilustrado parece divertirle: su mentís de que sea Rafael Sebastián Guillén no ha resultado convincente y sobre el particular se ha limitado a señalar que sus padres fueron unos maestros de escuela rurales que cambiaron de residencia y que se convirtieron en una familia de "clase media acomodada". A comienzos de 2001 compareció en una rueda de prensa con un anillo matrimonial en el dedo y confirmó el rumor de que llevaba varios años casado.

Algunos estudiosos del personaje están convencidos de que la esposa -o al menos la compañera sentimental- de Marcos ha sido la comandante Elisa, cuyo nombre real es María Gloria Benavides Guevara. Esta veterana guerrillera de las FLN figuró entre los miembros del EZLN capturados por el Ejército federal en febrero de 1995 y luego fue procesada por sedición y posesión de armas. Absuelta de los cargos en noviembre de 1995, quedó en libertad y se reinsertó en la vida civil. Si libros de conversaciones como Marcos: el señor de los espejos (1999) de Vázquez Montalbán (que fue a entrevistarle a Lacandona y cuyas novelas de la serie de Pepe Carvalho el mexicano leía antes de conocer en persona al autor), y Marcos, la dignidad rebelde (2001) de Ramonet, constituyen panegíricos apenas disimulados, otros, como El Subcomandante Marcos, la genial impostura (1998) de los periodistas Maite Rico y Bertrand de la Grange -por citar quizá las obras más conocidas de la profusa literatura que ha generado el fenómeno neozapatista y su controvertido jefe-, hacen un análisis crítico y más prosaico del personaje con una intencionalidad opuesta y no menos palmaria.

Casi tan abundantes y quizá más enérgicas que las apologías, las detracciones de Marcos persiguen desmontar su proyección de tótem carismático y de bienhechor de los agraviados con un reguero de acusaciones: marxista y procubano emboscado; émulo obsesivo del Che Guevara; camaleónico y oportunista que se apodera del discurso más en boga; seductor mediático e histrión carente de verdadero programa; o, falso abogado de la justicia que manipula a los indios y que se complace en alimentar los mitos que le rodean en una exhibición de narcisismo. Sin tomar una postura particular, otros observadores destacan las grandes habilidades del locuaz Marcos a la hora de difundir sus opiniones y de, al menos, suscitar la controversia y captar el interés sobre un problema endémico regional que hasta su llegada era absolutamente desconocido por el ciudadano medio del extranjero.

Después de que el Gobierno mexicano rehuyera la represión militar abierta por su alto precio político, Marcos rectificó también la retórica militarista de sus primeras alocuciones y explotó los métodos de lucha propagandísticos: esmerando las relaciones públicas; dosificando las puestas en escena con toques efectistas, como las apariciones montado a caballo y rodeado de indígenas armados, otra remembranza de Zapata; usando las nuevas tecnologías y en particular internet, con la que salva su aislamiento en Lacandona; y, promoviendo las movilizaciones de masas en el frente civil y urbano. Un dominio de las técnicas de la expresión política que hacen pensar, ciertamente, en el profesor de comunicación audiovisual Rafael Sebastián Guillén, hoy en paradero desconocido.

En lo estrictamente militar, Marcos ha sido muy cuidadoso en separar al EZLN de las demostraciones de violencia que pudieran endilgarle el fatal calificativo de terrorista por los países occidentales ricos. Es decir, un afán de legitimación de la violencia como demuestra la parafernalia de insignias, uniformes y grados. En sus entrevistas, el subcomandante ha insistido en que el EZLN no comete atentados, se atiene a las convenciones internacionales y a las leyes de la guerra para ser reconocido como fuerza beligerante y tampoco ampara el secesionismo, antes al contrario. Asegura que el movimiento que encabeza "lucha para que no sea necesario ser clandestino y estar armado", en definitiva, que "lucha por desaparecer".


6. Incursión en las instituciones federales a la espera de concreciones en Chiapas

En algunos medios internacionales se reprochó a Marcos su silencio o sus vaguedades ante las trascendentales elecciones del 2 de julio de 2000, que llevaron a la Presidencia al candidato del conservador Partido de Acción Nacional (PAN), el empresario Vicente Fox Quesada, y pusieron fin a 71 años de poder ininterrumpido (y hasta 1988, hegemónico) del PRI. Se tenía la impresión de que el líder del EZLN, posiblemente acomodado en su estrategia de denunciar las inercias de las autoridades federales, como descargando en ellas toda la responsabilidad sobre la paz en Chiapas, no encajó con soltura el final del modelo de partido-Estado que el PRI encarnaba. Ahora, lo que él siempre había considerado poco menos que imposible se había producido gracias a la limpieza electoral fruto de las reformas políticas de Zedillo. Sus críticos volvieron a la carga acusándole de comportarse como un "maximalista desconfiado" y de "estar atrapado en el glamour del pasamontañas".

Posteriormente, Marcos reivindicó para el EZLN una parte del mérito en el desalojo del PRI del poder, que se extendió al mismo estado de Chiapas con la conquista del puesto de gobernador por Pablo Salazar Mendiguchía, candidato unitario de ocho partidos de ideología dispar, con el PAN y el PRD a la cabeza, coligados en la Alianza por Chiapas. El EZLN y las organizaciones indígenas afines boicotearon las dos consultas del 2 de julio, a pesar de que Fox se había declarado dispuesto a desbloquear el proceso jurídico para la aplicación de los Acuerdos de San Andrés y a dotar de autonomía a las comunidades indígenas, y de que Salazar, incluso, había justificado el alzamiento de 1994. Horas después de asumir el 1 de diciembre, Fox ordenó el principio de la retirada del Ejército de Chiapas, anunció el envío inmediato al Congreso de la Unión del proyecto de ley sobre Derechos y Cultura Indígenas elaborado por la COCOPA, firmó con la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos un acuerdo comprometiendo al Estado mexicano con el respeto de los derechos y libertades fundamentales, y ofreció al EZLN un encuentro oficial al más alto nivel y sin intermediarios. También se comprometió a facilitar la puesta en libertad de los presos del EZLN. Este conjunto de iniciativas satisfizo las condiciones de Marcos para volver a la mesa de diálogo.

A primeros de 2001 el subcomandante se resarció de las imputaciones de inmovilismo y hasta de cobardía (por sus hábitos huidizos) de las que era objeto con la llamada Marcha por la Dignidad Indígena, también conocida como el zapatour, una comitiva pacífica de varias decenas de zapatistas desarmados, encabezados por él mismo y 23 comandantes del CCRI-CG, todos indios tzeltales, tzotziles, choles y tojolabales, que reprodujo el itinerario seguido por Emiliano Zapata en diciembre de 1914.

Custodiada por voluntarios del Congreso Nacional Indigenista (CNI), los comités urbanos del FZLN, universitarios, militantes de partidos de izquierda y otros representantes de la sociedad civil, y vitoreada por numerosísimos simpatizantes, la caravana inició la marcha el 24 de febrero en San Cristóbal de las Casas, recorrió 3.000 km a través de doce estados y el 9 de marzo llegó al Distrito Federal por Milpa Alta. El 11 de marzo el subcomandante y sus compañeros hicieron una entrada triunfal en la plaza del Zócalo en el centro de la Ciudad de México y ante más de 200.000 personas pronunció un discurso cargado de metáforas en el que mencionó a cada una de las 56 etnias de México y ofreció la desaparición del EZLN a cambio de la paz y la justicia social en Chiapas. El grupo advirtió que permanecería en la capital hasta que la ley indígena fuera aprobada por el Congreso.

La plana mayor zapatista se instaló en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y desde allí negoció con los poderes del Estado las condiciones para la comparecencia del EZLN ante el Congreso y la exposición de las demandas de los indígenas. Al punto se especuló con que fuera el propio Marcos quien discurseara a los diputados, pero la idea de un jefe de encapuchados dirigiéndoseles en el sanctasanctórum de la soberanía nacional resultaba grotesca a muchos legisladores, sobre todo a los del partido del presidente, hostiles incluso a una recepción de salón con acceso por la puerta de servicio.

Ciertamente, el subcomandante reclamó aquel derecho, pero no hizo de ello una exigencia irrenunciable. Por meditadas razones de oportunidad política, ya había descartado el gesto dramático de quitarse el pasamontañas o aceptar el encuentro en persona que le ofrecía Fox. Aprobada con 220 votos a favor y 210 en contra la moción del PRD y partidos menores de izquierda para autorizar el uso de la palabra al EZLN en el salón de plenos -pero no en sesión plenaria- de la Cámara de Diputados, el 28 de marzo fue la comandante Esther la encargada de subir a la tribuna y, encapuchada y portando flores, realizar la alocución central ante las comisiones parlamentarias. Al día siguiente, visiblemente satisfecho, Marcos anunció el regreso a Chiapas de la delegación zapatista.

Éxito espectacular de Marcos y una "idea genial" en opinión de Carlos Monsiváis, el zapatour, profusamente cubierto por los medios de comunicación extranjeros, vino a cumplir la promesa hecha en su primera declaración en enero de 1994 de "avanzar hacia la capital del país" y produjo el logro, inconcebible en cualquier otra guerrilla latinoamericana en activo, del pasado o del presente, de tomar la palabra en una de las supremas instituciones del Estado, con exhibición de su naturaleza clandestina y ante las cámaras de la televisión.

Tras el singular episodio, remontó la expectativa de un próximo salto de Marcos a la política regular. Éste no se ha cansado de precisar que, ciertamente, el EZLN se encuentra en trance de transformación en una organización política, que no en un partido, fórmula que él vincula a la toma del poder con las reglas normales de la democracia parlamentaria. Sin terminar de despejar las incógnitas sobre sus planes de futuro, hasta hoy sostiene que la propuesta que el EZLN sustenta "tiene que ver más con el sentido ético de la política que con un programa de gobierno", lo que le separaría tanto de los partidos que actúan dentro del sistema como de los movimientos revolucionarios clásicos que lo combaten.

Sin embargo, el 25 de abril, tras cinco años de demora, el Senado aprobó la Ley sobre Derechos y Cultura Indígenas, pero en una versión retocada que limitaba el marco de la autodeterminación y arrojaba algunas ambigüedades sobre los mecanismos para hacerla efectiva. Esta revisión a la baja del proyecto de ley de la COCOPA, que prosiguió el 28 de abril en la Cámara de Diputados su alambicado proceso de refrendo y reglamentación por todas las cámaras legislativas del Estado federal, fue calificada de "burla" por Marcos y denunciada por doquier como una interpretación torticera por los diputados de los partidos mayoritarios.

El asunto evocaba el temor de la clase política mexicana a que la reforma de cinco artículos de la Constitución, no aplicable hasta ser validada por al menos 16 de los 32 parlamentos estatales, abriera la puerta a reclamaciones independentistas, conflictos de jurisdicción entre las autoridades federales e indígenas, o pleitos por el usufructo de las tierras y los recursos naturales. Haciéndose eco del desconcierto y la controversia reinantes, 1 de mayo el propio presidente Fox reconoció que, efectivamente, la ley indígena no contemplaba aspectos centrales de la autodeterminación de las comunidades indígenas y la explotación colectiva de los recursos naturales. La evolución del conflicto de Chiapas y el futuro inmediato del movimiento de Marcos, una vez más, quedaban en entredicho.

(Cobertura informativa hasta 1/7/2002)