Joe Biden

(Este documento fue publicado originalmente el 2/11/2020. Véase nota de actualización hasta el 20/1/2021).

Joe Biden, candidato presidencial del Partido Demócrata, aspira a desalojar a Donald Trump de la Casa Blanca en las elecciones del 3 de noviembre de 2020 en Estados Unidos. Todos los sondeos son desfavorables para el mandatario republicano, en la recta final de una campaña anómala que ha sido vitrina de las circunstancias extremas que tienen al país convulsionado. Hoy, Estados Unidos sufre los estragos sanitarios, sociales y económicos de la pandemia COVID-19, acaba de vivir la peor ola de disturbios civiles con trasfondo racial en décadas y está anclado en una polarización política ideológica que probablemente no tiene precedentes en su historia. Excepcionalidad añadida, esta es la primera vez que la competición presidencial la libran dos septuagenarios.

En su plataforma electoral, perfilada con la asunción de algunos planteamientos marcadamente progresistas tras imponerse en unas primarias partidarias donde la izquierda liberal (Elizabeth Warren) y la socialdemocracia (Bernie Sanders) estuvieron muy presentes, el que fuera vicepresidente con Barack Obama (2009-2017) y anteriormente senador por Delaware durante 36 años pide el voto para pasar página al "capítulo de oscuridad" abierto en 2017 por Trump. Para asentar un nuevo liderazgo capaz de "reconstruir", "sanar" y "reunificar", insiste, a América, cuya reputación e influencia en el mundo están "por los suelos". Por cierto que la acusación del republicano a su adversario es casi idéntica: si gana Biden, advierte Trump, el "sueño americano quedará demolido". Implícitamente, el veterano Biden, que de triunfar pasaría a ser, con 78 años cumplidos el 20 de noviembre, el presidente más longevo desde la inauguración del cargo por George Washington en 1789, se presenta como el candidato que quiere y puede aglutinar todo el sentimiento anti Trump. Su compañera de fórmula es una mujer de raza negra, la senadora por California Kamala Harris.


Desde su nominación el 18 de agosto por la Convención Nacional Demócrata celebrada en Milwaukee, Biden se ha esforzado en marcar su antagonismo con Trump y no ha dudado en entrar en el cuerpo a cuerpo con un titular reeleccionista que parece sentirse a gusto en la crispación permanente, aunque en su caso el demócrata ha tenido un protagonismo de campaña menos físico y más virtual. El intercambio de descalificaciones ha alcanzado unos niveles de insólita crudeza. Si para Biden el republicano ha "fomentado la violencia durante años", es la "mascota de Putin" y un "pirómano climático" por desligar la catastrófica ola de incendios en el oeste del calentamiento global, Trump pone al demócrata, motejado como Creepy Joe y Sleepy Joe, de "corrupto", "criminal" y cómplice "socialista" del movimiento Black Lives Matter, los Antifa y, en general, la "izquierda radical", los "anarquistas" y los "terroristas domésticos", por lo que debería estar "encerrado". El mismo juicio de impeachment a Trump por abuso de poder y obstrucción al Congreso, activado por la Cámara de Representantes en septiembre de 2019 y tumbado por el Senado en febrero de 2020, guardó relación con Biden: se suscitó a raíz de averiguar el Congreso que el presidente había presionado a su homólogo ucraniano para que investigara al hijo de su oponente, el inversor y consultor Hunter Biden, por unas irregularidades supuestamente cometidas en el país europeo.

El programa del binomio Biden-Harris, contenido en dos documentos extensos, el manifiesto de propuestas Joe's Vision y la Plataforma electoral del Partido Demócrata, incluye entre otros siguientes compromisos: subir los impuestos a las rentas más altas y las corporaciones; elevar el sueldo mínimo federal; reforzar las prestaciones por desempleo y las ayudas por hijos; corregir las brechas salariales de género y raza; priorizar la inversión social en las comunidades con más pobreza; ofrecer la opción pública del seguro médico dentro del Obamacare; apoyar con créditos a las pymes; y crear millones de puestos de trabajo en la industria manufacturera, el área sociosanitaria y la economía verde. Con su plan de recuperación  Build Back Better (BBB), los candidatos y su partido plantean un "nuevo contrato social y económico" para "evitar que la recesión de Trump se convierta en una segunda gran depresión". Esta es, argumentan con retórica, una "historia de dos políticas fiscales: Trump premia la riqueza, Biden recompensa el trabajo".

En justicia e interior, Biden habla de "erradicar el racismo estructural y sistémico", luchar contra la brutalidad policial, aprobar una "ley de terrorismo doméstico" con el "supremacismo blanco" en el punto de mira, volver a prohibir los fusiles de asalto -vieja campaña personal del antiguo senador-, derogar la pena de muerte y despenalizar el cannabis. En junio el candidato afirmó que él también creía que George Floyd, el afroamericano perecido por asfixia durante su detención policial en Minneapolis, con su muerte furiosamente denunciada en las calles de todo el país, iba a "cambiar el mundo". En materia migratoria, Biden se muestra aperturista. Así, propugna un enfoque "humano" de la inmigración, el fin de las redadas militarizadas en la frontera sur, la detención de la construcción del muro con México y una reforma legal para que 11 millones de inmigrantes irregulares consigan la residencia permanente y tengan acceso a la ciudadanía. En cuanto al cambio climático, este es, insiste el demócrata, una "amenaza existencial para nuestro futuro", por lo que la transición energética y la neutralidad carbónica se hacen imperiosos. Promete traer a Estados Unidos de vuelta al Acuerdo de París nada más sentarse en el Despacho Oval. En política exterior, predica el multilateralismo, la "reparación" de alianzas, el regreso al acuerdo nuclear con Irán, la vigilancia de las "interferencias" de Rusia y la amistad con una UE "próspera e integrada". El diagnóstico del Partido Demócrata es que la política trumpista de América primero se ha traducido vergonzosamente en una "América pequeña" y una "América sola" en la escena internacional.

Una atención especial merece la crisis de la COVID-19, que está alcanzando dimensiones pavorosas en Estados Unidos, con una tercera ola desde marzo cuyo balance al concluir octubre era de 9 millones largos de contagios acumulados y 235.000 fallecidos. Aquí, Biden promete la vacuna gratis para todos así como una estrategia integral de lucha contra el coronavirus "basada en la ciencia" y en coordinación con la OMS. Además, proclama que llevar la mascarilla, contrariamente al desdén minimizador exhibido por Trump, es algo "patriótico". Con todo, no deja de llamar la atención cómo Biden ha tomado varios puntos de la plataforma de Trump, autoproclamado presidente de "la ley y el orden", que tienen un tirón popular indudable: el Buy America; el rechazo a las deslocalizaciones; la frialdad con los tratados de libre comercio; la mano dura con China; o el desenganche de las "guerras eternas" de Oriente Medio ("guerras sin fin", las llama Trump).

(Cobertura informativa hasta 2/11/2020).

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Nota de actualización hasta el 20/1/2021:

El 7 de noviembre de 2020, tras cuatro días de tensión poselectoral por la lentitud y lo ajustado del escrutinio en una serie de estados clave, y por las alegaciones de fraude vertidas por el presidente Trump, Joe Biden se impuso en Pensilvania, uno de los cinco estados que quedaban por decidir. Con ello, el candidato demócrata, pese a los conteos inconclusos de Arizona, Nevada, Georgia y Carolina del Norte, alcanzó los 270 votos electorales y técnicamente se convirtió en presidente electo de Estados Unidos, a la espera de las confirmaciones oficiales del Colegio Electoral y el Congreso. Sin embargo, Trump, aspirante republicano a la reelección, rehusó aceptar su derrota y anunció impugnaciones en los tribunales federales y estatales centradas en el voto por correo. Finalmente, Biden ganó 306 votos de 25 estados, más el Distrito de Columbia y el correspondiente al 2º Distrito de Nebraska (81.281.891 votos populares, el 51,3%); Trump obtuvo 232 votos de 25 estados, más el correspondiente al 2º Distrito de Maine (74.223.254 populares, el 46,9%).

El 23 de noviembre Trump, aunque aferrado al no reconocimiento de su derrota, autorizó a su Administración para que empezara a trabajar con el equipo demócrata con vistas a la transición. El 8 de diciembre la Fiscalía General de Texas presentó al Tribunal Supremo de Estados Unidos una demanda para impedir que el Colegio Electoral asumiera los votos enviados por Georgia, Michigan, Pensilvania y Wisconsin, ganados todos por Biden. El 11 de diciembre el Tribunal Supremo desestimó la demanda Texas v. Pennsylvania y tres días después el Colegio Electoral de Estados Unidos ratificó la victoria de Biden con 306 votos.

El último paso, protocolario, antes de las tomas de posesión de Biden y Harris el 20 de enero de 2021 era la certificación de los votos electorales por el Congreso de Estados Unidos. El 6 de enero, la sesión conjunta de las cámaras fue interrumpida por el asalto y ocupación violentos del Capitolio por miles de manifestantes, previamente arengados y espoleados por Trump y sus aliados políticos. Desalojado el edificio con el resultado de cinco muertos, los congresistas y senadores reanudaron la sesión y, ya en la madrugada del día 7, certificaron los resultados electorales, no sin votarse, con resultado negativo, sendas objeciones republicanas a los votos de Arizona y Pensilvania. Trump condenó la algarada y accedió a una "transición ordenada". El 13 de enero la Cámara de Representantes, controlada por los demócratas, aprobó un proceso de impeachment contra el todavía presidente por el cargo de "incitación a la insurrección".

(Para más información, pueden consultarse los documentos especiales de CIDOB «Elecciones presidenciales de 2020 en Estados Unidos: las propuestas electorales de Donald Trump y el Partido Republicano, y de Joe Biden y el Partido Demócrata», y «Protagonistas de la transición política de 2020-2021 en Estados Unidos: Crisis poselectoral, asalto al Capitolio, segundo impeachment y nuevo Gobierno».)&nbsp
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UN POLÍTICO PROFESIONAL DEL ESTABLISHMENT DEMÓCRATANacido en Pennsylvania pero crecido en Delaware, Joseph Robinette Biden Jr. se crió en un hogar católico de clase media. Su padre era un heredero de familia pudiente caído en la debacle financiera y que más tarde consiguió recuperarse gracias a un negocio de venta de coches. El joven Joe estudió Historia y Ciencias Políticas en la Universidad de Delaware y Derecho en la neoyorkina Universidad de Syracuse. Colegiado abogado en 1969, sirvió en el Consejo del Condado de New Castle antes de convertirse en 1973, a unos inusuales 30 años, en representante de su estado en el Senado de Estados Unidos, donde sería reelegido seis veces consecutivas hasta 2008.

Las cuestiones jurídicas e internacionales dominaron la dilatada trayectoria en el Congreso de Biden, presidente del Comité Judicial de la Cámara alta entre 1987 y 1995 y tres veces al frente del Comité de Relaciones Exteriores desde 2001. En todo este tiempo, el senador por Delaware acumuló un historial bastante convencional en el campo demócrata, con iniciativas y votaciones que le ubicaban en la tendencia centrista, mainstream, de su partido. Político de convicciones no monolíticas y en líneas generales pragmático, Biden apuntaba a veces al liberalismo, al progresismo o, en política exterior, al intervencionismo militar, y otras en cambio a una moderación de tintes conservadores y a la contención. Aspecto igualmente habitual en políticos estadounidenses de largo recorrido, algunos de sus pronunciamientos como legislador no coincidieron con las posturas que sobre un mismo tema más tarde iba a exhibir como miembro del Ejecutivo federal o candidato a encabezar el mismo. Así sucede por ejemplo en relación con el destino de fondos federales a la mayoría de los presupuestos del aborto o la despenalización del consumo y tenencia de cannabis, antaño rechazados y hoy defendidos. Lo mismo cabe decir de la pena de muerte, admitida hasta 2019.

Como cabeza del Comité Judicial a caballo entre las administraciones de Ronald Reagan, George Bush padre y Bill Clinton, Biden trató cuestiones relativas a la prevención del crimen, la lucha antinarcóticos y las libertades civiles. De manera señalada, redactó el borrador de la legislación para el Control de Delitos Violentos y Cumplimiento de la Ley, importante texto de 1994 que incluía una Prohibición Federal de los Fusiles de Asalto en el mercado civil y la Ley de Violencia Contra las Mujeres (VAWA), ambas no vigentes en la actualidad.

A continuación, la jefatura del poderoso Comité de Relaciones Exteriores del Senado durante la Administración republicana de George W. Bush  involucró a Biden, legislando en la oposición o bajo consensos bipartidistas, en la formulación de la política internacional de Estados Unidos, al tanto de los entresijos de la guerra global al terrorismo, el control de armamentos, la seguridad en Europa o los conflictos de Oriente Próximo. En 2001 apoyó la invasión de Afganistán y en 2002, una década después de oponerse a las hostilidades contra Bagdad por la agresión a Kuwait, contribuyó decisivamente a que el Congreso autorizara la invasión de Irak y el derrocamiento de Saddam Hussein sobre la base de un pliego de acusaciones que resultaron ser falsas. Posteriormente, criticó el violento curso de la ocupación de Irak, negó la utilidad del envío de más tropas de combate en 2007 y, para poner fin a la guerra civil sectaria, propuso un polémico plan de federalización del país por sus costuras étnico-religiosas similar al de la paz de Dayton para Bosnia-Herzegovina. La familiaridad de Biden con la política exterior se remonta por lo menos a los años de Jimmy Carter: ya en 1979 el treintañero senador fue enviado en misión diplomática a Moscú para convencer al curtido y experto ministro de Exteriores soviético, Andréi Gromyko, quien le doblaba la edad, de la necesidad de introducir unos cambios de última hora en el tratado SALT II de limitación de armas nucleares, a fin de conseguir su ratificación por el Senado.

La primera de las tres tentativas presidenciales de Biden fue en 1988, cuando el senador tenía una imagen de servidor federal intensamente comprometido en la guerra contra las drogas. En aquella ocasión, el envite para la nominación quedó frustrado al ser acusado de plagiar uno de sus discursos proselitistas. El escándalo le obligó a retirarse de la precampaña y de hecho no llegó a disputar las primarias demócratas, ganadas por Michael Dukakis.


UNA VIDA PRIVADA SIGNADA POR LA TRAGEDIABiden contrajo matrimonio en 1966 con la profesora de escuela Neilia Hunter. Ella fue la madre de sus tres primeros hijos, Beau, Hunter y Naomi. En 1972, recién elegido para el Senado, el político sufrió el desgarro de las muertes en un accidente de tráfico de su esposa y su pequeña Naomi, bebé de meses; los niños mayores fueron rescatados del vehículo siniestrado con heridas graves, aunque salvaron la vida. Biden relata la amargura de este trance en su libro de memorias Promises to Keep: On Life and Politics, publicado en 2007. En 1977 volvió a casarse con Jill Jacobs, también educadora de profesión, quien le dio una hija, Ashley.

En 1988 Biden superó sin secuelas un doble aneurisma de cabeza potencialmente mortal y en mayo de 2015 encajó el fallecimiento de su primogénito, abogado de profesión, veterano de Irak y hasta hacía unos meses el fiscal general de Delaware; padre de los seis nietos del entonces vicepresidente, Beau Biden sucumbió a un glioblastoma, un tumor cerebral incurable, a los 46 años de edad. Biden reflexionó sobre la prematura muerte de su hijo, quien se disponía a presentarse para gobernador de Delaware en la elección estatal de 2016, en un segundo tomo de memorias titulado Promise Me, Dad: A Year of Hope, Hardship, and Purpose. El libro apareció en 2017 y en él el autor confirma que la decisión de no competir en las primarias demócratas de 2016 se debió a que todavía no estaba anímicamente repuesto de la pérdida familiar. Su autoexclusión dejo el camino expedito a Hillary Clinton, quien se llevó la nominación demócrata para luego ser derrotada por Trump en las votaciones de noviembre.

Un capítulo embarazoso y altamente controvertido de la biografía de Biden es la abundancia de alegaciones de "contactos físicos inapropiados" con mujeres, como tocamientos, abrazos y besos, tanto a puerta cerrada como en público. El asunto se torna, en teoría, más delicado en tiempos de alta sensibilización social, manifiesta en la campaña #MeToo, con gran adhesión en las filas demócratas, y además choca con el historial legislativo del copatrocinador de la VAWA. Biden no duda en describirse como un "político táctil" que tuvo por costumbre mostrarse efusivo a la hora de "estrechar la mano" pero que ahora es "más consciente del espacio personal de la gente". Desde antes del anuncio de su candidatura presidencial en 2019, circularon fotos y videos recopilatorios donde podía verse a un afable Biden en actitud cariñosa o confidente con chicas jóvenes y niñas, que en algunos casos mostraban turbación o incomodidad. Además, en marzo de 2020 el precandidato recibió una denuncia por agresión sexual de Tara Reade, una antigua asistente de su equipo senatorial. Biden guardó silencio sobre esta acusación hasta el mes de mayo, cuando negó tajantemente haber tenido una "conducta inapropiada" con su empleada 27 años atrás.


VICEPRESIDENTE HACENDOSO EN EL EQUIPO DE OBAMAEn enero de 2007, 20 años después de su primer intento, Biden lanzó de nuevo su candidatura presidencial. De llegar a la Casa Blanca, se trataría del primer presidente católico desde Kennedy. El aspirante tuvo serias dificultades desde el primer momento, incapaz de destacarse en un pelotón de rivales demócratas donde brillaban las figuras de Hillary Clinton, ex primera dama y senadora por Nueva York, y de Barack Obama, el senador de color por Illinois, portador de un seductor mensaje del "cambio" en Estados Unidos tras ocho años de Administración Bush. En los caucus de Iowa, pistoletazo de salida del proceso de primarias el 3 de enero de 2008, Biden no consiguió ningún delegado estatal y quedó quinto, eclipsado por Obama, Clinton y el ex senador por Carolina del Norte y ex candidato vicepresidencial John Edwards, y superado también por el gobernador de Nuevo México Bill Richardson. Comprobadas sus nulas posibilidades, el de Delaware se retiró al punto y a continuación dio su respaldo a Obama.

El 23 de agosto siguiente, Obama, una vez victorioso sobre Clinton, desveló que Biden era su compañero de fórmula presidencial y cuatro días después, en la tercera jornada de la Convención Nacional Demócrata celebrada en Denver, el senador fue oficialmente nominado candidato a vicepresidente. Previamente a su discurso de aceptación, Biden fue presentado a la audiencia por su hijo Beau, el fiscal general de Delaware. Su contrincante republicana por la Vicepresidencia en las elecciones del 4 de noviembre de 2008 era Sarah Palin, gobernadora de Alaska y running mate de John McCain.

Biden llegó a este punto de su carrera con una reputación de hombre locuaz y desenfadado, quizá algo liviano, propenso a hablar más de la cuenta y a meter la pata con comentarios inoportunos. Este defecto le había pasado factura política en más de una ocasión. Pero también era reconocido como uno de los más experimentados miembros del Congreso, con una potente hoja de servicios en la lucha contra la violencia doméstica y en los asuntos internacionales. Al escoger a este veterano del Capitolio de 65 años, Obama, que solo iba por su cuarto año de senador federal, buscaba enmendar uno de los puntos flacos de su currículum, su paupérrimo historial precisamente en aquellos terrenos, convertido por los republicanos en un filón de propaganda negativa. Los aspectos de personalidad también se tomaban en cuenta: Biden, con su campechanía, su espontaneidad y su relajo mediático típicamente americanos, complementaba al cerebral Obama, una revelación carismática e inspiradora, aunque de estilo más frío y reservado. Si Obama pregonaba novedades radicales en América con un espíritu ético o idealista, Biden encarnaba la política previsible o convencional.

Joe Biden fue el vicepresidente de Estados Unidos en los dos mandatos de Obama, desde el 20 de enero de 2009 hasta el 20 de enero de 2017. En todo este tiempo, lejos de acomodarse al rutinario papel de segundón sin perfil propio (rol que desde luego no habían tenido sus inmediatos predecesores en el cargo, el republicano Dick Cheney y el demócrata Al Gore, dos ideólogos creadores de políticas y oficiales poderosos), Biden desplegó su activismo para convertirse en un miembro clave del núcleo asesor y administrador de la Casa Blanca, tomando parte en la toma de decisiones y ayudando al presidente a ejecutar sus medidas más trascendentes. Aunque no sintonizaba con él en todo, Obama apreciaba su franqueza valorativa y su capacidad de trabajo. Es más, Biden podía hacer que su superior al mando cambiara de opinión en cuestiones de calado. Fue lo que sucedió, por ejemplo, en 2012, cuando un comentario inesperado del vicepresidente sobre que se sentía "absolutamente cómodo" con los matrimonios de personas del mismo sexo empujó a Obama, hasta entonces reticente en este tema, a apoyar también las bodas de gays y lesbianas, derecho que entonces no estaba reconocido a nivel federal y que solo tenía vigencia en siete estados de la unión.

El vicepresidente, en calidad de presidente del Senado y negociador parlamentario, fue instrumental para la implementación de la American Recovery and Reinvestment Act (ARRA, un gigantesco paquete de estímulos keynesianos que aceleró la salida de la Gran Recesión), la reforma del seguro sanitario mediante la Patient Protection and Affordable Care Act, más conocida como Obamacare, la Dodd–Frank Act para la reforma de Wall Street, las rebajas tributarias contenidas en la Tax Relief Act de 2010 o las disposiciones para intentar solventar el forcejeo fiscal con los republicanos y las llamadas crisis del techo de la deuda federal. Participar en la ejecución de estas normativas permitió a Biden enriquecer la vertiente socioeconómica, hasta entonces poco aparente, de su bagaje. Además, el viejo promotor de la prohibición de la venta de fusiles de asalto encabezó la Gun Violence Task Force, creada por Obama en 2012 para poner coto a la proliferación de armas automáticas en las calles e impedir más masacres en las escuelas.

Como era de esperar dadas sus credenciales, Biden se hizo notar en la definición de la política exterior y de seguridad de Obama. Jugó un papel destacado en la retirada gradual de las tropas de Irak (donde de hecho fungió como una suerte de enviado especial, aunque chocando no pocas veces con el criterio del Gobierno de Bagdad), completada en 2011 pero revertida en 2014 ante las conquistas relámpago del ISIS, en la decisión de intervenir militarmente en Libia y en la ratificación por el Senado del tratado con Rusia de reducción de armas nucleares estratégicas Nuevo START. Su influencia se advirtió asimismo en la decisión de Obama de acelerar la retirada de tropas de Afganistán y dejar estacionado un contingente reducido, de menos de 10.000 hombres, en misiones no de combate en el momento de la transferencia de las tareas de seguridad al Ejército y la Policía afganos y del final de la misión multinacional de la OTAN, la ISAF, en diciembre de 2014. Aun así, el vicepresidente habría preferido una repatriación casi total de los soldados, incluidos los dedicados al entrenamiento y asesoramiento antiterrorista de las fuerzas gubernamentales. Que desde enero de 2015 miles de soldados estadounidenses continuaran presentes en el país centroasiático fue considerado por muchos una refutación de la oficiosa doctrina Biden sobre Afganistán.


CANDIDATURA PRESIDENCIAL EN 2019 PARA BATIRSE CON TRUMP EN 2020El 12 de enero de 2017, días antes de su relevo por Trump en la Casa Blanca, Obama honró a su vicepresidente en estos ocho años con la Medalla Presidencial de la Libertad. Una de sus últimas comparecencias públicas como mandatario saliente fue en el Foro Económico Mundial de Davos, donde aseguró al auditorio que la Rusia de Putin, acusada por los demócratas de injerirse en favor de Trump en las elecciones del 8 de noviembre de 2016, era "la gran amenaza para nuestras democracias". Una vez fuera del Ejecutivo y sin funciones políticas oficiales, Biden repartió sus actividades entre la cátedra docente que la Universidad de Pennsylvania puso a su disposición, la dirección académica del Penn Biden Center for Diplomacy & Global Engagement, montado en dicha institución educativa, y la Biden Cancer Initiative, una ONG filantrópica en el campo de la salud, fundada como tributo a su malogrado hijo Beau.

Las tristes circunstancias familiares, como se indicó arriba, habían llevado a Biden a descartar su postulación presidencial en 2015. Cuatro años después, la situación era muy distinta y muchos daba por sentado que el ex vicepresidente, no obstante ser septuagenario ya, saltaría a la arena por tercera vez en 32 años. En efecto, el 25 de abril de 2019 Biden comunicó que era candidato a la Presidencia. En el video de presentación, envuelto en estética obamiana, el aspirante apelaba a los "valores fundamentales de la nación y nuestra democracia". Valores que según él estaban definitivamente "en juego" si Trump, un presidente que asignaba una "equivalencia moral" entre quienes se dedicaban a "esparcir el odio" ("hombres del Klan, supremacistas blancos y neonazis") y los que tenían "el coraje de hacerles frente", y cuyo legado político hasta la fecha era una "aberración", conseguía extender su mandato hasta 2025.

El ex vicepresidente arrancaba la carrera por la nominación despegado de un abigarrado pelotón de rivales demócratas, con dos rasgos novedosos: la abundancia de rostros femeninos y la fuerte presencia, como nunca antes, del ala más izquierdista del partido. Tres eran los principales competidores internos de Biden: Bernie Sanders, el añoso y combativo senador por Vermont, autodefinido como "socialista democrático" y que ya había puesto en serias dificultades a Clinton en las primarias de 2016; Elizabeth Warren, senadora por Massachusetts y exponente de la tendencia liberal radical; y Michael Bloomberg, magnate mediático y ex alcalde de Nueva York. Otros precandidatos destacados eran: Pete Buttigieg (alcalde de South Bend, Indiana); Amy Klobuchar (senadora por Minnesota); Tulsi Gabbard (congresista por Hawáii); Kirsten Gillibrand (senadora por Nueva York); Bill de Blasio (alcalde de Nueva York); Kamala Harris (senadora por California); y Julián Castro (ex secretario de Vivienda con Obama). De todos ellos, los cuatro últimos, más otros 14 aspirantes con menos pegada, se retiraron durante la precampaña y no llegaron a disputar las primarias, que debían arrancar el 3 de febrero de 2020 con los tradicionales caucus de Iowa.

(Cobertura informativa hasta 1/1/2020)