Michel Djotodia

El 10 de enero de 2014, una conferencia regional de presidentes africanos obligó a dimitir al jefe de Estado de la República Centroafricana, Michel Djotodia, por su nula capacidad para frenar la salvaje ola de violencia desatada por los milicianos musulmanes que diez meses antes le habían aupado al poder. Atrás ha dejado un país desarticulado, sumido en el caos de unos enfrentamientos sectarios donde el odio religioso ha puesto nefasta guinda a dos décadas de motines de soldadescas, golpes de Estado, insurrecciones guerrilleras, fraccionalismo étnico y mal gobierno. Este oscuro ex funcionario políglota ya encabezó en 2006 contra el presidente François Bozizé –a su vez llegado a la Presidencia manu militari en 2003- una primera rebelión armada a la que dos años después pusieron término unos acuerdos de paz. A finales de 2012, Djotodia, enigmático señor de la guerra de porte civil movido por la ambición y el oportunismo, sumó su organización, la UFDR, a una heterogénea coalición de grupos rebeldes norteños, la Séléka, que en pocas semanas colocó al régimen corrupto y autoritario de Bozizé contra las cuerdas.

En enero de 2013 los Acuerdos de Libreville alumbraron una precaria tregua y Djotodia se convirtió en el número dos de un Ejecutivo de unidad nacional. En marzo siguiente, la Séléka, con el beneplácito del Gobierno más influyente de la zona, el de Chad, reanudó los combates, conquistó Bangui y puso en fuga a Bozizé. En mitad de la anarquía, Djotodia se autoproclamó presidente, el primero musulmán en una nación mayoritariamente cristiana, antes de verse obligado por los mandatarios vecinos a poner en marcha un marco institucional de transición a elecciones democráticas. La subida al poder de Djotodia marcó el apogeo de un imparable deterioro político y social en la República Centroafricana, uno de los países menos desarrollados del planeta y cuyos martirizados habitantes no sacan ningún provecho de las inmensas riquezas naturales que atesora (diamantes, oro, uranio, petróleo, madera, algodón, recursos hídricos), buena parte de las cuales permanece sin explotar. Tradicional plataforma estratégica de la antigua potencia colonial, Francia, Centroáfrica, antes de acercarse peligrosamente a la condición de Estado fallido a la somalí, ya era llamado "Estado fantasma" por su encierro en el corazón del continente negro. Ahí, es la pieza central del gran puzle de turbulencias e inseguridad que, siguiendo un eje oeste-este, se extiende desde Malí hasta los Grandes Lagos y Sudán del Sur.

El aislamiento geográfico y el abandono por la comunidad internacional hicieron estragos en la República Centroafricana a lo largo de 2013, a medida que las huestes de las Séléka se entregaban al pillaje, a todas las violaciones imaginables y finalmente a las matanzas sectarias, contestadas con igual saña por las milicias de autodefensa cristianas. Asegurando que las Séléka ya estaban oficialmente disueltas y que él no tenía responsabilidad en las atrocidades cometidas por unos indisciplinados que no eran "sus hombres", Djotodia asistió impasible a la espiral de asesinatos y los desplazamientos masivos de población. En diciembre, el riesgo de que el conflicto sectario alcanzara proporciones genocidas precipitó la intervención militar de Francia en apoyo de las ineficaces tropas de pacificación africanas y con la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU. Completamente desacreditado y sin la confianza ya del presidente chadiano, Idriss Déby, Djotodia no tuvo más salidas que la renuncia y el exilio.

(Texto actualizado hasta enero 2014)

1. Un oscuro funcionario regional
2. Revuelta contra el régimen de Bozizé en 2006
3. Liderazgo de la rebelión Séléka, fallido acuerdo de paz y conquista del poder en Bangui en 2013
4. Una presidencia ilegítima y caótica: orgía de violencia sectaria y dimisión forzada por los vecinos africanos


1. Un oscuro funcionario regional

Nativo de la prefectura de Vakaga, procede de una familia musulmana, religión minoritaria en un país de amplia mayoría cristiana pero concentrada en esta remota región norteña lindante con Chad y Sudán, y de etnia gula. El padre sirvió como soldado en el Ejército colonial francés. Su escolarización discurrió en las localidades de Birao y Bambari en los años inmediatamente anteriores y posteriores al acceso de la independencia del antiguo territorio de ultramar de Ubangui-Chari, que fuera parte del África Ecuatorial Francesa, con el nombre de República Centroafricana. Tras terminar la escuela, el joven fue enviado con una beca a ampliar estudios a la URSS, donde se especializó en planificación económica. Algunos informes de prensa que escarban en la vida de este fugaz caudillo centroafricano indican que su estadía soviética se prolongó durante 14 años.

A su vuelta a Vakaga, a principios de la década de los ochenta, Djotodia sacó partido de su sólida formación superior colocándose como funcionario de impuestos en la administración civil. En los años siguientes, que conocieron las presidencias sucesivas de David Dacko, André Kolingba y Ange-Félix Patassé (dictatoriales las dos primeras y democrática, en virtud del resultado de las elecciones pluralistas de 1993, la tercera), Djotodia trabajó en los ministerios de Finanzas y Planificación en Bangui, al tiempo que formaba una familia y atendía negocios privados en Vakaga, centrados en el lucrativo comercio de diamantes.

En la década de los noventa Djotodia desarrolló ambiciones políticas y en los comicios de 1998 se postuló a diputado de la Asamblea Nacional por Birao en las listas del Movimiento por la Democracia y el Desarrollo (MDD), el partido del ex presidente Dacko. Sin embargo, la tentativa fue frustrada por su rival del Movimiento por la Liberación del Pueblo Centroafricano (MLPC), el partido de Patassé, cuya presidencia de diez años estuvo plagada de motines de soldadesca descontenta con sus pagas, asonadas golpistas y rebeliones militares.

Tras la llegada al poder en marzo de 2003, con el patrocinio del Gobierno de Chad, del general renegado François Bozizé, ex jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas con Patassé, Djotodia, que ofrecía un perfil inusualmente políglota, pues además del francés y el sango, las dos lenguas oficiales del país, hablaba el árabe, el inglés, el ruso y su idioma tribal, el gula, solicitó el cargo de representante consular en la ciudad sudanesa de Nyala, en el corazón de la región de Darfur, un hito clave en la ruta comercial que tenía como punto de partida Birao, la capital de Vakaga. Por las dos ciudades pasaba la carretera que daba salida al mundo a los diamantes de la prefectura.

El nuevo régimen no le contestó positivamente a Djotodia hasta 2005, como gratificación por su campaña activa a favor de la elección de Bozizé en las votaciones de marzo y mayo, cuando el mandatario golpista se legitimó en las urnas derrotando a una decena de adversarios encabezados por el ex primer ministro Martin Ziguélé y el ex presidente Kolingba. Retratos periodísticos informan que Djotodia se dio a conocer al hombre fuerte del país a través de su hijo, Jean-Francis Bozizé.


2. Revuelta contra el régimen de Bozizé en 2006

Sin embargo, una vez instalado en su puesto consular en Sudán, Djotodia entró en conflicto con sus superiores de Bangui, que desde el año anterior hacían frente a una confusa serie de desórdenes y pillajes en las prefecturas septentrionales de Vakaga y Bamingui-Bangoran. Estas violencias, a caballo entre el bandidismo y la insurgencia organizada, podían verse como unas contaminaciones transfronterizas de las guerras civiles que azotaban las vecinas Chad y Darfur, aunque en realidad prolongaban la trágica secuencia de rebeliones domésticas que la República Centroafricana, uno de los estados más atrasados, débiles e inestables del continente, venía encadenando desde la transición multipartidista de 1993. Con su estilo corrupto, nepotista y autoritario, Bozizé alimentaba la desafección.

En 2006, sospechoso de conspirar contra el Gobierno en complicidad con los rebeldes que operaban en su terruño de Vakaga, Djotodia recibió la orden de abandonar Nyala y presentarse en Bangui. El funcionario diplomático desobedeció el llamado, escapó de Sudán y tomó refugio en Cotonou, Benín. Desde allí declaró abiertamente su oposición armada al régimen de Bozizé con el anuncio de la creación del movimiento guerrillero Unión de Fuerzas Democráticas por la Unidad (UFDR). A finales de octubre de 2006 la UFDR lanzó una ofensiva relámpago contra Birao, que cayó en sus manos. Furiosas por la pérdida de la estratégica población del norte, las autoridades centroafricanas reclamaron a sus homólogas beninesas la detención y entrega de Djotodia. Aunque el Gobierno del presidente Yayi Boni no le extraditó, el jefe rebelde sí fue arrestado y encarcelado en Cotonou junto con su portavoz, Abakar Sabone, a mediados de noviembre.

No por ello cesaron los combates en la República Centroafricana, donde, al contrario, la guerra civil se complicó por la multiplicación de facciones y milicias subversivas. Además de por la UFDR, que al principio ofrecía una composición multiétnica pero que terminó presentando un rostro predominantemente gula, las tropas gubernamentales fueron hostigadas por el Frente Democrático del Pueblo Centroafricano (FDPC), el Ejército Popular para la Restauración de la República y la Democracia (APRD), la Convención de Patriotas para la Justicia y la Paz (CPJP), el Movimiento de Libertadores Centroafricanos por la Justicia (MLCJ, como la anterior, una escisión de la UFDR) y el Grupo de Acción Patriótica para la Liberación de Centroáfrica (GAPLC), por citar sólo a las más importantes.

En abril de 2007, luego de ver bombardeadas por Mirage de la Fuerza Aérea Francesa sus posiciones en Birao, la UFDR, representada por Zakaria Damane –como Djotodia, un gula-, accedió a firmar con Bozizé un acuerdo de paz que suponía la amnistía para los miembros de la guerrilla, su conversión en partido político legal y la integración de sus combatientes, previos desarme y desmovilización, en las Fuerzas Armadas de la República Centroafricana (FACA). Sin embargo, Djotodia permaneció retenido en Cotonou hasta febrero de 2008, cuando fue puesto en libertad para tomar parte en las conversaciones que desembocaron en el Acuerdo Global de Paz firmado en Libreville, Gabón, el 21 de junio de dicho año. El Acuerdo de Libreville, al que se adhirieron la UFDR, el APRD y el FDPC, secundadas posteriormente por otras formaciones insurgentes, venía a solemnizar los arreglos suscritos por el Gobierno de manera particular con las tres organizaciones guerrilleras.

A Djotodia prácticamente se le pierde la pista en los cuatro años que siguieron al Acuerdo de Libreville, un período de incertidumbre y tensiones en el que la malhadada República Centroafricana vio reducirse algo los niveles de violencia e inseguridad y que puso a prueba las capacidades de sus veleidosos responsables políticos para hacer honor a los compromisos adquiridos y avanzar hacia la reconciliación nacional. Se sabe que el antiguo funcionario permaneció en Benín, a diferencia de varios lugartenientes de la UFDR, que se quedaron en Bangui para integrarse en el nuevo curso político. En enero de 2009 el primer ministro Faustin-Archange Touadéra, siguiendo las instrucciones de Bozizé, formó un Gobierno de unidad nacional que incorporó a representantes de la UFDR y el APRD, así como de sectores de la oposición civil que se habían mantenido al margen del reciente conflicto armado.

Entre tanto, la vigilancia de la seguridad de este país enclavado en el corazón del continente y fronterizo con cinco estados (tres de ellos, Chad, Sudán y la República Democrática del Congo, azotados por guerras civiles de diversa intensidad), cubierto casi íntegramente por la sabana arbórea, poseedor de vastas riquezas naturales pero anclado en el subdesarrollo y escasísimamente poblado para su extensión (623.000 km², casi el tamaño de la antigua potencia colonial, Francia, para menos de cinco millones de habitantes, a su vez encasillados en 80 grupos etnolingüísticos) era una tarea que conducían con mucha precariedad el dispositivo militar permanente francés y los contingentes multinacionales de las misiones EUFOR Chad-RCA de la Unión Europea, MINURCAT de la ONU y MICOPAX de la Comunidad Económica de Estados de África Central (CEEAC).

Las dos primeras misiones, que se traspasaron el testigo en marzo de 2009, tenían como objetivo proteger a los cientos de miles de sudaneses huidos del terrible conflicto étnico en la vecina Darfur y que intentaban hallar refugio en el este de Chad y en el recodo nordeste de la República Centroafricana, unas áreas ya golpeadas por los conflictos locales y que distaban de ofrecer seguridad. En 2010 el Consejo de Seguridad de la ONU clausuró la MINURCAT en respuesta al anuncio por el presidente de Chad, Idriss Déby Itno, considerado el gran valedor regional de Bozizé, de que esta misión de mantenimiento de la paz había fracasado y que en lo sucesivo sería el propio Ejército chadiano el encargado de dar seguridad a los refugiados de Darfur.

En cuanto a la MICOPAX, se trataba de una muy poco efectiva misión de consolidación de la paz y la seguridad en el interior de la República Centroafricana que en julio de 2008 sucedió a otra fuerza de paz regional, la FOMUC de la Comunidad Económica y Monetaria de África Central (CEMAC), la cual, a su vez, había reemplazado en 2002 a los soldados libios que, bajo el mandato nominal de la Comunidad de Estados Sahelo-Saharianos (CEN-SAD), habían sostenido durante un tiempo al presidente Patassé de los embates guerrilleros de Bozizé y sus mercenarios chadianos. Los soldados de la MICOPAX pertenecían a la Fuerza Multinacional de África Central (FOMAC).

En 2009 y 2010 las patrullas de la MINURCAT y MICOPAX/FOMAC no disuadieron a la CPJP, insurgencia que despreciaba el Acuerdo de Libreville, de lanzar ataques contra Bangui y Birao, aunque en el segundo de estos violentos episodios, que fue repelido por las FACA, también pudieron tomar parte ex combatientes no desmovilizados del MLCJ y la UFDR, donde, por cierto, existían graves pugnas sectarias entre los miembros de las etnias gula y rounga. Por si fuera poco, los sanguinarios rebeldes ugandeses del Ejército de Resistencia del Señor (LRA), perseguidos por las tropas regulares de Kampala, campaban a sus anchas por las prefecturas sureñas de Mbomou y Haut-Mbomou, al este de Bangui.

Entre tanto, el proceso político en la capital tomaba un vericueto inquietante por los desacuerdos entre Bozizé y la oposición sobre la fecha más adecuada para celebrar las próximas elecciones generales, que en principio tocaban en 2010 pero que finalmente, al cabo de un rosario de convocatorias canceladas, quedaron pospuestas hasta el 23 de enero de 2011. De las votaciones se marginó la UFDR de Djotodia, quien continuaba fuera de foco, ajeno a toda notoriedad, pero no la APRD del ex ministro de Defensa Jean-Jacques Démafouth, el cual quedó quinto en la elección presidencial ganada con un sospechoso 66% de los votos por Bozizé. El titular reeleccionista vio contestada su victoria por Patassé (quien había regresado del exilio en 2009 e iba a fallecer al poco tiempo, en abril de 2011, 14 meses después de hacerlo su rencoroso enemigo, Kolingba) y Ziguelé, segundo y tercero respectivamente en la contienda de acuerdo con los datos de la Comisión Electoral Independiente (CEI).


3. Liderazgo de la rebelión Séléka, fallido acuerdo de paz y conquista del poder en Bangui en 2013

El mal sabor de boca dejado por las elecciones generales de 2011 no ayudó a la consolidación de la democracia en la República Centroafricana, aunque desde el frente subversivo, en agosto de 2012, llegó la buena noticia de la firma de un acuerdo de paz entre el Gobierno y la CPJP, el más importante de los grupos violentos que seguía en activo y que en los meses anteriores había disputado a la UFDR a tiro limpio el control de las explotaciones artesanales de diamantes en Vakaga.

En diciembre de 2012 Djotodia, siempre furtivo en sus movimientos, regresó a la República Centroafricana y se dirigió directamente a Vakaga para ponerse al frente de un nutrido grupo de paisanos y opositores a Bozizé de diversas etnias norteñas que ya venía organizándose desde agosto con alardes sediciosos y que integraba a ex combatientes supuestamente desmovilizados de la UFDR y la CPJP más una milicia nueva, la Convención Patriótica para la Salvación del País (CPSK). Característica añadida y bastante inquietante por lo que pudiera entrañar en un país cristiano o animista en más de sus cuartas quintas partes, casi todos los alzados en armas eran musulmanes.

El 15 de diciembre la coalición rebelde, presentándose como Séléka CPSK-CPJP-UFDR, siendo séléka la palabra para referirse a alianza en el idioma sango, emitió su primer comunicado, en el que denunciaba al Gobierno por violar los acuerdos de paz y sus diversos corolarios políticos, y acusaba a Bozizé de dar rienda suelta a la "exclusión", el "desprecio", el "clientelismo, el "tribalismo", el "expolio de bienes" y el "mal gobierno", un deplorable estado de cosas que había generado mucha "desconfianza", "frustración" y "cólera". Finalmente, "esta cólera no exorcizada" había dado lugar, diagnosticaba el texto, "a la revuelta interna y la rebelión armada".

Los firmantes de la declaración, fechada a 12 de diciembre, eran tres: Djotodia por la UFDR, Noureddine Adam por la CPJP, y Dhaffane Mohamed-Moussa por la CPSK. De los tres presidentes partidarios, sólo Djotodia podía considerarse un representante esencialmente político, mientras que los "generales" Adam y Dhaffane hacían las funciones de comandantes militares. Zakaria Damane, el habitual portavoz y relaciones públicas de Djotodia, fue identificado como otro importante cabecilla de la Séléka, de la que también se consideraban miembros otras dos facciones en rebelión, el ya fogueado FDPC y la nueva Alianza para el Renacimiento y la Reconstrucción (A2R).

Partiendo de su cuartel general en Birao y reforzada con mercenarios chadianos y sudaneses, la Séléka arrancó su potente ofensiva contra las FACA el 10 de diciembre con las capturas simultáneas de N'Délé, la capital de Bamingui-Bangoran, Sam Ouandja y Ouadda, en Haute-Kotto. Avanzando a toda velocidad hacia el sur, en las semanas siguientes los guerrilleros de Djotodia tomaron sucesivamente Bamingui, Bria, importante centro diamantífero y la capital de Haute-Kotto, Kabo, en Ouham, cerca de la frontera chadiana, Bambari, la capital de Ouaka, y Kaga Bandoro, en la prefectura de vecina Nana-Grébizi, que cayó el día de Navidad.

El 26 de diciembre una avanzadilla rebelde se presentó a las puertas de Damara, a tan sólo 70 km de Bangui, dejando a sus espaldas Sibut, que acogía una guarnición de tropas gubernamentales y soldados chadianos, enviados con toda urgencia por el presidente Déby a requerimiento del apurado Bozizé. Del contingente chadiano, con 2.000 hombres en total y oficialmente un refuerzo de la MICOPAX de la FOMAC, que como fuerza de interposición estaba demostrando ser totalmente inane, se esperaba como mínimo un efecto disuasorio y como máximo la dirección de un contraataque general junto con las quebrantadas unidades de las FACA. El hombre fuerte de N'Djamena lanzaba a Djotodia el mensaje de que se abstuviera de lanzar el asalto a Bangui, donde el régimen de su protegido parecía abocado a un derrumbe inminente. El 29 de diciembre los gubernamentales abandonaron Sibut, que fue incorporada por la Séléka a su rosario de conquistas.

Por otro lado, los paracaidistas franceses desplegados en varios puntos estratégicos de país se abstuvieron de socorrer a las FACA, limitándose a las tareas de protección de los connacionales civiles y de apoyo a la MICOPAX. Esta política de prevención sin intervención, en apariencia una ruptura radical con la practicada en numerosas ocasiones desde el derrocamiento del emperador-dictador Jean-Bédel Bokassa en 1979 hasta los bombardeos aéreos de 2007 en Birao, fue advertida personalmente por el presidente François Hollande y encolerizó a los manifestantes progubernamentales en Bangui. Ni París ni Washington atendieron las súplicas de auxilio lanzadas por Bozizé.

Al comenzar 2013, la decidida implicación política de Chad, la CEEAC y la Unión Africana, junto con el refuerzo de los contingentes africanos de pacificación, obligó a la Séléka a detener su ofensiva en Damara, declarada "línea roja" por el general gabonés Jean-Félix Akaga, y a aceptar la oferta de negociación presentada por Bozizé, el cual se proclamó listo para formar un Gobierno de unidad con los rebeldes. Las conversaciones se iniciaron en Libreville el 8 de enero y a ellas acudió Djotodia –vistiendo el traje y la corbata en lugar del turbante y el atuendo tradicional de hombre del desierto que venía luciendo desde el estallido de la rebelión- con la exigencia de la inmediata renuncia de Bozizé, quien insistía en agotar su mandato electoral en 2016.

El 11 de enero los dos protagonistas del drama centroafricano firmaron en la capital de Gabón un acuerdo de alto el fuego con efecto inmediato por el que la Séléka detenía las hostilidades a cambio del nombramiento de un primer ministro de la oposición, la formación de un Gobierno de coalición con una agenda de reformas, la celebración de elecciones legislativas en el plazo de un año, la integración de los maquis rebeldes en las FACA y la liberación de todos los prisioneros políticos, así como la repatriación de las tropas extranjeras salvo las estrictamente encuadradas en la MICOPAX de la FOMAC.

Djotodia se resignó a la continuidad de su antagonista en el poder hasta las elecciones presidenciales de 2016, pero la transacción le resultaba ampliamente favorable: sus guerrilleros no serían obligados a retirarse de las ciudades conquistadas, precisamente como garantía de que Bozizé cumpliría lo acordado, y su partido recibiría cuotas de poder en el próximo Gobierno de unidad. El 12 de enero Bozizé cesó al primer ministro Faustin-Archange Touadéra y cinco días después nombró en su lugar a Nicolas Tiangaye, un experto constitucionalista y abogado especializado en Derechos Humanos, militante de la oposición pero no perteneciente a ningún partido, quien resultaba del agrado de la Séléka.

El 3 de febrero se constituyó el Gabinete de unidad encabezado por Tiangaye, con ministerios para los partidarios de Bozizé, la oposición parlamentaria y los rebeldes. Djotodia fue nombrado viceprimer ministro y ministro de Defensa Nacional, un puesto de relumbrón que le convertía en una especie de número dos del Gobierno, aunque su autoridad sobre las FACA era con seguridad mínima. El respiro alcanzado en la zarandeada República Centroafricana resultó ser un espejismo. En las filas de la Séléka no todos compartían la pública satisfacción de Djotodia por el desenlace de las negociaciones de Libreville, sentida por los más radicales como una lamentable claudicación cuando se estaba a punto de conseguir todo el poder por la fuerza de las armas.

Las muestras de serias divergencias en el seno de la coalición rebelde preludiaron la reactivación de las acciones subversivas a mediados de marzo. Los guerrilleros, con el pretexto de que Bozizé no estaba cumpliendo su parte de los acuerdos, amagaron con lanzarse en tromba contra Bangui y el 17 de marzo dieron al presidente un ultimátum de 72 horas. A las pocas horas, Djotodia y otros ministros de la Séléka, que en teoría representaban la legalidad y el orden, acudieron al encuentro de los insurrectos con la aparente intención de parlamentar en nombre del Gobierno. Medios periodísticos informaron que la comitiva fue retenida en las inmediaciones de Sibut y que a sus miembros no se les permitía regresar a Bangui. Las apariencias las deshizo ese mismo día el presidente de la UFDR, que una vez en Sibut pasó revista a las tropas pertrechadas para la prevista arremetida contra la capital.

Llegada la crisis centroafricana a este punto, los observadores más avispados propusieron que a Bozizé podía considerársele acabado porque su protector chadiano, Déby, había decidido dejarlo en la estacada y aceptado, aunque sin tenerlas todas consigo, una solución de recambio en la persona, aún bastante misteriosa, de Djotodia. Al parecer, lo que N'Djamena esperaba de su turbulento vecino sureño era que se dotara de un Gobierno cooperativo y solvente, capaz de traer la seguridad y de proteger sus intereses geoestratégicos y económicos en el país. Si Djotodia recibió algún tipo de luz verde de Déby, esta aquiescencia bien pudo ser la garantía de que el dispositivo militar chadiano no movería un dedo para impedir el avance rebelde, que fue fulminante.

El 24 de marzo, tras vencer alguna resistencia planteada por las FACA, los combatientes de la Séléka se adueñaron de Bangui, poniendo en fuga a Bozizé, su familia y sus oficiales, que escaparon río Ubangui abajo para ponerse a salvo en la República Democrática del Congo. Tras las columnas guerrilleras, donde podían verse numerosos niños-soldado, llegó Djotodia, quien, sin pérdida de tiempo y entre escenas de saqueo en las calles, se arrogó las funciones de presidente de la República, aunque no hizo una autoproclamación explícita como tal.

Al día siguiente, 25 de marzo, el nuevo hombre fuerte de la República Centroafricana se dirigió a los medios de comunicación para anunciar la suspensión de la Constitución de 2004, la disolución tanto del Gobierno como de la Asamblea Nacional, y el comienzo de un "período de transición consensuado de tres años conforme a los acuerdos políticos de Libreville" que conduciría a unas "elecciones libres, creíbles y transparentes". Hasta entonces, él se encargaría de "legislar por decreto", aunque asistido por un nuevo Gobierno cuya jefatura sería confianza otra vez al independiente Nicolas Tiangaye.

Este Ejecutivo de transición tendría como misiones "restaurar la paz y la seguridad, reorganizar las fuerzas de defensa y seguridad, reorganizar la administración territorial y continuar con el proceso DDR" (es decir, el desarme, la desmovilización y la reintegración) de los ex combatientes. "Lamentamos los daños colaterales", añadía Djotodia en alusión a la explosión de pillajes y violencia que estaba acompañando su toma del poder, casi un calco de la protagonizada una década atrás por el ahora prófugo Bozizé, "pero vamos a trabajar para ponerles término muy rápidamente", aseguró. Con ese fin, decretó la imposición de un toque de queda nocturno vigilado por patrullas conjuntas de miembros de la Séléka y la FOMAC.

El 27 de marzo Djotodia nombró primer ministro de nuevo a Tiangaye, quien el 31 de marzo tuvo listo el Gabinete. En él, el flamante presidente de la República, que se aseguró el público acatamiento de los altos mandos de las FACA y policiales, conservaba la cartera de Defensa, mientras que el general Adam, el líder de la CPJP y principal comandante militar de la Séléka, obtenía el Ministerio de Seguridad. Los rebeldes se repartieron nueve de los 34 puestos, dejando ocho ministerios a los partidos de la oposición civil a Bozizé. La cartera de Educación fue otorgada a un miembro del partido político leal al presidente depuesto, la Convergencia Nacional Kwa Na Kwa. El resto de ministerios, 16, quedó en manos de miembros de la sociedad civil y personalidades presentadas como no afiliadas. Sin embargo, medios opositores se apresuraron a denunciar que por lo menos siete de estos supuestos independientes eran en realidad adherentes a la Séléka.

El 29 de marzo, en su primera rueda de prensa, y mientras la Cruz Roja reportaba la recogida sólo en Bangui de 78 cuerpos de personas fallecidas en la caída del régimen días atrás (sin contar a los 13 abatidos del contingente de 200 soldados sudafricanos enviados por el Gobierno de Jacob Zuma para proteger a Bozizé), Djotodia explicó que a "nadie actualmente en el poder, yo incluido", le sería permitido presentarse a las elecciones presidenciales de 2016. "Espero ser el último jefe rebelde-presidente de Centroáfrica", afirmó el dirigente, quien sin embargo el día 25, en una entrevista para Radio France Internationale (RFI), sí había insinuado su ambición de postularse a las elecciones de dentro de tres años.

Por otro lado, Djotodia notificó que pensaba revisar a fondo los contratos de prospección petrolera adjudicados por Bozizé (quien acababa de solicitar el asilo político en Benín tras recalar en Camerún, aunque más tarde iba a trasladarse a Sudáfrica) a compañías chinas y sudafricanas, y que confiaba en la buena voluntad de Francia, la Unión Europea y Estados Unidos para ayudar a la menesterosa República Centroafricana a salir adelante. Sin embargo, en lugar de recibir del exterior mensajes alentadores, Djotodia, con su legitimidad por demostrar, hacía frente a un coro de recriminaciones internacionales. París y Washington conminaban a la Séléka a adherirse estrictamente a los Acuerdos de Libreville firmados en enero, mientras que la Unión Africana suspendió la membresía del país e impuso sanciones a la plana mayor de la coalición rebelde, con Djotodia a la cabeza.

El Consejo de Seguridad de la ONU, el 25 de marzo también, emitió una declaración presidencial en la que condenaba enérgicamente los sucesos y demandaba el inmediato retorno al orden constitucional en la República Centroafricana, si bien omitía cualquier referencia a posibles sanciones o algún tipo de intervención militar, como sí había ocurrido en otras crisis recientes como las de Malí y Congo-Kinshasa.


4. Una presidencia ilegítima y caótica: orgía de violencia sectaria y dimisión forzada por los vecinos africanos

La continuación de los episodios de violencia en Bangui, la constatación del aumento del número de refugiados en los países vecinos -más de 30.000 ya-, el anuncio por la oposición de que suspendía su participación en el Gobierno de transición en protesta por las maniobras acaparadoras de la Séléka y las declaraciones contradictorias de Djotodia sobre sus intenciones políticas personales alarmaron a los gobiernos regionales que, bajo la égida del chadiano Déby, celebraron un cumbre de emergencia el 3 de abril.

La reunión en N'Djamena de los nueve presidentes de la CEEAC (los de Angola, Burundi, Camerún, Chad, Congo-Kinshasa, Congo-Brazzaville, Guinea Ecuatorial, Gabón y São Tomé y Príncipe) más el sudafricano Zuma y el beninés Boni se saldó con un comunicado que no dejaba lugar a dudas: la organización condenaba la mudanza violenta del poder producida en Centroáfrica el 24 de marzo, no reconocía a Djotodia como presidente de la República autoinvestido de poderes de excepción y exigía la creación de un órgano colegiado de transición para suplir a la cerrada Asamblea Nacional y conducir al país hasta la cita electoral de 2016 junto con el Gobierno de Tiangaye, única institución a la que la CEEAC consideraba legítima por cuanto sí encarnaba el espíritu de los Acuerdos de Libreville.

En Bangui, Djotodia, ansioso por legitimarse, asintió y el 6 de abril firmó el decreto que ponía en marcha un Consejo Nacional de Transición (CNT) de 105 miembros escogidos por el Gobierno de transición y con una composición pretendidamente plural. Formado en un tiempo récord, el CNT se estrenó el 13 de abril y su primera decisión fue confirmar a Djotodia, único candidato al puesto, como presidente de la República con carácter interino. De paso, anunció la reducción a la mitad del período de transición, que pasaba a ser de 18 meses.

A los pocos días, los presidentes de la CEEAC, vueltos a encontrar en N'Djamena, decidieron multiplicar por cuatro los efectivos de la MICOPAX/FOMAC, que pasarían de 500 a 2.000, y validaron la elección como jefe interino del Estado de Djotodia, aunque este, recalcaron, de ningún modo podía hacerse llamar presidente de la República. Asimismo, aprobaron sendas hojas de ruta, sobre la composición y funcionamiento del CNT, que sería ampliado a los 135 miembros, y sobre el marco de gestión en el período de transición. En mayo, Djotodia voló a N'Djamena para agradecer personalmente a Déby sus "esfuerzos para restablecer la paz".

Obediente, Djotodia iba aplicando todos los cambios y medidas que los presidentes africanos le iban dictando. El 18 de julio el dirigente firmó el decreto que promulgaba la Carta Constitucional de Transición, remedo de Constitución interina que entre otras disposiciones le designaba a él de manera oficial jefe transitorio del Estado en vez de presidente de la República. Justo un mes después, el 18 de agosto, arrancó oficialmente la transición de 18 meses con la ceremonia de jura de Djotodia como jefe del Estado para dicho período. Entre medio, el 1 de agosto, la Unión Africana activó el despliegue en la República Centroafricana de una Misión Internacional de Apoyo (MISCA, también referida como AFISM-CAR) de 3.500 soldados y 152 civiles que cuando estuviera plenamente operativa recogería el testigo a la Misión de la Consolidación de la Paz de la FOMAC, si bien los contingentes de la MICOPAX se mantendrían como el núcleo de la nueva misión.

Djotodia, habitualmente calmoso y articulado en sus comparecencias públicas, rasgos de una personalidad intelectual que marcaban un sorprendente contraste con el huracán de militarismo y violencia que lo había subido al vértice de la política nacional, tenía ante sí las urgencias de reconstruir un Estado y pacificar una sociedad donde llevaba dos décadas lloviendo sobre mojado. Sus credenciales de oportunista un tanto enigmático y ambicioso de poder aun al precio de desatar una guerra civil no eran las mejores para confiar en sus proclamas de reconciliación, unidad y progreso.

Con todo, el mayor peligro lo representaba la Séléka, una alianza altamente heterogénea de personas en armas (guerrilleros con identidades étnico-religiosas, soldados de fortuna sudaneses y chadianos, jóvenes sin empleo reclutados con promesas de botín) sobre la que Djotodia ejercía una autoridad dudosa y que mostraba una irrefrenable tendencia a la indisciplina, el pillaje y la arbitrariedad cruel, más al tratarse de unas tropas que se habían quedado sin paga. La sangrante realidad era que los milicianos rebeldes, lejos de desmovilizarse ahora que habían conquistado el poder, estaban sometiendo a la aterrorizada población civil a una espiral de exacciones y crímenes que durante unos meses, oscurecida por las noticias relativas al proceso político, apenas captó la atención de los medios internacionales, salvo quizá la prensa francesa.

Entre abril y julio las ONG humanitarias se esforzaron en denunciar la progresiva instalación en multitud de localidades y aldeas al norte de la capital de un caos de asesinatos, violaciones, torturas, saqueos e incendios, perpetrados con total impunidad por elementos incontrolados de la Séléka, grupos armados desconocidos y bandas de malhechores ante la nula presencia de fuerzas del Estado o de pacificadores africanos. La anarquía prendía igualmente en Bangui, donde el pillaje y los robos estaban haciendo estragos en los edificios públicos, los ministerios, los tribunales, las sedes de la ONU y ONG, hospitales, escuelas y muchas casas particulares.

Con el precario sistema sanitario en ruinas y el suministro de medicamentos interrumpido, la situación alimentaria comenzaba también a disparar todas las alarmas. Las cosechas de 2012 no habían sido buenas y las escasas reservas eran pasto de los saqueadores. El desastre humanitario tomaba cuerpo en un país que antes de la rebelión de la Séléka ya estaba hundido en las tablas del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), con una esperanza de vida al nacer de 49 años, una tasa de mortalidad infantil del 106 por mil y una tasa de analfabetismo en adultos del 44%. A todo este panorama había que añadir, al iniciarse el verano, más de 200.000 desplazados internos y cerca de 50.000 refugiados sólo en la República Democrática del Congo, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

En julio, cinco ONG francesas, Médicos Sin Fronteras, Acción Contra el Hambre, Médicos del Mundo, Primera Urgencia-Ayuda Médica Internacional y Solidarités International, denunciaron el "abandono humanitario y sanitario" de la República Centroáfrica por parte de la comunidad internacional, que distaba de actuar con los reflejos necesarios. Las críticas se personalizaban en la ONU, cuyo secretario general, Ban Ki Moon, afirmó en agosto que el país estaba sufriendo "una ruptura total de la ley y el orden".

En su informe al Consejo de Seguridad, Ban daba cuenta de los abusos y crímenes cometidos por las fuerzas de la Séléka y grupos sin identificar a lo largo y ancho del país, particularmente en las zonas rurales, que incluían las detenciones arbitrarias, la violencia sexual contra mujeres y niños, la violación, la tortura, los asesinatos selectivos y el reclutamiento de niños-soldado. El secretario general informaba que 1,6 millones de personas, es decir, la tercera parte de la población centroafricana, precisaba con urgencia protección, alimentos, agua potable, cuidados médicos y refugio. En septiembre, las ONG locales dieron a conocer un estremecedor memorándum de atrocidades, con relatos y testimonios de incendios de localidades enteras y del hallazgo de decenas de cadáveres de personas ejecutadas o quemadas.

Frente a esta catarata de denuncias e informes acusatorios, Djotodia reaccionó anunciado (13 de septiembre) la "disolución" de la Séléka y trasladando la responsabilidad de la ola de violencia a los partidarios de Bozizé, contra el que las autoridades judiciales ya había emitido una orden internacional de búsqueda y captura. Estos opositores, con retaguardias seguras en Camerún, se estaban reorganizando en la clandestinidad y habían empezado a lanzar ataques de cierta envergadura en la prefectura occidental de Ouham, la patria chica del mandatario derrocado.

En las últimas semanas del verano de 2013 los combates entre fuerzas armadas enemigas en áreas apartadas del interior eran un hecho, pero la situación adquiría un tinte más siniestro porque el componente confesional ya se había convertido en un factor decisivo para exacerbar las tensiones. Así, en Bangui y en otros muchos lugares los blancos sistemáticos de los ataques de los milicianos musulmanes de la Séléka eran los residentes cristianos, que en algunos casos organizaban partidas locales de autodefensa y respondían con brutales represalias contra mezquitas y paisanos de confesión musulmana.

En octubre, cuando los desplazados y refugiados se contaban por 400.000, Djotodia recibió al intranquilo ministro de Exteriores galo, Laurent Fabius, quien le reclamó medidas tajantes para disolver a la Séléka e integrar a sus violentos miembros en las FACA –las cuales, de hecho, estaban prácticamente desintegradas como resultado de la ola de deserciones-, proceso que según el jefe del Estado interino ya se había producido, sólo que no había ido bien. Djotodia reconocía la comisión de desmanes por ex rebeldes descontrolados y se comprometía a controlar a su propio Ejército. Fabius anunció también un incremento sustancial de su presencia militar en Bangui, actualmente consistente en 400 paracaidistas e infantes destinados a la protección del aeropuerto, la Embajada y otras instalaciones símbolo de los intereses de la antigua potencia colonial, en paralelo a la formación de la MISCA, que por el momento agrupaba a 2.500 soldados, la gran mayoría de los cuales eran los integrantes de la FOMAC.

Sin embargo, la MISCA de la Unión Africana era una misión ampliamente superada por los acontecimientos, que la habían dejado obsoleta incluso antes de constituirse sobre el terreno. En estos momentos, el Consejo de Seguridad de la ONU, "profundamente preocupado por la total ruptura de la ley y el orden y por la ausencia del imperio de la ley" en la República Centroafricana", ya barajaba adoptar medidas de más calado contra los responsables de "minar la paz, la estabilidad y la seguridad, incluidos aquellos que violan los acuerdos de transición, impiden el proceso transitorio y alimentan la violencia". El Consejo citaba expresamente a los "elementos de la Séléka" implicados en asesinatos extrajudiciales, desapariciones forzosas, detenciones y arrestos arbitrarios, torturas, violencia contra mujeres y niños, y reclutamiento de menores, todo un execrable muestrario de violaciones de los Derechos Humanos y el derecho humanitario internacional.

En noviembre, mientras Djotodia permanecía en una actitud de brazos cruzados a caballo entre la impotencia y la indiferencia frente a las atrocidades cometidas por unas bandas armadas que en teoría le debían acatamiento por duplicado, como jefe partidista y como jefe del Estado, y cuando los informes de ONG como Human Rights Watch y Amnistía Internacional ya se referían a los asesinatos sectarios como "masacres", la comunidad internacional, movilizada por Francia y el secretario general de la ONU, empezó a tomar cartas en una crisis desesperada que para París iba a suponer revocar su firme decisión de no volver a intervenir en los asuntos internos de su ex colonia, durante décadas el más notorio escenario de las acciones de gendarmería acometidas en la Françafrique.

Para evitar que la República Centroafricana siguiera cayendo en una "espiral incontrolable" y en un "completo caos", según palabras de Ban Ki Moon y de su adjunto, Jan Eliasson, y que los ataques de los milicianos musulmanes a los cristianos degeneraran en un "genocidio" religioso, alertaba el Gobierno francés, el Consejo de Seguridad de la ONU empezó a sopesar la conversión de la MISCA en una operación de paz regular de la ONU, fortalecida con nuevos contingentes de tropas africanas y respaldada por el dispositivo militar francés igualmente ampliado, hasta los 1.600 hombres.

La intervención militar francesa y la resolución de la ONU que la amparaba fueron precipitadas a principios de diciembre, cuando Bangui se convirtió en campo de batalla entre las huestes musulmanas de la Séléka y milicianos cristianos leales a Bozizé, con el resultado provisional de varias decenas de muertos. El 5 de diciembre, mediante la resolución 2.127, el Consejo de Seguridad de la ONU autorizó a Francia a aumentar su presencia militar en el país en apoyo de la MISCA, cuyo despliegue por un período de 12 meses autorizaba igualmente, así como la transferencia de la autoridad por la MICOPAX el 19 de diciembre.

El Consejo de Seguridad, además, imponía un embargo de armas a la República Centroafricana y urgía a las autoridades de transición a tomar "todos los pasos apropiados consistentes con los estándares internacionales" para conseguir el desarme, el acantonamiento y el desmantelamiento "inmediatos" de todos los grupos armados irregulares, así como a aplicar efectivamente el proceso DDR y su versión ampliada, la DDRRR (desarme, desmovilización, repatriación, reintegración y reasentamiento) con todos aquellos elementos de la Séléka que no fueran integrados en las fuerzas de seguridad del Estado.

Más que eso, Djotodia, Tiangaye y el CNT, cuyo fracaso clamoroso se dictaminaba de manera implícita, debían dar cumplimiento a los compromisos concernientes al proceso político en el período de transición, en particular el Pacto Republicano firmado el 7 de noviembre en Bangui, con los auspicios de la Comunidad romana de Sant'Egidio y en presencia de los cuerpos diplomáticos, por el jefe del Estado, el primer ministro y el presidente de la CNT, Alexandre Ferdinand Nguendet (miembro del partido Reagrupamiento Democrático Centroafricano, RDC), el cual incidía en la superación de la violencia, el diálogo político, las instituciones democráticas y la pacificación nacional.

El 6 de diciembre los soldados y los vehículos blindados del Ejército francés, apoyados por helicópteros y cazas desde el aire, empezaron a patrullar Bangui y sus alrededores, donde las víctimas de los combates intermilicianos y de las violencias interreligiosas alcanzaban ya las 300. A la vez, llegó la noticia desde París, donde Hollande orquestaba una Cumbre por la Paz y la Seguridad en África con la asistencia de la mayoría de los líderes del continente, de que la Unión Africana estaba lista para incrementar las tropas de la MISCA a los 6.000 hombres. Como señal de castigo por su deplorable manejo de la crisis, Djotodia no fue invitado a la cumbre del Elíseo, cuyos inquilinos se proclamaban decididos a proteger a la población civil centroafricana, restablecer el orden y desarmar a la Séléka, por la fuerza si era necesario.

La Operación Sangaris emprendida por Francia no consiguió atajar la orgía de violencia y a lo largo de diciembre los muertos sumaron varios centenares más. Decenas de miles de residentes de Bangui huyeron despavoridos de sus hogares a merced de las bandas e intentaron ponerse a salvo en los parajes selváticos de las afueras, donde apenas podían subsistir, o bien en la República Democrática del Congo, cruzando la frontera fluvial del Ubangui.

Mientras el Estado del que era jefe se desmoronaba, Djotodia se encogía de hombros y aseguraba que no podía hacer nada meter en cintura a los combatientes de su bando que habían rehusado reinsertarse. "Yo controlo a mis propios hombres. Aquellos a los que no controlo, no son mis hombres", fue su cínica tautología. El 14 de diciembre, en palabras para la cadena RFI, el estadista musulmán tendió una oferta de paz a las milicias de autodefensa cristianas conocidas como anti-balaka (anti-machete). "No son nuestros enemigos. Son nuestros hermanos", dijo de quienes libraban con la Séléka una verdadera lucha de exterminio.

El 23 de diciembre cientos de manifestantes cristianos, los mismos que vitoreaban con entusiasmo a las tropas francesas –a su vez vituperadas por los residentes musulmanes, sobre todo después de infligir las primeras bajas a los guerrilleros de la Séléka-, bloquearon los accesos del aeropuerto de Bangui gritando contra la permanencia de Djotodia en el poder y exigiendo la marcha también de las tropas chadianas de la fuerza multinacional, percibidas como aliadas de la Séléka. Dos días después, una caótica batalla campal en Bangui dejó docenas de muertos de todas las partes en conflicto, incluidos seis pacificadores chadianos. Miles de ciudadanos musulmanes oriundos de Chad y Camerún huyeron en desbandada o se arracimaron en las embajadas de estos dos países temerosos de las represalias.

El año terminó con la amenaza por parte de Abakar Sabone, "consejero especial" de Djotodia, antiguo jefe del MLCJ y ahora mismo uno de los más encendidos tribunos del sentimiento antifrancés y anticristiano en el bando de la Séléka, de iniciar una rebelión general de los musulmanes y forzar la partición del país en dos por sus supuestas costuras religiosas, lo que supondría la emancipación de norte de mayoría musulmana. Tanto Djotodia como Tiangaye condenaron enérgicamente el pronunciamiento de Sabone, tachado de "provocación".

Al comenzar 2014, la catastrófica situación nacional, con un millar de muertos producidos sólo en el último mes, cerca de un millón de desplazados internos (de los que 100.000 abarrotaban las pistas del aeropuerto de Bangui, único refugio seguro gracias a los franceses), medio millón de residentes de Bangui, más de la mitad de la población capitalina, huido de sus hogares y 2,2 millones de habitantes de todo el país necesitados de asistencia humanitaria, ponía en la cuerda floja la pseudopresidencia de Djotodia, máxime porque la paciencia de los líderes regionales, incluido el influyente Déby, ya se había terminado.

El destino político del polémico personaje quedó sellado el 8 de enero de 2014, cuando partió de Bangui montado en un avión con destino a N'Djamena, y con él el CNT de 135 miembros al completo, convocados todos a un cumbre por una CEEAC que, más que leerle la cartilla, esperaba obtener de Djotodia la dimisión irrevocable. La renuncia de Djotodia fue comunicada el 10 de enero en la capital chadiana en la conferencia de presidentes de la organización, con Déby al frente. Junto con aquel arrojaba la toalla el primer ministro Tiangaye. Automáticamente, el presidente del CNT, Nguendet, se convirtió en jefe transitorio del Estado en funciones, hasta la elección de un nuevo titular del cargo. Las noticias de lo ventilado en N'Djamena fueron recibidas con júbilo por miles de centroafricanos cristianos que, desafiando la inseguridad, salieron a celebrarlas a las calles de la capital.

Al día siguiente se informó de la llegada de Djotodia a Benín, aparentemente su lugar de exilio. En Bangui, Nguendet ordenó a las FACA que restablecieran el orden con rigor, disparando a los saqueadores y revoltosos si era necesario, y anunció solemnemente: "El caos se ha terminado. El pueblo centroafricano debe recuperar su honor".

(Cobertura informativa hasta 15/1/2014)