Bakili Muluzi
Presidente de la República (1994-2004)
Perteneciente al grupo etnolingüístico yao y de religión musulmana, en un país de mayoría cristiana, el acomodado estatus social y económico de su familia le permitió recibir la instrucción primaria y secundaria en escuelas de su distrito de la entonces colonia británica de Nyasalandia, que entre 1953 y 1963 estuvo federada a Rhodesia (la actual Zambia) y que en julio de 1964 accedió a la independencia con el nombre de Malawi. En los últimos años de la tutela colonial, Muluzi pulió su formación en Europa, en el Huddersfield Technical College del Reino Unido y en un instituto técnico de Thirsted, Dinamarca.
Estuvo de vuelta en Malawi en vísperas de la proclamación de la independencia y empezó a trabajar como oficinista en la administración colonial. Tras producirse aquella, pasó a ejercer en la función pública del flamante Estado, fundamentalmente en el área de la educación. A principios de los años setenta fue nombrado director del Nasawa Technical College. Miembro del gobernante Partido del Congreso de Malawi (MCP), Muluzi se las arregló para abandonar su condición de anónimo funcionario y hacer carrera política bajo la protección del padre de la independencia, Hastings Kamuzu Banda, un autócrata conservador que en 1971 se proclamó presidente vitalicio tras el manto paternalista y tradicionalista.
En 1975 Muluzi se convirtió en diputado de la Asamblea Nacional, entonces copada por el MCP en tanto que el único partido legal, y de ahí saltó a las responsabilidades ministeriales en el Ejecutivo. Fue titular de las carteras de Juventud y Cultura en 1976, de Educación en 1976-1977 y de Transportes y Comunicaciones a partir de 1981 luego de fungir cuatro años como ministro sin cartera. Adicionalmente, desde 1977 sirvió de secretario general del MCP, una oficina burocrática completamente sometida a la autoridad del presidente de la formación, Banda.
En 1982 Muluzi estaba considerado uno de los capitostes del régimen y un miembro del círculo íntimo del dictador cuando, de súbito, perdió el favor de éste por razones que no fueron elucidadas. Dado de baja como diputado, secretario general del MCP y miembro del Gobierno, Muluzi se retiró de la vida pública y pasó a ganarse la vida como empresario privado en el ramo del transporte. Posteriormente, dirigió la Asociación de Transportistas de Malawi y ejerció de vicepresidente de la Cámara Nacional de Comercio.
A comienzos de la década de los noventa Banda intentó zafarse de las presiones internas y externas para que sumara su pequeño y montañoso país encajonado entre Mozambique y Zambia al proceso de democratización que recorría toda África subsahariana. Luego de disparar un último y especialmente sangriento cartucho represivo, en 1992 el decano de los dictadores africanos sucumbió al clamor general. Dio luz verde al multipartidismo y convocó elecciones generales como válvulas de escape del profundo descontento de una población eminentemente rural, endémicamente pobre, durante décadas sometida a los caprichos del poder y en los últimos años golpeada además por los desastres climatológicos.
Muluzi reapareció entonces en la arena política como uno de los dirigentes del arco de la oposición civil que exigía el final de la dictadura. Tres meses después de ser abolido el sistema de partido único en virtud del resultado del referéndum constitucional del 14 de junio de 1993, el ex ministro fue el artífice del Frente Democrático Unido (UDF), una amalgama de grupos que se erigió en la principal alternativa electoral al MCP. La transición democrática se desarrolló con bastante rapidez y tuvo su colofón en las históricas elecciones del 17 de mayo de 1994.
En tanto que presidente del UDF, Muluzi no tuvo muchas dificultades para ser proclamado candidato del bloque opositor. Sus buenos contactos en el mundo árabe y musulmán facilitaron la obtención de fondos que le permitieron desarrollar una campaña brillante, tratando de tú a tú al oficialismo y haciendo de las presidenciales un envite completamente abierto. El Gobierno de Arabia Saudí fue, con diferencia, el principal financiador de la UDF.
Banda, con 89 años según su biografía oficial y ampliamente nonagenario ya según otras versiones, insistió en enfrentarse en las urnas con Muluzi, pero éste supo encauzar a su favor las expectativas generales de cambio y prosperidad, en parte gracias a su condición de hombre de negocios, que a los ojos de la mayoría le capacitaba para hacer diagnósticos precisos de la situación económica y para tomar las decisiones reformistas que fueran necesarias.
Muluzi se alzó con la victoria con el 47,3% de los votos (el sistema electoral malawi no exige la segunda vuelta si ninguno de los candidatos supera el 50%), seguido del anciano presidente con el 33,6% y de Chakufwa Chihana, de la Alianza por la Democracia (AFORD), con el 18,6%. En las legislativas, el UDF se hizo con 85 de los 177 escaños de la Asamblea Nacional. La distribución del voto partidario presentó una dimensión geográfica, con Muluzi muy fuerte en los populosos distritos del sur, Banda dominando en el centro y Chihana nutriéndose del voto norteño.
El 21 de mayo de 1994 Muluzi tomó posesión de su mandato quinquenal y puso término a 30 años de ejercicio despótico de Banda (quien iba a fallecer en 1997). Su Gobierno arrancó con promesas de combatir los males de la pobreza y la corrupción, acelerar la liberalización de la economía ya emprendida por el anterior régimen sobre la base de un plan de ajuste estructural concertado con el FMI, y mejorar la situación de los Derechos Humanos. Para asegurarse la mayoría parlamentaria, ofreció un Gobierno de coalición a la AFORD, que aportaba 36 escaños. Al cabo de unas tortuosas negociaciones, en septiembre de 1994 Muluzi otorgó el puesto de segundo vicepresidente a Chihana.
Muluzi ordenó con prontitud la liberación de todos los presos políticos y el cierre de varios centros de detención que acumulaban denuncias por torturas y malos tratos. También activó sendos programas de subvención educativa, de ayudas a las pequeñas producciones agrícolas y de privatizaciones de empresas del Estado, al tiempo, paradójicamente, que lanzaba la nacionalización parcial, en noviembre de 1995, del holding Press Corporation Ltd., un emporio financiero y empresarial que había sido un feudo particular del MCP y cuyas actividades aportaban nada menos que el 60% del PIB malawi.
Sin embargo, las iniciativas positivas del presidente perdieron vigor al cabo de un trienio ante la acumulación de dificultades objetivas, como la oposición obstruccionista del MCP en la Asamblea Nacional, los altibajos en las cosechas de tabaco, azúcar, maíz y algodón por la errática pluviosidad (causa de sequías y de inundaciones, alternativamente), las huelgas de funcionarios en demanda de mejores salarios y la presencia de cientos de miles de refugiados mozambiqueños, todo lo cual se tradujo en pérdidas económicas para el Estado.
Culminando un rosario de desencuentros por las políticas del presidente sobre la distribución de los fondos del Banco Mundial y los nombramientos para los altos cargos de la administración, en diciembre de 1995 Chihana acusó a Muluzi de estar dando pábulo a la corrupción, el regionalismo y el tribalismo en el seno del Ejecutivo. La reacción del presidente fue, en mayo de 1996, despedirle del Gobierno. Un mes más tarde, la AFORD declaró rota la coalición con el UDF, si bien en el Gobierno se quedaron los ministros del partido nombrados unilateralmente por Muluzi sin consultar a su vicepresidente, y se volvió al MCP para elaborar una estrategia de oposición conjunta.
En estas circunstancias adversas, Muluzi se sumó a la larga lista de nuevos mandatarios africanos aupados al poder por la vía democrática que luego colmaron de decepciones a sus esperanzados electores. Atascado en la cruda inercia social y económica del país, el presidente malawi no se comportó de manera diferente a otros colegas de todo el continente y empezó a dar signos de intolerancia y autoritarismo. Las siguientes elecciones presidenciales, disputadas el 15 de junio de 1999 con la participación de cinco aspirantes, fueron ganadas por Muluzi con el 52,4% de los votos, pero el candidato unitario del MCP y la AFORD, Gwanda Chakuamba, puede decirse que le pisó los talones con el 45,1%.
En los comicios a la Asamblea, el UDF sacó 93 escaños, dos menos de los sumados por los dos partidos de la oposición, que denunciaron haber sido víctimas de un sinfín de irregularidades fraudulentas, si bien los observadores internacionales emitieron dictámenes de validez. Chakuamba solicitó a los tribunales la invalidación de las elecciones y sus seguidores más exaltados desataron una ola de disturbios que se cebaron en las mezquitas a modo de revancha contra el musulmán Muluzi. Estos actos de intolerancia causaron viva inquietud al conjunto de la nación, ya que, hasta ahora, la heterogeneidad étnica y religiosa de Malawi no había dado lugar a grandes turbulencias del calibre de las padecidas por otros países del continente.
La segunda presidencia de Muluzi se caracterizó por la deriva autoritaria y el agravamiento, hasta extremos muy preocupantes, por amenazar a la propia supervivencia del Estado malawi, de todos los problemas de fondo heredados en 1994. Primero, los escándalos de corrupción del Gobierno y, luego, la promoción por los partidarios del presidente de una reforma constitucional que habilitara a Muluzi para optar al tercer mandato en 2004, desataron desde finales de 2000 un fuerte movimiento de rechazo que capitanearon las iglesias cristianas (la presbiteriana, en particular, alertó contra la "metamorfosis" de Muluzi, en lo que se empezaría a asemejar a Banda, un ejemplo clásico de adalid de la libertad y la independencia convertido en tirano) y que espoleó la disidencia interna en el partido gobernante.
A la cabeza de los contestatarios del UDF se puso uno de los fundadores del partido, el magnate Brown Mpinganjira, que creó el grupo opositor Alianza Democrática Nacional (NDA) antes de ser arrestado y llevado a juicio en octubre de 2001 bajo la acusación de estar involucrado en una conspiración golpista desarticulada en marzo. Doce meses después, en octubre de 2002, quien cargó con las iras de Muluzi fue el jefe de la oposición, Chakuamba, acusado de falsificación documental y de difamación del jefe del Estado por distribuir una circular con la firma de Muluzi instando a los diputados de la Asamblea a aprobar la enmienda constitucional, ya rechazada en una primera votación en julio, que permitiría la reelección de aquel para un tercer período.
La detención de Chakuamba sólo duró un día por decisión del juez, que no estimó consistentes las imputaciones, pero Muluzi estaba resuelto a imponer la reforma constitucional, no vacilando en silenciar con amenazas y arrestos a los opositores políticos y a los periodistas que se pronunciaran en contra de la misma, y con la represión policial a los manifestantes, que en orden de varios millares salieron a la calle en enero de 2003.
En septiembre de 2001 Muluzi realizó en Harare, Zimbabwe, durante la cumbre de la Comunidad de Desarrollo de África del Sur (SADC), vehementes críticas al presidente del país anfitrión, Robert Mugabe, porque su reforma agraria mediante el arrebatamiento violento de granjas a los propietarios blancos estaba creando un clima de inestabilidad y tensión desfavorable para las inversiones extranjeras en toda la región, amén de repercutir gravemente a la baja en el tipo de cambio del dólar zimbabwo, con el consiguiente efecto de arrastre sobre las monedas de los estados vecinos.
La imputación de Muluzi a su vecino se antojó irónica, toda vez que en casa él mismo, según se ocupaba de denunciar la oposición, estaba ahuyentando la inversión foránea y agotando la paciencia de los donantes de ayuda al haber abandonado la lucha contra la corrupción y socavar el sistema democrático con sus destemplanzas políticas. 2001 terminó con un crecimiento negativo del PIB del 0,5%, el kwacha batiendo récords de depreciación con respecto al dólar (con el consiguiente encarecimiento de las importaciones, en un país que sólo produce y exporta materias agrícolas en unos mercados muy azarosos) y la inflación rondado el 30% anual. El anuncio hecho en 2000 por el Banco Mundial de la cancelación del 50% de los adeudos de Malawi se diluyó en esta atmósfera de negatividad.
En un sentido amplio, la penuria general de recursos materiales y, sobre todo, financieros, echó por tierra los programas y las expectativas de desarrollo en áreas fundamentales como la educación, la sanidad y las infraestructuras de servicios. Incluso las iniciativas del Gobierno de Muluzi para monitorizar y corregir la situación de los Derechos Humanos quedaron empantanadas con la explicación de que no había fondos para estas actuaciones. Al marasmo general en Malawi, de siempre entre los países más subdesarrollados del mundo, contribuía también una ola de criminalidad que no tenía precedentes.
Con ser abrumador este cúmulo de problemas, en la segunda presidencia de Muluzi fueron otros, dos, concretamente, los azotes que se ensañaron letalmente con los malawis. Primero, la pandemia del SIDA, que amenazaba con diezmar a una de las poblaciones mundiales con mayor tasa de individuos portadores del virus HIV: nada menos que el 15% de los habitantes estaba contagiado de la enfermedad, tanto si la habían desarrollado como si no (varios diputados de la Asamblea fallecidos en los últimos años lo habían sido, casi con toda seguridad, por causa del SIDA). En segundo lugar, la hambruna, como consecuencia de dos años seguidos de cosechas ruinosas y de sequía.
En abril de 2002 las propias autoridades malawis informaron que 7,7 de los 11,5 millones de habitantes estaban directamente afectados por la penuria alimentaria, y en septiembre el Programa Alimentario Mundial de la ONU estimó en 3,2 millones los acuciados por la inanición, de la que ya habían muerto cientos o miles de personas. El desastre humanitario se vio agravado por el estallido de brotes de cólera y de malaria, enfermedades que encerraban un potencial más mortífero de lo habitual porque en muchos casos atacaban a organismos afectados por la inmunodeficiencia del SIDA.
Según coincidieron en señalar muchos estudios de ONG y medios de comunicación, la calamidad natural de la sequía vio multiplicados sus efectos como consecuencia de algunas decisiones irresponsables del Gobierno de Muluzi, como la supresión, siguiendo el precepto del FMI, de la entrega de fertilizantes a los productores agrícolas en aras del ahorro presupuestario, o, más grave aún, la venta en 2000 de 167.000 toneladas de las reservas estratégicas de cereales, además sin explicar convincentemente las razones de esta operación ni el destino de los ingresos obtenidos. Cuando la sequía empezó a causar estragos, el Gobierno se vio obligado a anunciar la importación de 134.000 toneladas de grano a Sudáfrica y, ante la avalancha de censuras de que fue objeto, aseguró que sólo había seguido el dictado del FMI, el cual habría exigido esta medida como una fuente de financiación de la deuda contraída con él por Malawi.
En este mar de adversidad, en 2002 el Gobierno pudo hacer algunos anuncios positivos, como la condonación por Alemania e Italia de gran parte de la deuda bilateral malawi, o el desembolso de 130 millones de dólares en ayudas suplementarias por el FMI, el Banco Mundial, la Asociación Internacional para el Desarrollo (AID) y el Gobierno de Estados Unidos, para financiar la importación de alimentos, programas de empleo rural y planes de asistencia familiar. Otra nota esperanzadora la compuso la reapertura en septiembre, después de dos décadas de interrupción, de la línea férrea que comunica la región del sur con el puerto mozambiqueño de Nacala, que iba a permitir un trasiego comercial menos dispendioso con la costa del océano Índico.
A pesar de la ola de intimidaciones contra diputados, magistrados y periodistas, el proyecto de enmienda constitucional que debía permitir a Muluzi presentarse a las presidenciales de 2004, el cual requería ser aprobado por mayoría de dos tercios, volvió a estrellarse en el Legislativo en enero de 2003. Confrontado con el rechazo en bloque de los partidos de la oposición, las influyentes iglesias cristianas, las organizaciones sociales y no pocos responsables del UDF, y con las presiones de los donantes internacionales, Muluzi se avino a arrojar la toalla.
En el oficialismo, donde no faltaban los ambiciosos de poder, se planteó la espinosa cuestión de seleccionar al candidato a la sucesión a poco más de un año de las elecciones. El 30 de marzo de 2003, a la vez que anunciaba formalmente su renuncia a la reelección, el mandatario impuso una postulación absolutamente personal, que abrió la caja de los truenos en el Comité Ejecutivo Nacional del UDF. El designado fue Bingu wa Mutharika, recién nombrado ministro de Planificación Económica y Desarrollo, y recuperado para el UDF hacía dos años.
Antiguo secretario general del Mercado Común del África Meridional y Oriental (COMESA), Mutharika había dado el portazo al UDF antes de las elecciones de 1994 por no ser proclamado el candidato presidencial para batirse con Banda. En 1997 puso en marcha un partido de oposición con el que concurrió a las elecciones de 1999, pero fracasó estrepitosamente. En 2001 aceptó el puesto de vicegobernador del Banco de la Reserva de Malawi que le ofreció Muluzi y al punto se convirtió en un claro favorito del presidente. En la vieja guardia del UDF Mutharika era visto como un advenedizo, así que su nombramiento a dedo por Muluzi desencadenó un rosario de defecciones. Entre otros, se pasaron al campo opositor el vicepresidente Justin Malewezi, el ex ministro de Agricultura Aleke Banda y el ex ministro de Salud Harry Thompson.
En apariencia, Muluzi prefirió correr el riesgo de afrontar una revuelta interna en el partido a dejar de confrontar un sureño de toda confianza como Mutharika a Brown Mpinganjira, tribuno popular entre sus paisanos del sur que amenazaba con succionar mucho voto regional hasta entonces fidelizado por el UDF. El poco conocido y gris Mutharika se antojaba un candidato débil, de perfil político desdibujado, que en ese ámbito debía todo a Muluzi. Pero jugaban a su favor una imagen de economista perito y, sobre todo, la maquinaria del poder, que no iba a regatear los medios para catapultarle a la Presidencia.
A las elecciones generales del 20 de mayo de 2004 se llegó en un clima enrarecido por las maniobras de hostigamiento desde el oficialismo y las denuncias de la oposición de flagrantes irregularidades en los padrones electorales, donde se echaron a faltar cientos de miles de nombres y cuya fecha de publicación, a escasos días de la cita con las urnas, resultó ser inconstitucional por exigua. En realidad, los comicios debieron haberse celebrado el día 18, pero la Comisión Electoral los retrasó 48 horas para que los electores que desearan ejercer este derecho tuvieran más tiempo para comprobar si estaban registrados correctamente en las hojas censales. Poco antes, el 11 de mayo, el Gobierno lanzó el primer programa de tratamiento masivo y gratuito de la población portadora del virus que provoca el SIDA con fármacos antirretrovirales y una campaña para promocionar la prueba voluntaria del HIV. El propio Muluzi explicó que se había sometido al test y que su resultado le había dado "buenas noticias".
La jornada electoral transcurrió sin incidentes y, con una participación del 54,3%, Mutharika se adjudicó la victoria con el 35,9% de los votos seguido de John Tembo por el MCP, Chakuamba por la Coalición Mgwirizano (Unidad) y Mpinganjira por la NDA. Mutharika fue proclamado presidente, pero sus rivales perdedores formularon protestas de mayor o menor calado. Chakuamba, en particular, aseguró haber sido el “claro vencedor”, mientras que militantes de los seis partidos de la Coalición Mgwirizano provocaron en Lilongwe unos disturbios y saqueos que fueron atajados sin contemplaciones por las fuerzas del orden, las cuales, según testigos oculares, abatieron a tiros a cuatro revoltosos. En la Asamblea Nacional, sin embargo, el MCP le dio la vuelta a la situación de fuerzas y, con 60 de los 194 diputados, aventajó al UDF en 11 actas. El partido del Gobierno fracasó en el intento de mantener su mayoría parlamentaria.
Los observadores internacionales avalaron con ciertas reservas el proceso electoral; en particular, criticaron el desbarajuste en la identificación de los electores y la flagrante parcialidad de los medios de comunicación públicos. El 24 de mayo Muluzi finalizó su década al frente del Estado con la toma de posesión de Mutharika, pero no hizo lo mismo en la conducción del UDF. El hecho de que continuara como presidente nacional del partido del Gobierno alimentó la creencia de que estaba resuelto a teleguiar, o, al menos, influenciar, a su antiguo delfín.
La sensación de que el ex mandatario pretendía interferir en la labor de Mutharika se incrementó en los prolegómenos de la presentación, el 13 de junio, del nuevo gabinete reducido de 21 ministros y 8 viceministros. Sin embargo, por composición, al otorgar carteras al Partido Republicano (RP) de Chakuamba, al Movimiento por un Cambio Democrático Genuino (MGODE, también integrante de la Coalición Mgwirizano) y a la AFORD, y por tamaño, este ejecutivo resultó ser menos complaciente de lo esperado con los deseos de Muluzi y confirió cierta credibilidad a Mutharika cuando decía que iba a gobernar en aras del interés nacional, no de un partido en particular. Más todavía, a los pocos días de constituirse el gabinete, Mpinganjira anunció que sumaba su partido al bloque oficialista como resultado de unas conversaciones con Mutharika que Muluzi no podía menos que deplorar.
(Cobertura informativa hasta 1/12/2004)