Laurent Kabila

1. Un veterano de las rebeliones congoleñas
2. Líder triunfante de la revuelta antimobutista de 1996-1997
3. Nueva rebelión en 1998 y segunda guerra del Congo
4. Pivote de alianzas y contraalianzas regionales
5. Reluctancia negociadora como antesala de un magnicidio


1. Un veterano de las rebeliones congoleñas

La turbulenta vida de Laurent-Désiré Kabila se asoma de entrada en la imprecisión de los datos de su natalicio: según sea la fuente, éste es situado en 1939 o en 1949, y en la antigua Jadotville, hoy Likasi, o bien en Baudouinville, la actual Moba. Ambos lugares están en Katanga, y lo único que parece seguro es que él era oriundo de esta provincia sureña.

Miembro de la etnia baluba, perteneciente a su vez al gran grupo bantú, fue educado en una misión protestante, probablemente anglófona, ya que desde temprano se desenvolvía indistintamente en los idiomas inglés, francés y swahili. En 1959 tomó parte en la fundación de las juventudes del Balubakat (Jeubakat) o Asociación General de los Baluba de Katanga. Este partido izquierdista se alió en los días inmediatamente posteriores a la independencia de Bélgica (30 de junio de 1960) al Gobierno central de Pátrice Lumumba, líder del Movimiento Nacional Congoleño (MNC), en contra de los secesionistas katangueños liderados por Moïse Tshombé, quien se apoyó en mercenarios y en antiguos oficiales del Ejército colonial belga para declararse en rebeldía. Hasta que los cascos azules de la ONU reconquistaron Katanga para el Gobierno central en enero de 1963, el Gobierno de Tshombé se entregó al extermino de los balubas katangueños, cuyos hermanos de etnia en la contigua provincia de Kasai del Sur, también alzados en rebelión contra Léopoldville (futura Kinshasa), establecieron sin embargo una alianza con aquel.

Mientras su país se sumergía en la guerra civil, el joven Kabila se encontraba en París (según otras fuentes, en Alemania Oriental) estudiando Filosofía Política y empapándose de ideología marxista y revolucionaria. En agosto de 1960 regresó al Congo para luchar contra los gendarmes katangueños en las milicias del Jeubakat, donde, a instancias del líder del Balubakat, Jason Sendwé (asesinado poco después por los tshombistas), fue ascendido al rango de "coronel" y poco después a presidente de la organización. En enero de 1961 emprendió un nuevo viaje a Europa para estudiar en la Universidad de Belgrado y doce meses después retornó para convertirse en jefe de gabinete, con tareas de información, en el autoproclamado Gobierno de Katanga-Norte. En noviembre de 1962, al mes de serle conferida la secretaría de Trabajo, fue elegido miembro suplente de la asamblea provincial rebelde.

En octubre de 1963 se unió en Brazzaville, capital del ex Congo francés, a los lumumbistas Gaston-Émile Soumialot, Pierre Mulele y Christophe Gbenyé, quienes al frente de un Consejo Nacional de Liberación (CNL) se habían declarado en rebeldía del Gobierno central. En el CNL, que exhibía un ideario confusamente antiimperialista y socialista, Kabila figuró como secretario general de Asuntos Sociales, Juventud y Deportes, desarrollando sus funciones en Bujumbura, la capital de Burundi. La denominada rebelión simba (término que significa león en idioma swahili) comenzó en Kivu en mayo de 1964, se extendió a Katanga, Oriental y Ecuador y adquirió un carácter extremadamente violento cuando Tshombé, viejo enemigo de Kabila y sus correligionarios, regresó al primer plano como primer ministro en Léopoldville con los apoyos de Kalonji y el destacado lumumbista Antoine Gizenga.

Cuando Gbenyé tomó Stanleyville (hoy Kisangani), la capital de la Provincia Oriental, y el 21 de julio Soumialot encabezó un Gobierno Provisional de la República Popular del Congo (proclamada el 4 de agosto), Kabila entró en él como vicepresidente encargado de las relaciones exteriores. Como comandante militar, los hombres a sus órdenes conquistaron el territorio que se extiende desde Albertville (la actual Kalemie) hasta su Baudouinville natal (hoy Moba) en el norte de Katanga, y la zona situada entre Uvira y Fizi, en Kivu.

Kabila residió sucesivamente en Albertville, Nairobi, Dar es Salam, París y Kampala. A partir de noviembre de 1964 fue testigo del derrumbe de la rebelión ante el empuje conjunto (Operación Dragon Rouge) de tropas gubernamentales, paracaidistas belgas y mercenarios extranjeros contratados por Tshombé, todos ellos convenientemente asistidos por asesores militares de Estados Unidos. Al comenzar 1965 los sucesivos reveses militares obligaron a los jefes rebeldes a buscar refugio en Sudán, mientras que Kabila continuó ejerciendo como ministro plenipotenciario en Kenya y Uganda. El 27 de mayo de 1965, cuando el ejército rebelde había sido expulsado del territorio congoleño y las luchas por el liderazgo del movimiento habían estallado en su seno, el CNL se transformó en un Consejo Supremo de la Revolución Congoleña (CSRC) presidido por Soumialot, que relegó a Gbenyé a una vicepresidencia y mantuvo a Kabila en la otra.

Kabila, desde Kigoma, en Kivu, fue uno de los últimos jefes rebeldes en evacuar el Congo. El 6 de agosto Soumialot fue a su vez depuesto al frente del CSRC por un consejo ejecutivo dirigido por los comandantes disidentes Abdoulaye Yerodia y Singama Luvila, lo que aceleró la desintegración del movimiento rebelde. Kabila, que en abril de 1965 trabó contacto en Tanzania con el Che Guevara, llegado para sopesar las posibilidades revolucionarias de los simba (las cuales valoró negativamente por su carácter indisciplinado, rasgo que personificó en el propio Kabila, al que calificó de "turista"), no fue capaz de articular una contraofensiva, de manera que abandonó Tanzania para instalarse en Kenya y luego en Uganda. El 24 de diciembre de 1967 fundó en Nairobi el Partido Revolucionario del Pueblo (PRP) dotado de un brazo militar, las Fuerzas Armadas Populares (FAP), y hubo noticias de posteriores estancias suyas en China y en la URSS. En 1974 consiguió un importante capital para financiar sus actividades mediante el cobro de un rescate por la liberación de una súbdita holandesa.

En los años setenta permaneció activo en los maquis contra el régimen de Mobutu Sese Seko, instaurando en noviembre de 1965 por la vía del golpe militar, bien como inductor de esporádicas incursiones desde sus bases en los montes Mitumba, bien como uno de los cabecillas de las tropas que, con el apoyo de Angola, tomaron parte en las rebeliones en Shaba de marzo de 1977 y mayo de 1978. Muy poderosas, estas guerrillas, encuadradas como Frente de Liberación Nacional Congoleño (FLNC) y bajo el liderazgo de Nathanaël Mbumba, pusieron en serio peligro a Mobutu, que tuvo que ser auxiliado por tropas marroquíes en el primer caso (Operación Verveine), y por paracaidistas franceses y belgas en el segundo (Operación Léopard).

Kabila confiaba en las posibilidades de la guerra de desgaste prolongada y, siguiendo el ejemplo maoísta, se afanó en el reclutamiento de milicias rurales y en las labores de instrucción política de sus combatientes, al objeto de mitigar las disputas tribales y aumentar la disciplina. Desde los fracasos de Shaba en 1977 y 1978, y durante varios años, estas insurgencias se revelaron bastante inocuas y, aunque contaban con la asistencia de China, Tanzania y Libia, las Fuerzas Armadas Zaireñas (FAZ, el país cambió de nombre en 1971) no tuvieron problemas para contenerlas.

En paradero incierto durante largos períodos de tiempo -si bien se le conocían propiedades inmobiliarias en Tanzania y en Uganda, supuestamente fruto de sus lucrativos negocios irregulares con agentes comerciales de Dar es Salam y Bujumbura-, Kabila reapareció en noviembre de 1984 como cabecilla de una rebelión en Moba, a orillas del lago Tanganyka, con la pretensión, en parte conseguida, de crear una "zona liberada" autárquica gracias al comercio de oro, diamantes y marfil. Al año siguiente se le localizó por un corto período de tiempo en el sur de Sudán, del lado de la guerrilla cristiana del Ejército Popular de Liberación de Sudán (SPLA). En agosto de 1991 el PRP fue una de las numerosas organizaciones admitidas en la Conferencia Nacional que -con fracaso total, por las trabas impuestas por el Gobierno- intentó establecer las bases de una transición a la democracia pluralista, y al año siguiente trascendió un encuentro entre Kabila y Mobutu con agenda de discusión y resultados inciertos.


2. Líder triunfante de la revuelta antimobutista de 1996-1997

A finales de octubre de 1996 Kabila surgió espectacularmente de la oscuridad como líder de un alzamiento de banyamulenges, minoría tutsi afincada desde los años treinta en las regiones de Kivu Sur y Kivu Norte, que días atrás habían sido ultimados por las autoridades de Kinshasa para que abandonaran el país por considerarles extranjeros. Lo que al principio parecía una rebelión más de componente étnico, se convirtió en una poderosa fuerza militar de oposición, que inició la conquista metódica de las ciudades regionales (Uvira, Bukavu, Goma), con la asistencia más o menos velada de tropas regulares rwandesas y ugandesas.

No en vano, Kabila conocía desde 1984 al presidente del segundo país, Yoweri Museveni, cuando éste combatía como jefe guerrillero al Gobierno de Kampala, al que derrocó en 1986 de una manera ahora imitada por el congoleño. Como Museveni y como el hombre fuerte de Rwanda desde la derrota militar en 1994 del poder hutu (cuyos elementos extremistas habían perpetrado el genocidio contra los tutsis y los hutus moderados), Paul Kagame, Kabila hablaba inglés y se rodeaba de jóvenes bilingües educados en universidades de Estados Unidos y Sudáfrica, además de unirles a los tres una solidaridad étnica. Aunque Kabila no procedía del tronco étnico-lingüístico nilótico, bien representado por los liderazgos ugandés y rwandés, mantenía excelentes relaciones con los tutsis y tejió una inopinada coalición de fuerzas de orígenes étnicos y políticos bien diversos: tutsis banyamulenges, bantúes balubas, antiguos lumumbistas, veteranos de las rebeliones de Shaba en los setenta y desertores de las FAZ. El nexo de esta alianza tan heterogénea era el común resentimiento hacia la dictadura de Mobutu.

Entre diciembre de 1996 y febrero de 1997, la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo-Zaire (AFDL, tal como se dio a conocer) extendió sus conquistas al Alto Zaire y Shaba, al tiempo que ponía bajo su control la práctica totalidad de Kivu Sur y Kivu Norte, a partir, respectivamente, de las ciudades de Bunia, Kalemie, Kindu y Watsa. La toma de la importante ciudad de Kisangani, el 15 de marzo, confirmó que el objetivo de Kabila y sus hombres era la conquista total del vasto país, más que el establecimiento de un territorio autónomo. Las semanas siguientes, merced a la escasa combatividad de las tropas gubernamentales, más interesadas en saquear las ciudades que debían defender, y a la disciplina y motivación de la AFDL, registraron una rapidísima sucesión de capturas rebeldes: el centro diamantífero de Mbuji-Mayi, en Kasai (4 de abril), la estratégica capital minera de Lubumbashi, en Shaba (9 de abril), y las ciudades de Kolwezi (13 de abril), Kananga (13 de abril) y Kikwit (29 de abril), último punto de contención importante antes de Kinshasa y donde los gubernamentales plantearon la única resistencia reseñable.

Kabila, con la victoria total al alcance de la mano, rechazó todos los intentos de alto el fuego y las ofertas de Mobutu para un reparto del poder. La caída de Bandundu, el 9 de mayo, y la ruptura de la línea defensiva del río Kwango, cuatro días después, marcaron el derrumbe de las defensas de Kinshasa. El 16 de mayo, Mobutu, envejecido y enfermo, abandonó el país camino del exilio marroquí (el 7 de septiembre fallecería de cáncer en Rabat) y al mediodía del día 17 las primeras columnas rebeldes entraron en la capital. Al mismo tiempo, Kabila, desde Lubumbashi, se proclamó presidente de la República Democrática del Congo, que recibió el reconocimiento "de facto" de Estados Unidos y los menos cautelosos de Angola, Burundi, Kenya, Rwanda, Sudáfrica, Tanzania y Uganda.

En el Gobierno de Salvación Nacional que constituyó el 22 de mayo, Kabila tomó la cartera de Defensa y dio entrada a algunos representantes de la oposición política que desde 1990 habían pugnado, con escaso éxito, por establecer un sistema democrático en el país. El 29 de mayo Kabila juró formalmente como presidente de la República y habló de celebrar elecciones en 1999, aunque precisó que mientras durase la "reconstrucción económica, moral y política del país" toda actividad partidista quedaba prohibida. Kabila, que ahora se declaraba socialdemócrata y favorable a la economía de mercado, procedió a renegociar con las compañías mineras la reanudación de las explotaciones, adoptó medidas para crear un sistema impositivo eficiente y restableció la administración, cuyos funcionarios tuvieron que someterse a programas de "reeducación" para erradicar el hábito de la corrupción, que había hecho estragos durante el régimen mobutista. Autoridad, disciplina, sentido práctico y eficacia administrativa y económica eran, al parecer, las líneas que Kabila intentaba introducir en el antiguo Zaire.

Desde el comienzo, empero, surgieron interrogantes sobre la verdadera naturaleza del régimen y los planes de un Kabila, que, en muchos aspectos, era un personaje enigmático. Pocos meses después de su toma del poder causaron inquietud la represión sin contemplaciones de aquellos que le recibieron como un salvador y ahora le recriminaban su resistencia a introducir la democracia, así como las denuncias de matanzas contra refugiados hutus rwandeses. Kabila se negó a que la Comisión de Derechos Humanos de la ONU investigara estas atrocidades sobre el terreno. En los centros urbanos, no tardó en expresarse un malestar por los modos autoritarios de Kabila (al que muchos habitantes, sobre todo de las regiones occidentales del Bajo Congo y Bandundu, veían de paso como un "extranjero") y la falta de progresos en lo tocante a la lucha contra la corrupción y el marasmo económico. Por otro lado, el borrador de la nueva Constitución auguraba conflictos de todo tipo, ya que contemplaba el refuerzo desmesurado de los poderes del presidente y suprimía toda noción de federalismo.

Antes de acabar 1997 Kabila demostró a las claras su ruptura con el área de países francófilos, primero, en octubre, asistiendo militarmente al régimen del vecino Congo-Brazzaville en su contienda contra la oposición apoyada por París (envite en que, con el retorno al poder del ex dictador marxista Denis Sassou Nguesso, Kabila apareció como perdedor); y luego, en noviembre, no enviando ningún representante a la VII Cumbre de la Agencia Intergubernamental de la Francofonía, celebrada en Hanoi. Muchos analistas apuntaron que el trío Kabila-Kagame-Museveni era la punta de lanza de la nueva presencia estadounidense en una región que tradicionalmente había sido coto de Francia, y destacaron sus coincidencias en el estilo de gobernar y en su presunta difícil doma por las potencias extranjeras, a diferencia de la venalidad de los antiguos déspotas profranceses.


3. Nueva rebelión en 1998 y segunda guerra del Congo

Sin embargo, poco más de un año después de establecerse Kabila en Kinshasa, el panorama congoleño tomó un inesperado vericueto. En los primeros meses de 1998 se hizo notar la frustración de los gobiernos ugandés y rwandés, que, creyendo asegurada la liquidación de las retaguardias de sus respectivas guerrillas hutus, asistían ahora al discurso nacionalista neolumumbista y a los devaneos emancipadores de su protegido. A finales de julio, una cascada de destituciones de mandos militares de origen tutsi, siendo la más sonada la del jefe del Estado Mayor de las nuevas Fuerzas Armadas Congoleñas (FAC), el coronel rwandés James Kabare, y la orden de evacuación de las tropas extranjeras indicaron que Kabila, o bien se disponía a la ruptura total con sus patrocinadores, o bien se había anticipado a un complot inminente. Lo cierto es que el 3 de agosto, simultáneamente a una asonada de militares tutsis en Kinshasa, soldados ugandeses y rwandeses cruzaron la frontera y, usando como avanzadilla a milicianos banyamulenges, tomaron Goma y Bukavu.

El desarrollo de la crisis fue un calco de los sucesos de 1996: formación de una Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo, participación directa, pero encubierta, de Uganda y Rwanda, y metódico avance rebelde en varios frentes desde sus bastiones orientales de Kivu, con el objetivo prioritario de conquistar Kinshasa en el más corto plazo posible. La apertura por la AFDL, el 6 de agosto, de un nuevo frente en el Bajo Congo, entre Kinshasa y el mar, y la conquista, el 23, de la gran ciudad de Kisangani, urgieron a Kabila a solicitar la ayuda militar de Zimbabwe, Angola y Namibia, países amigos que, por diferentes motivos, desplazaron un nutrido contingente, pretendidamente bendecido por la Comunidad de Desarrollo del África Meridional (SADC).

La operación conjunta de angoleños (dotados de tanques) desde el sur, y de zimbabwos (que aportaron unidades blindadas y aviación) y gubernamentales desde el norte, cogió en un sándwich a los rebeldes, que fueron expulsados de los arrabales de Kinshasa, cuando parecía inevitable su caída, el 29 de agosto, así como del puerto fluvial de Matadi y de la central hidroeléctrica de Inga un día después. Pero este éxito inicial sólo alejó el peligro inmediato que se cernía sobre la capital; bien pronto quedó eclipsado por las nuevas conquistas en el frente oriental de la AFDL, que penetró en Katanga (merced al nuevo ordenamiento territorial, que supuso la vuelta a las provincias en lugar de las regiones, Shaba recobró este año su antiguo nombre) a comienzos de septiembre y tomó la estratégica ciudad de Kindu el 12 de octubre, situándose en excelentes condiciones para avanzar sobre Mbuji-Mayi y Lubumbashi.

Entre tanto, en una hábil ofensiva diplomática, Kabila había ganado para su causa a Sudán, que destinó unos 2.000 soldados al área de Kindu, y a Chad, cuyo millar de efectivos fue presentado por los rebeldes como una auténtica peonada del intrigante dirigente libio Muammar al-Gaddafi. La intervención sudanesa alarmó a Uganda, enzarzado previamente con ese país en una pugna fronteriza con acusaciones de apoyo a las respectivas oposiciones armadas, y condujo en octubre a una miniescalada, al acusar Kampala a la aviación de Sudán de bombardear suelo ugandés desde aeródromos congoleños y de reclutar para su expedición terrestre a las cuatro guerrillas domésticas. El Gobierno de Jartum replicó que eran las Fuerzas de Defensa Populares de Uganda las que habían pasado a la Provincia Oriental (ex región de Alto Congo), para mejor asistir al SPLA en sus ofensivas en el estado de Ecuatoria Oriental.

Las sospechas de otra alianza militar entre la AFDL y la angoleña UNITA, el alineamiento con Kabila de 7.000 guerreros interahamwe y otros exiliados hutus rwandeses, y la captura de elementos de la guerrilla hutu burundesa del CNDD-FDD, a lo que, a su vez, siguieron informes sobre el envío de medio millar de soldados burundeses, aportaron una confusión innecesaria al embrollo. Incluso la insólita guerra entre Etiopía y Eritrea, estallada el 5 de junio y en la que Kabila ofreció sus oficios mediación, presentaba algunos riesgos de metástasis. En resumidas cuentas: las contiendas civiles de toda la región convirtieron el Congo en un segundo campo de batalla. La presencia de tropas regulares de nueve países y otras tantas irregulares, dieron pábulo a justificaciones de toda índole y contribuyeron a la polarización de intereses y enemigos en una zona caliente por excelencia, la región de los Grandes Lagos, hasta el punto de que la prensa africana comenzó a hablar de "primera guerra mundial africana".


4. Pivote de alianzas y contraalianzas regionales

Desde el mismo comienzo de la crisis, Kabila y sus aliados del SADC sostuvieron numerosos encuentros cara a cara con los líderes de Uganda y Rwanda. Mediados por los presidentes neutrales (con diferentes matices) de Sudáfrica, Tanzania, Zambia y Botswana, algunas de estas citas produjeron resultados meramente formales y nunca ejecutados sobre el terreno. Se alcanzaron acuerdos para el alto el fuego, la retirada de tropas extranjeras y el despliegue de una fuerza de pacificación internacional o panafricana en Victoria Falls, Zimbabwe (8 de septiembre de 1998), en París (el 28 de noviembre de 1999, aprovechando la 20ª Conferencia Franco-Africana), en Windhoek, Namibia (18 de enero de 1999), en Lusaka, Zambia (10 de julio de 1999) y en Kampala, Uganda (8 de abril de 2000).

El más prometedor de estos acuerdos, el de Lusaka, estableció un detallado calendario para la desmovilización de los contendientes, la creación de sendas comisiones conjuntas política y militar, y la creación de una fuerza de interposición de la ONU. A pesar de que esta vez el frente opositor sí suscribió los documentos en las semanas posteriores y el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una misión de enlace, MONUC (luego convertida en misión de observación y finalmente en misión de pacificación), las escaramuzas o los combates no cesaron en ningún momento. A comienzos de noviembre de 1999 la guerra se reanudó abiertamente en los frentes de Ecuador y Kasai, donde los rebeldes denunciaron sendas ofensivas gubernamentales.

Los observadores apreciaron en Kabila grandes reticencias a un arreglo con sus enemigos. Entre las razones a su apuesta por la vía militar se apuntó la conciencia de su débil posición interna y de su dudosa legitimidad institucional a los ojos de la oposición política en Kinshasa, que empezó a ser hostigada y silenciada como en los mejores tiempos de Mobutu. A lo largo de 1999 la posición del líder congoleño pareció depender totalmente de sus protectores exteriores, Angola y Zimbabwe, cuyos nutridos cuerpos expedicionarios en el Congo, de varios miles de hombres, lejos de constituir una asistencia desinteresada servían a intereses esencialmente propios. Para la Angola del presidente José Eduardo dos Santos se trataba, ante todo, de estrechar el cerco sobre los campamentos que la guerrilla UNITA tenía a ambos lados de la frontera, en previsión de la reanudación de las hostilidades después de cuatro años de una paz sumamente precaria. Ya en septiembre de 1998 comenzó la retirada de importantes contingentes angoleños a posiciones defensivas en el Bajo Congo y Bandundu, desde donde vigilar de cerca los movimientos de la guerrilla de Jonas Savimbi.

Cuando en noviembre del mismo año, cumpliendo los más negros pronósticos, la guerra civil angoleña inició su tercera etapa desde 1975 con la virulencia acostumbrada, Kabila tuvo que corresponder con el envío de unidades de apoyo. En diciembre de 1999 soldados congoleños participaron en la protección del corredor namibio de Caprivi, acosado por una confusa rebelión de secesionistas locales, al parecer sustentados por UNITA. Las implicaciones de Namibia y, sobre todo, de Zimbabwe, muy polémica por su desmesura (unos 12.000 soldados con apoyo aéreo), tenían un telón de fondo económico, pues el Gobierno de Kabila estaba adquiriendo grandes cantidades de material militar zimbabwo y el presidente Robert Mugabe se aseguraba un trato preferencial a las inversiones privadas de su país mediante sustanciosas adjudicaciones.

A los ojos de la comunidad internacional, esta situación perfiló a Kabila como un dispensador de favores económicos y un aplicador, a mayor escala y con cobertura estatal, de las economías heterodoxas que le enriquecieron en sus largos años como guerrillero y contrabandista. Las cifras económicas de 1999 eran elocuentes de la situación del país: derrumbamiento de la producción al -15%; índice de inflación del 200%; deuda exterior por encima de los 13.000 millones de dólares, y caída a la mitad con respecto a 1998 de los ingresos del Estado (en buena parte debido a que el enemigo controlaba ricos complejos mineros en el sudeste) mientras los gastos se disparaban en igual medida. Kabila confiaba en la debilitación de la alianza militar rebelde y de su organización política, el Reagrupamiento Congoleño por la Democracia (RCD), que llegó a los acuerdos de Lusaka dividido entre una fracción prorwandesa, dirigida por Émile Ilunga y con base en Goma, y una prougandesa, encabezada por Ernest Wamba dia Wamba y con sede en Kisangani, la cual en octubre pasó a denominarse RCD-Movimiento de Liberación (RCD-ML) y movió sus cuarteles a Bunia.

El encono entre ambas organizaciones llegó al extremo de enfrentar militarmente a sus respectivos protectores, los ejércitos rwandés y ugandés, en Kisangani, en agosto de 1999 y de nuevo en mayo de 2000, unos choques que no escondieron la rivalidad por la depredación de los vastos recursos naturales del país. En noviembre de 1998 incluso surgió un tercer grupo rebelde, el Movimiento de Liberación Congoleño (MLC) del ex general mobutista y magnate Jean-Pierre Bemba, que se hizo fuerte en la provincia de Ecuador con la asistencia de Uganda. Esta intrincada acumulación de mudanzas político-militares en ambos bandos, reflejaba hasta qué punto apetencias estratégicas de todo tipo habían condicionado las políticas exteriores de la mayoría de los estados de la región. Kabila, que durante muchos meses se negó a entablar negociaciones directas con las guerrillas por considerarlas meras criaturas de terceros, fundamentó sus posturas de dureza en la ilegalidad de la presencia militar de Rwanda y Uganda, que calificó de "invasores".

Por su parte, el tándem Kagame-Museveni (como se comentó, puesto a prueba con la división de la RCD), que no perdonaba la ingratitud de Kabila y su nuevo discurso nacionalista y crítico con Occidente, culpó al presidente congoleño de todos los males de la región, desde el rebrote de las matanzas étnicas de tutsis en Kivu hasta las incursiones de las milicias hutus, y justificó la injerencia militar por razones de "seguridad". Las acusaciones vertidas por la oposición militar y civil a Kabila de "dictador", "corrupto" y "tribalista" se sustentaron en la congelación de la liberalización política, en la persecución de determinados grupos étnicos y en el manifiesto favoritismo por miembros de su familia y los clanes katangueños de Manono y Kabalo, todos balubakats.

Así, su hijo Joseph, uno de los varios tenidos con sus tres esposas reconocidas, era el comandante en jefe del Ejército de Tierra con el rango de general; el ministro del Interior y considerado el número dos del régimen, Gaëtan Kakudji, y el inspector general de la Policía Nacional hasta que sustituyó a Kabare como jefe del Estado Mayor de las FAC, Célestin Kifwa, eran respectivamente su primo y su cuñado. El gobernador del Banco Central, el jefe del Estado Mayor presidencial, varios ministros y embajadores y todos los oficiales de seguridad del círculo más cercano de Kabila procedían de la misma provincia.


5. Reluctancia negociadora como antesala de un magnicidio

Esta opinión negativa salió a relucir en las relaciones con los países occidentales. Estados Unidos se decepcionó muy pronto con su turbulento -y supuesto- apoderado regional, que rescindió contratos con multinacionales de ese país en favor de Sudáfrica y Zimbabwe, mientras que los vínculos fueron tirantes con Francia y pésimos con Bélgica. En agosto de 2000 la Comisión Militar Conjunta valoró en términos muy críticos la renuencia de Kabila a cesar las operaciones militares y a iniciar el diálogo con las guerrillas.

Varios presidentes de la SADC, empezando por el zambiano Frederick Chiluba, no ocultaron su irritación por la falta de progresos y la perpetuación de factores objetivos que impedían el despliegue de la MONUC, cuyo contingente previsto, 5.500 cascos azules, la ONU tenía problemas en completar por las escasas ofertas de tropas de los estados miembros. En apariencia, Kabila confiaba en ganar la guerra militarmente, incluso sin el apoyo activo de sus aliados, que, enfrentados a graves dificultades internas, parecían, al igual que Rwanda y Uganda, dispuestos a disminuir su presencia en el país. El 1 de septiembre la Asamblea Constituyente congoleña declaró obsoletos los acuerdos de Lusaka y solicitó la apertura de negociaciones directas con Rwanda, Uganda y Burundi para lograr su retirada total del país.

Esta era la tesitura cuando el 16 de enero de 2001 se produjo lo inesperado: un confuso tiroteo en el palacio presidencial de Kinshasa en el que Kabila resultó directamente muerto o gravemente herido. El Gobierno congoleño contribuyó al desconcierto general al negar el primer extremo durante unos días, si bien ya el 17 Joseph Kabila fue fue puesto al frente de la situación como jefe del Estado en funciones. El 20, las autoridades confirmaron la muerte del presidente por disparos de uno de sus guardaespaldas de máxima confianza, el cual fue abatido en el acto. Según la versión oficial, Kabila fue llevado todavía con vida a un hospital de la capital y murió el 18 cuando se le trasladaba en avión a Harare, la capital de Zimbabwe, para recibir tratamiento urgente.

La impresión general era que Kabila falleció a las pocas horas del tiroteo, si no en el instante, y que el Gobierno quería cerrar las especulaciones sobre un intento de golpe de Estado, o un complot motivado por el impago de salarios o por la reciente destitución de altos oficiales por los reveses en el frente bélico. Una versión de lo sucedido aseguraba que el magnicidio se había producido en presencia de varios generales llamados a comparecer ante Kabila. En los días siguientes se barajaron todas las teorías sobre el extraño final de Kabila, incluida una conspiración orquestada por Uganda y Rwanda. Incluso se apunto a Angola como interesada en su desaparición, actualizando las especulaciones, circuladas en los primeros días de la rebelión de 1998, sobre el posible apoyo del Gobierno de Luanda a la nueva AFDL por la desidia de Kabila frente las asechanzas de la UNITA en el sur del país. La prensa africana especuló con que su negativa a una solución negociada de la guerra estaba perjudicando los intereses de la mayoría de los estados implicados, obligados así a mantener sus costosas expediciones militares para evitar un bandazo bélico que desequilibrara la balanza de fuerzas. Por supuesto, todos estos gobiernos rechazaron vigorosamente las insinuaciones.

El 20 el cuerpo de Kabila fue traslado desde Harare a Lubumbashi y al día siguiente llegó a Kinshasa, donde se le tributó un funeral de Estado el día 23 con la asistencia de seis presidentes de la región, entre ellos Mugabe, dos Santos y Chiluba. En los días subsiguientes cobró cuerpo la tesis, ni confirmada ni desmentida por las autoridades, de que Kabila había sido víctima de un complot de antiguos kadogos o niños-soldado de Kivu, de absoluta lealtad desde que fueran la punta de lanza de su avance sobre Kinshasa en 1997. Según esta versión, que reducía el magnicidio a un simple ajuste de cuentas por uno de los muchos grupos en su día ganados para la alianza antimobutista, estos jóvenes ex combatientes estaban enfurecidos por la detención y desaparición de jefes y compañeros en su provincia de origen, en una purga destinada a fortalecer la preeminencia de los baluba de Katanga.

(Cobertura informativa hasta 1/7/2001)