Jonás Savimbi

Perteneciente a la tribu ovimbundu, la más numerosa del país, su padre era jefe de estación en la línea del ferrocarril de Benguela y también pastor protestante evangélico. El joven, a diferencia de la mayoría de muchachos indígenas, frecuentó las aulas, y estudió en el instituto Curie de Dondi y en el colegio de los Hermanos Maristas en Silva Porto, en la provincia de Bié. En mayo de 1958 partió a la metrópoli con una beca para terminar su educación secundaria en la escuela Passos Manuel de Lisboa, y tras obtener el título de bachiller orientó temporalmente sus intereses a la profesión médica, matriculándose en la Facultad de Medicina.

Sus actividades nacionalistas en la capital portuguesa le acarrearon algunos breves períodos de detención por la policía política de la dictadura salazarista, la PIDE, hasta que en febrero de 1960 se trasladó a Suiza para unirse a los grupos independentistas que preparaban el comienzo de la lucha armada en la colonia africana. Emprendió estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad de Lausana, donde, según mantuvo siempre, obtuvo la licenciatura en Ciencias Jurídicas y Políticas, y luego, en 1965, el doctorado, un capítulo dudoso del currículum académico de quien gustaba recibir el tratamiento de "doctor".

Revolucionario de simpatías maoístas, en 1961, poco después de una estancia en Uganda para participar en una conferencia de estudiantes, Savimbi se afilió a la Unión de las Poblaciones de Angola (UPA), organización fundada en 1954 con el nombre de Unión de las Poblaciones del Norte de Angola (UPNA) por Holden Roberto, un dirigente tribal bakongo a quien había conocido en Suiza y que ahora estaba instalado en Zaire. Roberto le nombró al punto secretario general de la UPA, que con su fusión el 23 de marzo de 1962 con el Partido Democrático Angoleño (PDA) de Emmanuel Kounzika pasó a denominarse Frente Nacional de Liberación de Angola (FNLA).

Basado en el noroeste del país y subvencionado por el Gobierno de China, el FNLA se dotó de un aparato político y una fuerza guerrillera, sumándose a los combates que libraba contra el Ejército portugués el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), la agrupación de ideología marxista prosoviética fundada por Mário de Andrade y liderada luego por Agostinho Neto, otro líder anticolonial que Savimbi conocía personalmente desde sus años de estudiante en Lisboa.

Estrecho colaborador de Roberto, Savimbi ejerció como ministro de Asuntos Exteriores en su Gobierno Revolucionario Angoleño en el Exilio (GRAE), formado el 5 de abril de 1962. Según su biografía difundida por la UNITA, sostuvo encuentros con los líderes antiimperialistas africanos del momento, como el egipcio Gamal Abdel Nasser, el ghanés Kwame Nkrumah y el guineano Ahmed Sékou Touré, asistió a cumbres de presidentes del continente y realizó giras de recaudación por diversos países del bloque socialista, incluida la URSS.

Savimbi dimitió del GRAE en julio de 1964 por desacuerdos con Roberto, al que imputó prácticas corruptas y nepotistas, y comenzó a actuar por su cuenta, con la intención de dotarse de una base de poder y unos patrocinios exteriores propios. Así, en 1965 pasó junto con algunos camaradas una temporada en China para ser adiestrado en las tácticas de la guerra popular prolongada teorizada por Mao. En esta época Savimbi tanteó también un acercamiento al MPLA, pero su falta de sintonía con Neto frustró el intento.

Culminando dos años de públicos enfrentamientos, la ruptura con Roberto culminó a comienzos de 1966 entre acusaciones de tribalismo en favor de los bakongos de los territorios del norte próximos al Congo y de culto a la personalidad formuladas contra él. Savimbi entró clandestinamente en Angola desde Zambia y en la localidad de Muangai, en la provincia de Moxico, puso en marcha su propia organización político-guerrillera, la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), que celebró su congreso fundacional del 10 al 13 de marzo de 1966. El bautismo de fuego del grupo fue el 25 de diciembre, en un ataque contra la ciudad de Teixeira de Sousa (la actual Luau) para cortar el ferrocarril a Benguela.

De hecho, Savimbi estableció primero el cuartel general de la UNITA en territorio zambiano, pero desde julio de 1968, tras unas diferencias con el presidente de aquel país, Kenneth Kaunda, y al cabo de un año de exilio en El Cairo acogido por Nasser, se radicó en la propia Angola, extendiendo su área de influencia a las regiones del centro y el sudeste, donde los ovimbundus eran y son mayoría.

Su conocimiento de varios idiomas -hablaba correctamente el portugués, el francés y el inglés, y un poco el alemán, además de varias lenguas locales-, su experiencia al frente de la oficina diplomática del FNLA y su perfil ideológico aparentemente más moderado que los de Neto y Roberto, facilitaron los lazos internacionales y los suministros de armas de la UNITA, convertida en el tercer vértice en el triángulo de fuerzas de liberación nacional, el cual, si bien era menos relevante y beligerante frente a los portugueses que los otros dos, también se mostraba más cohesionado en torno a su líder indiscutible.

Por otro lado, su preparación intelectual y sus dotes de orador, cualidad imprescindible en todo aspirante a tribuno popular en África, aseguraron a Savimbi una masa de partidarios en las tierras ovimbundu y, en general, en las comunidades campesinas negras del interior, hostiles a las élites negras y mulatas de la costa, en las que el MPLA reclutaba sus cuadros. De hecho, Savimbi, ya entonces y con más ahínco después, alentó la dialéctica maoísta de campo contra ciudad, así como un africanismo rudimentario que exaltaba la negritud frente al mestizaje con los blancos y los extranjeros.

La hora de la descolonización sólo llegó tras la Revolución del 25 de abril de 1974 en Portugal, después de trece años en que la descoordinación militar y la rivalidad de las guerrillas habían permitido que el Ejército portugués las mantuviera en jaque. El 14 de junio de 1974 Savimbi firmó un alto el fuego en Moxico con la delegación militar enviada por el Movimiento de las Fuerzas Armadas que ostentaba el poder en Lisboa, y en la primera quincena de enero de 1975 negoció en Mombasa, Kenya, con Neto, Roberto y Daniel Chipenda, dirigente escindido del MPLA, la formación del gobierno multipartito que presidiría el proceso de transferencia de soberanía.

Cofirmante el 15 de enero de 1975 de los acuerdos de Alvor con el presidente portugués, Francisco da Costa Gomes, Savimbi se aseguró para la UNITA una representación paritaria (tres ministros cada guerrilla y otros tres el Gobierno portugués) en el Gobierno de transición que se constituyó el 31 de enero, aunque el estallido casi inmediato de los combates entre el MPLA y el FNLA arruinó las esperanzas de un arranque en paz de la independencia, cuya fecha quedó fijada para el 11 de noviembre.

Recelosas cada una de las otras dos, las guerrillas se afanaron en consolidar sus respectivos bastiones territoriales y patrocinadores: el MPLA se adueñó de la capital, Luanda, y de una amplia franja costera que incluía los estratégicos puertos de Lobito y Benguela, y contaba con el sostén de la URSS y Cuba; el FNLA era fuerte en las regiones interiores del norte próximas a Zaire y estaba apoyado por este país, Estados Unidos y Sudáfrica; finalmente, la UNITA dominaba el altiplano central y sus estribaciones hacia el sur, hasta la frontera con Namibia, teniendo el cuartel general en Huambo y la asistencia de China, muy interesada en marcar el terreno a su gran rival por el influjo del comunismo mundial en las luchas revolucionarias del continente.

Al principio de estos enfrentamientos Savimbi hizo gala de una exquisita neutralidad. Entre abril y julio, incluso, hizo gestiones para reconciliar a Neto y Roberto, con el fin de conseguir la operatividad del Gobierno de transición y un Ejército nacional unificado, aunque después se acercó a su antiguo jefe. Sus buenas relaciones con Costa Gomes, su manifiesta antipatía hacia Neto y sus declaraciones en favor de un modelo de socialismo respetuoso con el pluralismo ideológico, conformaron a Savimbi como una fórmula alternativa para el Estado en ciernes. El 1 de agosto la UNITA declaró la ruptura de hostilidades contra el MPLA y 14 días después el Gobierno de transición toco a su fin.

El Gobierno cívico-militar de Lisboa, ya depurado de sus elementos más izquierdistas, y los 300.000 colonos portugueses y residentes europeos que no deseaban abandonar el país, apostaron por Savimbi como una garantía del mantenimiento de la sociedad multirracial y de los lazos económicos con la todavía metrópoli, sin lesión para las corporaciones privadas que explotaban los fabulosos recursos naturales de Angola, aún vírgenes en buena parte. El caso es que en los cinco años anteriores, la UNITA y el Ejército portugués habían establecido una ambigua convivencia, con un inestable pacto de no agresión que permitió a las tropas expedicionarias lusas concentrarse en las operaciones contra el MPLA.

Pero la conflagración angoleña se medía ya por los baremos de la Guerra Fría, de la que iba a ser una proxy war o conflicto de baja intensidad por excelencia, y el otrora admirador del Che Guevara, tomando nota de cómo Estados Unidos y la URSS elevaban a la rica Angola al proscenio de su pugna estratégica en África central y austral, restó retórica revolucionaria a su discurso, asegurando que era anticomunista y que propiciaba un Gobierno democrático, pluralista y prooccidental.

El 11 de noviembre de 1975 Neto proclamó en Luanda la independencia de la República Popular de Angola, reconocida por el bloque soviético, y simultáneamente desde Huambo Savimbi hizo lo propio con la República Popular y Democrática de Angola (RPDA), que estableció un Consejo Nacional de la Revolución copresidido con Roberto y que fue reconocida por Estados Unidos, Sudáfrica, Zaire y China. La guerra civil se generalizó al punto, con Roberto, soldados regulares zaireños, ex colonos portugueses y mercenarios internacionales atacando desde el norte, y Savimbi y tropas regulares sudafricanas -que cruzaron la frontera el 19 de octubre-, subiendo desde el sur, intentado ambos coger al MPLA en una pinza en Luanda.

Cuando la situación de Neto se antojaba crítica, los 20.000 soldados cubanos enviados por Fidel Castro (la denominada Operación Carlota, con logística de la URSS y Alemania Oriental) lanzaron una contraofensiva fulminante que provocó el hundimiento de los rebeldes; el FNLA fue completamente expulsado del teatro de operaciones y ya nunca se recuperó, y la UNITA, diezmada, se desbandó hacia el sur. El 8 de febrero de 1976 Savimbi y sus comandantes evacuaron Huambo y el 12 de marzo las últimas tropas del régimen racista de Pretoria -que comprendió el momento desfavorable en la correlación de fuerzas- cruzaron la frontera de Namibia, dando el golpe de gracia a las pretensiones del jefe guerrillero.

Para Savimbi comenzó una particular larga marcha (por remembranza con la legendaria retirada de Mao Zedong en 1934-1935) de 2.000 km hacia el extremo sur, hasta Kueley, en la provincia de Cuando Cubango, donde, gracias al avituallamiento sudafricano, prosiguió las operaciones en forma de emboscadas y sabotajes. Las divulgaciones propagandísticas de la UNITA aseguran que cuando el convoy capitaneado por Savimbi e integrado por cientos de soldados y civiles, incluidos mujeres y niños, llegó a su destino, sólo quedaban 79 supervivientes.

En los cinco años siguientes, Savimbi y su movimiento lucharon sobre todo por la supervivencia frente al consolidado, bien pertrechado e internacionalmente reconocido Gobierno del MPLA, no mostrando la administración estadounidense de Jimmy Carter mayor interés en las fortunas de la fantasmal RPDA, que en diciembre de 1979 fijó su capital en Jamba, un asentamiento próximo a la frontera namibia.

La relajación del activismo antisoviético de China en África y la inesperada reconciliación entre Neto y el dictador zaireño, Mobutu Sese Seko, en agosto de 1978, fueron otras tantas noticias desalentadoras para Savimbi. De momento, éste podía confiar en el auxilio fluctuante de Sudáfrica, que en mayo de 1978 reanudó las incursiones punitivas al otro lado de la frontera para destruir bases en la retaguardia de la guerrilla independentista namibia, la Organización Popular de África del Sudoeste (SWAPO) que dirigía Sam Nujoma.

La llegada a la Casa Blanca del republicano Ronald Reagan en enero de 1981 rompió esta inercia. En diciembre de ese año, Savimbi viajó a Estados Unidos y fue recibido por el secretario de Estado, Alexander Haig, quien le anunció el reconocimiento de la UNITA como organización política y alternativa de poder.

Comenzó a llegar entonces la ayuda encubierta de la CIA, al tiempo que el Gobierno sudafricano de Pieter Botha incrementaba sus golpes de mano en Angola para, siempre con el argumento de que combatía a la SWAPO, desbaratar las líneas de comunicaciones y comerciales de Luanda. La nueva etapa de la agresividad sudafricana arrancó en diciembre de 1981 con una incursión terrestre a gran escala, y algunas de las operaciones posteriores estuvieron coordinadas con la UNITA.

A Savimbi, que gracias al generoso estipendio de Estados Unidos pudo reconstruir sus huestes hasta sumar 60.000 efectivos, esta grosera injerencia de Pretoria le puso en situación embarazosa, y el caso es que la UNITA siempre trató de desvincularse de las invasiones sudafricanas. Pragmático u oportunista, el líder rebelde no dudó en reclutar a mercenarios blancos sudafricanos o a antiguos oficiales coloniales portugueses con el argumento de que la evicción del régimen marxista y dictatorial de Luanda primaba sobre otras consideraciones, mientras puntualizaba que la UNITA se oponía vigorosamente al apartheid.

El caso es que la conexión, de alcance nunca suficientemente esclarecido, con el Gobierno racista de Pretoria malogró o mermó el elenco de apoyos de la UNITA en el continente, y más entre los países del África austral y oriental conocidos como de la línea del frente, organizados contra las agresiones sudafricanas de sus respectivos territorios.

El reconocimiento del MPLA por China en 1983 no afectó en lo más mínimo a Savimbi. El momento álgido en su trayectoria fue la recepción en la Casa Blanca el 30 de enero de 1986 por el presidente Reagan, que le incluyó en la categoría de freedom fighters, por él acuñada para conceptuar el combate mundial contra el imperialismo soviético, y le anunció una ayuda militar de 15 millones de dólares.

Entonces, Savimbi dominaba una amplia extensión del territorio angoleño en el centro y el sur, pero la menor profesionalización de sus hombres y, sobre todo, la carencia de fuerza aérea, constituyeron siempre desventajas cualitativas frente al bando gubernamental, impidiendo que la UNITA estuviera alguna vez en situación cierta de conquistar Luanda y tomar el poder.

En 1987 Estados Unidos, receptivo a las propuestas de desmantelar la Guerra Fría realizadas por Mijaíl Gorbachov, pasó a propiciar un arreglo negociado de la guerra civil de Angola, dando comienzo un proceso de paz que fue parejo al de la descolonización de Namibia. En 1988 Angola, Estados Unidos, Sudáfrica y Cuba adoptaron sendos acuerdos de alto el fuego, en Ginebra el 8 de agosto, y de desmovilización de los contendientes, en Nueva York el 22 de diciembre, despejando el camino para la repatriación del cuerpo expedicionario cubano, entre septiembre de 1989 y mayo de 1991, y la independencia de Namibia bajo Gobierno de la SWAPO, en marzo de 1990.

Savimbi se encontró marginado de estos arreglos, pero no tuvo otro remedio que acatar el cronograma establecido por Washington y Pretoria. Instados por sus respectivos valedores externos, Savimbi y el presidente José Eduardo dos Santos (sucesor de Neto a su muerte en septiembre de 1979) sostuvieron un primer encuentro el 22 de junio de 1989 en la ciudad zaireña de Gbadolite, con el auspicio de Mobutu y ante una nutrida representación de presidentes africanos, del que salió un compromiso de alto el fuego y desmovilización.

Con todo, el jefe de la UNITA se resistía a abandonar las armas, y a partir de agosto de 1989 lanzó nuevas ofensivas de tanteo, que se estrellaron contras las unidades blindadas del Ejército. La larga batalla por el control del área comprendida entre Cuito Canavale y Mavinga, al norte de Cuando Cubango, costó a Savimbi, que en enero hubo de interrumpir una visita a Portugal en busca de apoyos por las malas noticias que le llegaban de su país, enormes pérdidas materiales y humanas hasta principios de mayo de 1990.

Los reveses en el campo de batalla, el corte de los suministros estadounidenses y sudafricanos y la desaparición del santuario en Namibia, en lo sucesivo un país hostil, hicieron entender a Savimbi que la salida militar era inviable. A finales de abril de 1990 las delegaciones del Gobierno y de la UNITA retornaron a la mesa de negociaciones en la ciudad portuguesa de Évora y, finalmente, el 31 de mayo de 1991 Savimbi suscribió la paz con dos Santos en Lisboa en presencia del secretario general de la ONU, el presidente de turno de la OUA, los jefes de las diplomacias de Estados Unidos y la URSS, y el presidente y el primer ministro portugueses. 16 años de guerra civil habían dejado 300.000 muertos, 100.000 mutilados y un número mucho mayor de desplazados.

El llamado Acuerdo de Bicesse estipulaba la reinserción del grueso de los combatientes de la UNITA en la sociedad civil y la contribución de los efectivos restantes a las nuevas Fuerzas Armadas Angoleñas (FAA). Paralelamente a la pacificación, supervisada desde el 22 de julio por la segunda Misión de Verificación de Naciones Unidas (UNAVEM II), el régimen del MPLA procedió a abandonar los dogmas marxistas y a adoptar la democracia pluralista. Tras cerciorarse de que había garantías para su seguridad, el 29 de septiembre de 1991 Savimbi y su estado mayor regresaron a Luanda, por primera vez desde la independencia.

La prueba de fuego de la voluntad de paz de ambas partes y del compromiso democrático de dos Santos fueron las históricas elecciones generales del 29 y 30 de septiembre de 1992. Savimbi estaba seguro de vencer con su programa de economía de mercado y verdadero pluralismo, y sus apelaciones populistas a la reparación de los derechos de la población iletrada del interior. Pero las urnas le fueron adversas: en las presidenciales, dos Santos le batió con el 49,5% de los votos, una diferencia de casi nueve puntos, y en las legislativas, el MPLA se adjudicó 129 de los 220 escaños de la Asamblea Nacional con el 53,7% de los sufragios, frente a los 70 escaños y el 34,1% de la UNITA.

Amparándose en la lentitud del escrutinio de la elección presidencial, Savimbi clamó que había sido víctima de un grosero fraude, pese a que los observadores internacionales certificaron la limpieza de los comicios. Ciertamente, el partido del poder no partía como favorito, pero una serie de factores concurrieron en su victoria: la imagen positiva que le había otorgado la renuncia al monopolio político, el miedo de la población urbana a la estética militarista de la UNITA y sus arengas de tintes xenófobos contra blancos y mulatos, y, en el campo, la identificación de la misma con el grueso de las sevicias de guerra (requisas de cosechas, reclutamientos forzosos, prácticas de tierra quemada) cometidas contra la población civil.

Para Savimbi resultó particularmente frustrante caer derrotado incluso en sus feudos de las provincias de Bié, Benguela, Huíla y Namibe, lo que indicaba el debilitamiento de su base étnica y social de apoyos, y se aprestó a retomar las armas. El 3 de octubre abandonó clandestinamente Luanda, según su organización porque existía una conspiración para matarle, y se hizo fuerte en Huambo. El derramamiento de sangre comenzó el 31 de octubre en la misma Luanda, cuando fuerzas especiales del Gobierno perpetraron un verdadero pogromo con los cuadros de dirigentes y los militantes de la UNITA, matando a entre 2.000 y 12.000 personas hasta el 2 de noviembre. La segunda vuelta en las elecciones presidenciales, requerida al no haber alcanzado dos Santos el 50% de los votos, no llegó a celebrarse.

La segunda guerra civil, o, más exactamente, la segunda fase de un único conflicto desde la independencia, se prolongó durante dos años y resultó mucho más mortífera para la población civil y destructiva para las precarias infraestructuras del país. Pero ahora dos Santos tenía ganada de antemano la batalla diplomática, siendo prácticamente unánime el apoyo internacional a su gobierno. La ONU, por primera vez, condenó a UNITA por su reacción postelectoral.

En efecto, Savimbi fue ampliamente recriminado como el responsable del calatimoso estado de cosas, por no aceptar el veredicto de las urnas y por obstinarse en la vía militar cuando las circunstancias internacionales ya no eran las de hacía una década. Su porte de demócrata, con tanto ahínco publicitado por propios y extraños interesados, se desmoronó, perfilándose en su lugar la imagen oprobiosa de otro señor de la guerra africano más, con un anhelo obsesivo de poder, y rapaz y despótico en las áreas bajo su dominio, donde no se respetaban ningún derecho ni garantía individuales.

Aunque los testimonios directos apuntaban a que siempre había sido así, ahora empezó a informarse que el Gallo Negro (sobrenombre usado por sus seguidores, alusivo al gallo negro que aparece en la bandera del partido), de hecho, dirigía su coto territorial como un auténtico dictador.

Hombre inteligente, de físico poderoso (la oronda anatomía de sus últimos años contrastaba con la esbelta figura que lucía en 1975), y líder de personalidad avasalladora, Savimbi alternaba el uniforme de campaña con los trajes de un dandi, y los modos exuberantes y untuosos reservados a periodistas y diplomáticos occidentales, que salían invariablemente impresionados de estos encuentros, con el trato expeditivo dispensado a sus subordinados.

Pudo permitirse el lujo de encajar golpes como el intercambio de embajadores entre Luanda y Washington, en mayo de 1993, y el ascenso de Nelson Mandela a la Presidencia de Sudáfrica, en mayo de 1994, prosiguiendo la guerra gracias al mercadeo de diamantes de las minas bajo su control, de donde sacó el dinero suficiente para comprar enormes cantidades de armas, ligeras y pesadas, y a los ricos recursos agrícolas de las regiones centrales, con las que alimentó a su nutrido ejército.

Empero, esta formidable estructura económico-militar no le resultó suficiente a Savimbi, que tenía su gran debilidad en el terreno internacional, cada vez más hostil. Así, el 15 de septiembre de 1993 el Consejo de Seguridad de la ONU impuso a la UNITA un régimen de sanciones que afectaba a las ventas de armas y petróleo. La medida no tuvo impacto inmediato, ya que Savimbi había acumulado mucho armamento y las redes de contrabando operaban a sus anchas en la región, pero era sintomática del consenso de las grandes potencias sobre el análisis de la crisis angoleña.

Savimbi intentó con escaso éxito cortar el ferrocarril que atraviesa el país desde la región zaireña de Shaba hasta el Atlántico, por los tramos al oeste y al este de Huambo, teniendo como objetivos, respectivamente, Benguela y Lobito, y Kuito, en Bié. Los otros dos objetivos estratégicos eran las provincias diamantíferas de Lunda Norte y Lunda Sul, al nordeste, y las provincias de Zaire y Uíge, al noroeste, así como el enclave petrolero de Cabinda, al otro lado del río Congo y separado de Angola por una lengua de tierra zaireña.

De hecho, la UNITA llegó a atacar instalaciones de la compañía Chevron, que controlaba el 70% de la explotación de petróleo en la provincia, acciones que provocaron las iras de Estados Unidos y que aceleraron la decisión del Gobierno de Bill Clinton de cambiar definitiva y radicalmente de alianzas en Angola.

En el otoño de 1994, el fracaso de la gran batalla por Kuito, la pérdida de Soyo, junto a la frontera zaireña y única salida al mar que tenía la UNITA, y finalmente, el 9 de noviembre, la expulsión del disputadísimo bastión de Huambo, donde decenas de miles de civiles perecieron en los bombardeos indiscriminados de ambos bandos, fueron unos reveses muy duros que obligaron a Savimbi a plegarse a un acuerdo de paz que se negoció y firmó en Lusaka, Zambia, el 20 de noviembre siguiente. El alto el fuego entró en vigor el 22 de noviembre, pero el proceso de desarme de los efectivos de la UNITA resultó extraordinariamente lento y confuso.

Savimbi volvió a reunirse con dos Santos en una cumbre de presidentes africanos en Lusaka el 6 de mayo de 1995; el 18 de mayo declaró que aceptaba los resultados electorales de 1992; el 15 de julio se jactó de que el secretario general de la ONU, Boutros Boutros-Ghali, con su visita de inspección al nuevo cuartel general en Bailundo (pese que se negó a recibirle), estaba "tomando en serio" a su movimiento; el 16 de septiembre asistió a la conferencia sobre Angola celebrada en Bruselas; y, el 1 de marzo de 1996 celebró otra cumbre con dos Santos para estudiar la unificación de las fuerzas militares.

El 8 de mayo de 1996 la Asamblea aprobó una ley de amnistía y el 21 de noviembre siguiente la tercera Misión de Verificación de Naciones Unidas (UNAVEM III) anunció que el desarme y la desmovilización de la UNITA estaban básicamente concluidos, con lo que el 11 de abril de 1997 inició su andadura el largamente postergado Gobierno de Unidad y Reconstrucción Nacional (GURN), contando el partido de Savimbi de once ministros y viceministros.

Al mismo tiempo, los diputados de la UNITA electos en 1992 ocuparon sus asientos en la Asamblea Nacional, cuyo mandato fue extendido el 13 de noviembre de 1996 por un mínimo de dos años y un máximo de cuatro. El propio Savimbi fue investido el 8 de abril de 1997 de un "estatus especial", que, entre otros privilegios, le otorgaba el derecho a celebrar consultas regulares con dos Santos sobre altas cuestiones de Estado. El 11 de marzo de 1998 la UNITA fue reconocida de nuevo como partido político.

No obstante este conjunto de concesiones y realizaciones, sobre el terreno siguieron produciéndose inquietantes movimientos de tropas, cuando no choques esporádicos entre el Ejército y elementos presuntamente incontrolados de la UNITA que se resistían a ser desmovilizados y que cometían actos de pillaje, alimentando en ambas partes la desconfianza y las reticencias a la verdadera pacificación. La comunidad internacional, prácticamente con unanimidad, culpó a Savimbi de la perpetuación de la inseguridad y las tensiones prebélicas, y el 29 de octubre de 1997, y de nuevo el 12 de junio de 1998, el Consejo de Seguridad de la ONU endureció el régimen de sanciones a la UNITA para forzarle a que sometiera a la administración del GURN las áreas bajo su control en Bié y Moxico.

Al clima de confusión y desasosiego contribuyeron las guerras civiles que estallaron en Zaire (luego llamada de nuevo República Democrática del Congo) y la República del Congo, que provocaron el cambio de régimen en las respectivas capitales y espolearon procesos de desintegración estatal y auténtica anarquía en esta parte del continente.

Savimbi, muy hábil en instrumentar a su favor las querellas ajenas, sustituir aliados perdidos y administrar sus bazas económicas, sacó un importante partido de aquellas dinámicas bélicas, consiguiendo en parte solapar su duelo particular con el MPLA en la inextricable maraña de alianzas, contraalianzas y trasiegos de tropas que involucraron en el Congo a una veintena de ejércitos gubernamentales y guerrillas correspondientes a nueve países.

Antiguos soldados de Mobutu, expulsado de Kinshasa por el líder rebelde Laurent Kabila en mayo de 1997, y de Pascal Lissouba, que corrió igual suerte en Brazzaville a manos del ex presidente marxista Denis Sassou Nguesso, cinco meses después, (e incluso militares hutus del también derrocado régimen rwandés, en 1994, de Juvénal Habyarimana), se pusieron a sueldo de Savimbi, que a su vez tendió lazos de cooperación con la Alianza alzada en armas contra Kabila en agosto de 1998 y, posiblemente, con los gobiernos protutsis de Rwanda y Uganda, patrocinadores del frente anti Kabila, conformando una red de maridajes inestables y, a veces, contradictorios entre sí.

Un importante número de efectivos de la UNITA operó desde 1996 en Congo-Kinshasa, en las regiones colindantes del Bajo Congo y Bandundu, primero para auxiliar a Mobutu, y luego para asegurar las vías comerciales y una retaguardia estratégica con vistas a la reanudación de las hostilidades con el Gobierno de Luanda. Precisamente, el fárrago de movimientos militares en el sur de Congo-Kinshasa, donde penetró también parte del Ejército angoleño del lado de Kabila, al socaire de la guerra civil en dicho país, preludió el derrumbe de las esperanzas de paz en Angola en 1998.

Los enfrentamientos puntuales ganaron intensidad desde julio, mientras Savimbi cesaba la cooperación con la troika de países implicados en el seguimiento del proceso de paz (Portugal, Rusia y Estados Unidos, que por su parte en agosto congeló los activos financieros del grupo, le embargó las ventas de maquinaria minera y boicoteó las importaciones de diamantes angoleños sin certificado de origen). La huida hacia delante de Savimbi abrió una fractura en la UNITA, y el 2 de septiembre dirigentes de Luanda, Cabinda, Uíge, Benguela y Bié, liderados por un reciente represaliado de Savimbi, Eugénio N'Golo Manuvakola, le declararon depuesto al frente del movimiento y expresaron su intención de colaborar con el Gobierno central.

Nada de ello arredró a Savimbi, resuelto a librar la batalla final contra dos Santos y "los comunistas". Las continuas provocaciones colmaron la paciencia del poder de Luanda, que, sintiéndose vindicado por la comunidad internacional que había personalizado el gran obstáculo para la paz en Angola, decidió destruir de una vez por todas al inveterado enemigo. El 1 de septiembre de 1998, un día después de expirar el plazo otorgado a Savimbi para satisfacer los compromisos de Lusaka, los representantes de la UNITA fueron expulsados del GURN y de la Asamblea Nacional, el 27 de octubre los diputados del MPLA derogaron el "estatus especial" de Savimbi y el 17 de noviembre la guerra se hizo abierta con el lanzamiento por el Gobierno de una ofensiva general.

La estrategia de Savimbi en el tercer acto de este drama bélico consistió en defender y ampliar su control sobre las minas de diamantes de Lunda y sabotear en lo posible la producción petrolera, una vez que el enclave de Cabinda, confirmadas las alianzas de dos Santos con Kabila y Nguesso, quedara salvaguardado para el Gobierno, que con la renta petrolera compró armas en masa. Savimbi se las arregló también para obtener suministros de Togo, Burkina Faso y, sobre todo, de Zambia, burlando las sanciones internacionales.

Al mismo tiempo, alimentó la intoxicación propagandística sobre supuestas victorias militares y atizó el tótum revolútum suministrando armas, al parecer, a una confusa rebelión secesionista en el estratégico corredor de Caprivi, estrecha franja de territorio namibio que se introduce como una lanza, con Angola al norte y Botswana al sur, hasta los límites de Zambia y Zimbabwe. En diciembre de 1998 el presidente Nujoma fue auxiliado por dos Santos, Kabila y el mandatario zimbabwo, Robert Mugabe, en el aplastamiento de la rebelión de Caprivi, operación cuatripartita que se hizo extensiva contra las posiciones de Savimbi en Cuando Cubango.

Casi demonizado en Occidente, aislado en el contexto regional y contestado desde sus propias filas, Savimbi siguió resistiendo los embates del Ejército angoleño gracias a las armas acumuladas, no faltándole ni tanques ni artillería, y el acatamiento aún de una fuerza de 40.000 hombres. Su empecinamiento en una vía abocada al fracaso iba a resultarle fatal. En octubre de 1999 los gubernamentales, después de repeler con dificultades sus intentos de capturar Huambo, Kuito y Malanje, le arrebataron Andulo, Bailundo, Mungo y Jamba.

Seguramente, el último error del mítico jefe guerrillero fue rechazar, el 30 de noviembre de 2000, una amnistía general a él y sus hombres, al tiempo que exigía negociaciones directas con dos Santos y redoblaba sus ataques contra ciudades, nudos de comunicaciones e instalaciones económicas. La respuesta del presidente angoleño fue, el 21 de agosto de 2001, calificarlo de "terrorista" y de "criminal de guerra" susceptible de ser juzgado y condenado por un tribunal internacional, como los formados por la ONU para perseguir los crímenes contra la humanidad en Yugoslavia y Rwanda.

Perfectamente al tanto de las disidencias y deserciones que iban minando la capacidad combativa de la UNITA, el Ejército angoleño se lanzó a la caza personal de su comandante en jefe. El cerco se estrechó a comienzos de 2002, y en la noche del 22 de febrero el Gobierno comunicó la espectacular noticia de la liquidación de Savimbi, ese mismo día, en un tiroteo entablado con una patrulla en un paraje al norte de Moxico. Para disipar las dudas, al día siguiente el cuerpo de Savimbi fue mostrado a las cámaras de televisión en un campo abierto en las inmediaciones de Lucusse, a unos 700 km al este de Luanda.

El cadáver presentaba varios orificios de bala, y los oficiales al mando de la operación informaron que Savimbi había sido interceptado en la ribera del río Luvuei cuando se disponía a cruzar la frontera de Zambia, sita a unos 150 km, pereciendo "con las armas en las manos" junto con 21 milicianos. Otras versiones aseguraron que el dirigente había sido abatido algunos días atrás, pero que la noticia se había demorado para hacerla coincidir con la víspera del viaje de dos Santos a Estados Unidos.

La muerte del líder guerrillero, que dejó a cuatro mujeres viudas y un número indeterminado de hijos huérfanos, suscitó inmediatamente expectativas sobre el próximo final de la guerra civil y el inicio de la reconciliación nacional en un país sumido en la devastación y en la miseria más abrumadores por la intransigencia belicista y las prácticas predatorias de los contendientes. De ello se hicieron eco tanto el Gobierno de dos Santos como la UNITA renovada de Manuvakola, y, ciertamente, los acontecimientos se desarrollaron con celeridad por ese vericueto.

La dirección provisional de la UNITA presidida por António Sebastião Dembo, hasta entonces segundo en el rango y hombre leal a Savimbi, apostó por proseguir los combates, pero en la primera semana de marzo fuentes locales aseguraron que Dembo había muerto a su vez a los pocos días de asumir el timón.

Esta segunda y oscura defunción (aunque no se descartó que Dembo siguiera vivo, marginado del mando o arrestado) proyectó a Manuvakola al liderazgo efectivo de la UNITA, tal que el 13 de marzo el Gobierno anunció un alto el fuego unilateral y una amnistía general. El 16 de marzo las partes expresaron en Moxico su determinación a terminar la guerra civil y el 4 de abril los respectivos jefes militares (por la UNITA, el general Abreu Muengo Ukwachitembo, alias Kamorteiro) firmaron en Luanda el cese de hostilidades.

(Cobertura informativa hasta 1/6/2002)