Nicolae Timofti
Presidente de la República (2012-2016)
El juez independiente Nicolae Timofti consiguió ser elegido por el Parlamento presidente de la República de Moldova en 2012, dos años y medio después de expirar el mandato del anterior titular del cargo, el comunista Vladimir Voronin, cerrando así una interinidad sin jefe del Estado tan insólita como accidentada. Las crónicas querellas entre los partidos de la coalición proeuropea social-liberal que, con frecuentes recomposiciones internas, conduce el Gobierno moldavo desde 2009 y la oposición prorrusa de socialistas y comunistas han sidola tónica también a lo largo de la presidencia de Timofti, un dirigente al que el sistema parlamentario implantado en 2000 relegó a posiciones subalternas en la rama del poder Ejecutivo, pero que conservó cierta discrecionalidad a la hora de designar al primer ministro, con la consiguiente incidencia en el curso político.
Justamente, esta atribución, ejercitada de manera profusa debido a la caducidad prematura de los gobiernos de turno, tumbados por las mociones de censura y los escándalos, ha sido causa de una fuerte erosión personal que hace inviable la presentación de Timofti a un segundo mandato en las elecciones de octubre de 2016, las cuales, por primera vez en dos décadas, volverán a ser directas, por sufragio universal. Así, nada menos que en cuatro ocasiones a partir de 2013 vio Timofti frustrada la nominación de un jefe del Gobierno: la primera la vetó el Tribunal Constitucional, las dos siguientes fueron bloqueadas por el Parlamento y la cuarta no prosperó porque el propio designado arrojó la toalla. En enero de 2016, en medio de la más ruidosa protesta social desde la independencia de la URSS en 1991, con la que la población expresaba su hartazgo por el deterioro de las condiciones de vida y la corrupción galopante en las altas esferas, la Cámara aprobó su nombramiento de Pavel Filip como primer ministro, pero esta elección enervó a los manifestantes e hizo arreciar las demandas de dimisión del jefe del Estado.
Con todos sus pasos institucionales en falso, Timofti, cuyos seguidores en Twitter apenas pasan de 400, es un portavoz preclaro de la orientación europea de Moldova y en 2014, coincidiendo con los temores que suscitaron aquí las violencias en la vecina Ucrania y la anexión rusa de Crimea, asistió con satisfacción a la firma del Acuerdo de Asociación con Bruselas, a la sazón irritante para Moscú. Sin embargo, la apuesta por el ingreso en la UE en un futuro nebuloso topa con tres grandes obstáculos: el bajísimo punto de partida socioeconómico, pues la pequeña y vulnerable Moldova es el país menos desarrollado de Europa; los altos niveles de corrupción y politización de su administración y su justicia; y, no menos importante, el irresuelto conflicto territorial en el Transdniéster, la república rebelde que desde la guerra civil de 1992, ganada por las autoridades locales secesionistas con el respaldo del 14º Ejército Ruso, es independiente de facto de Chisinau.
Encajonada entre Ucrania y Rumanía, país este último del que (su parte principal, la Besarabia) fue desgajada por Stalin en 1940, Moldova no ha terminado de consolidar una identidad nacional específicamente moldava y la agudización de los problemas domésticos alienta las dudas sobre su porvenir. Tanto, que cobran fuerza las elucubraciones sobre las ventajas que supondría una fusión estatal, al menos hasta la línea fluvial del Dniéster, con Rumanía, partiendo de las relaciones especiales basadas en una etnicidad, un idioma y una cultura comunes. La idea goza de gran apoyo en Rumanía, pero por el momento solo una minoría la sostiene en Moldova.
(Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada el 22/9/2016. El ejercicio de Nicolae Timofti como presidente de la República de Moldova concluyó el 23/12/2016. Su sucesor en la jefatura del Estado fue Igor Dodon). |
1. Un presidente para Moldova tras 30 meses sin jefe del Estado
2. Apuesta europea, inestabilidad gubernamental y protesta ciudadana
1. Un presidente para Moldova tras 30 meses sin jefe del Estado
Nativo de Ciutulesti, población de la región norte de la antigua Besarabia rumana, y nieto de un deportado por Stalin, asistió al colegio en la capital de su raión o distrito, Floresti, y entre 1967 y 1972 se formó en la Facultad de Derecho de la Universidad Estatal de la entonces República Socialista Soviética Moldava. En 1974, una vez completado en el Ejército Soviético el servicio militar de dos años posterior a su graduación académica, entró a trabajar como funcionario en el Ministerio de Justicia en la capital, Kishinev (la futura Chisinau), y en 1976 recibió un puesto de juez en el distrito urbano de Frunze. Tan solo cuatro años después fue nombrado magistrado del Tribunal Supremo de la República y una década más tarde, en 1990, alcanzó la vicepresidencia de dicha corte.
En 1992, cuando el país, con el nombre de República de Moldova y bajo el liderazgo del presidente prooccidental Mircea Snegur, ya disfrutaba de una independencia nacional que el estallido del conflicto armado con la república rebelde del Transdniéster —hogar de grandes grupos de población cuyo idioma vernáculo era el ruso y el ucraniano— y la presencia allí del 14º Ejército Ruso —respaldando a las autoridades secesionistas de Tiraspol— pusieron en serio peligro, Timofti asistió en Estados Unidos a unos cursos jurídicos que le familiarizaron con el sistema judicial norteamericano y cuatro años después se integró en un programa de estudios sobre la Convención Europea de Derechos Humanos organizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Fue también en 1996 cuando alcanzó la presidencia de la Corte de Apelaciones de la República. En los 16 años años siguientes, la trayectoria de Timofti, magistrado de la Corte de Apelaciones, juez del Tribunal Supremo, miembro de la Alta Cámara Judicial y miembro del Consejo Superior de la Magistratura, no se apartó un ápice de la función pública estatal y el ámbito del derecho.
Al comenzar 2012, mientras servía como presidente del Consejo Superior de la Magistratura, el independiente Timofti empezó a ser barajado por los tres partidos, el Liberal Democrático de Moldova (PLDM), el Democrático de Moldova (PDM, socialdemócrata) y el Liberal (PL), que componían la Alianza por la Integración Europea (AIE), la coalición gobernante de resultas de las elecciones legislativas de julio de 2009 con Vlad Filat (del PLDM) de primer ministro, como un candidato de compromiso para el cargo de presidente de la República, el cual, a partir de la reforma constitucional de 2000, cuando se estableció el sistema parlamentario en lugar del semipresidencialismo vigente desde la independencia en 1991, disponía de atribuciones muy limitadas y no era elegido directamente por el pueblo a doble vuelta, sino por el Parlamento.
Se trataba de salir del fenomenal embrollo político iniciado en junio de 2009, poco antes de expirar el segundo mandato cuatrienal del comunista Vladimir Voronin (sucesor en 2001 de Petru Lucinschi, a su vez el sucesor de Snegur en 1997), que había dejado al país sin presidente y abierto una insólita vacancia institucional de dos año y medio de duración. Las votaciones de mayo y junio de 2009 habían fracasado al decidir los partidos de la futura AIE, entonces en la oposición, boicotear la candidatura presentada por el PCRM de Voronin, la primera ministra Zinaida Greceanii. Fue este bloqueo el que forzó la celebración de nuevas elecciones legislativas tan solo tres meses después de la cita con las urnas en el mes de abril.
En esta ocasión, el PCRM perdió la mayoría absoluta y los de Filat subieron al Gobierno en septiembre, pero la nueva correlación de fuerzas en el Parlamento, donde la AIE disponía de 53 diputados y los comunistas de 48, tampoco permitió elegir al jefe del Estado, pues el candidato al puesto debía recibir un mínimo de 61 votos, es decir, mayoría de tres quintos, para ser investido. La designación por la AIE de un tránsfuga del PCRM, Marian Lupu, como su aspirante presidencial reafirmó a los de Voronin en su decisión de boicotear las dos sesiones de voto del 10 de noviembre y el 7 de diciembre de 2009. En estas circunstancias, el presidente del Parlamento, Mihai Ghimpu, del PL, siguió fungiendo, tal como mandaba la Constitución, de presidente interino de la República, cometido que desempeñaba desde la renuncia de Voronin el 11 de septiembre.
En un intento de volver a la normalidad institucional, los partidos del oficialismo dieron largas al Tribunal Constitucional, que ordenaba convocar comicios, y a cambio promovieron una reforma constitucional para recuperar la elección presidencial directa que había sido abolida en 2000. El referéndum sobre la cuestión tuvo lugar el 5 de septiembre de 2010; aunque el sí a la pregunta del Gobierno se impuso de manera abrumadora, la consulta tuvo que ser invalidada al no alcanzar la participación el 33% de los votos válidos. Entonces, Moldova no tuvo más salida que celebrar nuevas elecciones legislativas, las terceras en menos de dos años, el 28 de noviembre. La AIE aumentó su representación, hasta el filo de la mayoría absoluta, y Filat volvió a formar Gobierno en enero de 2011, en tanto que la jefatura del Estado en funciones pasó de Ghimpu a Lupu.
Estos eran los antecedentes no inmediatos de la tercera tentativa de dotar a Moldova de presidente con el desenlace de la elección de Timofti, pero incluso esta tuvo un camino tortuoso. De hecho, se requirieron tres convocatorias de voto. En la primera ocasión, el 16 de diciembre de 2011, Lupu, postulado por la AIE, obtuvo 58 respaldos, tres menos de los necesarios y justo los que habrían podido darle tres disidentes del PCRM, Igor Dodon, Zinaida Greceanii y Veronica Abramciuc, contrarios a la estrategia abstencionista de su formación y dispuestos a echar un capote al oficialismo, siempre que propusiera un candidato de su agrado. La segunda votación, prevista para el 15 de enero de 2012, tres días después de que el Tribunal Constitucional dictaminara que la votación de diciembre carecía de validez porque algunos diputados habían violado el carácter secreto de su voto, ni siquiera llegó a celebrarse: fue cancelada después de que Lupu retirara su candidatura y en su lugar la AIE anunció un proyecto de segundo referéndum de reforma constitucional que tampoco vio la luz.
El galimatías quedó finalmente zanjado el 16 de marzo de 2012 con la elección por el Parlamento de Timofti, convertido en candidato de consenso entre la AIE, el Partido de Acción Democrática (PAD) de Mihai Godea, surgido meses atrás como una escisión del PLDM, y el Partido de los Socialistas de la República de Moldova (PSRM), al que se habían pasado Dodon y los otros dos tránsfugas comunistas. El jurista reunió 62 votos sobre 101. No hubo ningún voto en contra y sí 49 abstenciones, practicadas por todos los diputados del PCRM.
2. Apuesta europea, inestabilidad gubernamental y protesta ciudadana
El 23 de marzo de 2012 Timofti, a los 63 años, prestó juramento como el cuarto presidente de Moldova con mandato hasta 2016. En su inauguración, reiteró lo ya dicho cuando la aceptación de la candidatura al cargo: que la prioridad número uno del país era mantener el curso exterior proeuropeo preservando la neutralidad militar y que el futuro de Moldova estaba en la Unión Europea, pese a que esta, con la crisis de las deudas soberanas de la Eurozona en su apogeo, no pasaba por su mejor momento. "Debemos integrarnos en las estructuras europeas a todos los niveles", manifestó el hasta entonces juez. Desde 2009 Moldova formaba parte del Partenariado Oriental, el componente de la Política Europea de Vecindad específicamente orientado al ámbito ex soviético, y en estos momentos estaba negociando con la UE un Acuerdo de Asociación que incluiría un Área de Libre Comercio y que reemplazaría al menos ambicioso Acuerdo de Asociación y Cooperación suscrito en 1994.
Las relaciones especiales con Rumanía, país hermano con el que se compartía etnicidad, idioma, historia y cultura en su sentido más amplio (al menos hasta la problemática barrera fluvial del Dniéster), tanto que políticos de los dos países pedían emprender un proceso de fusión estatal por tratarse en esencia Rumanía y Moldova de "una misma nación", deberían facilitar el ingreso de Moldova en la UE en un mañana no lejano, si bien esta aspiración encontraba un triple obstáculo: el pobre nivel de desarrollo socioeconómico, de hecho el más bajo de toda Europa, siendo aquí el ingreso medio por habitante, unos 2.500 dólares, incluso inferior al de Kosovo; el alto grado de corrupción y politización de las estructuras administrativa y judicial, precisamente el ámbito del que venía Timofti, si bien sobre su persona no gravitaba ninguna sospecha de deshonestidad; y el irresuelto conflicto territorial del Transdniéster, cuyo Gobierno insistía en rechazar la amplia autonomía que Chisinau le ofrecía y en seguir su andadura independiente, estatus que en la práctica poseía, aunque sin ningún reconocimiento internacional.
Timofti no dejó de referirse a este conflicto, empantanado desde el alto el fuego de 1992 y en el que Rusia seguía teniendo bastante que decir. El flamante presidente reclamó la evacuación por Moscú de las tropas rusas que aún estaban acantonadas en el Transdniéster y que no formaban parte de la Comisión de Control Conjunto, el dispositivo militar tripartito, integrado por fuerzas moldavas, rusas y transdniesterinas, responsable de vigilar la zona de seguridad establecida a todo lo largo el valle del Dniéster. Timofti también propuso una solución negociada según el formato 5+2, es decir, una mesa en la que sentarían los gobiernos de Chisinau y Tiraspol junto con representantes de Rusia, Ucrania (el país vecino de Moldova por el sur, el este y el norte), la UE, Estados Unidos y la OSCE.
En cuanto a la política interior, tan proclive a causar disfunciones democráticas, Timofti evocó el carácter moderador y arbitral del presidente de la República, un mandatario sin verdaderos poderes ejecutivos pero que retenía cierta capacidad de iniciativa política, como el nombramiento discrecional del primer ministro, aunque sujeto al visto bueno del Parlamento. En particular, pidió al Legislativo reformas para reforzar el "imperio de la ley" y se presentó así mismo como el "garante de la Constitución", norma fundamental que no obstante presentaba "imperfecciones" y que por tanto era preciso enmendar.
Preguntado por la situación de la judicatura, reconoció que había un "cierto porcentaje" de magistrados corruptos, y que había que implementar mecanismos para "corregir" a estos jueces "o bien deshacernos de ellos". "Sabemos quiénes son", añadió Timofti, con cierto tono de aviso. Ahora bien, el nuevo jefe del Estado no dejó de escuchar comentarios críticos de voces autorizadas que estaban al tanto de su labor precedente y que le conocían en persona. Estos críticos se preguntaron cómo era que él, siendo presidente del Consejo Superior de la Magistratura, no había hecho literalmente nada para depurar responsabilidades y apartar de sus funciones a jueces cuyo mal comportamiento era al parecer de sobra conocido.
La plétora de propósitos de Timofti iba a encontrar satisfacciones en el terreno de la aproximación a la UE, y muchas menos en el curso político interno, que siguió acumulando sobresaltos y pasos en falso. El Acuerdo de Asociación fue inicializado en la III Cumbre del Partenariado Oriental celebrada en Vilna el 28 de noviembre de 2013, firmado el 27 de junio de 2014 en el Consejo Europeo de Bruselas y ratificado por el Parlamento el 2 de julio siguiente. Previamente, Chisinau obtuvo de Bruselas un régimen de tránsito de los ciudadanos moldavos por la UE sin necesidad de visados, al menos para las visitas de corta duración y siempre que portaran pasaportes biométricos. Como era de esperar, los progresos en las relaciones Moldova-UE no sentaron nada bien al Gobierno de Moscú, que veía a la antigua república soviética como parte del área de influencia rusa. Ya en noviembre de 2012 Rusia lanzó un ultimátum a Moldova para que no adoptara acuerdos energéticos con la UE so pena de una reducción de los vitales suministros de gas. En septiembre del año siguiente Rusia prohibió de manera arbitraria las importaciones de vino, el producto estrella de las magras ventas de Moldova al exterior.
La cascada de violencias y trastornos en Ucrania en los primeros meses de 2014 generaron una considerable alarma en Chisinau. El 18 de marzo, luego de derrocar una virulenta revuelta popular al presidente prorruso Víktor Yanukóvych (quien se había echado atrás en la firma con la UE del Acuerdo de Asociación de Ucrania), hacerse con el poder en Kíev la oposición prooccidental y, como reacción a lo anterior, tomar el control de la península de Crimea una fuerza combinada de elementos independentistas locales y tropas rusas infiltradas que un tiempo récord solicitaron y obtuvieron la anexión de esta república a Rusia, Timofti tomó la voz para advertir al Kremlin que no cayera en el "error" de hacer lo mismo con el Transdniéster, cuyo Parlamento, en la víspera, había urgido a Moscú a iniciar un proceso de incorporación del territorio a la Federación Rusa de conformidad con el resultado del referéndum proanexionista celebrado en 2006.
Semanas después, en abril de 2014, se declararon en rebeldía armada las fuerzas separatistas de la región ucraniana rusófona del Donbás, encendiendo la mecha de una guerra civil localizada en el extremo oriental del país eslavo, y el Gobierno de la pequeña y vulnerable Moldova no pudo menos que temer por un contagio político en la orilla derecha del Dniéster. La firma en junio del Acuerdo de Asociación fue contestada por Rusia con la aplicación de restricciones a las importaciones agropecuarias. En la IV Cumbre del Partenariado Oriental, en Riga en mayo de 2015, Moldova, al igual que Ucrania y Georgia, vio frustrada su esperanza de obtener una fecha, siquiera aproximada, para la entrada en la UE. El plan de acción seguía estando verde y Chisinau ni siquiera había planteado la solicitud del ingreso, requisito fundamental para poner en marcha un proceso formal de adhesión que ya de por sí podría ser muy dificultoso y durar muchos años.
De puertas al interior, Timofti no tardó en enfrentar las turbulencias institucionales provocadas por los partidos, si bien su propio proceder presentó aspectos cuestionables. La enésima racha de trifulcas políticas empezó el 5 de marzo de 2013, cuando el primer ministro y líder del PLDM, Vlad Filat, perdió en el Parlamento una moción de censura que puso un punto y seguido a varias semanas de agitación por los desacuerdos en el seno de la AIE, las últimas noticias sobre corruptelas y las explosivas acusaciones del líder del Movimiento Popular Anti-Mafia, Sergiu Mocanu, contra el fiscal general de la República, Valeriu Zubco, sobre que había matado intencionadamente al empresario Sorin Paciu en el curso de una cacería, contradiciendo así la versión oficial de los hechos mantenida por el Gobierno, que hablaba de un escopetazo accidental.
El 10 de abril Timofti, haciendo uso de sus prerrogativas, encargó al propio Filat que formara un nuevo Gobierno, pero 12 días después el Tribunal Constitucional dictaminó que el presidente debía escoger a otro titular para el puesto, además de nombrar un sustituto en funciones para el período interino. Obediente, Timofti nombró primer ministro en funciones al liberaldemócrata Iurie Leanca, el actual ministro de Exteriores con el rango de viceprimer ministro, el 23 de abril. El 15 de mayo Leanca fue nombrado por el jefe del Estado primer ministro titular y el 30 de dicho mes su Gabinete obtuvo la aprobación del Parlamento. La nueva alianza oficialista pasó a denominarse Coalición Pro Europea (CPE), siendo sus componentes el PLDM de Filat, el PDM de Lupu y el nuevo Partido Liberal Reformista (PLR) de Ion Hadarca.
En estas semanas, Timofti recibió abundantes críticas desde medios políticos, en especial del PL de Mihai Ghimpu, que había roto con sus socios, y periodísticos ante su aparente favoritismo por el PLDM y Filat, y por haber hecho posible con su firma la promulgación de dos leyes apadrinadas por los liberaldemócratas y los comunistas que un sector de la opinión pública y observadores europeos consideraban incompatibles con el imperio de la ley; de hecho, ambas normas iban a ser derogadas posteriormente por el Tribunal Constitucional.
El 30 de noviembre de 2014 tocó renovar en las urnas el Parlamento. La fuerza más votada fue el rusófilo PSRM de Igor Dodon y Zinaida Greceanii, premiado por los electores por haberse mantenido al resguardo de los escándalos que venían sacudiendo al PLDM y el PCRM, cada vez más desacreditados. Descartado el acuerdo entre socialistas y comunistas, feroces rivales en la izquierda, Moldova vio mantenerse en el poder, aunque recostada en una mayoría legislativa muy exigua y reconfigurada, la coalición europeísta, que ahora tomó el nombre de Alianza Política por una Moldova Europea (APME). Sus únicos integrantes eran el PLDM y el PDM; el PL declinó participar, mientras que el PLR, socio del anterior Gobierno, empezó esta legislatura como fuerza extraparlamentaria.
Timofti invitó a formar Gobierno a Leanca, el primer ministro saliente el 28 de enero de 2015. De nuevo, el presidente fue tachado de tendencioso en su elección, más que nada porque Leanca estaba identificado con el núcleo duro del PLDM afín al denostado Filat. La de Leanca se trató de la segunda designación frustrada de Timofti: esta vez fue el Parlamento, el 12 de febrero, el que la tumbó. En consecuencia, el presidente, el 14 de febrero, nominó a una personalidad del PLDM a priori menos controversial, el empresario Chiril Gaburici.
El 18 de febrero de 2015 Gaburici estrenó su Gabinete bipartito, pero el gobernante no aguantó ni medio año: el 12 de junio, tocado de lleno por el escándalo de la investigación de la Fiscalía General sobre la autenticidad de su currículum académico, Gaburici presentó la dimisión. 10 días después, la viceprimera ministra y ministra de Exteriores, Natalia Gherman, asumía la jefatura del Gobierno en funciones. El 27 de julio Timofti presentó al Parlamento el nombramiento de Valeriu Strelet, también del PLDM, el cual mereció la aprobación de los diputados tres días después.
El Gobierno Strelet arrancó con unas perspectivas de durabilidad más halagüeñas porque al mismo se incorporaron los liberales de Ghimpu, dando lugar a la llamada Alianza por la Integración Europea III, que disponía de mayoría absoluta. Sin embargo, otra vez, las expectativas, nunca grandes, de estabilidad resultaron ser un espejismo, ya que el 29 de octubre de 2015 el Parlamento defenestró a Strelet en una moción de censura lanzada por socialistas y comunistas al calor de la campaña de manifestaciones populares contra el Gobierno, en las que eran las protestas más intensas desde la independencia. La moción de censura, justificada por unas sospechas de manejos corruptos que recaían en el primer ministro, salió adelante gracias al apoyo de los diputados del PDM.
Y es que desde marzo del año en curso, la ciudadanía moldava venía expresando en las calles su indignación y su hartazgo por el empeoramiento de las condiciones económicas y la sensación de latrocinio generalizado en las altas esferas políticas y económicas. El episodio más sangrante de este estado de cosas era la fuga del país en 2014 de unos 1.000 millones de dólares de fondos correspondientes a tres entidades de crédito privadas pero administradas o participadas por el Banco Nacional de Moldova, de manera que el descomunal desfalco, equivalente a la octava parte del Producto Nacional Bruto, estaba siendo cubierto por el Estado, con el consiguiente desastre para las finanzas públicas, más en una coyuntura de recesión. En conexión con este delito económico a gran escala, bautizado como el "robo del siglo", estaba el arresto el 15 de octubre, en pleno Parlamento, del ex primer ministro Filat bajo las acusaciones de corrupción pasiva y tráfico de influencias.
Timofti pasó apuros para esquivar una tormenta que también diluviaba sobre él, pues los manifestantes no dejaron de corear su nombre entre los de aquellos altos cargos del Estado cuya dimisión exigían. El 30 de octubre, al día siguiente de la caída de Strelet, el presidente nombró primer ministro en funciones a Gheorghe Brega, hombre del PL.
Ahora, se trataba de designar un titular del cargo que contara con la confianza del Parlamento y, no menos importante, no soliviantara a los manifestantes. La elección resultaba más delicada que de costumbre porque los ánimos estaban bastante caldeados y porque el clima de sospecha alcanzaba a la mayor parte de la clase política. El 21 de diciembre Timofti sorprendió decantándose por el veterano Ion Sturza, quien fuera brevemente primer ministro en 1999 con el sostén de los partidos reformistas de la época. Aunque ahora no estaba afiliado a ninguna formación, Sturza podía ser percibido como un político del pasado que no resultaba creíble como impulsor de cambios y transparencia. Por otro lado, su condición de independiente despertaba recelos en la AIE. Las dudas prendieron en el Parlamento y el 4 de enero de 2016 el hemiciclo fue incapaz de confirmar a Sturza y su lista de ministros ante la falta de quórum.
El 5 de enero Sturza tiró la toalla y nueve días más tarde Timofti nominó en su lugar a Ion Paduraru, el cual desistió igualmente al cabo de unas horas. Sin perder un minuto, el mismo 15 de enero, Timofti realizó un tercer intento en la persona de Pavel Filip, miembro del PDM, quien sí recibió el plácet de una mayoría de diputados, los de las bancadas oficialistas. El 20 de enero, en una sesión exprés cuajada de tensión y en la que resultó estéril el boicot de socialistas y comunistas, Filip fue investido con 57 votos. Como novedad, el PLDM prefirió apearse del Gobierno, que pasó a ser bipartito.
Al punto, se vio que la elección de Filip, si es que con ella Timofti había tenido en cuenta la necesidad de sosegar el ambiente, no había sido acertada, pues la oposición de izquierda se apresuró a tachar al demócrata de mero factótum de Vlad Plahotniuc, vicepresidente del PDM y poderoso hombre de negocios, retratado como un "oligarca" metido en infinidad de asuntos turbios y con su reputación en entredicho. De hecho, la nominación presidencial de Paduraru para suplir a Sturza había seguido a la propuesta inicial de Plahotniuc por parte del PDM, que Timofti consideró inoportuna.
Pero Filip concitaba idéntico rechazo en el PSRM y en la heterogénea plataforma cívica Dignidad y Justicia (DA), 20.000 de cuyos miembros y simpatizantes convergieron en tres manifestaciones de protesta en el centro de Chisinau el mismo 20 de enero en demanda de las renuncias de Filip, Timofti y el fiscal general Corneliu Gurin, la celebración de nuevas elecciones legislativas y la aplicación de un plan de choque contra la corrupción. Los manifestantes más exaltados consiguieron rebasar el cordón policial antidisturbios que custodiaba el Parlamento y penetraron en el edificio mientras en su interior tenía lugar la investidura del Gobierno Filip. Una vez terminada la ceremonia de jura del nuevo Ejecutivo en una atmósfera de asedio, Timofti leyó una declaración institucional donde dijo lo siguiente: "Espero que el nuevo Gobierno, formado tras un largo período de inestabilidad política, pueda cumplir con sus obligaciones de manera competente y eficaz en esta complicada situación".
Timofti ya había descartado presentarse a la reelección en las elecciones que tocaban este año. El 4 de marzo el Tribunal Constitucional dictó que la revisión constitucional de 2000 referente a la elección del presidente no se había ajustado a la Carta Magna y que Moldova debía recuperar la modalidad de la elección por sufragio universal a doble vuelta. Por tanto, el 30 de octubre el país celebraría sus primeras elecciones presidenciales directas en 20 años.
Nicolae Timofti está casado con la abogada Margareta Timofti y es padre de tres hijos varones.
(Cobertura informativa hasta 22/9/2016)