Shavkat Mirziyóyev

La proclamación el 8 de septiembre de 2016 por una Asamblea enteramente sumisa de Shavkat Mirziyóyev, primer ministro desde 2003, como presidente interino de Uzbekistán puso término a una semana de especulaciones sobre quién sería el sucesor de Islam Karímov, fallecido el 2 de septiembre tras 25 años de mandato dictatorial.

Gestor valorado por su superior, de cuyo clan político, el de Samarkanda, es miembro, Mirziyóyev, de 59 años, ha sido un gobernante oscuro, como todo lo que rodea al régimen uzbeko, si bien los observadores ya venían señalándole como un claro candidato a la sucesión, por más que Karímov no emitió señales de que fuera su heredero, ni él ni ningún otro. Ahora, la rapidez y la aparente limpieza de la transición, que disipa los escenarios de un vacío de poder o de luchas internas para hacerse con las riendas, sugieren que la opción sucesoria de Mirziyóyev estaría sellada en vida del autócrata. De hecho, se ha ignorado la propia Constitución al terminar abruptamente la jefatura del Estado en funciones que por ley correspondía al titular del Senado, Nigmatilla Yuldashev, el cual debía ejercerla hasta las elecciones del 4 de diciembre: Mirziyóyev, quien se presentará a las mismas para optar a un mandato pseudodemocrático de siete años que con toda certeza ganará con un porcentaje abrumador de votos, ha preferido no esperar hasta entonces para fungir de presidente.

De los rasgos personales del nuevo hombre fuerte de Uzbekistán y de sus primeras palabras institucionales se desprende que no cabe esperar un deshielo político y que este país turcófono musulmán, de gran importancia estratégica por su posición en el puzle de Asia Central y pivote de la seguridad en esta parte del mundo, seguirá teniendo un Gobierno implacablemente autoritario, policíaco y represor de los Derechos Humanos, que esgrime los pretextos de la preservación de la estabilidad, la paz y el Estado secular, y la vigilancia de las asechanzas del terrorismo yihadista para mantener amordazadas las voces democráticas. Por de pronto, Mirziyóyev trae una reputación de conservador ajeno a toda concesión liberal o aperturista, y hasta de hombre temperamental, impredecible y de mal genio.

Además, en su mensaje inaugural como presidente interino, luego de calificar la muerte de su predecesor de "pérdida irremplazable" para la nación, ya ha dejado claro que el algodonero y gasífero Uzbekistán, objeto de un cortejo rival por parte de Rusia y Estados Unidos, seguirá siendo un país neutral que no desea unirse a ningún "bloque político-militar" (hasta 2012 participó en la seguridad colectiva de la CEI) y que no admitirá la presencia militar extranjera en su territorio (en 2005 Tashkent ordenó a los norteamericanos abandonar una base en la retaguardia de la guerra de Afganistán). Con esta consigna de continuismo estricto en la política exterior, Mirziyóyev, al que no obstante se le adjudican unas estrechas relaciones con Vladímir Putin y las élites de Moscú, apuesta por proseguir el complejo equilibrio triangular entre Rusia, Estados Unidos y China, potencia esta última con la que las relaciones sí están en auge. Actualmente, Uzbekistán mantiene diversos esquemas de asociación con la Unión Económica Euro-Asiática de la CEI, la OTAN y la UE, pero dentro de unos niveles estrictamente intergubernamentales, sin adherencias a esferas de influencia, que no comprometen nada de su soberanía.


(Texto actualizado hasta septiembre 2016)

1. Primer ministro discreto a la sombra de Islam Karímov
2. Sucesión presidencial en 2016 con un preámbulo de intriga

1. Primer ministro discreto a la sombra de Islam Karímov

El carácter opaco del régimen de gobierno vigente en Uzbekistán desde la desaparición de la URSS en 1991 impregna el currículum del nuevo hombre fuerte del país centroasiático, que los medios oficiales de Tashkent despachan con unas escasas y escuetas líneas. Hijo de médicos, Shavkat Mirziyóyev nació en 1957 en Jizzaj, región eminentemente algodonera situada entre Tashkent y Samarkanda, y en 1981 se graduó por el Instituto de Riego y Mecanización Agrícola sito en la primera ciudad, capital de la que entonces era la República Socialista Soviética Uzbeka (RSSU). Según las reseñas divulgadas, el joven, facultado como perito agrónomo y activo en el Komsomol local del PCUS, obtuvo posteriormente el título de posgrado de candidato de Ciencias Técnicas.

Durante una década, Mirziyóyev ejerció de investigador en el Instituto de Riego, del que llegó a ser director adjunto. En febrero de 1990 fue uno de los candidatos del Partido Comunista de Uzbekistán (OKP) que obtuvo el escaño en las elecciones al Soviet Supremo republicano, comicios a los que siguió la elección de Islam Karímov como presidente de la RSSU. En 1992, una vez producida la independencia nacional de Uzbekistán bajo el mandato autoritario de Karímov, Mirziyóyev recibió la gobernación de Mirzo Ulugbek, uno de los distritos de Tashkent, y dos años después revalidó su escaño en el órgano legislativo sucesor del Soviet Supremo, la Asamblea Suprema u Oliy Majlis.

En 1996 Karímov nombró a Mirziyóyev gobernador (hakim) de su viloyat natal, Jizzaj, y en septiembre de 2001 le confió la jurisdicción del viloyat de Samarkanda, la patria chica del presidente. Como gobernador regional, la principal preocupación de Mirziyóyev era conseguir que los cultivadores de algodón y otros productos agrícolas produjeran unas cosechas abundantes y satisficieran las cuotas impuestas por el Gobierno, para lo que no dudaba en recurrir a las coerciones, los reclutamientos laborales forzosos y las palizas.

Identificado como uno de los jerifaltes del llamado clan de Samarkanda, grupo de poder que junto con el clan de Tashkent -coprotagonista de una fiera rivalidad interna que sin embargo no presentaba diferencias ideológicas aparentes- ocupaba los escalafones superiores de la estructura dictatorial, bastante monolítica de cara al exterior, del régimen uzbeko, Mirziyóyev dio un salto en la jerarquía e irrumpió en la palestra internacional el 11 de diciembre de 2003, fecha en que Karímov le nombró primer ministro en sustitución de Otkir Sultónov, titular del cargo desde 1995 y despedido por el presidente por el incumplimiento de los objetivos de la cosecha algodonera. Automáticamente, la Asamblea, mera correa de transmisión de las disposiciones verticales de Karímov, confirmó el nombramiento.

La llegada de Mirziyóyev a la jefatura del Gobierno uzbeko se produjo cuando Uzbekistán acababa de aceptar el acatamiento de las obligaciones contenidas en el artículo VIII del Acuerdo del FMI, principalmente la convertibilidad de la moneda nacional, el som. Ahora bien, el compromiso, adoptado tras 12 años en los que los sistemas de control, planificación y subsidio de la producción económica y los precios, heredados de la etapa soviética, se habían mantenido casi intactos, iba a quedar invalidado por la prolongación de las estrictas regulaciones de los tipos de cambio y los flujos transfronterizos, que Karímov, obsesionado siempre con la seguridad, puesta en peligro por la subversión islamista en el valle de Fergana, consideraba vitales en aras de la estabilidad política y social.

Esta última situación, junto con los escasos avances hechos en la diversificación de la matriz exportadora nacional, basada en el algodón, el oro y el gas natural, impidió hacer un balance de novedades en el área de gestión, la económica, donde Mirziyóyev, sometido a las directrices políticas del presidente, podría haber dejado una impronta personal. En todo lo demás, la política interna, la seguridad, la defensa y las relaciones internacionales, Karímov tenía la primera y la última palabra. La intensa personalización del régimen en la figura del dictador, quien se cuidaba de que nadie por debajo de él destacara o sobresaliera de cara a la amordazada población, situó en una especie de penumbra a Mirziyóyev y al resto de altos dignatarios institucionales.

Con todo, cabía distinguir algunos rasgos en quien a primera vista era candidato a ser un número dos del hermético régimen uzbeko: su fidelidad total a Karímov, el cual le confirmó en el puesto tras las elecciones legislativas de 2004-2005, 2009-2010 y 2014-2015; y la ausencia de cualquier atisbo de aperturismo liberal. Mirziyóyev podía pasar por un ultraconservador, tan intolerante con la oposición doméstica como Karímov. Algunos periodistas especializados que escribían para medios occidentales y observadores extranjeros añadían que el primer ministro era un hombre temido por colaboradores y subalternos a causa de su testarudez y su mal genio, un temperamento explosivo que, en su etapa de gobernador provincial, habría dado lugar a más de un episodio de violencia física contra agricultores locales que se atrevían a quejársele por algo en persona.

Hasta 2008 Mirziyóyev fue miembro del Partido Democrático del Auto Sacrificio Nacional (FMDP), una de las cinco formaciones legales, sin distinciones ideológicas claras entre sí y que gracias a su línea fervientemente propresidencial eran autorizadas a presentarse a las elecciones a la Asamblea, en la que obtenían cuotas de escaños. En 2007 el FMDP se fusionó con el Partido Democrático del Renacer Nacional de Uzbekistán (OMTDP), dando lugar a una formación oficialista que retuvo el segundo nombre. El nuevo OMTDP quedó tercero en los comicios de diciembre de 2009 y enero de 2010, por detrás de los partidos Democrático Popular de Uzbekistán (OCDP) y Liberal Democrático de Uzbekistán (OLDP, más conocido por el acrónimo O'zlidep). Estas eran las dos agrupaciones a las que Karímov venía estando vinculado: el dictador había sido miembro del OCDP desde su puesta en marcha en 1991 para ocupar el lugar del viejo OKP y cuando las elecciones presidenciales de 2007 había optado por presentarse como candidato del O'zlidep, en adelante su formación favorita.

No está claro el grado de participación de Mirziyóyev en la brutal represión en mayo de 2005 del levantamiento popular en la ciudad de Andijan, saldada en cientos de muertos. La masacre, que marcó un punto álgido en el panorama cotidiano de violación masiva de los Derechos Humanos en Uzbekistán, fue perpetrada por fuerzas del Ministerio del Interior, encabezado por Zokir Almátov, miembro del clan de Samarkanda, y del Servicio de Seguridad Nacional, dirigido por Rustam Inoyátov, cabeza del clan de Tashkent. Almátov e Inoyátov llevaban años librando entre sí una guerra soterrada que incluía rumores sin confirmar sobre conspiraciones golpistas y hasta atentados terroristas de falsa bandera, ataques que el Gobierno había adjudicado a los yihadistas de Fergana.

Antes de terminar 2005 Almátov presentó la dimisión y Karímov colocó al frente del Ministerio del Interior a un miembro del clan de Tashkent, Bahodir Matlyubov, lo que fue interpretado como un refuerzo de la influencia de Inoyátov. Posteriormente, expertos en los entresijos uzbekos destacaron que el debilitado clan de Samarkanda empezó a recuperarse gracias a las maniobras de Mirziyóyev, quien trabó una alianza de intereses con un clan político-empresarial menor, el de Fergana. El pacto quedó sellado con una fórmula de sabor tradicional: el enlace nupcial entre una sobrina de Mirziyóyev y un sobrino del oligarca Alisher Usmánov, un potentado extraordinariamente creso bien conectado con las élites rusas y que hacía de representante de los de Fergana. También se afianzaron los vínculos con un cuarto clan, minoritario igualmente, el de Jizzaj, del que Mirziyóyev no estaba considerado miembro pese a tratarse de su lugar de origen.

A partir de entonces, el aparato de seguridad controlado por Inoyátov, en vez de pugnar directamente con el clan de Samarkanda, la emprendió con los de Fergana, más vulnerables. La muerte en un extraño accidente de tráfico en mayo de 2013 del sobrino-yerno de Mirziyóyev, Babur Usmánov, fue enmarcada en unas luchas de poder intestinas que cobraban fuerza por las especulaciones sobre el estado de salud de Karímov.


2. Sucesión presidencial en 2016 con un preámbulo de intriga

En marzo de 2015 Karímov añadió otros siete años a su larga cuenta presidencial en virtud de unas elecciones, las cuartas desde 1991, en las que venció a unos figurantes disfrazados de competidores con el apabullante porcentaje habitual, más del 90% de los votos. El autócrata de puño de hierro había cumplido 77 años, y aunque se creía que en 2013 había sufrido serios problemas cardíacos su apariencia no era la de un hombre enfermo. Al acercarse el vigésimo quinto aniversario de la independencia nacional uzbeka, menudearon en los medios internacionales los comentarios y análisis sobre qué escenario aguardaba a Uzbekistán, país de interés estratégico tanto para Rusia como para Estados Unidos, que rivalizaban en el cortejo indulgente del régimen de Tashkent, así como eslabón fundamental de la seguridad en toda Asia Central, y quién tomaría las riendas el día que Karímov faltase.

Sobre esta segunda cuestión la incógnita era total porque Karímov no había designado, expresamente o de manera implícita, a través de gestos elocuentes, un heredero para la sucesión, al menos de cara al público, y porque además seguía sin trascender un retrato fidedigno de lo que se cocía entre bastidores, quién estaba por delante de quién en la balanza del poder y la influencia en la cúpula, obligando a los observadores a exponer más cábalas que hechos.

Tras la sonada caída en desgracia en 2014 de Gulnara Karímova, la polémica y ambiciosa hija mayor del dictador, que durante unos años había sido vista, aunque sin mucha convicción, como una delfín potencial de su padre, las miradas se centraron fundamentalmente en dos personalidades: Mirziyóyev e Inoyátov, los cuales, pese a las sórdidas insidias de los servicios de seguridad contra el clan de Fergana, mantenían unas relaciones personales de cordialidad, aseguraban algunos medios. Inoyátov mandaba sobre el aparato de seguridad, columna vertebral de un Estado policíaco puro y duro, pero tenía el hándicap de su edad, 71 años, 13 más que el primer ministro. Algunos expertos no descartaban que, en caso de defunción o incapacidad de Karímov, se llegara a una solución de compromiso para colocar en la Presidencia, tal vez de manera temporal, al viceprimer ministro y ministro de Finanzas, Rustam Azímov, al igual que Inoyátov miembro del clan de Tashkent.

El 28 de agosto de 2016 el Gobierno uzbeko dio una campanada al comunicar que el presidente Karímov se encontraba hospitalizado para someterse a unas pruebas médicas cuya naturaleza no precisó. La parquedad de las informaciones oficiales y el oscurantismo característico del régimen desataron una catarata de informaciones alternativas y rumores sobre que el dictador estaba en los umbrales de la muerte o que incluso ya había fallecido. Ya el 29 de agosto la hija menor de Karímov, Lola, confirmó que su padre se encontraba bajo cuidados intensivos tras haber sufrido un derrame cerebral. La confusión se prolongó hasta que el 2 de septiembre el Gobierno salió a reconocer que el presidente, en efecto, había muerto, según el parte oficial ese mismo día, no antes.

Comentaristas y observadores de la realidad uzbeka cruzaron todo tipo de conjeturas sobre el incierto futuro que aguardaba al país centroasiático, sobre quién iba a ser el nuevo dirigente supremo y qué características iba a adquirir la nueva estructura de poder. Los nombres de Mirziyóyev, Inoyátov y Azímov fueron barajados. Por de pronto, la jefatura del Estado en funciones recayó, de acuerdo con la previsión de la Constitución de de 1992, en el presidente del Senado, Nigmatilla Yuldashev, una personalidad política de escaso relieve, miembro del OMTDP y ex ministro de Justicia, que no figuraba en las quinielas sobre la sucesión. La Ley Fundamental disponía también la celebración de elecciones presidenciales en el plazo de tres meses.

Como en la época de los funerales de los mandamases soviéticos, los observadores se pusieron a escrutar todos los movimientos que rodearan las exequias de Estado, en la suposición de que el dignatario que descollara claramente en las mismas de seguro sería el sucesor del finado. Inicialmente, corrió la información de que el ministro de Finanzas, Azímov, se hallaba bajo arresto domiciliario. La noticia resultó ser falsa. Antes de terminar el 2 de septiembre las autoridades enviaron una señal que parecía bastante esclarecedora: la comisión encargada de organizar los funerales de Karímov estaría presidida por Mirziyóyev, quien ya dos días antes, el 31 de agosto, víspera del Día de la Independencia, había encabezado la procesión floral ante el Monumento conmemorativo en Tashkent, un acto hasta entonces reservado a Karímov.

El 3 de septiembre el primer ministro, en efecto, concentró el protagonismo durante los actos fúnebres en Samarkanda, encabezando, junto con Azímov, la comitiva de portadores del féretro con los restos mortales del presidente, flanqueando a los líderes extranjeros (los presidentes de Tadzhikistán, Turkmenistán y Afganistán, más el primer ministro de Rusia, Dmitri Medvédev) en la rendición del último tributo, y consolando a la viuda y a la huérfana, Tatyana y Lola Karímova (Gulnara no hizo acto de presencia). Su discurso fue el central de la jornada. En su alocución, pronunciada antes de la inhumación de Karímov en la Mezquita Hazrati Hizir de Samarkanda, el primer ministro proclamó: "Nuestro pueblo y Uzbekistán han sufrido una pérdida irremplazable. La muerte tomó de entre nosotros al fundador del Estado de Uzbekistán, un gran y querido hijo de nuestro pueblo". El presidente en funciones, Yuldashev, permaneció en un discreto segundo plano en todo momento.

Más aún, Mirziyóyev empezó a ejercer como un verdadero jefe de Estado. El 6 de septiembre recibió en Tashkent a Vladímir Putin, ausente del funeral en Samarkanda, y en las horas que duró la visita del ruso los presidentes intercambiaron múltiples gestos y palabras de respeto y aprecio mutuos. Putin, tras depositar una corona de flores en la tumba de Karímov, expresó su confianza en que "todo lo que Islam Abduganíyevich empezó tenga continuidad". "Por nuestra parte", añadió el líder ruso, "haremos todo lo que podamos para apoyar este rumbo de desarrollo mutuo, y al pueblo y el liderazgo de Uzbekistán. Podéis contar plenamente con nosotros como vuestros amigos de más confianza". Por su parte, el anfitrión manifestó que: "Continuaremos desarrollando ese puente que usted ha estado construyendo junto con Islam Abduganíyevich por muchos años más".

Las últimas dudas sobre el estatus en ciernes de Mirziyóyev quedaron zanjadas el 8 de septiembre, día en que los diputados de la Asamblea Suprema invistieron al primer ministro presidente "interino" de la República. Según el comunicado de la sesión, la elección se hacía ante "la necesidad de preservar la estabilidad, la seguridad pública, la ley y el orden, y resolver de manera efectiva las cuestiones políticas y económicas" en Uzbekistán. Del inesperado movimiento se podía colegir que el régimen deseaba terminar con la incertidumbre que pudiera despertar la presidencia en funciones de Yuldashev por más que se insistiera en su carácter temporal. De hecho, la transferencia de poderes de Yuldashev a Mirziyóyev, tal fue el procedimiento puesto en escena, se hizo a petición expresa del cabeza del Senado, cuya moción en favor de Mirziyóyev fue aceptada por los diputados teniendo en cuenta "la larga experiencia en puestos ejecutivos y el respeto entre la gente" de que gozaba el primer ministro.

Inmediatamente después de su encumbramiento, Mirziyóyev arrojó un aparente jarro de agua fría a las expectativas rusas de una relación bilateral más estrecha al reafirmar el estatus de neutralidad de Uzbekistán y descartar de plano la presencia en su territorio de instalaciones militares de cualquier potencia extranjera. Con esta aclaración, el nuevo líder uzbeko cerraba las puertas a un regreso de su país a la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva (OTSC), el émulo de la OTAN orquestado por Rusia y secundado por otros cinco estados de la Comunidad de Estado Independientes (CEI), del que Karímov se había retirado, por segunda vez, en 2012. Uzbekistán tampoco era miembro de la Unión Económica Euro-Asiática (UEEA), el otro gran instrumento de integración del espacio postsoviético impulsado por el Kremlin, si bien estaba asociado al mismo en tanto que parte del Área de Libre Comercio de la CEI (CISFTA).

Mirziyóyev se pronunció sobre estas cuestiones estratégicas delante de los diputados en términos contundentes: "La firme posición de nuestro país es, como antes, la de no unirse a ningún bloque político-militar". Y esta política incluía "el no despliegue de bases militares y facilidades de otros estados en el territorio de Uzbekistán, así como de tropas nuestras fuera del país". Tashkent, siguió explicando Mirziyóyev en su alocución en la Asamblea, aspiraba a continuar su "cooperación constructiva" con un amplio abanico de países. La "principal prioridad" serían las relaciones con los vecinos ex soviéticos de Asia Central, Kazajstán, Kirguizistán, Tadzhikistán y Turkmenistán, amén, "en primer lugar y por encima de todo", de las relaciones con Rusia. Pero también iba en el interés nacional profundizar la "asociación estratégica global" lograda en los últimos tiempos con China y cultivar unos tratos "mutuamente beneficiosos" con Estados Unidos y Europa.

Por otro lado, Mirziyóyev se refirió a la necesidad de tomar medidas de estabilización monetaria, pues el som llevaba demasiado meses depreciándose con respecto al dólar. También, era menester equilibrar los presupuestos del Estado, fortalecer el sector bancario, contraer poca deuda externa y crear "un millón de puestos de trabajo" antes de terminar 2016.

El 16 de septiembre se anunció la inscripción del jefe interino del Estado para las elecciones presidenciales que finalmente tendrían lugar el 4 de diciembre; el aspirante a la titularidad presidencial con un mandato de siete años concurriría en nombre del partido O'zlidep.

(Cobertura informativa hasta 1/10/2016)