Hafez al-Assad

1. Militar y baazista
2. Pugna por el poder en el partido
3. Organizador de un sistema monolítico
4. Pieza clave en la política regional
5. Implacabilidad con la disidencia y vicisitudes familiares
6. Rehabilitación internacional y dificultades económicas
7. El sueño pendiente de la recuperación del Golán
8. Un óbito esperado


1. Militar y baazista

Procedente de una familia campesina tradicional y mayor de ocho hermanos, pertenecía a la minoría religiosa alauí. Los alauís constituyen una subsecta de la corriente principal del shiísmo, la duodecimana o imaní. Su heterodoxia doctrinal, con influencias del cristianismo sirio y el politeísmo preislámico, así como un cierto esoterismo en la práctica de la fe, han mantenido a este grupo alejado del sunnismo mayoritario en Siria. También, está claramente diferenciado del shiísmo Izna Ashari, dominante en Irán. Esta marginación, con acusaciones de herejía e incluso de paganismo, generó entre los alauís sirios un fuerte sentimiento de confianza mutua y de lealtad a la comunidad, típicos de todo colectivo endogámico y sectario. Entre 1925 y 1936 existió incluso un autoproclamado Estado alauí con centro en Latakia.

El joven Assad comenzó su aprendizaje en la escuela coránica de Qardaha, la población donde nació, y luego inició su educación primaria en una escuela de Latakia. Influenciado por su padre, buen conocedor de las tradiciones e historia de su comunidad y activo en el nacionalismo antifrancés, Assad (nombre que significa en árabe león, y que adoptó en su adolescencia) empezó a mostrar inquietudes políticas mientras cursaba la secundaria en aquella ciudad portuaria y actuaba como dirigente estudiantil. En 1946, año de la retirada de los franceses y del acceso de Siria a la plena independencia, Assad se afilió al Partido del Renacimiento Árabe Socialista (Baaz), histórico adalid de la unidad árabe fundado en 1934 por el cristiano ortodoxo Michel Aflak y el musulmán sunní Salah ad-Din Bitar, que precisamente en 1946, en el mes de abril, celebró su primer congreso.

Tras completar la secundaria en Latakia, Assad se decantó por la carrera de las armas, para los de su clase el único medio de acceso a puestos de una mínima relevancia. Desde 1952 recibió su instrucción en la Academia Militar de Homs y luego pasó a la Academia de la Aviación de Aleppo, en la que se graduó, con el rango de teniente, como piloto de combate (al parecer muy diestro, ya que se especializó en acrobacias aéreas) en 1955. Como militante a tiempo completo del Baaz, en 1952 tuvo algunas dificultades con el Gobierno militar de Adib ash-Shishakli. Éste ilegalizó al Baaz, pero luego éste se alió con otros partidos en un frente progresista que consiguió derrocar al dictador en febrero de 1954 y permitió la restauración del régimen parlamentario bajo la jefatura de Shukri al-Quwwatli, un simpatizante de la revolución egipcia. Promovido a comandante de escuadrón, Assad siguió cursos de capacitación en Egipto, donde el régimen nacionalista de Gamal Abdel Nasser estaba en su apogeo, y en la URSS.

Entre 1958, año en que se casó con su esposa de por vida, Anissa, una maestra de escuela de superior extracción social, y 1961, que cerró el trienio de existencia de la República Árabe Unida (RAU) entre Egipto y Siria, Assad estuvo destacado en El Cairo en un escuadrón de cazas y en Suez como oficial de enlace, pero la experiencia le decepcionó al constatar el autoritarismo y el hegemonismo egipcios. Assad organizó secretamente un núcleo conspirativo con otros cuatro oficiales -todos alauís- denominado Comité Militar Baazista. Cuando en diciembre de 1961 un gobierno de civiles derechistas llegó al poder en Damasco y separó a Siria de la RAU, Nasser ordenó el arresto del grupo de Assad bajo la acusación, infundada, de haber tomado parte en el golpe que condujo a la defección siria. Tras pasar casi dos meses en una prisión militar egipcia, Assad retornó con sus compañeros a Siria, donde las autoridades, recelosos de su historial, le apartaron del Ejército y le relegaron a un puesto burocrático en el Ministerio de Transportes.


2. Pugna por el poder en el partido

Decidido por la solución de fuerza, desde la clandestinidad el Comité Baazista de Assad se alió con oficiales nasseristas y apolíticos del Ejército para derrocar al impopular Gobierno de Nazim al-Qudsi. El golpe revolucionario militar del 8 de marzo de 1963 marcó la toma del poder por el Baaz, que rápidamente se deshizo de los nasseristas y constituyó un Mando del Consejo Nacional Revolucionario (MCNR) o junta militar. Assad se reintegró en las Fuerzas Armadas y su carrera militar experimentó una progresión fulgurante, siendo sucesivamente promovido a mayor, a coronel y, en 1964 a general de Aviación. El 8 de marzo de 1965 fue nombrado comandante en jefe del Ejército del Aire. Assad se valió del escalafón castrense para influir decisivamente en el terreno político, valiéndose de un servicio privado de inteligencia para conocer los planes de sus aliados y sus enemigos.

Aunque el Baaz tenía el poder absoluto del Estado, surgieron dos grandes tendencias en su seno: los nacionales de Bitar y Aflak, ideológicamente moderados y apegados al ideal un tanto utópico de la unidad árabe, y los regionales, en su mayoría oficiales jóvenes radicalizados partidarios de conceder prioridad a la construcción de una Siria socialista y nacionalista. El grupo de Assad se alineó con los últimos, pero sin comprometerse claramente. En 1966 las luchas de poder en el seno del Baaz llegaron a un punto de no retorno y el 23 de febrero el general Salah al-Jadid, conspicuo miembro del MCNR, encabezó un golpe de Estado contra su presidente y jefe nominal del Estado, Amin al-Hafez, quien se había apoyado en los líderes históricos del partido. Las fuerzas de Jadid consiguieron imponerse tras sangrientos enfrentamientos con los leales de Hafez, en lo que resultó decisivo la negativa de Assad a movilizar la Fuerza Aérea a su favor. En recompensa a su posicionamiento implícito, Assad fue nombrado por Jadid ministro de Defensa.

No obstante, no tardó en saltar la rivalidad entre ambos hombres. Assad colocó a elementos de confianza de las comunidades drusa y alauí (a la que, empero, Jadid también pertenecía) en puestos clave para reforzar su base de poder. Como cabeza visible del ala militar y nacionalista del Baaz, se opuso a la política aplicada por el presidente civil Nur ad-Din al-Atassi, marxistizante y más atenta a la construcción de un Estado socialista en lo económico, así como radicalmente antiisraelí en política exterior.

Cuando sucedió el desastre militar de junio de 1967 ante el Ejército israelí, que arrebató a Siria los Altos del Golán y temporalmente ocupó la ciudad de Kuneitra, Assad, con su habilidad inveterada, no sólo sorteó la lluvia de críticas que con toda lógica, dada su condición de principal responsable militar, le correspondían, sino que convirtió la derrota en un nuevo ariete contra Atassi y Jadid. A continuación, surgió un nuevo motivo de enfrentamiento con Jadid al querer Assad una pausa estratégica, reconstruir el malparado Ejército y mejorar las relaciones con los demás países árabes, en la creencia de que todo unilateralismo sólo traería perjuicios para el ideal panárabe, pero fundamentalmente para el aparato militar sirio. Para 1969 la fracción de Assad, con sus movimientos de tropas y expresiones de fuerza, funcionaba como un verdadero contrapoder.

La fallida intervención militar en Jordania en septiembre de 1970, en apoyo de los palestinos que luchaban con el Ejército real, aventura a la que Assad denegó la cobertura área y que además trajo una serie de posicionamientos extremos muy criticados por los gobiernos moderados de la región, precipitó los acontecimientos. No sería la primera vez que Assad se manifestó hostil ante los palestinos. El 16 de octubre, asegurado el control del Ejército, obligó a Atassi a dimitir, pero el movimiento no fue reconocido por el Baaz, que a comienzos de noviembre contraatacó expulsándole de la dirección del partido. Seguro de su posición de fuerza, el 13 de ese mes Assad completó su acto: disolvió la jefatura civil del Baaz, arrestó a sus oponentes, entre ellos Jadid y Atassi, -les aguardaban largos años de cárcel (aquel murió en 1993 sin conocer la libertad) o exilio (en el caso del último, fallecido en Francia en 1992)-, asumió la Secretaría General del Baaz y se hizo con todo el poder al frente de un Consejo Revolucionario. El denominado Movimiento Corrector de la Revolución supuso el undécimo golpe de Estado desde la independencia en 1946, pero, a diferencia de otros, fue incruento.


3. Organizador de un sistema monolítico

El 18 de noviembre un político casi desconocido, Ahmad al-Jatib, maestro de escuela de profesión, fue nombrado presidente de la República y tres días después Assad tomó el cargo de primer ministro de un Gobierno frentista que unía a "todos los elementos progresistas" de la revolución siria. El 22 de febrero de 1971 Jatib cesó y Assad se convirtió en jefe del Estado en funciones. El 12 de marzo la candidatura presidencial de Assad se sometió a un plebiscito y quedó oficializada con un 99,2% de los votos favorables, tomando posesión del puesto dos días después. El 14 de mayo, en su primera reunión, el nuevo Mando Regional del Baaz le eligió secretario regional del partido y en agosto siguiente la XI Conferencia Nacional le eligió secretario general. El 3 de abril se desprendió de la jefatura del Gobierno en favor de Abdul Rahman Khleifawi.

El marco de legitimación institucional se basó en un Frente Nacional Progresista (JWW), creado formalmente en 1972, integrado por el Baaz como partido dominante y otras formaciones menores: el Partido Comunista, la Unión Socialista Árabe, el Movimiento de Unidad Socialista, el Partido Socialista Árabe y el Partido Democrático Unionista Socialista. Este estrecho cuadro (todas las demás fuerzas políticas son ilegales) se mantiene vigente hasta nuestros días. El JWW obtuvo invariablemente la mayoría absoluta en las elecciones legislativas del 25 de marzo de 1973 (primeras desde 1962), 1 de agosto de 1977, 10 de febrero de 1986, 22 de mayo de 1990, 23 de agosto de 1994 y 30 de noviembre de 1998. En las últimas ediciones electorales, el régimen permitió que candidatos teóricamente independientes ocuparan una parte substancial de la Asamblea Popular. Así, en los comicios de 1998, de los 250 escaños de la Asamblea Popular 167 quedaron reservados para el JWW (de los cuales 135 fueron para el Baaz) y 83 para los candidatos no adscritos.

Por su parte, Assad se sometió a reelecciones rituales cada siete años: el 23 de enero de 1978, el 10 de febrero de 1985, el 2 de diciembre de 1991 y el 10 de febrero de 1999. En tanto que único candidato, obtuvo siempre el 99% de los votos. Concretamente en la edición de 1999, las autoridades informaron sin pudor que el presidente había sido reelegido con el 99,99% de los votos y con una participación del 99% del censo, cifras que baten todos los récords mundiales de unanimidad electoral. El 12 de marzo de 1973 Assad hizo aprobar en referéndum una Constitución que definía al país como una República socialista, democrática y popular, pero no islámica, en indicación del carácter estrictamente laico de su régimen. Asimismo, procedió a orientar la economía desde la planificación de tipo comunista, tanteada en el quinquenio 1966-1971, a otros mixtos, que sólo muy tímidamente adoptaron años más tarde algunas pautas de mercado.


4. Pieza clave en la política regional

Actor principal en tres décadas de historia de Oriente Próximo trufadas de acontecimientos, Assad fue el paradigma del disimulo y la sutileza al servicio de su perpetuación en el poder. Sus constantes cambios de alianzas y su varianza de rostros políticos ante Occidente (de padrino de terroristas en los años setenta y ochenta a aliado estratégico en los noventa) deben enmarcarse en una estrategia de adaptación a las circunstancias al servicio de una idea central: la salvaguardia de los intereses de Siria en tan volátil área y su promoción como una potencia media con derecho a un área de influencia.

La nueva política de pragmatismo exterior permitió ya a Assad el 27 de noviembre de 1970, nada más tomar el poder, anunciar la adhesión de Siria al proyecto de federación que estaban fraguando Egipto, Libia y Sudán. Mediante numerosos encuentros trilaterales con los dirigentes de los primeros países, Anwar as-Sadat y Muammar al-Gaddafi, respectivamente, la Federación de Repúblicas Arabes recibió sucesivas fechas de puesta en marcha, pero, como tantos proyectos panarabistas antes y después, no prosperó, en parte por que el rígido secularismo de Assad chocaba con el mesianismo político-religioso del inquieto coronel libio. En 1972 Siria excusó su participación en la proyectada fusión de los estados.

Lo cierto fue que Assad acusó un renovado prosovietismo (el mismo que antes reprochara al dúo Jadid-Atassi), justo cuando Sadat cortaba amarras con la URSS y Gaddafi hacía gala de un anticomunismo visceral. El dirigente sirio realizó varias visitas a Moscú, siendo la más relevante la del 8 de octubre de 1980, cuando firmó con Leonid Brezhnev un Tratado de Amistad y Ayuda Militar de 20 años de validez, que confirmaba a Siria como principal aliado de la URSS en la región y le garantizaba un suministro de armas absolutamente vital para la deseada "paridad estratégica" con Israel.

La alianza con Egipto en la guerra contra el Estado judío, en octubre y noviembre de 1973, permitió recuperar el nivel de relaciones de los tiempos de la RAU, pero Siria no sólo no recobró el Golán perdido en 1967, sino que el Ejército israelí llegó a los arrabales de Damasco, de donde sólo se retiró tras la firma de un alto el fuego el 31 de mayo de 1974 por mediación de Estados Unidos. Assad, que había restablecido las relaciones con este país (luego de la ruptura en la guerra de los Seis Días) durante su histórico encuentro con Richard Nixon en Damasco el 15 de junio de 1974, no obstante se negó a iniciar negociaciones para un acuerdo de paz con Israel, como estaba haciendo Sadat. La ruptura definitiva se produjo el 5 de diciembre de 1977 con motivo de su espectacular viaje a Israel del 19 de noviembre. Assad no perdonó a Sadat este unilateralismo, que, a sus ojos, debilitaba dramáticamente la causa de la restitución global de los territorios ocupados y revelaba los verdaderos motivos egipcios de la agresión conjunta a Israel en 1973.

Las relaciones con la Jordania del rey Hussein alternaron también momentos de amistad con graves recaídas. El 3 de julio de 1971 Siria se unió a otros países árabes progresistas y rompió relaciones con Ammán en protesta por la represión de los palestinos, pero el 11 de septiembre de 1973 tuvo lugar la reconciliación en la conferencia de El Cairo. En 1980 el apoyo de Assad a Irán en su guerra contra Irak, donde gobernaba desde 1968 una rama rival del Baaz y con el que las relaciones no habían hecho más que empeorar desde la guerra de Yom Kippur, justo al revés de los tratos de Bagdad con la monarquía hachemí, situó la hostilidad sirio-jordana al borde la guerra. El 5 de mayo de 1986, con la visita de Assad a Ammán (primera desde 1977), las relaciones quedaron restablecidas de manera definitiva.

Pero fue la larga y compleja guerra de Líbano a la que Assad más debió su renombre internacional. En un primer momento envió sus tropas, el 12 de abril de 1976, para impedir una inminente derrota cristiana ante los palestinos y sus aliados de la izquierda musulmana local, pero la reacción unitaria del mundo árabe a la "defección" egipcia le indujo, a partir de febrero de 1978, a volverse contra sus aliados de la víspera, los cristianos maronitas, y a gestionar nuevos apoyos en el campo cristiano moderado y potencialmente prosirio. El Ejército sirio, remiso al enfrentamiento directo con el temible Ejército israelí cuando éste invadió Líbano en junio de 1982 (se produjeron algunas escaramuzas terrestres y batallas aérea, en las que llevó la peor parte) y con la asistencia de la milicia shií de Amal, se lanzó en 1983 a la destrucción de los fedayines de la OLP, organización que obstaculizaba la ambición de Assad de colocar al país de los cedros bajo su égida, lo que supuso la segunda y definitiva partida de Yasser Arafat de sus bastiones libaneses el 20 de diciembre de aquel año.

En septiembre de 1982 llegó al torturado país una Fuerza Multinacional compuesta por tropas de Estados Unidos, Francia e Italia como reacción a la masacre de civiles palestinos en los campos de Sabra y Shatila perpetrada por los falangistas con la anuencia israelí, contingente que terminó por cubrir la retirada de Arafat. Pero el dirigente damasceno y su aliado local, Nabih Berri, jefe de Amal, lo consideraron como un refuerzo de la presencia occidental, potencialmente favorable a Israel, en la zona. Una organización de shiíes jomeinistas, Hezbollah (Partido de Dios), creada por Irán en 1982 para extender su influencia en Líbano, sirvió también a los intereses de Siria, y entre abril de 1983 y septiembre de 1984 cometió una serie de mortíferos atentados suicidas contra instalaciones militares y diplomáticas de Estados Unidos y Francia.

Este terrorismo indiscriminado que contó sin lugar a dudas con el aval de Assad, no sólo consiguió la evacuación de las tropas occidentales, sino que propició un realineamiento del Gobierno libanés que devolvió a Siria la hegemonía definitiva sobre su pequeño vecino: en marzo de 1984 Assad consiguió, a través de sucesivas entrevistas, que el presidente Amin Gemayel, maronita falangista, anulara el tratado de paz adoptado con Israel de mayo de 1983. Tras firmar en 1987 el cese de hostilidades con la izquierda libanesa y los palestinos de Arafat, a quien recibió en visita reconciliadora el 25 de abril de 1988, el 22 de octubre de 1989 Damasco apadrinó los acuerdos de paz de Ta'if, cuya aplicación se aseguró tras el aplastamiento por las tropas sirias en octubre de 1990 de la resistencia cristiana del general Michel Aoun. El 22 de mayo de 1991 Assad suscribió con su protegido y homólogo libanés, Élías Harawi, un Tratado de Hermandad, Coordinación y Cooperación que consagraba al recién pacificado país como un protectorado sirio de hecho y vigilado por 35.000 soldados de ocupación.

Precisamente, la aparatosa participación siria en Líbano en 1976 marcó un fuerte deterioro en las relaciones con el régimen irakí de Hassan al-Bakr. El 26 de octubre de 1978 Assad realizó a Bagdad un desplazamiento que levantó bastantes expectativas, y el 29 de enero de 1979, al calor del Frente de la Firmeza árabe contra Sadat, el vicepresidente irakí, Saddam Hussein, le devolvió la visita en Damasco con el objeto de estudiar la unificación de los respectivos mandos regionales del Baaz. Este último intento de reconcilición quedó abortado luego de asumir Saddam todo el poder en Bagdad, en julio de 1979. El 10 de octubre de 1980 las relaciones diplomáticas quedaron rotas y el 8 de abril de 1982 Siria cerró las fronteras con Irak. 

El triunfo de Siria en Líbano coincidió con la superación de su aislamiento internacional. A la tradicional amistad con Libia e Irán se sumaron los restablecimientos de relaciones diplomáticas con Marruecos (9 de enero de 1989) y Egipto (27 de diciembre de 1989), en el segundo caso seguidas de un intercambio de visitas, primeras desde 1977, con el rais Hosni Mubarak en 1990, así como la normalización con Arabia Saudí. A partir de los primeros años noventa, los gobiernos de Damasco, El Cairo y Riad colaboraron estrechamente en el mantenimiento del statu quo en el golfo Pérsico y las relaciones personales entre Assad y Mubarak llegaron a ser excelentes. El 29 de diciembre de 1994 los dos presidentes celebraron en Alejandría una cumbre tripartita con el rey saudí Fahd.


5. Implacabilidad con la disidencia y vicisitudes familiares

Los Hermanos Musulmanes, influyente organización fundamentalista sunní que operaba en numerosos estados árabes, manifestaron desde el primer momento su antagonismo a los privilegios de casta de los alauís, entre los que el clan de Assad, bien servido por los omnipresentes y numerosos servicios de seguridad, funcionaba de hecho como un estado dentro del Estado. Las rivalidades religiosas registraron cruentos episodios de acción-represión desde finales de los años setenta hasta comienzos de los ochenta.  Los Hermanos Musulmanes empezaron su campaña de violencia en 1976, después de la intervención en Líbano, con asesinatos y atentados contra el entorno de Assad, aunque tras aquella, más allá de las rivalidades y sectarismos religiosos, se adivinaba un profundo descontento social.

Aleppo fue el escenario de graves choques armados en 1979 y 1980, y, concretamente, el intento de magnicidio de los Hermanos contra Assad, que resultó con heridas leves, el 26 de junio de 1980, desató una respuesta feroz del Ejército y las milicias paramilitares del partido, con el asesinato de miles de prisioneros políticos, la mayoría miembros de la organización sunní, pero también muchos antiguos baazistas del mando nacional (a Salah Bitar, eliminado por los servicios secretos, no le libro siquiera su exilio francés). Esta situación de virtual guerra civil alcanzó su apogeo en febrero de 1982, cuando militares y milicianos baazistas arrasaron con inaudita violencia la ciudad de Hama, donde se habían hecho fuertes los Hermanos Musulmanes. En la operación perecieron entre 10.000 y 30.000 insurgentes.

Al frente de los servicios de inteligencia y las tropas de choque internas figuraba el hermano menor de Assad, Rifaat, que siempre estuvo a su lado desde los primeros tiempos en el Baaz y que últimamente había dirigido en persona las operaciones represivas en Hama. Tan Intrigante como su hermano y ambicioso de más poder del que le correspondía en tanto que virtual número dos del régimen, en noviembre de 1983 Rifaat aprovechó un grave ataque cardíaco de aquel, que le dejó hospitalizado en coma durante unos días, para intentar un golpe de Estado.

Los 55.000 hombres a sus órdenes tomaron posiciones clave en Damasco y sacaron los tanques a la calle, no tardando en entablar combates con los leales al presidente. Sólo la recuperación de Assad y la intervención apaciguadora de algunos miembros del clan familiar frustró la tentativa de Rifaat. En un aparente gesto de perdón, Assad nombró a su hermano segundo vicepresidente de la República para asuntos de seguridad el 10 de marzo de 1984, aunque para excusar nuevas tentaciones sediciosas le envió en visita de trabajo a Moscú. Rifaat se mantuvo alejado en Francia y Suiza y, aunque en noviembre de 1984 regresó para ejercer sus funciones en el Gobierno, en abril de 1988 dimitió para pasar largas temporadas en el extranjero. La muerte en accidente de tráfico el 21 de enero de 1994 de Basel, hijo mayor de Assad y su delfín político, colocó a su tío como seguro candidato a la sucesión.

Assad se decantó no obstante por Bashar, el segundo de sus cuatro hijos varones (una mujer, Bushara, es la mayor de los cinco vástagos), que hasta entonces llevaba una tranquila vida de estudiante de oftalmología en Londres. El 8 de febrero de 1998 Assad, al que le urgía despejar la sucesión de su hijo menor, defenestró completamente a Rifaat. El 20 de octubre de 1999 (aunque la noticia trascendió días después) Assad ordenó al Ejército destruir la lujosa residencia y el puerto deportivo que Rifaat poseía en Latakia, operación que, con participación de carros blindados y la Aviación, causó un número indeterminado de muertos. Cuando falleció su hermano en junio de 2000, Rifaat se encontraba en Marbella, España.


6. Rehabilitación internacional y dificultades económicas

La crisis provocada por la invasión irakí de Kuwait en agosto de 1990 brindó a Assad una magnífica oportunidad para normalizar sus tratos con Occidente y, entre otros objetivos acuciantes, conseguir el desbloqueo de su ayuda financiera. Desde 1979 Estados Unidos venía incluyendo todos los años a Siria en su lista de estados patrocinadores del terrorismo internacional, y de hecho el atentado de diciembre de 1988 contra el avión de la compañía PanAm sobre Lockerbie, Escocia, que provocó 270 muertos, se atribuyó primeramente a la inteligencia siria antes de culpar a los agentes libios. Esta aproximación era más perentoria si cabe por la desaparición de la URSS y en cualquier caso permitiría imponerse decisivamente sobre su gran rival regional, Irak.

Efectivos sirios participaron en la fuerza panárabe desplegada en Arabia Saudí para protegerla de un ataque irakí y luego combatieron testimonialmente en la guerra de enero a febrero de 1991. Assad tampoco deseaba dar una imagen de excesiva colaboración con las fuerzas occidentales, duramente recriminadas por las opiniones públicas del mundo árabe como los nuevos cruzados invasores, a la hora del castigo a un país que había invadido el insolidario y acaudalado emirato kuwaití y proclamado el alzamiento árabe contra Israel y su protector estadounidense.

La rehabilitación de Assad ante Occidente registró diversos momentos: el encuentro con el presidente George Bush en Ginebra el 23 de noviembre de 1990, primera reunión con un mandatario estadounidense desde la mantenida con Jimmy Carter en el mismo escenario el 9 de mayo de 1977; el restablecimiento de relaciones diplomáticas con el Reino Unido, tras cuatro años de ruptura, el 28 de noviembre de 1990; las sucesivas liberaciones de rehenes en Líbano en 1991 por organizaciones islámicas locales -buen exponente de la ascendencia siria sobre todo lo que se ventilaba en aquel país y muy elogiadas por las cancillerías afectadas-, y, sobre todo, la participación siria en la Conferencia de Paz para Oriente Próximo que arrancó en Madrid en octubre de 1991.

Atento a los sobresaltos en la seguridad interior y dedicado de lleno a los envites y maquinaciones del exterior, Assad situó las cuestiones económicas en un segundo plano, confiado en las ventajas del tratado con la URSS. Los intercambios eran fundamentalmente de dos tipos: la venta de petróleo para importar trigo soviético y el trueque de materias primas, como algodón y fosfatos, por productos industriales de Europa del Este a precios subsidiados. Otro caso de clientelismo soviético ajeno a las reglas de los mercados internacionales, los provechos garantizados para Siria maquillaban en realidad un sistema económico rígido y altamente ineficiente.

La implicación siria en la guerra del Golfo tuvo para Assad unos réditos económicos más discretos de los esperados, al poner los países y organizaciones financieras occidentales serias objeciones a su asistencia, en tanto no se produjesen avances en el reembolso de la deuda y se acometiese una reforma substancial de la economía. Poco después de acabado el conflicto bélico con Irak en 1991, Assad dio vía libre a una cautelosa liberalización del mercado interior y a la entrada de inversiones extranjeras en las compañías encargadas de los servicios públicos y del abastecimiento de bienes de primera necesidad.

No obstante, la reforma en profundidad de los sectores público y financiero, todavía muy anclados en los esquemas estatalistas, quedó postergada por temor a las consecuencias políticas y sociales, y, muy fundamentalmente, para la estabilidad del núcleo del poder, que la apertura a una más amplia capa de la población podía acarrear. El estado de emergencia permanente, con el recurso a la ley marcial, no facilitaba en absoluto un clima de libertad y confianza. La cuestión económica, por tanto, quedó también incluida en la táctica de Assad de esperar y ver. La prolongación del estado de guerra técnico con Israel impidió la estabilización regional y los consiguientes dividendos de la paz.


7. El sueño pendiente de la recuperación del Golán

Assad se mostró para Israel como el más inflexible interlocutor del lado árabe, manteniendo en todo momento la exigencia de la retirada completa de los Altos del Golán (anexionados por el Estado judío el 14 de diciembre de 1981) previamente a cualquier avance hacia la paz, para lo que esgrimió las resoluciones 242 (1967) y 338 (1973) del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que sentaron el no reconocimiento de los unilateralismos israelíes. Esta tesis de territorios antes que paz no fue modificada un ápice ni siquiera tras las numerosas misiones de los secretarios de Estado de Estados Unidos ni por el propio presidente Bill Clinton, que sostuvo dos encuentros con Assad en 1994, el 16 de enero en Ginebra y el 27 de octubre en Damasco, si bien éste en todo momento consideró pertinente y necesaria la mediación de Washington. En mayo de ese año Israel le presentó un proyecto de paz que incluía una retirada del Golán por fases, tal como se iba a operar con los territorios palestinos ocupados, y negociaciones particulares sobre el complejo de comunicaciones del monte Hermón, considerado vital para su seguridad, pero el líder sirio insistió en la restitución previa, íntegra e inmediata.

En los últimos meses del gobierno laborista israelí de Shimon Peres, a comienzos de 1996, se habló de la inminencia de un acuerdo, pero la continuidad de los ataques artilleros de Hezbollah desde el sur de Líbano contra Galilea y el propio colapso del proceso global de paz a raíz de la vuelta del conservador Likud al Gobierno de Israel en junio de 1996, aparcaron sine díe cualquier expectativa de arreglo y hasta suscitaron temores, agravados con rumores falsos sobre movimientos militares, sobre un enfrentamiento bélico fruto de las frustraciones mutuas.

Hasta el 15 de diciembre de 1999 no se reanudaron las negociaciones de alto nivel, con la intermediación de Clinton, en Washington y luego, en enero de 2000, en la cercana localidad de Shepherdstown, entre el ministro de Exteriores Farouk ash-Shara y el nuevo primer ministro israelí, el laborista Ehud Barak, el cual no excluyó la posibilidad de una reunión cara a cara con Assad, la cual nunca tendría lugar. En marzo siguiente Damasco rechazó la nueva propuesta israelí sobre una retirada parcial que excluyese la ribera nororiental del mar de Galilea, vital recurso hídrico para el Estado judío al extraer de él el 40% del agua que consume. Por otro lado, el preacuerdo de paz de la OLP con Israel en 1993 fue siempre considerado por Assad una deslealtad de Arafat a la causa árabe. Rehusó conferir validez a la autonomía palestina y siguió protegiendo a los disidentes y radicales de izquierda de la OLP. A pesar de la reconciliación formal, Assad y Arafat nunca tuvieron relaciones cordiales.  

En sus últimos años, el líder sirio, pese a su mala salud, vigorizó su presencia internacional para explicar sus tesis sobre el proceso de paz y evitar cualquier indicio de cerco diplomático o militar de Siria. El 8 de diciembre de 1997 fue a Teherán para entrevistarse con el presidente Mohammad Jatami; el 15 y 16 de julio de 1998 realizó en París su primera visita a Occidente desde 1976; el 8 de febrero de 1999 viajó a Ammán para rendir tributo, en una escena de profunda emocionalidad, a su otrora enemigo, el rey Hussein; el 6 de julio de 1999 se desplazó a Moscú para tratar de recomponer con el presidente ruso Borís Yeltsin la antigua coordinación sirio-soviética; el 26 de julio de 1999 recibió en Damasco al nuevo rey jordano, Abdallah II, y el 26 de marzo de 2000 sostuvo en Ginebra su última cumbre con Clinton, que no consiguió desatascar las, aparentemente al borde del paso final, negociaciones con Israel. También emprendió un nuevo acercamiento al régimen de Bagdad y condenó los periódicos bombardeos anglo-estadounidenses contra objetivos militares irakíes.

En línea con la intensificada actitud exterior de prudencia y quietud, Assad se plegó en octubre de 1998 a la exigencia de Turquía, país con el que las relaciones han sido habitualmente tensas por problemas fronterizos y de reparto de los recursos hídricos, de que dejara de sostener a la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). El acuerdo de cooperación turco-israelí del 15 de febrero de 1996 había alarmado a Damasco, que temía la connivencia de los dos estados, a la sazón no árabes, más poderosos de la región. Luego de que el presidente Süleyman Demirel amenazara con una represalia militar, la parte siria firmó el 20 de octubre en Adana, Turquía, un acuerdo por el que se comprometía a no permitir la presencia en su territorio del PKK, al que por primera vez calificó de organización terrorista. El resultado inmediato fue la salida forzada del líder del PKK, Abdullah Ocalan, de Damasco, donde había recibido refugio durante casi dos décadas.


8. Un óbito esperado

Hombre de carácter reservado y enigmático, al que parecían incomodarle los objetivos de las cámaras, austero y de aspecto frágil, al León de Damasco se le reconocieron hasta el final como virtudes de gobernante la astucia, la paciencia tenaz y la impasibilidad, además de una obsesionante preocupación, que tomaba lecturas históricas, por la posición de un país pequeño, pobre y más vulnerable que lo que la retórica ideológica y militarista hacía suponer. Acerca de su maquiavelismo político un dirigente falangista libanés dijo en cierta ocasión: "procura golpear al adversario sin destruirlo y ayudar al amigo sin sacarle del apuro, puesto que sus papeles pueden cualquier día intercambiarse".

El 30 de mayo de 2000 la televisión israelí informó, citando fuentes egipcias, que el presidente sirio había sido internado con "graves problemas de corazón". El 10 de junio, casi inesperadamente, pese a que desde 1997 se sabía que su estado de salud, aquejado de diabetes y antiguas dolencias cardíacas, se estaba deteriorando inexorablemente, Assad, a los 69 años, falleció en Damasco.  La noticia fue acogida con variadas muestras de pesar por el mundo árabe, cuyos gobiernos proclamaron períodos de duelo nacional, y por las principales capitales mundiales, que obviaron su ominosa trayectoria como dictador despiadado y el registro de los numerosos presos políticos (hasta julio de 1993 no fueron liberados los dirigentes baazistas derrocados en 1970, aunque la pésima situación de los Derechos Humanos ha sido anualmente denunciada por Amnistía Internacional) y prefirieron resaltar sus esfuerzos de los últimos años para alcanzar un acuerdo de paz sin menoscabo de los derechos territoriales y la soberanía de Siria. La desaparición de Assad confirmó, luego de las muertes de Hussein de Jordania y Hasan II de Marruecos en 1999, la renovación puramente biológica de toda una generación de líderes históricos en Oriente Próximo.

De inmediato, la Asamblea Popular enmendó la Constitución para permitir la sucesión en la persona de Bashar, que no alcanzaba los 40 años (tenía seis menos) que exigía el texto, y a continuación el Baaz lo nominó formalmente. Estas prisas por llenar el vacío de poder y confirmar el continuismo del régimen apaciguaron las ansiedades sobre el curso de los acontecimientos en un país donde el poder está especialmente verticalizado. En el ínterin, `Abd al-Halim Khaddam, vicepresidente primero de la República, tomó las funciones de jefe del Estado. Los funerales tuvieron lugar el 13 de junio y contaron con la presencia de casi todos los líderes árabes, aunque sólo acudió un mandatario occidental, el presidente francés Jacques Chirac. A continuación, arropado por una población que expresó su duelo y con Bashar encabezando el cortejo, el cuerpo de Assad fue enviado en un armón de artillería desde el Palacio del Pueblo hasta el aeropuerto de Damasco y luego trasladado en avión a Latakia, de donde partió hasta la población natal de Qardahah para ser inhumado por la tarde en el mausoleo familiar.

(Cobertura informativa hasta 1/4/2001)