Ollanta Humala Tasso

Su levantamiento en 2000, cuando era teniente coronel del Ejército, contra Alberto Fujimori preparó el salto a la política peruana de Ollanta Humala, militar mestizo imbuido de un nacionalismo radical que con vistas a su primera tentativa presidencial, en 2006, quiso limpiar de racismo antiblanco –caro a la extremista ideología de su familia, el etnocacerismo- en favor de un enfoque integrador clásico. Entonces, su señalamiento como el inquietante candidato antisistema ungido por Hugo Chávez le costó la derrota ante el aprista Alan García, quien alentó el miedo a su "agenda oculta". Un lustro después, tras ser exonerado por la justicia de unas imputaciones de crímenes en la guerra sucia contra el terrorismo senderista, el fundador y líder del Partido Nacionalista Peruano (PNP) volvió a postularse con una imagen más moderada, aliado a comunistas y socialistas, ostensiblemente distanciado del chavismo y buscando las comparaciones con el brasileño Lula.

Su programa, nacionalista de izquierdas con rasgos socialdemócratas, propugna "forjar" un nuevo modelo de desarrollo para el Perú en el que el neoliberalismo de paso a una "economía nacional de mercado" capaz de redistribuir los beneficios del robusto crecimiento del PIB y de subsanar los agudos desequilibrios sociales y geográficos. Más Estado, la revisión de los tratados de libre comercio, el estímulo del mercado interno, una mayor tributación de las sobreganancias mineras y el destino del gas nacional no a la exportación sino al abastecimiento doméstico son algunas de sus propuestas clave. La insatisfacción con el balance social del quinquenio alanista explicó su victoria en la primera vuelta electoral del 10 de abril, cuando se deshizo de tres rivales del centro-derecha liberal. Fue el arranque de una intensa campaña para la segunda vuelta que Humala libró con la potente Keiko Fujimori, hija del presidente contra el que se rebeló y cuyo perfil de populista de derechas podía, paradójicamente, reeditar el fenómeno de 2006, pero a la inversa y con un componente fuertemente polarizador: la transferencia del voto útil al aspirante que despertara menos aprensiones, en esta ocasión, pese a su sombría biografía, él. Con las preferencias de las clases bajas, el sustrato electoral compartido con su adversaria, más o menos decantadas, los árbitros de la ajustadísima liza en las urnas iban a ser la desconcertada clase media urbana y los jóvenes.

El 5 de junio, el balance, por un lado, de la hostilidad de los poderes empresariales y mediáticos, y, por el otro, del respaldo resignado de personalidades intelectuales y políticas como el Nobel Mario Vargas Llosa y el ex presidente Alejandro Toledo fue favorable al nacionalista, triunfador de la jornada con el 51,2% de los votos. Humala, que tomará posesión del cargo el 28 de julio, ya ha prometido un Gobierno de "concertación, esperanza y cambio". Los nombramientos ministeriales y los primeros pasos de su política de alianzas en el Congreso, donde Gana Perú, la coalición que capitanea el PNP, no tiene la mayoría absoluta, permitirán verificar las intenciones del mandatario electo, que entre la primera y la segunda vuelta ya hizo una matización centrista de sus planes de revisar el modelo económico.

(Texto actualizado hasta junio 2011)

1. Sustrato familiar etnocacerista y carrera de armas
2. De la asonada contra Fujimori en 2000 a la incursión en la política en 2005
3. La apuesta presidencial de 2006: los límites de una plataforma radical
4. Procesos judiciales por presuntos crímenes militares
5. Nueva imagen dulcificada para las elecciones de 2011
6. La reñida liza con Keiko Fujimori: una contraposición en clave de dilema saldada en victoria


1. Sustrato familiar etnocacerista y carrera de armas

Ollanta Moisés Humala Tasso es el segundo de los siete hijos del matrimonio formado por el ayacuchano Isaac Humala Núñez, de origen indígena y quechuahablante, y la limeña Elena Tasso Heredia, con ancestros italianos, una pareja de la "clase media provinciana", según consta en la biografía oficial del político, que inició el noviazgo en la capitalina Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Allí, estuvieron activos en el movimiento estudiantil de ideario marxista y él, además, fue un compañero de célula que adoctrinó a un cinco años más joven Mario Vargas Llosa en la época, a mediados de los años cincuenta, en que ambos eran militantes clandestinos del Partido Comunista Peruano (PCP).

Don Isaac se instaló profesionalmente como abogado laboralista, pero la fama le vino como ideólogo fundador del etnocacerismo, radical doctrina política y social que preconizaba la supremacía, a modo de revancha histórica, de la "raza cobriza", denominación con la que Humala se refería a los peruanos de origen no criollo, o con un color de piel que no delatara ese remoto ascendiente, es decir, indígenas (preferentemente), cholos y mestizos en mayor grado. El intelectual fue madurando su ideología y en 1989 fundó el Movimiento Etnocacerista, el cual tomaba su nombre del mariscal Andrés Avelino Cáceres, tres veces presidente del Perú entre 1884 y 1895, héroe de la resistencia contra Chile durante la Guerra del Pacífico y desde entonces fuente de inspiración para muchos movimientos nacionalistas peruanos.

Humala padre siempre dejó claro, y esa nitidez ha continuado hasta el día de hoy, que su movimiento, nunca devenido partido político al uso porque él se declara "fuera del sistema" y un "subversivo" empedernido, era de tipo "etnonacionalista", es decir, "nacionalista basado en la raza". Al invocar la creación por la fuerza militar de un Estado totalitario y expresamente racista donde sólo los teóricos descendientes de los antiguos incas, a sus ojos los únicos representantes de la "peruanidad", tuvieran acceso al poder y la plenitud de derechos políticos y civiles, y los peruanos blancos de linaje europeo fueran relegados a una ciudadanía de segunda fila o incluso sometidos a una especie de apartheid, Humala sénior fue acusado sistemáticamente de abrazar un ideario fascista y de desear para la "etnonación del Perú" lo más parecido al nazismo, pero a la andina. En la actualidad, indiferente a estos ataques, el octogenario en ciernes sigue defendiendo con vehemencia la validez de sus postulados a través de su Instituto de Estudios Etnogeopolíticos (IEE), que dirige junto a su esposa Elena, mujer de una larga trayectoria como abogada y pedagoga.

El joven Humala nació y creció, por tanto, en un hogar impregnado de la extremosa ideología inventada por el padre, quien puso a cinco de sus hijos sonoros nombres quechuas, rebosantes de militancia étnica, sacados de personajes del drama épico Apu Ollantay, escrito originalmente en quechua clásico por un autor anónimo en el siglo XVIII. Así, a Ollanta (El guerrero que todo lo ve) le siguieron Antauro (Estrella cobriza), Pachacútec (El que cambia el rumbo de la tierra, quien fue, ya en un registro histórico, el emperador inca fundador del Tahuantinsuyo), Kusi Quyllur (Estrella alegre) e Ima Súmaq (Bella Niña). Además, estaban una hermana menor, Ivoska (nombre ruso) y el hermano mayor, Ulises.

Ollanta recibió su educación en un centro privado, el Colegio Peruano-Japonés La Unión de Lima, donde, paradójicamente, tuvo como compañeros de aula a miembros de las élites sociales que tanto detestaba Don Isaac. Aleccionados por el espíritu marcial y maquinador de su padre, que fantaseaba con el establecimiento en el Perú del gobierno etnocacerista mediante el golpe de Estado, Ollanta y Antauro se inclinaron por la carrera de las armas, que iniciaron en 1980 en la Escuela Militar Coronel Francisco Bolognesi de Chorrillos (EMCH), donde el primero recibió adiestramiento como paracaidista y comando anfibio. Algunas fuentes periodísticas peruanas añaden que tras terminar la secundaria el hermano mayor se decantó primero por unos estudios de Zootecnia, pronto abandonados en favor de la milicia, en la Universidad Nacional Agraria La Molina.

Ollanta realizó en 1983 un cursillo de cinco semanas sobre técnicas de combate selvático en el centro que la Escuela de las Américas tenía en Fort Gullick, en la Zona del Canal de Panamá (donde los mandos estadounidenses, que estaban al tanto de las ideas políticas de la familia Humala, le tuvieron bajo vigilancia), tras lo cual se graduó como subteniente del arma de artillería. A partir de 1984 estuvo destinado en puestos de las fronteras con Chile y Bolivia, y en el departamento de Ayacucho. Hacia 1988, antes de que su padre articulara formalmente su movimiento ideológico y en el ecuador de la primera presidencia del aprista Alan García Pérez, Ollanta, ya con el rango de teniente, y Antauro dieron vida a la corriente etnocacerista en el seno del Ejército. Sin intención conspirativa en apariencia pero sí con el mayor de los sigilos, los Humala formaron un grupo de discusión que atrajo a otros jóvenes oficiales imbuidos de ideas nacionalistas.

En 1991 Humala ascendió a capitán y en enero de 1992 fue puesto al mando del destacamento de Tingo María, en la provincia de Leoncio Prado del departamento de Huánuco, donde tomó parte activa en la ofensiva del Ejército contra la guerrilla maoísta de Sendero Luminoso. Su actuación fue destacada en la llamada Operación Cuchara, concebida para cercenar los vínculos entre los terroristas y los campesinos de la región, pero que supuestamente dio pábulo a graves violaciones de los Derechos Humanos, unos presuntos hechos que años después iban a salirle al paso en la forma de unas acusaciones criminales. En enero de 1993 terminó su servicio en Tingo María y justo dos años después estuvo movilizado con motivo de la guerra con Ecuador en la región fronteriza altoamazónica, en la cuenca del Cenepa y la cordillera del Cóndor, conflicto, breve y limitado pero cruento, que para el Perú se saldó mejor en la mesa de negociaciones que en el campo de batalla, donde sufrió cuantiosas bajas humanas y materiales. Humala estuvo en una base en la retaguardia, al mando de una compañía de artillería, y no participó en los combates.


2. De la asonada contra Fujimori en 2000 a la incursión en la política en 2005

En 1996 Humala añadió el galón de mayor a su charretera y en los cuatro años siguientes cumplió destinos en la frontera con Ecuador, en Arequipa y en la zona de emergencia de Junín, donde seguía operando lo que quedaba de Sendero Luminoso, laminado por las operaciones militares y nunca recuperado del golpe letal que había supuesto la captura en 1992 de su máximo jefe, Abimael Guzmán. Además, entre 1997 y 1998, asistió a un curso de Comando y Estado Mayor impartido por la Escuela Superior de las Fuerzas Armadas del Perú en Lima. En cuanto a su vida privada, en 1999 contrajo matrimonio con una prima carnal de su madre (luego tía suya en segundo grado, si bien 14 años más joven), Nadine Heredia Alarcón, estudiante de Sociología y de ideas izquierdistas. La pareja iba a tener tres hijos, dos chicas, llariy y Nayra, y un chico, Samín.

El levantamiento de Locumba-Toquepala
El primer día de 2000 sus superiores le ascendieron a teniente coronel, pasando a comandar el Grupo de Artillería Nº 501 con base en Locumba, en el departamento sureño de Tacna, no lejos del límite con Chile. En los meses siguientes, el oficial etnocacerista contempló con creciente irritación la acumulación de abusos de la Administración del ingeniero Alberto Fujimori, fenómeno de las elecciones de 1990, autor de un autogolpe de Estado en 1992 y, tras ajustar la Constitución a la medida de sus intereses, reelegido por primera vez en 1995, que ahora, en las vueltas electorales de abril y junio, se hizo otorgar otro mandato de cinco años recurriendo a la manipulación y el fraude.

Con todo, lo que más indignaba a Humala, y como a él a otros muchos oficiales y soldados, eran los desmanes del todopoderoso asesor presidencial en el área de inteligencia, Vladimiro Montesinos Torres, un civil que, entre otras intromisiones no avaladas por ningún cargo institucional, venía injiriéndose en el funcionamiento interno de las Fuerzas Armadas, donde encontraba la complicidad corrupta del nuevo presidente del Comando Conjunto (CCFA) y comandante general del Ejército, el general José Villanueva Ruesta. El monumental escándalo de los infames vladivídeos -unas grabaciones dónde podía verse a Montesinos sobornando a congresistas de la oposición con toda naturalidad-, estallado en septiembre, que convulsionó al país y puso a Fujimori contra las cuerdas, indujo a Humala a pasar a la acción, levantándose contra sus superiores castrenses y gubernamentales.

En la madrugada del 29 de octubre de 2000, pocas horas antes de que el asesor presidencial, sobre el que pesaba una orden de detención por unos delitos de corrupción, narcotráfico y asesinato, y que ya había puesto una vez tierra de por medio antes de regresar al Perú, escapara clandestinamente por mar con destino a Venezuela, el teniente coronel, su hermano Antauro, mayor en situación de retiro, un suboficial y un puñado de soldados tomaron como rehén en el Fuerte Arica de Locumba al general Carlos Bardales Angulo, jefe de la Sexta División Blindada y comandante de la guarnición, quien estaba considerado un alto oficial del círculo de Montesinos.

A continuación, captores y cautivo, a los que se unieron unas decenas de reservistas, veteranos de la Guerra del Cenepa y de la lucha antisenderista que habían servido a las órdenes de Antauro, se dirigieron a la localidad de Toquepala, donde tomaron una factoría minera. Desde las instalaciones y tras abrir canales de comunicación con varias emisoras de radio, Ollanta transmitió un manifiesto la nación. En su proclama rebelde, el oficial declaraba la "ilegitimidad" de Fujimori como presidente de la República y comandante supremo de las Fuerzas Armadas, quien desde el 28 de julio, fecha de la inauguración de su tercer mandato, "usurpaba" el poder y "lesionaba la dignidad del Perú". Igualmente, arremetía contra la "cúpula montesinista" y los "generales enriquecidos con el tráfico de drogas y el contrabando de armas", a la cabeza de los cuales situaba al general Villanueva, quien no obstante había sido destituido por Fujimori en la víspera.

En vista del "contubernio", la "corrupción generalizada" y la "degradación en partido político" del Ejército, realidades que habían "roto la cadena legítima, reglamentaria y ética del mando", él se consideraba "exonerado" de su "voto de subordinación y obediencia". En virtud de ello, Humala declaraba su adhesión "como primera unidad del Nuevo Ejército Peruano (…) al clamor y lucha del Perú profundo, desconociendo toda autoridad a los delincuentes Alberto Kenyo Fujimori Fujimori, José Villanueva Ruesta y Vladimiro Montesinos Torres, obstruyendo así sus pretensiones de degenerar al pueblo y el Ejército peruanos". Asimismo, informaba de su decisión de emprender "una marcha de remembranza etnocacerista a fin de educar a mis soldados en el calor del pueblo del que somos parte". Tal marcha se realizaría "por todo el territorio patrio", no haría uso de las armas más que "en caso de ser hostigados o atacados" y sólo depondría las mismas "cuando se legitimara la cadena de mando y hubiera un presidente legítimamente elegido por el pueblo, a quien jurar subordinación y valor".

De la arenga y de los hechos en sí se desprendía que Humala, con su acto de sedición secundado por un minúsculo grupo de soldados, no pretendía plasmar el sueño de su padre, conducir al etnocacerismo al poder por la vía golpista, sino precipitar la caída de Fujimori, que ya había tenido que anunciar la convocatoria de unas elecciones anticipadas a las que no se presentaría. El exiguo pelotón rebelde, ya sin cargar con el general Bardales, quien recobró la libertad en unas circunstancias nada claras, y sufriendo un goteo incesante de deserciones, inició su recorrido, mitad fuga, mitad mitin a la carrera, por la inhóspita serranía andina, con una fuerte columna de tropas lealistas y una dotación de helicópteros pisándoles los talones. Los hermanos decidieron separarse; Ollanta siguió adelante con la sola compañía de tres soldados y en unas penosas condiciones, dado lo escarpado del terreno y la falta de provisiones.

El 3 de noviembre el Ejército comunicó que daba a Humala de baja en el servicio activo para procesarle por unos delitos de rebelión, sedición, insubordinación e insulto a superior al mando. Su situación personal era delicada y su futuro inmediato bastante sombrío, pero la "gesta de Locumba", en lo sucesivo reivindicada por su autor como un levantamiento de carácter "institucional", guiado por motivaciones patrióticas y que resultó muy positivo para el restablecimiento del Estado de derecho y la democracia en el Perú, no había sido en vano, ya que, ciertamente, iba a contribuir al desmoronamiento de Fujimori: el 20 de noviembre, desde Japón, el cuestionado presidente comunicó su dimisión por fax al Congreso, el cual reaccionó destituyéndole por "incapacidad moral" e invistiendo como sucesor interino al titular del poder legislativo, Valentín Paniagua Corazao.

Los hermanos Humala, cada uno por su cuenta y riesgo (a Antauro le fue mejor, ya que consiguió reclutar para su columna a nuevos reservistas), permanecieron en la sierra durante unas semanas más, tiempo en el cual Ollanta negoció con el nuevo Gobierno constitucional su rendición a la justicia militar para afrontar los cargos que se le imputaban. El teniente coronel hizo saber que reconocía al Gobierno Paniagua, el cual le mostró su disposición a amnistiarle una vez que depusiera las armas. El 11 de diciembre, no sin antes contactar con su hermano mayor Ulises y su esposa Nadine, que intercedieron por él ante las autoridades, Ollanta, en compañía de Antauro, se entregó en el pueblo de Calacoa, en el departamento de Moquegua.

Los hermanos y otros implicados en su testimonial rebelión fueron internados en la fortaleza-prisión del Real Felipe, en el Callao, pero el 22 de diciembre, cediendo a las presiones de la opinión pública y de conformidad con lo prometido a los sediciosos por el Ejecutivo, el Congreso les concedió una amnistía. Ollanta quedó exonerado de toda acusación y con sus derechos restituidos se reincorporó al servicio activo en el Ejército, que incluso le condecoró, otorgándole en 2001 la Cruz Peruana al Mérito Militar en grado de Comendador. Su primer destino tras la rehabilitación fue de tipo administrativo, en la Secretaría de Defensa Nacional (SEDENA), órgano inscrito en el Ministerio de Defensa, concretamente en su Dirección General de Investigación Tecnológica y Desarrollo.

Humala ante el golpe de mano de su hermano Antauro en Andahuaylas
Convertido en una celebridad nacional, Humala recibió ofertas de fichaje por varias agrupaciones políticas, pero la carrera militar seguía siendo prioritaria para él. En 2001, mientras el Perú saboreaba la normalización democrática con la elección presidencial del economista cholo y opositor antifujimorista Alejandro Toledo Manrique, del partido centrista Perú Posible , el teniente coronel inició un máster en Ciencias Políticas en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y en 2002, una vez titulado, realizó un curso básico de Defensa Nacional en el Centro de Altos Estudios Militares (CAEN). Al mismo tiempo, fungió de director ejecutivo de la Dirección General de Movilización de la SEDENA.

En enero de 2003, su reclamación de una Corte de Honor para todos los altos mandos que entre 1998 y 2000 se habían sometido a las denominadas Actas de Sujeción –documentos, completamente anómalos en la tradición castrense, por los que los firmantes habían expresado acatamiento a las decisiones políticas de Fujimori, en particular el autogolpe de 1992- no fue bien recibida por la cúpula militar del momento, que le apartó del servicio en casa destinándole como adjunto a la Agregaduría Militar de la Embajada en Francia. Humala aprovechó su estadía en París para ampliar currículum académico con un curso de doctorado en Derecho Internacional impartido por el Instituto de Altos Estudios de América Latina (IHEAL) de la Sorbona; en la misma universidad, su esposa Nadine realizó otro doctorado, en su caso en Ciencias Políticas. De hecho, el militar peruano se encontraba muy a gusto en la patria del general de Gaulle, de cuya vida y obra era un gran admirador. En julio siguiente, siguiendo órdenes de Lima, se trasladó a la Agregaduría en la Embajada en Seúl, donde permaneció año y medio. El 31 de diciembre de 2004 seguía en la capital surcoreana cuando le fue comunicado su pase a la situación de retiro.

Con 42 años, Ollanta vio truncada su carrera militar por una decisión de la superioridad que para él no podía ser más que arbitraria. El suceso iba a empujarle a tomar un paso que ya venía meditando desde tiempo atrás, la entrada en la política profesional, pero su consecuencia más inmediata y ruidosa tuvo como protagonista a otra persona, su hermano Antauro, quien desde la perdonada asonada de 2000 se había dedicado a reorganizar las huestes etnocaceristas (soldados en la reserva, como él) imprimiéndoles una estética paramilitar de reminiscencias fascistas y a divulgar su pensamiento, idéntico al del padre, el cual exudaba extremismo y aspiraba a sustanciar un movimiento político con vocación de gobierno. Así, Antauro hablaba abiertamente de la pertinencia del golpe de Estado para expulsar al Gobierno de Toledo (según él, esta era una forma "no convencional" de acceder al poder tan legítima como la "convencional", a saber, la que se valía de los mecanismos electorales e institucionales dentro del sistema) y de aniquilar el "amariconamiento político" en el Perú, lo que requería aplicar la pena de muerte a todos los "traidores", "tránsfugas" y demás "vladigenerales" y "vladiciviles".

El día de Año Nuevo de 2005, tan sólo horas después de serle comunicado a su hermano la baja del Ejército, Antauro y 170 hombres armados bajo sus órdenes tomaron al asalto una comisaría en Andahuaylas, departamento de Apurímac, e hicieron rehenes a los policías que la ocupaban. El cabecilla animó a la población local a sumarse a su acción subversiva, en lo que halló escaso eco, y condicionó su rendición y entrega a la dimisión de Toledo y la restitución de la Constitución de 1979. El Ejecutivo no transigió y el 4 de enero las fuerzas de seguridad liberaron la comisaría en una operación de rescate que se saldó con la muerte de cuatro policías y dos sediciosos. Antauro y sus secuaces fueron detenidos y encerrados en la cárcel de Piedras Gordas, donde quedaron a la espera de juicio.

Ollanta, que permanecía en Corea del Sur, mantuvo una actitud, cuando menos, dudosa durante la crisis provocada por su hermano. Año y medio después, la Dirección contra el Terrorismo (Dircote, institución dependiente de la Policía Nacional) iba a dar cuenta del hallazgo en la camioneta que había trasladado a Antauro a Andahuaylas de un papel donde figuraba impreso un "manifiesto a la nación" firmado por el agregado militar y fechado en Seúl el 30 de diciembre de 2004; en el mismo, el mayor de los Humala proclamaba la "pérdida de toda legitimidad" de Toledo y planteaba las mismas exigencias políticas que menos de 48 horas después iba a realizar su fraterno con la dialéctica de las armas. Es más, durante la toma de la comisaría, poco antes de rendirse, Antauro mismo, en declaraciones a los periodistas, explicó que la operación respondía a una "orden expresa del comandante Ollanta". Sea como fuere, Humala, una vez en casa y con sus planes políticos a punto, se afanó en limpiar su nombre de toda sospecha, pero el intento de desvincularse del Andahuaylazo no convenció a extensos sectores de la opinión pública y, además, le puso en contra de su padre y sus hermanos Antauro y Ulises.

Nacimiento del Partido Nacionalista Peruano
La ambición de Ollanta apuntaba a lo más alto, la Presidencia de la República, que iba a someterse a elección popular en 2006, y tamaña empresa tenía asegurado el fracaso de antemano si se apoyaba en una plataforma política de corte intensamente militarista, estatalista y etnicista, parangonable al nacionalsocialismo de derechas. Su visión del país seguía siendo nacionalista, pero, exigencias de la política electoral, en un sentido bastante más amplio, diríase que supraclasista y suprarracial, que el acuñado por su progenitor. Preocupado por las imputaciones de reaccionarismo, empezó a hacer gala de un patriotismo progresista.

Aunque evitó hacer muy explícita esta afinidad, Humala halló unas referencias mucho más tangibles, por rabiosamente actuales, que las rancias gestas caceristas y el exclusivismo indígena del pasado imperial incaico: el nuevo socialismo latinoamericano y concretamente su gran adalid, el venezolano Hugo Chávez, cuya revolución bolivariana pugnaba por ganar adeptos en la geopolítica continental partiendo de su alianza con la Cuba castrista y en contraposición a Estados Unidos y los modelos económicos liberales. Si no convenía el extremismo ultranacionalista caro a su familia, bien merecía la pena fijarse en el radicalismo de izquierdas del eje Caracas-La Habana, cuyo discurso antiimperialista y latinoamericanista resultaba más atractivo a las masas populares.

En abril de 2005 Humala cristalizó sus planteamientos con la puesta en marcha del Partido Nacionalista Peruano (PNP). En su Estatuto, la flamante agrupación postulaba un "nacionalismo integrador" para el desarrollo del "Estado nación" que era el Perú, lo que suponía "no excluir a ninguna de las diferentes clases sociales y etnias culturales del país", pero dentro, eso sí, del "respeto y reivindicación de su pasado milenario, vinculándolo al mundo global y proyectándolo a un futuro de paz, desarrollo y justicia". Como bases ideológicas, el PNP reclamaba el "antiimperialismo", el "antineoliberalismo", el "republicanismo democrático", el "latinoamericanismo" y el "socialismo andino-amazónico". Como mentores históricos concretos, citaba al teórico del socialismo peruano José Carlos Mariátegui (fundador del PCP e icono de todas las facciones comunistas peruanas, sin faltar la Bandera Roja y el Senderismo), y a Víctor Raúl Haya de la Torre, el fundador del APRA, cuyo heredero partidista no era otro sino Alan García. No figuraba en esta onomástica el general Juan Velasco Alvarado, presidente-dictador del Perú entre 1968 y 1975, cuyo nacionalismo militar-revolucionario escorado a la izquierda Humala consideraba muy aleccionador.

El PNP se planteó un objetivo fundamental: instaurar la "Segunda República" a través de una Asamblea Constituyente, a fin de asentar un "proyecto nacional que cambie y desarrolle nuestra patria, liberando así a los grandes sectores sociales marginados por siglos de injusticia y prepotencia", y erradicando en el camino "la corrupción, la hipocresía y la falta de autenticidad". Su política económica, a falta de mayor precisión, podía pasar por socialdemócrata, puesto que rechazaba "los monopolios y la completa liberalización de la economía", denunciaba el "capitalismo globalizado" y propugnaba un "modelo nacional e integrador de mercado que cautele especialmente la propiedad privada de nivel pequeño y micro". Para los nacionalistas, el modelo neoliberal, bien encarnado por el fujimorismo y a su juicio proseguido sin apenas matices por Toledo, era "insostenible".

Humala encontró una entusiasta compañera de aventura política en su esposa, colíder fundadora del PNP y encargada de organizar sus áreas juvenil e internacional, tarea en la que volcó sus habilidades como comunicadora social. Para su familia biológica, en cambio, el proyecto del PNP suponía una traición al etnocacerismo. Desde la prisión, Antauro, que hasta el golpe de mano de Andahuaylas había dedicado más palabras a promocionar a Ollanta que a sí mismo, iba a pronunciarse exactamente en esos términos en noviembre de 2006, cuando llamó a su hermano "felón" y "traidor de mierda en todo el sentido de la palabra". Don Isaac, añoso pero con su cortante elocuencia intacta, declaró que su hijo se estaba rodeando de "forajidos" y expresó su preocupación porque él mismo pudiera convertirse en un "forajido", desde el momento en que formaba "parte del sistema". Además, adelantó que su voto iba a ir al partido Avanza País, microformación que reclutó a Ulises como su candidato para las presidenciales (a las que el primogénito acudía con un manifiesto centrado en el fusilamiento general de "corruptos" y "traidores") así como al propio Antauro, pese a su condición de preso en espera de juicio, para la lista al Congreso.


3. La apuesta presidencial de 2006: los límites de una plataforma radical

El PNP, debido a que antes de esa fecha no consiguió superar todos los requisitos técnicos y trámites burocráticos establecidos por la ley, vio demorada su inscripción en la Oficina del Registro de Organizaciones Políticas (OROP) del Jurado Nacional de Elecciones (JNE) hasta el 4 de enero de 2006, es decir, fuera del plazo para poder concurrir a los comicios. Humala previó con suficiente antelación esta eventualidad, que no pudiera candidatear a la Presidencia con su propio partido, así que, mientras recogía las firmas de adherentes que le exigía la JNE, se preparó para lanzar su campaña en el "vientre de alquiler" de una agrupación ajena. Emprendió primero conversaciones con el Movimiento Nueva Izquierda (MNI), una coalición marxista animada por el PCP-Patria Roja, pero el acuerdo lo alcanzó, el 3 de diciembre, con la Unión por el Perú (UPP), la formación de centroizquierda fundada por Javier Pérez de Cuéllar para batirse con Fujimori en las presidenciales de 1995.

Desde el temprano abandono del antiguo secretario general de la ONU a raíz de su derrota en aquella liza, la UPP no había conseguido llenar el hueco en su liderazgo y como fuerza parlamentaria apenas tenía relevancia. Su actual secretario general, José Vega Antonio, un político sin tirón mediático, advirtió que un pacto con Humala podía ser muy provechoso para ambos. Se decidió pues que el líder de los nacionalistas aspirara a la Presidencia en nombre de los upepistas, y que unos y otros confeccionaran una lista mixta de candidatos al Congreso. Como compañeros de plancha para las vicepresidencias primera y segunda Humala escogió al ingeniero y economista limeño Gonzalo García Núñez, director del Banco Central de Reserva, y al abogado ancashino Carlos Alberto Torres Caro.

Transcurridos los primeros días de 2006, Humala, protagonista de un espectacular ascenso en los sondeos, gozaba de un 27% de intención de voto frente al testimonial 3% adjudicado exactamente un año atrás. En otras palabras, el presidente del PNP ya era el favorito del electorado, habiendo desbancado provisionalmente a tres rivales de peso que hacía menos de dos meses le llevaban todavía la delantera: el ex presidente Paniagua, de la centrista Acción Popular (AP); el también ex presidente y líder aprista Alan García; y la más briosa de los tres, la popularcristiana Lourdes Flores Nano, de la coalición conservadora Unidad Nacional (UN). García y Flores ya lo habían intentado en 2001, cuando fueron derrotados por Toledo. El meteórico ascenso del nacionalista puso en evidencia el desencanto del electorado con los políticos al uso, ya se les llamara tradicionales o moderados, y con el sistema de partidos existente, falto, hasta ahora, de una alternativa claramente rupturista. De hecho, con Humala cabía hablar de fenómeno y de opción outsider, unos epítetos adjudicados a Fujimori en 1990.

Comentaristas y analistas se apuntaron a la tesis de que muchos de quienes se disponían a votar por el ex militar mestizo lo habían hecho por el ingeniero hijo de inmigrantes japoneses en la década precedente. Si en 1990 el El Chino no ofreció más ideología que una especie de populismo taumatúrgico que resolvería de un plumazo todos los problemas del país, en el presente Humala atraía por todo lo contrario, por desbordar ideología, aunque se tratase de un pensamiento confuso, lleno de ismos y, para sus detractores, en realidad, tramposo y sumamente inquietante. La etiqueta de "populista de izquierdas" se empleó profusamente en los medios de comunicación nacionales y extranjeros. Dicho sea de paso, el fujimorismo, como movimiento político, acudía a las elecciones bajo la denominación de la Alianza por el Futuro, con Martha Chávez Cossio de Ocampo postulándose para presidenta.

A mediados de enero, Humala vio cómo Lourdes Flores, una política carismática y con fama de competente que aunaba el respaldo financiero de la gran empresa privada y un indudable predicamento entre las clases más populares, le arrebata la primacía en las encuestas, pero a mediados de marzo, con la campaña electoral en su apogeo, el nacionalista volvió a señorear los sondeos.

En su Plan de Gobierno, el nacionalista, además de convocar en el lapso de un año una Asamblea Constituyente para, entre otras novedades, eliminar la reelección inmediata de todos los cargos de elección popular y la inmunidad parlamentaria absoluta de los miembros del Congreso, habló de conferir una mayor presencia al Estado y a los inversores privados peruanos en la economía, así como de impulsar un referéndum para que las operadoras extranjeras que explotaban el gas natural cuzqueño en el Consorcio Camisea pagaran más al Estado en impuestos y regalías, lo que debía traducirse en un abaratamiento de los precios al consumo local. Humala pretendía también paralizar la ratificación del Tratado de Libre Comercio que Toledo se disponía a suscribir (la firma iba a tener lugar en Washington el 12 de abril, tres días después de la primera vuelta electoral) con Estados Unidos para que se renegociara en un sentido más favorable al Perú, tras lo cual la nueva versión del Tratado sería asimismo sometida a referéndum.

Una cohorte de propuestas adicionales terminaron de perfilar el carácter decididamente izquierdista del programa de Humala, que insistió en la necesidad de constituir la Segunda República del Perú ("sobre los escombros de un país comprometido con los capitales extranjeros", diagnosticó). El candidato de la UPP aseguró su voluntad de reducir en un millón de personas el número de pobres extremos en los próximos cinco años mediante políticas públicas activas y de aumentar el presupuesto para los programas sociales, hasta equivaler al 1% del PIB en los tres primeros años. Ahora bien, la estabilidad macroeconómica era insoslayable, así que se trazarían las exigentes metas de una inflación máxima del 2,5% anual y de un déficit fiscal no superior al 1% del PIB. Un Gobierno suyo apostaría por aumentar los ingresos con la ampliación de la base de los tributos directos. Por otro lado, el candidato amenazó con investigar hasta sus últimas consecuencias la riada de casos de corrupción aflorados durante el mandato de Toledo, quien se despedía del cargo con unos bajísimos índices de aprobación.

En la campaña de la primera vuelta, el aspecto más controversial de la plataforma de Humala fue el grado de sus simpatías y relaciones personales con Chávez, con quien se reunió por primera vez en Caracas el 2 de enero. Durante la visita, que coincidió con la efectuada por el presidente electo de Bolivia, el dirigente socialista y sindicalista cocalero Evo Morales, y que causó mucha sorpresa porque el huésped se presentó de improviso, Chávez elogió a Humala, llamándole "Quijote" de la política peruana y recordando su "gesto de rebeldía" de 2000. Una acción, por cierto, que invitaba a trazar comparaciones con la intentona golpista de 1992 contra el presidente Carlos Andrés Pérez por parte de Chávez, entonces teniente coronel del Ejército venezolano.

Antes y después de esta impactante visita, que irritó al Gobierno peruano hasta el punto de denunciar una "injerencia" y llamar a consultas a su embajador en Caracas, Humala negó tener nexos inconfesables con el mandatario venezolano y en particular desmintió que recibiera de él soporte financiero, aunque agradeció sus deseos de éxito electoral. Sin embargo, el viaje a Caracas y los parabienes de Chávez y Morales fueron suficiente para que Flores y García dirigieran su artillería pesada contra el contrincante nacionalista, al que presentaron como un recluta emboscado del proyecto chavista. El interesado, que en sus actos proselitistas vestía una camiseta roja y en sus viajes, ya trajeado, lucía una corbata también roja, aseguró que de Venezuela y Bolivia él no tomaba "modelos", sino "experiencias". Había al menos una clara disonancia con Chávez: a diferencia de él, Humala apostaba por la continuidad de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), bloque comercial con cuya aquiescencia debía reformularse el TLC peruano-estadounidense. En marzo, para demostrar que sus miras eran anchas, acudió a entrevistarse con el argentino Néstor Kirchner y con el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva para hablar sobre integración regional.

En realidad, Humala hubo de destinar mucho tiempo a refutar y a limar su imagen, colocándose a la defensiva. Por expresar su admiración por Velasco Alvarado y comentar la posibilidad de "nacionalizar" sectores básicos de la economía nacional como los recursos energéticos, fue acusado de acariciar un proyecto "neovelasquista", viéndose obligado a aclarar que él no contemplaba "estatizar" o "expropiar", sino aumentar la participación del Estado en el negocio de las empresas mediante nuevos contratos, mayores paquetes accionariales y una tributación más exigente. Por explayarse sobre la necesidad que tenía el país de "disciplina y orden" para acabar con la corrupción y propugnar la "refundación" republicana, fue tachado de aspirante a dictador, ante lo cual repuso el matiz de que el proceso constituyente no haría necesario "disolver" el Congreso, no obstante haber afirmado con anterioridad que la institución legislativa sería suplida por la constituyente antes de terminar el lustro.

A medida que constataba los temores que su candidatura infundía, Humala fue insistiendo en su condición, por encima de todo, de nacionalista peruano. Eludió proclamarse revolucionario o comparar su proyecto con una revolución; lo que pretendía para el país era más bien una "transformación" y una "reconstrucción". Los mentíses de Humala se vieron perjudicados por la locuacidad hostil o enturbiadora de sus familiares, que seguían sin perdonarle su apartamiento del etnocacerismo. Antauro se refirió a la necesidad de "estatizar" los medios de comunicación, obligando al hermano a explicar que él no compartía ese pronunciamiento y que de ninguna manera contemplaba semejante medida de gobierno. El padre se mostró favorable a la excarcelación y amnistía de Abimael Guzmán y Víctor Polay, líderes de Sendero Luminoso y el MRTA, porque a su entender los cabecillas terroristas ya no representaban ninguna amenaza para la sociedad. Y la madre puso también en un aprieto al hijo al referirse a la conveniencia de pasar por las armas a los homosexuales.

En mitad de la campaña, Humala tuvo que pedir a sus padres que se abstuvieran de hacer más valoraciones a los medios, los cuales citaron a la homofobia, el racismo, la xenofobia, el antisemitismo y el militarismo como parte del bagaje ideológico del etnocacerismo. En el sprint final antes de la primera vuelta, en una entrevista, el candidato quiso zanjar la polémica: "Las ideas de mis hermanos Ulises y Antauro no tienen nada que ver conmigo. Una de las razones por las que cada vez estoy más alejado de mis hermanos y mi padre es por el contenido racista de sus discursos", declaró.

En paralelo a estas controversias, Humala hubo de hacer frente a un problema potencialmente mucho más peligroso para su credibilidad como político. El 9 de febrero, las familiares de dos víctimas de la guerra sucia en la lucha del Estado contra Sendero Luminoso a principios de los años noventa interpusieron contra el ex militar una denuncia por la tortura, asesinato y desaparición forzada en junio de 1992 en la localidad de Pucayacu, provincia de Tocache del departamento de San Martín, de los señores Natividad Ávila Rivera y Benigno Sullca Castro, matrimonio. Las denunciantes identificaron a Humala como el oficial de la Base Militar Madre Mía, muy próxima a Pucayacu y no lejos también de Tingo María, que, atendiendo al nombre de Capitán Carlos, se negó a darles cuentas del paradero de Sullca y Ávila (el cuerpo del primero terminó apareciendo días después, en la orilla de un río y con una herida de bala en la cabeza).

En los días siguientes, nuevas denuncias de familiares de víctimas fueron presentadas contra Humala, mientras los medios se hicieron eco de múltiples testimonios de paisanos sobre las violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos perpetradas por miembros de la guarnición de Madre Mía, cuyo comandante al mando era, ciertamente, el hoy aspirante presidencial. Antauro, que no dejaba pasar ninguna oportunidad para entorpecer la carrera política de su hermano, terció en el escándalo para confirmar que en 1992 su hermano había usado el pseudónimo de Carlos mientras estuvo implicado en las operaciones antisubversivas. El 4 de abril, en el peor de los momentos para el candidato, la Fiscalía de la Nación anunció la próxima llamada a declarar a Humala, en calidad de testigo, no de acusado, en el marco de la investigación criminal abierta. Humala y su equipo de campaña refutaron todas las acusaciones, que enmarcaron en una campaña de difamación orquestada por el equipo de Lourdes Flores, aunque él reconoció haberse hecho llamar Carlos en sus días de capitán. Con la salvedad de que los delitos de lesa humanidad investigados por la Fiscalía habría que atribuírselos a otro Carlos, pues muchos militares en campaña se llamaban así. Él, aseguró, tenía el historial completamente limpio.

Bronco duelo en la segunda vuelta con Alan García
En una encuesta postrera difundida el 8 de abril, Humala continuaba en cabeza con un 24% de intención de voto, siete puntos menos que los otorgados por otro sondeo semana y media atrás, lo que ponía de manifiesto el impacto negativo de las polémicas y escándalos de última hora, mientras que una desfondada Flores y un recrecido García aparecían empatados en el 21%. Aunque la competición iba bastante igualada, el nacionalista tenía muy probable el paso a la segunda vuelta. El 9 de abril Humala pasó el mal trago de ser recibido por partidarios de Flores con gritos de "asesino" y lanzamiento de objetos en su colegio electoral limeño. Tras depositar el voto junto con su esposa, derecho que, reveló, era la primera vez que ejercía, el candidato abandonó el centro protegido por un fuerte escudo policial. Luego, en rueda de prensa, muy enfadado, calificó lo sucedido de "acto fascista" y culpó de ello al "bloque de Todos contra Ollanta", citando por sus nombres a Toledo, Flores y García.

Dificultades técnicas prolongaron el escrutinio durante dos semanas. Concluido el mismo, resultó que Humala obtuvo el paso a la segunda vuelta del 4 de junio con un porcentaje más lustroso de lo esperado, el 30,6% de los votos. Era el vencedor indiscutible, pero sólo provisionalmente. La batalla democrática continuaba. La mala noticia fue que junto con él continuaba en la lid Alan García -el 24,3%-, cuya posición de centro, a la izquierda de Flores pero a su derecha, tras conseguir perfilar con éxito una imagen de socialdemócrata moderado y responsable, que había aprendido de los errores de gestión en su primera presidencia, le convertía en el seguro destinatario de los votos de los partidarios de Flores, de Paniagua y, en general, de todos los electores, abundantísimos en las clases altas y medias, a los que el nacionalista producía vivo temor.

Por otro lado, aun en el caso de que ganara y llegara a la Casa de Gobierno, Humala tendría que pactar con otros grupos parlamentarios para alcanzar la mayoría en el Congreso, ya que la lista de la UPP, cuya confección había estado trufada de tensiones entre upepistas y nacionalistas, dentro de su éxito en comparación con la representación preexistente, sólo había obtenido 45 de los 120 escaños. Por cierto que su hermano Ulises, con 24.500 votos, quedó en decimocuarta posición, mientras que Avanza País, con el 1,1% de los sufragios, no sólo no ganó ningún escaño, sino que perdió la inscripción ante el JNE.

La campaña de la segunda vuelta prometía librarse a cara de perro y Chávez se encargó de calentar el ambiente destinando una serie de insultos a García, quien ya arrastraba una pelotera personal con el líder venezolano. Toledo fue también blanco de los improperios del bolivariano y el 29 de abril el mandatario reaccionó ordenando el regreso del embajador en Caracas. Las destemplanzas verbales de Chávez fueron, de hecho, un regalo para García, ya que la opinión pública peruana, sin distingos de ideología, se sintió ofendida en su amor propio patriótico, mientras que Humala, que no había provocado esta polémica, quedaba en una situación embarazosa. El propio Toledo, en violación de la normativa electoral, salió a dar su apoyo explícito al aprista al afirmar que los peruanos tendrían que elegir "entre la democracia y el autoritarismo". Un debate cara a cara televisado entre los candidatos, aunque ganado por García gracias a su mayor soltura mediática y su elocuencia, no resultó suficiente para decantar a su favor al grueso del electorado indeciso. De puertas afuera, los observadores presentaron la elección peruana como una "encrucijada geopolítica" que iba a decidir bien la expansión, bien el frenazo del gran proyecto continental de Chávez, el ALBA.

Al final, todo iba a decidirse en el terreno emocional de las filias y las fobias, de la explotación del miedo al contrario, del recuerdo del pasado ominoso (con García) y del pronóstico de un futuro siniestro (con Humala). En los días previos a la votación, García intensificó una guerra de descalificaciones en la que Humala, obligado a comedirse para no extender su pésima fama entre millones de peruanos, se llevó la peor parte. Entre otras cosas, el líder aprista llamó a su adversario "golpista", "asesino de policías", "violentista", "senderista", "jefe de personeros de Fujimori en 2000", "fiel lacayo de Vladimiro Montesinos" y "quinta columna de Hugo Chávez". Tamaño cúmulo de escarnios se nutrió de un reguero de informaciones pretendidamente comprometedoras que ya habían aflorado en la primera vuelta pero que ahora, explotadas con fruición por García, adquirieron dimensiones de gran escándalo.

El 20 de mayo, luego de expresarle a Evo Morales en la fronteriza Copacabana su "solidaridad" con la reclamación histórica de Bolivia de una salida al mar a través de territorio chileno, y en la víspera del primer debate televisado con García, Humala encajó la divulgación por medios locales de unas afirmaciones hechas por Montesinos en la sala de audiencias de la Base Naval del Callao, donde estaba preso, sobre que el teniente coronel se había alzado en rebeldía de octubre de 2000 con el único fin de facilitarle a él su huida del país. "Fue una farsa, fue una operación de engaño, una manipulación (…) nunca puso en riesgo la continuidad del gobernante", dijo Montesinos de Humala, quien añadió que este no había hecho otra cosa que "corretear por la sierra en busca de notoriedad", y, más aún, que había "participado" en la campaña reeleccionista de Fujimori.

Aunque la fuente no era precisamente de las más acreditadas, la "revelación" de Montesinos suponía una denuncia explosiva que Humala se apresuró a atajar, con escaso éxito. Para él, el único beneficiario de esa especie era García, así que sospechó un contubernio a dos. Nervioso por el vericueto que estaba tomando la campaña, el nacionalista alertó contra la comisión de un "fraude" en la segunda vuelta, aunque hubo de reconocer que no tenía ninguna prueba para presentar. En las postrimerías preelectorales, Humala dio un bandazo y recuperó el discurso más militante, reivindicando el apoyo recibido de Chávez y Morales, subrayando la necesidad de formar una piña regional con Venezuela, Bolivia y Ecuador, y señalando que su programa de mudanza constitucional tenía como fin "una redistribución del poder". Sin perder un minuto, García acusó a su adversario de "apetito golpista".

La estrategia del miedo al antiguo oficial etnocacerista funcionó. El 4 de junio de 2006, Humala, con el 47,4% de los votos, fue vencido, pero desde luego no arrollado, por García, presidente electo de la República con un 52,6% de apoyos. El nacionalista tuvo un muy buen perder. Nada más conocer los resultados oficiales, evitó invocar el fantasma del fraude, admitió su derrota sin reservas y felicitó a su oponente. A su entender, había motivos para estar satisfechos. La UPP era la primera fuerza del Congreso y el proceso electoral se había saldado con una "histórica victoria social y política" para su movimiento, actor imprescindible en la "gran transformación" que arrancaba en el Perú. Dato destacado, la candidatura humalista se había impuesto en casi todos los departamentos del interior y en los tres de la costa sur, Arequipa, Moquegua y Tacna. Los Andes meridionales eran los grandes bastiones del líder del PNP, que arrasó en la emblemática Cuzco y particularmente en Apurímac, Huancavelica y Ayacucho, donde capturó respectivamente el 73,9%, el 76,5% y el 77,1% de los sufragios. En Lima, en cambio, sólo sacó el 38%.


4. Procesos judiciales por presuntos crímenes militares

La resaca de las elecciones de 2006 trajo sinsabores a Humala. Al poco de constituirse el Congreso, la bancada de la UPP se dividió en dos por discrepancias entre los upepistas, que apostaban por una "oposición constructiva" al Gobierno del Partido Aprista Peruano (PAP), y los nacionalistas, que querían atraer a la minoritaria izquierda radical a un "frente nacionalista democrático" para fiscalizar el cumplimiento por García de sus promesas sociales y que decidieron acudir por su cuenta a las elecciones municipales y regionales de noviembre. La fractura, materializada por el ex candidato vicepresidencial Carlos Torres Caro y su grupo de upepistas, convirtió al PAP en la primera fuerza parlamentaria, seguido por el PNP con 25 miembros. La ruptura con la UPP fue especialmente traumática para el bando de Humala, que sufrió derrotas generalizadas y muy aparatosas en los comicios locales del 19 de noviembre: el PNP no venció en ninguna región y sólo obtuvo 80 alcaldes, 70 distritales y 10 provinciales. Este descalabro total puso en evidencia las dificultades del partido para arraigar en las instituciones políticas más próximas a la población, allí donde el liderazgo personalista de Humala no tenía mucho que ofrecer.

Más quebraderos de cabeza le dio el rastreo judicial de su proceder castrense en los años de la lucha antisenderista. El 14 de agosto la fiscalía provincial de Tocache le formuló denuncia penal en relación con las violaciones de Madre Mía en 1992, en concreto por el homicidio en agravio y la desaparición forzada de los esposos Sullca-Ávila, y por la tortura y tentativa de asesinato de una tercera víctima, esta con vida, Jorge Ávila Rivera, hermano de Natividad Ávila y testigo y denunciante del caso. El 1 de septiembre el Cuarto Juzgado Supraprovincial de Lima admitió a trámite la denuncia, lo que supuso la apertura contra Humala de un proceso penal por la presunta comisión de unos "delitos contra la humanidad" que incluían el delito de "lesiones graves", pero no el de "torturas", que como tal no estaba tipificado en el Código Penal.

El abogado del acusado, que de entrada vio prohibida la salida del país, embargados sus bienes con carácter preventivo e imponérsele una fianza de 20.000 nuevos soles, afirmó que el proceso contra su cliente no tenía "ni pies ni cabeza". Humala mismo se declaró víctima de una "persecución política", al frente de la cual situó al presidente García. "He sido un soldado que he defendido a mi país con honor, y siento ahora que por cuestiones políticas no sólo se me quiere destruir, sino que esto es el inicio para destruir a las Fuerzas Armadas", afirmó en rueda de prensa. La situación judicial del líder opositor se complicó a últimos de diciembre porque el 38 Juzgado Penal de Lima le abrió un segundo proceso penal, este por su presunta "autoría intelectual" del asalto de la comisaría de Andahuaylas en 2005. La acusación se basaba en dos pruebas de peso: el manifiesto firmado con su nombre y fechado en Seúl el 30 de diciembre que instaba a los etnocaceristas al levantamiento y el video en el que Antauro explicaba a los periodistas que se había escogido Andahuaylas como escenario de la asonada por decisión del hermano.

En su resolución, que daba trámite a la denuncia incoada previamente por la fiscalía, la magistrada instructora indicaba que el encausado habría cometido el delito contra el orden constitucional en la modalidad de "rebelión". Además, le imponía el pago de 5.000 nuevos soles en concepto de fianza y el embargo de sus bienes para hacer frente a una eventual reparación civil a los familiares de los policías muertos en Andahuaylas. Si iba a juicio y era hallado culpable, Humala podría recibir una pena mínima de 10 años de prisión y una pena máxima de 20 años. A lo largo de 2007 y 2008, Humala alternó el activismo opositor contra el Gobierno alanista y las entradas y salidas de los juzgados, donde su peripecia, paralela a la de su hermano, con el que compartía proceso por los sucesos de Andahuaylas –pero no estatus de libertad, ya que Antauro continuaba en la cárcel-, se dilató más de lo esperado.

En diciembre de 2007, la Segunda Sala Penal Transitoria de la Corte Suprema, arguyendo que no convenía prolongar todavía más el antejuicio, rechazó un pedido de la fiscal del caso para que se abriera un proceso distinto a Ollanta. En marzo de 2008, tras serle aceptado un recurso de hábeas corpus en el que pedía que se le considerara testigo y no acusado debido a que su acta de procesamiento había pasado por alto la diligencia de la declaración instructiva en primera instancia, el político consiguió la anulación de la imputación de la Fiscalía y por tanto quedó exonerado de juicio.

El juicio arrancó sólo para Antauro y los militares etnocaceristas que lo habían secundado, y en septiembre de 2009 terminó para el primero con una sentencia condenatoria de 25 años de cárcel como culpable de los delitos de homicidio calificado, rebelión y tenencia ilegal de armas. Meses antes, el 12 de enero, la Segunda Sala Penal para Reos Libres archivó de manera definitiva la denuncia contra el mayor de los Humala por el Andahuaylazo al confirmar la decisión del 19 Juzgado Penal de Lima, que, en primera instancia y ante la falta de pruebas consistentes, había resuelto no iniciar un proceso penal contra el ex candidato presidencial por el delito de rebelión en agravio del Estado. El proceso por los crímenes de Tocache seguía activo, pero también aquí Humala salió airoso: el 21 de diciembre de 2009, con el argumento también de la insuficiencia de los indicios incriminatorios (el principal testigo, Jorge Ávila, se retractó de su declaración) la Segunda Sala Penal Transitoria ratificó un fallo eximente de la Sala Penal Nacional y dio carpetazo al proceso.


5. Nueva imagen dulcificada para las elecciones de 2011

Una vez resueltas sus cuitas con la justicia, Humala, con el apoyo inestimable de su esposa Nadine, pudo concentrarse en los preparativos de cara a las elecciones presidenciales de 2011, a las que tenía decidido presentarse, y esta vez bajo los colores propios. En octubre de 2009 insistió en que durante la campaña electoral de 2006 había sido objeto de un espionaje telefónico por parte del Ejecutivo, cuyo cabeza, García, era "una amenaza para la democracia peruana".

A lo largo de 2010, el aspirante fue multiplicando los actos proselitistas y perfilando su estrategia electoral, que comparándola con la de 2006 no presentaba apenas cambios en los contenidos pero sí en las formas y en las afinidades regionales más o menos declaradas. Así, manteniendo intacto un programa de gobierno que se declaraba nacionalista y de izquierdas, reprobaba el neoliberalismo, propugnaba un Estado más fiscalizador, social e inclusivo, e insistía en la necesidad de dotar al Perú de una nueva Constitución, Humala prefirió no incurrir en la retórica más populista y los tonos ásperos (aunque siguió vindicando la "gran gesta democrática de Locumba"), cultivó una imagen de político responsable que había "madurado" y "enriquecido" sus propuestas, y profundizado su análisis de la situación nacional. No menos importante, se distanció ostensiblemente de Chávez para mirarse en el espejo del Partido de los Trabajadores de Brasil.

Humala escenificó una mudanza en lo personal que traía a mientes la vendida por Alan García en la competición de 2006, cuando el ex presidente, que también tenía un pasado muy propicio para la exigencia de explicaciones, se afanó en transmitir seriedad y fiabilidad. Símbolo de los tiempos, el nacionalista se despojó de sus indumentarias de color rojo y vistió la más neutra camisa azul, eso cuando no se ponía un sobrio traje de tonos oscuros y de corbata también azul.

La alianza Gana Perú y un programa para la "gran transformación" nacional
En el PNP todo se supeditaba a la ambición presidencial de su fundador y líder. Así que los nacionalistas, en una decisión no por comprensible menos sorprendente, decidieron no participar con su sigla en las elecciones regionales y municipales del 3 de octubre de 2010, aunque en algunas circunscripciones sí lo hicieron a título de independientes, integrados en listas de partidos de izquierdas y de los pujantes movimientos regionalistas. Aunque no lo reconoció abiertamente, estaba claro que el PNP no quería arriesgarse a sufrir un ridículo electoral como el de las municipales de 2006, tan dañino como gratuito, en un momento en que las encuestas eran poco propicias para su jefe: desde hacía varios meses, el antiguo militar aparecía en un lejano cuarto puesto, con aproximadamente un 12% de intención de voto, tras el ex presidente Toledo, Keiko Fujimori Higuchi, hija y heredera política del hoy encarcelado, juzgado y condenado Alberto Fujimori, y el alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio.

El 15 de diciembre de 2010 el PNP suscribió con el PCP-Patria Roja, el Partido Socialista del Perú (PS), el Partido Socialista Revolucionario (PSR), el Movimiento Político Voz Socialista (MPVS) y un sector del movimiento regional Lima para Todos, esto es, la izquierda tradicional al completo, el acuerdo político Gana Perú, coalición que presentaba a Humala como candidato a la Presidencia y listas conjuntas al Congreso y al Parlamento Andino. Dos días después, Humala lanzó su candidatura de manera oficial en Lima, en un acto que fue pródigo en gestos y palabras de moderación. Gana Perú, que hacía suyo el logo del PNP, la letra O roja, no era exactamente una alianza partidaria, pese a tomar esa denominación, puesto que no se inscribió como tal ante la OROP/JNE, donde el plazo para la presentación de solicitudes expiró el 11 de diciembre. Sus signatarios consideraban la alianza abierta a una veintena de movimientos regionales en diferentes departamentos del país. Para secundar a Humala en la plancha presidencial, fueron presentados Marisol Espinoza Cruz, congresista por Piura y portavoz del grupo parlamentario del PNP, y Omar Chehade Moya, antiguo jefe de la Unidad de Extradiciones de la Procuraduría Anticorrupción, luego el responsable de tramitar la extradición de Fujimori por Chile en 2007.

El 4 de enero de 2011, de regreso de Brasilia, donde había asistido como invitado a la transferencia del mando presidencial por Lula a su heredera política, Dilma Rousseff, el opositor inscribió su plancha presidencial ante el Jurado Electoral Especial Descentralizado de Lima. Sus principales contrincantes en las urnas iban a ser: Toledo –ahora mismo, el primero en las encuestas, con gran ventaja sobre los demás- por la Alianza Perú Posible, de componente centrista y socialcristiano, que reunía al partido Perú Posible, a la Acción Popular y a Somos Perú; la siempre potente Fujimori, por Fuerza 2011, de derecha populista; Castañeda, por la Alianza Solidaridad Nacional, de centro-derecha, que integraban entre otros el Partido Solidaridad Nacional de Castañeda, la UPP y el ex fujimorista Cambio 90; y Pedro Pablo Kuczynski Godard, alias PPK, quien fuera primer ministro y ministro de Economía con Toledo, por la Alianza por el Gran Cambio, de orientación liberal.

El Plan de Gobierno de Gana Perú para el período 2011-2016, titulado La Gran Transformación, adquirió la forma de un documento programático bastante prolijo y analítico, sin simplezas que facilitaran la acusación de populismo fácil, incluso hasta farragoso. Atiborrado de "diagnósticos" de todos y cada uno de los aspectos de la vida nacional, el Plan trazaba un balance demoledor de las dos décadas de "gobiernos neoliberales de Fujimori, Toledo y García".

En síntesis, el programa humalista preconizaba un "cambio radical" en el que el modelo económico neoliberal, "que acentúa la desigualdad social, depreda los recursos naturales, violenta la legalidad y la democracia, y no genera desarrollo", diera paso a una "economía nacional de mercado" caracterizada por la prelación de los "mercados locales y regionales internos" frente al "énfasis en los mercados externos", y por el fortalecimiento del Estado como "regulador" de dicha economía de mercado, "promotor" de una gestión gubernamental descentralizada y "garante" de los derechos constitucionales. Vertebrar al país geográficamente, superar las agudas desigualdades sociales y territoriales, e integrar a toda la población en la distribución de la riqueza generada por el fuerte crecimiento económico, reconocido a la Administración saliente y basado en la exportación masiva de minerales –oro, plata y cobre, fundamentalmente- cuya cotización en los mercados internacionales estaba disparándose, serían otras misiones cardinales de ese Estado vigorizado.

Ocho capítulos componían el sesudo documento. El primero explicaba la "crítica nacionalista al modelo neoliberal" y pintaba un Estado en crisis sistémica porque el mismo era "excluyente" y, desde el momento en que "sólo beneficia a las transnacionales y los grandes empresarios", ni siquiera podía considerarse "nacional", esto es, "para todos los peruanos", lo que hacía de la presente una democracia "precaria, débil e incompleta". Para remediar este estado de cosas, Humala proponía principalmente "construir nación y un Estado pluricultural", lo que requería una reforma política, "para consolidar la democracia", y una nueva Constitución, "para cancelar la impuesta por la dictadura fujimorista". En relación con este punto, durante la campaña de marzo, Humala reafirmó que "el principio de la no reelección" estaba "garantizado". Otrosí, continuaba el Plan, era menester "construir un nuevo modelo de desarrollo basado en una economía nacional de mercado abierta al mundo", así como "moralizar la política y combatir la corrupción como método de gobierno".

En el resto de capítulos, Humala y sus aliados de la izquierda radical se explayaban sobre la implementación de aquellos grandes objetivos. Como políticas concretas para establecer la economía nacional de mercado, advocaban la subida de determinados impuestos directos y regalías empresariales, el aumento de la base de recaudación tributaria, la expansión del mercado interno para estimular la industrialización y la inversión, el desarrollo de infraestructuras, la renegociación de los tratados de libre comercio "asimétricos" y, seguramente el punto que más dio que hablar, la "nacionalización" de las actividades estratégicas y la "recuperación de la soberanía" sobre los recursos naturales. Todo ello, sin renunciar a la "responsabilidad" macroeconómica, buscando siempre un régimen de baja inflación, estabilidad cambiaria y sostenibilidad fiscal, con una meta de déficit público contenido por debajo del 1% del PIB.

En la línea de lo supuestamente aclarado por el candidato en las presidenciales de 2006, por "nacionalización", puntualizaba el Plan, debía entenderse la puesta en marcha de "políticas públicas concertadas y no necesariamente estatizaciones", y por "soberanía energética", "retomar el control de las decisiones del negocio gasífero a Petroperú", la empresa estatal de hidrocarburos, así como "garantizar el destino de los recursos energéticos naturales a la satisfacción del mercado nacional en primera instancia", en el caso del gas, por lo menos durante 20 años. Fuera del programa, Humala fue más explícito sobre el particular. Ya en junio de 2010 dejó claro que el gas de Camisea debía destinarse íntegramente al abastecimiento interno, para abaratar los precios al consumo y con vistas también a reducir la dependencia del petróleo, no a la exportación; "ni una molécula de gas fuera del Perú", afirmó entonces.

Unos repertorios de políticas "sectoriales", "horizontales" y "sociales" (incluyendo en este capítulo la instauración de "sistemas universales gratuitos y de calidad en educación y salud, en la perspectiva de una seguridad social universal") complementarias a la estrategia de desarrollo, así como una serie de consideraciones en torno a una nueva política exterior centrada en el fortalecimiento de la integración andina y latinoamericana (apoyando a la CAN, el Mercosur y la Unasur), la "globalización solidaria" y la "reivindicación de la política y el Estado" en las relaciones internacionales, completaban el texto.

Como en la apuesta de cinco años atrás, Humala tuvo un rendimiento vertiginoso en los muestreos de intención de voto. A mediados de marzo, faltando menos de un mes para la primera vuelta del 10 de abril (a la que seguiría una segunda el 5 de junio con toda seguridad, pues ningún candidato estaba en condiciones de alcanzar el 50% de los votos), adelantó al declinante Castañeda, sin solución de continuidad rebasó a Fujimori y antes de terminar el mes, con una cuota del 22%, desbancó en la primera posición a Toledo, quien vio alejarse la posibilidad de pasar a la segunda v