Luiz Inácio Lula da Silva

 

(Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada el 30/9/2022. Luiz Inácio Lula da Silva, candidato del Partido de los Trabajadores (PT) y ya presidente de Brasil durante dos ejercicios entre 2003 y 2011, ganó la primera vuelta de la elección presidencial del 2/10/2022 con el 48,43% de los votos y en el balotaje del 30/10/2022 se impuso al titular del puesto aspirante a la reelección, Jair Bolsonaro, con el 50,9%. El 1/1/2023, a los 77 años, Lula da Silva tomó posesión de la Presidencia de la República de Brasil con un mandato de cuatro años).


Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil durante dos ejercicios entre 2003-2011, vuelve a ser candidato al Palacio de Planalto en las elecciones generales del 2 de octubre de 2022. A los 76 años, el ex mandatario, postulante por su partido de toda la vida, el de los Trabajadores (PT, socialista), y de una coalición "de la esperanza" que aglutina a una decena de formaciones de carácter "progresista", aspira a derrotar al presidente en ejercicio, Jair Bolsonaro, su némesis en lo ideológico y lo personal, a quien adelanta en las encuestas.

Un triunfo de Lula en estas votaciones tremendamente polarizadas, más allá del cambio de rumbo que pudiera significar para Brasil, por de pronto supondría reconectar con un legado de gobierno orientado al desarrollo social así como una suerte de absolución popular tras años de acciones penales en su contra, según él políticamente fabricadas pero lesivas de su imagen, por delitos de corrupción. Así, al ex presidente le cayeron dos condenas con penas carcelarias sumadas de 26 años y de las que cumplió 580 días, antes de dictar el Supremo Tribunal Federal una serie de sentencias favorables: en noviembre de 2019 obtuvo la libertad provisional y entre marzo y junio de 2021 quedó exonerado tras concluir el STF que sus juicios por presuntos sobornos no habían sido justos.

"Tengo que volver para recuperar el prestigio de Brasil y que el pueblo coma tres veces al día", es una de las muchas afirmaciones con las que el líder petista, desde antes de lanzar su candidatura en mayo de 2022 y de proclamarla su partido dos meses después, viene ilustrando sus ansias de derrotar y suceder a Bolsonaro, al que ha tachado de "fascista" y "genocida". Para "reconstruir" todo lo "destruido" por el mandatario de derecha radical, Lula anuncia programas de inversión social enfocados en las familias con menos recursos, los trabajadores de renta baja, la salud, la vivienda y las mujeres. Dice que un Gobierno suyo garantizaría alimentos para los 33 millones de personas (el 16% de la población) que pasan hambre y ajustaría el salario mínimo por encima de la inflación (abultada pero bajando, por debajo del 10%) para proteger el poder adquisitivo. También, se compromete con la sostenibilidad ambiental, combatiendo las quemas, la deforestación y la minería ilegal, y con la responsabilidad fiscal, ya que "un Estado serio no puede gastar más de de lo que tiene". Las promesas de un gran plan de obras públicas para tirar de la economía y de blindar el parque de empresas estatales contra las privatizaciones son otros puntos destacados de su proyecto.

Lula da Silva se presenta a la sexta elección presidencial de su procelosa carrera política formando tándem con Geraldo Alckmin, del Partido Socialista Brasileño (PSB), antiguo adversario en las urnas y figura de perfil moderado. Además del PT y el PSB, integran su plataforma el Partido Comunista de Brasil (PCdoB), el Partido Verde (PV), el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), la Red Sostenibilidad (REDE), Solidaridad, Avante, Agir y el Partido Republicano de Orden Social (PROS).


 

LOS PRIMEROS OCHO AÑOS EN PLANALTO

Cuando en octubre de 2002, en su cuarto intento y tras suavizar su imagen radical, consiguió ganar las elecciones presidenciales, a Luiz Inácio Lula da Silva, antiguo obrero del metal con solo estudios primarios, sindicalista, fundador y líder del PT, se le planteó el dilema de cómo satisfacer las urgentes necesidades de distribución de la renta e inclusión social sin renunciar a la disciplina en el gasto público y al control de la inflación, políticas ortodoxas demandadas por aquellos con los que Brasil estaba fuertemente endeudado. 

Al concluir su segundo mandato cuatrienal, un balance positivo, fausto de hecho, se imponía: en esos ocho años, Brasil había experimentado un robusto crecimiento económico acompañado de estabilidad financiera más un avance histórico en el terreno social, con millones de ciudadanos rescatados de la pobreza y aupados a las clases medias trabajadoras con medios para consumir gracias a los programas de providencia del Gobierno (Fome Zero, Bolsa Família, Minha Casa Minha Vida), cuya reactivación Lula propugna ahora en su campaña para las presidenciales de 2022. En ese tiempo, el dirigente socialista salió airoso del descomunal escándalo de corrupción, el Mensalão, que diezmó al petismo y tumbó a varios de sus colaboradores, resistió las presiones por su izquierda y recobró los más altos índices de popularidad. 

En su agenda reformista confluyeron los ajustes promercado, la consolidación fiscal, las grandes actuaciones de promoción social y apuestas estratégicas, no exentas de controversia, como los biocombustibles y los transgénicos. En apariencia, Lula, con su pragmatismo e iniciativa, había conseguido cerrar brechas multiseculares en la sociedad, poniendo de acuerdo y e implicando en un proyecto común de país a movimientos sociales de base, habitantes de las favelas, clases medias profesionales, campesinos, intereses partidistas de diversos colores, productores de bienes y poderes corporativos privados. Una imagen de consenso nacional transversal que, empero, las olas de protestas sucedidas entre 2013 y 2016 harían volar en mil pedazos.

Su persistente carisma en casa, luego muy dañado por los procesos por corrupción, fue parejo a una descollante proyección internacional, en un mundo en mutación. Como jefe de un Estado que buscaba ser un actor relevante en la escena global y se perfilaba como el adalid del nuevo Sur emergente, Lula trabó alianzas con sus colegas de India, China, Rusia y Sudáfrica en los foros IBSA y BRIC. Buscó la democratización, con un asiento permanente para Brasil, del Consejo de Seguridad de la ONU. Mantuvo estrechas consultas con los líderes de un G8 en declive. Fue una de las estrellas del nuevo G20 surgido de la Gran Recesión de 2008-2009. Y lanzó una cruzada contra el hambre en el planeta. Sus consignas eran el multilateralismo más abierto, el diálogo franco y sin confrontación geopolítica con el Norte, la corrección de desequilibrios geográficos y la firma de buenos negocios, a veces pasando por alto consideraciones sobre los Derechos Humanos. 

En su hemisferio, Lula afianzó el liderazgo sur/latinoamericano de Brasil, la "potencia natural" del subcontinente pero no pocas veces vista con recelo por algunos vecinos, en pro de la integración regional. Entre equilibrios y matices, condujo unas relaciones ambivalentes con Estados Unidos y Venezuela, donde hubo coincidencias y desencuentros de manera desigual. Así, el presidente, en 2005, dio el golpe de gracia al ALCA mientras enarbolaba el ineficiente MERCOSUR, una política de hecho continuista de la iniciada por su predecesor en Planalto, el socialdemócrata Fernando Cardoso

Pero también guardó ciertas distancias, sin dejar de participar en algunos de sus consorcios, del ALBA, el ambicioso proyecto bolivariano de su amigo Hugo Chávez y lubricado por los hidrocarburos fósiles, a la vez que se ponía de acuerdo con Washington en materia de biocombustibles... antes de volver a irritar a los norteamericanos con su iniciativa de mediación en el contencioso nuclear de Irán. La Argentina de los Kirchner, como parte del llamado eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires, Perú, con el que forjó la CSN/UNASUR, la Cuba castrista y la Unión Europea fueron otros interlocutores privilegiados de su Gobierno.

(Texto actualizado hasta 30/9/2022)

 

 

1. Obrero y sindicalista del metal en São Paulo
2. Salto a la política desde las luchas gremiales
3. El lento ascenso electoral del Partido de los Trabajadores
4. Candidato presidencial en 1989 frente a Collor de Mello
5. Problemas con la imagen radical y dos fracasos en las urnas ante Cardoso
6. Papel en los foros de São Paulo y Porto Alegre
7. El victorioso envite electoral de 2002: renovación de las formas y matización del programa
8. Una toma de posesión cuajada de expectativas
9. El primer año de gobierno (2003): pragmatismo, gradualismo e impaciencia por la izquierda
10. Una ambiciosa agenda internacional: diálogo con el Norte, cooperación entre el Sur, rechazo del ALCA y la cruzada contra el hambre; Lula y los grupos G8, G20, IBSA y BRIC 
11. La tormenta del Mensalão desarbola al PT: escándalos de corrupción y cascada de dimisiones en 2005
12. La reelección de 2006; logros macroeconómicos y primeros resultados de los programas sociales
13. Dos polémicas apuestas estratégicas: los biocombustibles y los transgénicos; las opciones energéticas de Brasil y la incierta protección de la Amazonía
14. El liderazgo regional: el eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires, las divergencias con Chávez y la integración sudamericana 
15. La iniciativa de mediación en el conflicto nuclear de Irán, inoportuna para Estados Unidos 
16. El final de ocho años de mandato: un legado de progreso y sucesión por Dilma Rousseff 
17. Las ramificaciones de Lava Jato: la caída de un mito en plena debacle nacional
18. Exoneración judicial y resurrección política en 2021
19. Elenco de distinciones


1. Obrero y sindicalista del metal en São Paulo
Luiz Inácio da Silva nació el 27 de octubre de 1945 en el pueblo de Vargem Grande, actualmente integrado en el municipio de Caetés, cerca de Garanhuns, en el estado nororiental de Pernambuco, en un entorno social y económico lastrado por el subdesarrollo más agudo. Era el séptimo de los ocho hijos, cinco chicos y tres chicas —en realidad, los hermanos fueron doce, pero cuatro, entre ellos dos gemelos, murieron prematuramente— tenidos por una pareja de labradores analfabetos, Aristides Inácio da Silva y Eurídice Ferreira de Mello, llamada Dona Lindu por el vecindario. 

El padre, hombre de temperamento violento, mujeriego y que no mostró un cariño especial hacia su familia ni el menor interés por la educación de su progenie, a la que quería ver trabajando tan pronto como tuviera la edad, emigró a la urbe de São Paulo para ganarse la vida como estibador portuario tan solo unos días antes de dar su esposa a luz al siguiente de sus vástagos. Con él se fue una prima de Eurídice Ferreira, con la que Aristides da Silva iba a formar otra familia igual de numerosa. De hecho, el joven Luiz Inácio no conocería a su padre hasta transcurridos cinco años, cuando se presentó en Vargem Grande acompañado de algunos de sus nuevos hijos, hermanastros del muchacho. Según algunas fuentes, en esta visita fugaz Dona Lindu quedó embarazada de su duodécimo hijo, el único hermano menor del futuro presidente. 

En 1952 Eurídice Ferreira se deshizo de las improductivas parcelas de labranza que tenía en propiedad y emigró con toda su prole al estado litoral de São Paulo, confiada en poder encontrar una situación vital menos sombría que la dejada atrás en el depauperado Pernambuco. Según parece, en el traslado tuvo mucho que ver Aristides da Silva, que ahora se mostraba dispuesto a ejercer la condición de doble padre de familia mientras trabajaba en los muelles de carga de la ciudad portuaria de Santos. Luiz Inácio, su madre y sus hermanos vivieron primero en Guarujá y en 1954 se instalaron en la capital paulista. Hacia 1956, poniendo término a una larga secuencia de separaciones y reencuentros, Dona Lindu decidió romper definitivamente con su tornadizo esposo, quien en 1978, con sus hijos ya adultos y emancipados, iba a encontrar la muerte completamente alcoholizado y sumido en la indigencia. Muchos años después, el ya presidente aseguró que no le guardaba resentimiento a su padre, y que, antes al contrario, siempre había admirado su fuerza física y su virilidad; en su opinión, a Aristides da Silva lo que le perdió fue el "pozo de la ignorancia" en que se hallaba sumido. 

Ciudad atestada de emigrantes y desarraigados sin recursos al igual que ellos, los Silva no encontraron en São Paulo otro inmueble para vivir que un cubículo en el sótano de un bar en el barrio obrero de Vila Carioca. El pequeño Luiz Inácio, apodado Lula (una forma familiar de Luís, aunque también es un sustantivo común del portugués que significa calamar) por parientes y vecinos, contribuía a las magras rentas familiares trabajando como vendedor callejero de tapioca y frutas tropicales. Los fines de semana tenía que ir a una zona de manglares para recoger leña y pescar cangrejos. La alfabetización la recibió en el grupo escolar Marcílio Dias de Santos. En esta situación de absoluta precariedad, Lula no podía recibir más que una educación elemental y, como tantos jóvenes de su extracto social, engrosar el proletariado urbano desde muy temprana edad. 

Limpiabotas, mozo de tintorería y recadero de talleres y fábricas del cinturón industrial paulista eran algunos de los subempleos que Lula simultaneaba con los estudios primarios. En el quinto curso, no obstante presentar un expediente académico prometedor, abandonó la escuela y a los 14 años encontró su primer empleo de asalariado: uno de obrero en la empresa siderometalúrgica Armazéns Gerais Colúmbia, concretamente en una planta de producción de tornillos. De allí pasó a la fábrica de tornillos Marte. La conclusión en 1963 de un curso de tres años impartido por el Servicio Nacional de Aprendizaje Industrial (SENAI) le cualificó como tornero mecánico, ampliando sus posibilidades profesionales en el sector. En 1964, el año del golpe de Estado militar que liquidó el sistema democrático de partidos, perdió el dedo meñique de la mano izquierda en un accidente laboral cuando manejaba una prensa hidráulica en el turno de noche de la fábrica de carrocerías de automóviles Fris Moldu Car.

En enero de 1966 Lula terminó una mala racha laboral, casi un año de paro, al ser contratado por la importante compañía metalúrgica Indústrias Villares, basada en São Bernardo do Campo, una de las prefecturas del denominado ABC, subárea metropolitana de São Paulo y el principal cinturón industrial de Brasil y de toda Sudamérica. Según ha contado él mismo, en aquellos años Lula era un joven despreocupado que cuando no tenía que ganarse la vida con el buzo ante el torno dedicaba todo su tiempo a jugar al fútbol, a beber cachaça (un aguardiente típico de Brasil obtenido de la destilación de la caña de azúcar) y a rondar a las chicas. Fue en 1968 cuando, de la mano de su hermano mayor, José Ferreira da Silva, alias Frei Chico, militante del proscrito Partido Comunista Brasileño (PCB), se interesó por el movimiento obrero. Afiliado al Sindicato de Metalúrgicos de São Bernardo do Campo y Diadema, Lula combinó la actividad puramente sindical, defendiendo los intereses de los trabajadores, con la difusión de boletines políticos clandestinos en los que se atacaba al régimen militar, el cual, encabezado por el mariscal Artur da Costa e Silva, vivía su fase más represiva. 

En 1969 los hermanos Silva fueron votados para integrar el Comité Ejecutivo del sindicato, José como secretario de área y Luiz Inácio como su suplente. En mayo de ese año este último contrajo nupcias con una obrera de telar de nombre Maria de Lourdes, pero el matrimonio se truncó trágicamente en 1971 con la muerte de ella, enferma de hepatitis, cuando daba a luz al primer hijo del sindicalista, quien tampoco sobrevivió al parto por cesárea. Sobrepuesto a esta doble desgracia, en 1974 Lula volvió a casarse con otra trabajadora, Marisa Letícia Rocco Casa, también viuda y madre de un niño llamado Marcos Cláudio, quien no había llegado a conocer a su padre biológico. Lula llegó a su segundo matrimonio siendo padre de una hija, Lurian, el fruto de la relación extramarital mantenida en 1973 con una auxiliar de enfermería llamada Miriam Cordeiro. Con Marisa, Lula iba a concebir tres chicos, Fábio Luís, Sandro Luís y Luís Cláudio, nacidos respectivamente en 1975, 1979 y 1985, dejando la familia conformada por cinco descendientes. 


2. Salto a la política desde las luchas gremiales
En 1972 Lula fue elegido director del Departamento de Protección Social del sindicato, una posición gremial que requirió la interrupción de su trabajo en la cadena de montaje. Respetado y apreciado por sus compañeros por sus esfuerzos por mejorar los salarios, la cobertura social, la preparación profesional y el nivel cultural de los trabajadores metalúrgicos del ABC paulista, en 1975 Lula fue elevado a la presidencia del sindicato con el 92% de los votos y pasó ser la voz y el rostro de casi 100.000 trabajadores. En febrero de 1978 fue reelegido con el 98% y adoptó una postura de total beligerancia frente a la dictadura, ahora encabezada por el general Ernesto Geisel. Entonces, el régimen militar concitaba una avalancha de críticas y un desprestigio sin precedentes por el derrumbe del llamado milagro económico brasileño de finales de los años sesenta y comienzos de los setenta; ante esta situación, los generales se resignaron a emprender una cautelosa liberalización política. 

Lula fue el principal promotor de las grandes manifestaciones y paros obreros en São Paulo en exigencia de libertades sindicales y de la readmisión en sus puestos de trabajo de los compañeros despedidos. Para detener este peligroso frente de contestación, en 1979 el Gobierno federal hizo aprobar una ley que prohibía las huelgas en los sectores de la economía declarados esenciales. El 13 de marzo de aquel año, en la víspera de la asunción presidencial del general João Baptista Figueiredo, Lula, en su primera acción contestataria que le reportó fama a nivel nacional, desobedeció la interdicción y llamó a la huelga general en el ABC. Lula entabló un forcejeo con las autoridades que se saldó con un precario acuerdo para el retorno de los huelguistas a las fábricas, aunque su sindicato no se libró de ser intervenido. 

Los metalúrgicos de São Bernardo do Campo y Diadema salieron de esta lucha debilitados y con el mal sabor de boca que supuso la aprobación por el Congreso, con los votos del partido de la derecha promilitar Alianza Renovadora Nacional (ARENA) y de algunos diputados del opositor Movimiento Democrático Brasileño (MDB) —las dos únicas formaciones legales, que cumplían el simulacro de democracia representativa implantado en 1966—, de una normativa lesiva de los derechos de los trabajadores. Fue entonces cuando cuajó una idea ya planteada por Lula a finales de 1978: formar un partido político que velara por los intereses de los trabajadores en las instituciones emanadas del voto popular y que de paso hiciera bandera de la democracia. 

Así, el 10 de febrero de 1980, al amparo de la disposición legal del 29 de noviembre de 1979 que había extinguido el bipartidismo y abierto la puerta al multipartidismo, los sindicalistas de Lula, activistas sociales y algunos políticos e intelectuales de izquierda fundaron en el Colegio Sion de São Paulo el Partido de los Trabajadores (PT). La nueva formación, aún no legal y a duras penas tolerada por las autoridades, reivindicaba un ideario socialista convencional, clasista y con nociones marxistas, esto es, a la manera de los partidos socialdemócratas y laboristas europeos de los años cincuenta y sesenta. El primer PT presentaba una organización disciplinada y, dentro de su molde clasista, gozaba de una sólida implantación popular, arraigando enseguida en las masas proletarizadas de São Paulo. 

El partido de Lula recibió numerosas adhesiones del sindicalismo fabril urbano, del movimiento social del campo, con el líder ambientalista Chico Mendes a la cabeza, y de sectores progresistas de la Iglesia católica permeables a la Teología de la Liberación y cuyo rostro señero era monseñor Helder Cámara, arzobispo de Olinda y Recife y clérigo de fama universal. En su fase inicial, el PT estaba muy vinculado a grupos socialdemócratas adscritos al también recién fundado Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB, formación mayormente centrista y heredera del abolido MDB), en particular la facción animada por el reputado sociólogo Fernando Henrique Cardoso, cuya campaña electoral para senador por São Paulo en 1978 Lula apoyó. 

De hecho, la intención primera de Lula fue integrar a Cardoso (una personalidad con un perfil completamente opuesto, por su extracción burguesa, su impresionante bagaje intelectual y su trayectoria cosmopolita, además de que su oposición a la dictadura le había conducido al exilio) en un proyecto común de socialismo democrático llamado a plantear una sólida oposición a los militares en el poder. Sin embargo, la iniciativa no prosperó porque, según algunos comentaristas, brindaba argumentos a quienes desde la izquierda más propiamente marxista negaban al PT su carácter de partido no ya revolucionario, sino simplemente obrero. 

En el lado del espectro político del PT ya estaban operando otras formaciones en trance de organización y relanzamiento, principalmente el Partido Democrático Laborista (PDT) del veterano Leonel Brizola, el PCB de Luiz Carlos Prestes y el Partido Laborista Brasileño (PTB) de Ivete Vargas. Estos grupos planteaban también una oposición sin ambages al régimen militar desde posturas de izquierda, pero a diferencia del PT portaban unas viejas siglas y unos viejos proyectos que habían vivido sus mejores tiempos en el período democrático comprendido entre 1945 y 1964, la llamada República Nova. Más aún, el PCB llevaba años dividido en facciones marxistas ortodoxas y renovadoras, mientras que el PDT, escorado al populismo de izquierdas, y el PTB, más moderado, mantenían una pugna particular por la titularidad de la herencia ideológica del trabalhismo, noción acuñada por el PTB original puesto en marcha por el presidente Getúlio Vargas en 1945 y que tenía su baluarte en Río de Janeiro. 

Por de pronto, Lula continuó con su lucha de tintes políticos en el frente sindical. El 1 de abril de 1980 comenzó una huelga de los obreros paulistas en demanda de mejoras salariales que se prolongó durante 41 días y que fue duramente reprimida por las fuerzas del orden. En el decimonoveno día de este tenso pulso con el poder, Lula y el resto de la directiva del sindicato de Metalúrgicos de São Bernardo do Campo y Diadema fueron arrestados y removidos de sus puestos gremiales al amparo de la Ley de Seguridad Nacional. Preso en los calabozos de la policía política de la dictadura, el DOPS, hasta mediados de mayo, a Lula le fue imputado un delito de alteración del orden público y el 25 de febrero de 1981, semanas después de regresar de un viaje por Europa y Estados Unidos, un tribunal militar de São Paulo le condenó a tres años y seis meses de cárcel, pena que no llegó a cumplir porque el 2 de septiembre siguiente el Tribunal Supremo Militar anuló la primera sentencia y solicitó un nuevo juicio.


3. El lento ascenso electoral del Partido de los Trabajadores
El PT se registró provisionalmente el 11 de febrero de 1982 y tuvo su debut electoral en las elecciones legislativas multipartidistas del 15 de noviembre de aquel año. Quedó en un discreto quinto lugar, superado por el PDT y el PTB, con el 3,5% de los votos, lo que le dio derecho a ocho escaños en la Cámara de Diputados. Lula, ya exonerado de toda cuenta pendiente con la justicia al declarar el Tribunal Supremo Militar la prescripción de su caso el 11 de mayo, probó suerte en la elección para gobernador de São Paulo. Se trató de su primera aspiración a un cargo político de elección popular y, dadas las circunstancias, el resultado adverso estaba cantado: pese a recibir más de un millón de votos, casi todos los cosechados por el partido en el conjunto del país, poniendo así de manifiesto que sus apoyos descansaban casi exclusivamente en el cinturón rojo paulista, Lula fue superado por otros tres contrincantes encabezados por André Franco Montoro, del PMDB. 

El 26 de agosto de 1983 Lula participó en la fundación de la Central Única de Trabajadores (CUT), que se articuló como la agrupación gremial ligada al PT y como el nuevo ariete movilizador del obrerismo contra el régimen militar. Desde finales de ese año, integró con el trabalhista Brizola y el jefe del PMDB, Ulysses Guimarães, el trío de líderes opositores que galvanizó las masivas manifestaciones populares en demanda de la elección directa del presidente de la República. Sin embargo, la campaña Diretas Já terminó en fracaso, ya que en el Congreso los diputados del Partido Democrático Social (PDS, heredero de ARENA) consiguieron frustrar, el 25 de abril de 1984, la enmienda constitucional que la reforma precisaba. 

Después de este revés opositor, el jefe petista fue marginado de los conciliábulos capitaneados por Guimarães, Brizola y los tránsfugas del PDS Aureliano Chaves y José Sarney con el objeto de catapultar a la Presidencia de la República al candidato del PMDB, Tancredo Neves, frente al nominado por el PDS, Paulo Maluf. De todas maneras, ante la disyuntiva dirimida por el Colegio Electoral, Lula no dudó en apoyar a Neves, quien, en efecto, ganó la investidura el 15 de enero de 1985. Sin embargo, el respetado ex gobernador de Minas Gerais falleció antes de poder asumir la suprema magistratura y el testigo pasó al vicepresidente electo, Sarney, quien se convirtió en presidente de la República en funciones el 15 de marzo y en presidente titular el 22 de abril, al día siguiente de morir Neves. 

Brasil había recobrado el sistema democrático tras 21 años de usurpación castrense, pero para Lula y los petistas lo que se abría no era sino otro ciclo de contiendas políticas. Por de pronto, el PT se lanzó a contestar con una nueva hornada de huelgas y manifestaciones el plan de estabilización económica aplicado por Sarney, conocido como el Plan Cruzado, que pretendía eliminar la hiperinflación y corregir la crónica debilidad de la moneda nacional. Con sus exigencias de que se suspendiera el pago de la asfixiante deuda externa, que terminaran los despidos masivos en la industria paulista y, en definitiva, que no se transigiera con las reclamaciones del FMI, en el ecuador de la década de los ochenta Lula moldeó su estampa de político izquierdista radical, con la presencia y los modos propios del sindicalista arisco, de verbo encendido y ademanes un tanto rudos que había sido hasta ahora. Lula no sabía o no quería sofisticarse para ganar respetabilidad y poder desenvolverse en los vericuetos de la alta política federal, un terreno copado por personalidades de la derecha, el centro y el centroizquierda tan excelentemente instruidos como hechos para el despacho oficial, el traje y la corbata. 

Cuanto más se distanciaba Lula de las élites de los demás partidos, más incrementaba su popularidad entre las clases trabajadoras golpeadas por la crisis y cimentaba su liderazgo obrero en las ciudades satélite de São Paulo. En las elecciones legislativas del 15 de noviembre de 1986 el PT adelantó en votos al PDT, pisó los talones al PDS y se encaramó como la primera fuerza de la izquierda con el 6,9% de los sufragios y 16 diputados (menos, empero, que los obtenidos por el PDT y el PTB, pese a su menor número de votos). Eso sí, el partido permanecía a mucha distancia de las dos grandes formaciones del centro y la derecha, el PMDB y el Partido del Frente Liberal (PFL, emanación del PDS), que juntas acaparaban tres cuartos del Congreso. 

Con todo, en los comicios de 1986 Lula fue el cabeza de lista que obtuvo el escaño en la Cámara baja, investida de un mandato constituyente, con el mayor número de papeletas, 650.000. En la Asamblea Nacional Constituyente, Lula pugnó para que la nueva Carta Magna salvaguardara los intereses de los trabajadores. Y, ciertamente, el texto promulgado el 5 de octubre de 1988 recogía el derecho de huelga, la semana laboral de 44 horas, las vacaciones parcialmente pagadas y las revisiones salariales ajustadas al coste de la vida, entre otras conquistas históricas. Sin embargo, uno de los puntos incorporados al programa del PT, la reforma agraria, seguiría inédito en la agenda del Ejecutivo.


4. Candidato presidencial en 1989 frente a Collor de Mello
En 1989 iban a tener lugar las primeras elecciones presidenciales directas en tres décadas y dos años antes Lula lanzó su postulación. En el V Encuentro Nacional del PT, el 4 de diciembre de 1987, Lula fue nominado candidato al tiempo que cedió la presidencia del partido a otro responsable curtido en las luchas sindicales, Olívio Dutra. En las municipales del 15 de noviembre de 1988 los candidatos petistas ganaron en 29 prefecturas, entre ellas las de tres capitales estatales, São Paulo, Porto Alegre (Rio Grande do Sul) y Vitória (Espírito Santo), idas respectivamente a Luiza Erundina, Olívio Dutra y Vitor Buaiz. De cara a las presidenciales, Lula formó el Frente Brasil Popular con el Partido Socialista Brasileño (PSB) de Jamil Haddad y el muy ortodoxo Partido Comunista de Brasil (PCdoB), añeja escisión marxista-leninista del PCB que no reconoció en su momento la desestalinización decidida por el sector mayoritario del partido. Un senador del PSB, José Paulo Bisol, fue reclutado como compañero de fórmula para la Vicepresidencia. 

Así las cosas, Lula emprendió la campaña para el envite del 15 de noviembre de 1989 con expectativas optimistas. Pero al socialista se le interpuso el candidato prefabricado del centroderecha, el ex gobernador de Alagoas y multimillonario Fernando Collor de Mello, con su agrupación montada para la circunstancia, el Partido de Reconstrucción Nacional (PRN), el cual, patrocinado por poderosos círculos económicos y políticos conservadores, desarrolló una campaña basada en las más modernas técnicas de marketing electoral y en promesas populistas de imposible cumplimiento. Collor no desdeñó tampoco los golpes sucios, como la contratación con finalidad difamatoria de Miriam Cordeiro, la antigua amante de Lula, que acusó al petista en un programa de televisión de haberle ofrecido dinero para que abortara a la niña concebida con él 15 años atrás, Lurian. 

El sonriente, elegante y bien parecido Collor llevó a Lula a un terreno, el de la imagen, donde este no podía competir de ninguna manera. En la primera vuelta, el paulista, con un discreto 17,2% de los votos, fue superado por el alagoano por más de once puntos y cerca estuvo de ser desplazado por Brizola para el paso a la segunda ronda del 17 de diciembre. El veterano político carioca y los otros candidatos derrotados de la izquierda y el centro, Mário Covas por el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB, surgido del PMDB), Guimarães por el PMDB y Roberto Freire por el PCB, llamaron a parar a Collor y a cerrar filas con Lula, pero estas adhesiones resultaron insuficientes y, por cinco puntos de diferencia, el petista fue derrotado con el 47% de los sufragios por el postulante del PRN, que sucedió a Sarney el 15 de marzo de 1990. 

Convertido en el principal damnificado de esta brillante operación de las derechas para impedir el acceso a la Presidencia de un candidato de la izquierda (el último presidente de esta tendencia había sido João Goulart, del viejo PTB, el mandatario derrocado por los militares en 1964), y expirado su mandato en el Congreso, Lula retomó de Dutra la jefatura orgánica del partido en el VII Encuentro Nacional, celebrado el 31 de mayo de 1990, y se aprestó a plantear una dura oposición a la Administración Collor. 

Así, Lula puso en marcha el denominado gobierno paralelo, inspirado en la fórmula del shadow cabinet del parlamentarismo anglosajón, para contraponer al programa neoliberal del PRN y sus socios de coalición una serie de políticas alternativas que tocaban los planteamientos tradicionales del PT: el aumento del salario mínimo y los ingresos reales de los trabajadores; la redistribución de la renta nacional, la desconcentración de la riqueza y la corrección de las abrumadoras desigualdades socioeconómicas de los brasileños (denunciadas como las más acusadas del mundo); el lanzamiento de la siempre postergada reforma agraria; y la prioridad absoluta para las áreas de salud, nutrición, educación, transporte y vivienda, donde el gigante sudamericano, que aspiraba a trepar posiciones en los rankings mundiales y codearse con las potencias del primer mundo, presentaba gravísimas carencias propias de los países menos desarrollados. 

De la mano de Lula, a lo largo de la década de los noventa el PT continuó incrementando votos en las sucesivas convocatorias electorales. Con el 10,2% de los sufragios fue la tercera lista más votada en las legislativas federales y estatales del 25 de noviembre de 1990, si bien en el reparto de diputados, con 35 actas, salió perjudicado con respecto al PSDB, el PRN, el PDS y el PDT, y descendió a la condición de séptima fuerza parlamentaria. El partido también estrenó su primer senador, por São Paulo, pero no ganó ningún puesto de gobernador estatal. 

Luego de tomar parte activa en la campaña de movilizaciones populares pidiendo el juicio parlamentario y la destitución de Collor por corrupción (proceso que, efectivamente, tuvo lugar, obligando al acosado mandatario a presentar la dimisión a finales de diciembre, tres meses después de ser suspendido por la Cámara), el partido de Lula registró nuevos avances en las municipales del 3 de octubre y el 15 de noviembre de 1992, cuando aumentó sus prefecturas a 55, inclusive Belo Horizonte, Goiânia y Rio Branco, aunque encajó el amargo revés de la pérdida de São Paulo. Entre consulta y consulta, el PT celebró su I Congreso nacional, del 27 de noviembre al 1 de diciembre de 1991. En esta cita, Lula sacó adelante su definición de "socialismo democrático", una tendencia "puramente socialista" que rechazaba tanto el capitalismo liberal como el socialismo estatista de tipo soviético, pero también el modelo de socialdemocracia a la europea, ya que, según él, esta vía solo resultaba útil en países ricos capaces de destinar sus ingentes recursos económicos al bienestar de una población que ya tenía sobradamente cubiertos sus mínimos vitales. Lo cual no era el caso de un país en vías de desarrollo y con muchas carencias como Brasil. 

En esta suerte de desmarxistización del PT estuvo el embrión de ulteriores escisiones de sectores trotskistas críticos con la formulación doctrinal, casi sui géneris, de Lula. Las defecciones darían lugar en 1994 al Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU) y tres años después al Partido de la Causa Operaria (PCO), este bajo la dirección de Rui Costa Pimenta. Por otro lado, el aggiornamento no iba a resultarle suficiente al partido que lucía la estrella roja de cinco puntas —y no la rosa en el puño de la socialdemocracia y el laborismo— para entrar en la Internacional Socialista, posibilidad que en realidad tampoco interesaba gran cosa a Lula. En estos años, y así iba a seguir siendo en el futuro, el único miembro brasileño de la Internacional Socialista era el PDT de Brizola.


5. Problemas con la imagen radical y dos fracasos en las urnas ante Cardoso
En 1994 Lula preparó su segunda aspiración presidencial recorriendo miles de kilómetros a lo largo y ancho del vasto país sudamericano. La candidatura fue proclamada en el IX Encuentro Nacional petista, del 29 de abril al 1 de mayo. Con la adhesión esta vez del PSB, el PCdoB, el PCB, el PSTU, el Partido Verde (PV) y el Partido Popular Socialista (PPS, el antiguo PCB de Freire luego de abandonar el marxismo en 1992, lo que no impidió a un sector ortodoxo independizarse manteniendo la sigla del PCB), todos los cuales formaron con el PT el Frente Popular por la Ciudadanía, Lula y su acompañante para vicepresidente, Aloizio Mercadante, quien poseía esa posición segunda en el partido, encararon la votación del 3 de octubre de 1994 con la confianza que les merecía sus sobresalientes puntuaciones en los sondeos de opinión. 

Sin embargo, cuando la campaña arrancó de manera oficial, los principales medios de comunicación volvieron a favorecer de manera ostensible al representante de la moderación y el establishment. En esta ocasión, por el PSDB, Fernando Cardoso, cuyo prestigio internacional como científico político, su interminable currículum académico y, lo más importante, su labor como ministro de Hacienda en el Gobierno de Itamar Franco, que había tenido la virtud de acabar con las turbulencias monetarias y la hiperinflación merced a su Plan Real, eran unos activos que Lula, quien "ni siquiera" tenía terminada la secundaria, no pudo o no supo neutralizar con otra categoría de méritos presumidos. Así, su proyección como hombre honesto, íntegro y voluntarioso, y la explicación de que compensaba con creces la falta de preparación teórica con el conocimiento directo de la realidad cotidiana de los brasileños, siguieron resultando insuficientes para las clases medias que identificaban a FHC con el final de la pesadilla de los precios desbocados.

Acusado de carecer de la experiencia y la cualificación para manejar los complejos asuntos de Gobierno, de no saber conducirse con la diplomacia y el pragmatismo requeridos por la política de Estado, de estar anclado en un izquierdismo trasnochado y de cultivar amistades poco recomendables en el ámbito internacional, Lula volvió a parecerle un candidato poco de fiar a una mayoría de electores. Como resultado, fue vapuleado por Cardoso ya en la primera ronda con el doble de votos, el 54,3% para el socialdemócrata y el 27,1% para el petista. Una compensación insuficiente por este segundo fracaso de Lula fue la captura por su partido de los gobiernos del estado de Espírito Santo, para Vitor Buaiz, y del Distrito Federal de Brasilia, para Cristovam Buarque, más el incremento de la representación en el Legislativo federal hasta los 49 diputados y los cinco senadores. 

En el X Encuentro Nacional del PT, el 20 de agosto de 1995, Lula abandonó definitivamente la presidencia del partido. Esta quedó en manos de José Dirceu, antiguo revolucionario de simpatías guevaristas reconvertido a un posibilismo de corte socialdemócrata, que el año anterior había quedado tercero en la elección al gobernador paulista. Lula permaneció como presidente honorario del partido y pasó a coordinar el Instituto Ciudadanía, centro de estudios y formulación de políticas del PT. La opinión pública creyó entonces que Lula había decidido retirarse a un segundo plano no solo por su decepción electoral, sino también por las revelaciones de prácticas corruptas en algunas prefecturas gobernadas por sus compañeros, lo que estaba generando considerables tensiones en la formación izquierdista. 

La suposición general de que Lula, por cansancio o por frustración, había dicho adiós a sus aspiraciones de poder resultó estar errada. El 11 de diciembre de 1997 el antiguo tornero lanzó su tercera aspiración presidencial y el 16 de enero de 1998 dio una campanada aún más sonora al adoptar con Brizola un acuerdo de coalición y contra "el neoliberalismo y la globalización salvajes"; si la histórica alianza del PT y el PDT ganaba en octubre, Brizola se convertiría en vicepresidente de la República. El compromiso entre dos dirigentes carismáticos que nunca habían mantenido relaciones particularmente cordiales se interpretó entonces como un reconocimiento implícito del paulatino trasvase al PT del electorado trabalhista de izquierda, una fórmula política en declive. 

Lula integró al PCdoB, el PCB y el PSB en su plataforma y se convirtió en lo más parecido a un candidato unitario de la izquierda, aunque esta vez el PPS prefirió concurrir por su cuenta presentando a Ciro Gomes. La campaña electoral reprodujo muchas de las pautas de la edición de 1994, pero esta vez Cardoso partió con las ventajas materiales de tener a su disposición el aparato del Estado y unos formidables recursos dinerarios que le permitieron gastar en movilización y propaganda diez veces más que su rival. El 4 de octubre de 1998, pese a los negros nubarrones que asomaban en el horizonte económico, el crecimiento de la deuda externa y el profundo malestar social generado por las privatizaciones, Cardoso, con el 53% de los votos, volvió a birlarle la segunda vuelta a Lula con inapelable autoridad. Al menos, el petista ascendió hasta el 31,7% y se distanció del tercer competidor, el popular socialista Ciro Gomes, quien concurrió con el mensaje de que Lula estaba "gastado" y con la determinación de reemplazarle como primer dirigente de una izquierda renovada y aligerada de dogmatismos. 

De nuevo, las satisfacciones vinieron de los otros comicios, celebrados simultáneamente: el PT capturó los gobiernos de Acre, Mato Grosso do Sul y Rio Grande do Sul, que compensaron las derrotas en Espírito Santo y el Distrito Federal, mientras que en el Congreso Nacional creció hasta los 58 diputados y los siete senadores, aunque no por ello dejó de ser la quinta fuerza parlamentaria tras el PFL, el PSDB, el PMDB y el Partido Progresista Brasileño (PPB, fruto de la fusión del PDS con una serie de formaciones de derecha) de Paulo Maluf. Dos años más tarde, en octubre de 2000, el PT iba a ganar las prefecturas de Aracaju, Belém y Recife, y a recuperar las de São Paulo —para Marta Suplicy— y Goiânia –para Pedro Wilson Guimarães—, elevando el número de municipios gobernados a 187. 


6. Papel en los foros de São Paulo y Porto Alegre
En parte como una iniciativa de Fidel Castro, que tenía en el brasileño un amigo de excepción en Sudamérica, Lula convocó en São Paulo para los días 2, 3 y 4 de julio de 1990 el primer Encuentro de Partidos y Organizaciones de Izquierda de América Latina y el Caribe, al que acudieron, además del PT y el Partido Comunista Cubano, más de sesenta partidos y movimientos revolucionarios-guerrilleros de 22 países. El conocido como Foro de São Paulo (FSP) fue luego acusado por medios conservadores y liberales de todo el hemisferio de albergar en su seno a organizaciones subversivas que practicaban el terrorismo, el secuestro y la extorsión como medios de lucha política, aunque los petistas replicaron con el argumento, no exento de ambigüedad, de que lo único que pretendían era tejer un manto de solidaridad con las luchas de índoles social, indigenista y medioambiental en el continente. 

Lula acudió puntualmente a los encuentros anuales del controvertido FSP. En 2000 y 2001 lo defendió como un espacio necesario, ya que "la izquierda en el mundo necesita reafirmar su discurso de paz", y de paso expresó su más rotunda condena al terrorismo, que "no ayuda a la izquierda y no lo ha hecho en ningún momento de la historia". No obstante estas puntualizaciones, las apariciones de Lula y Castro compartiendo camaradería e intercambiando elogios en toda la década de los noventa fueron un importante abono para la desconfianza, cuando no la hostilidad y el temor, de la mayoría de los políticos, empresarios y ciudadanos de las clases alta y media de Brasil. Los conservadores veían en Lula poco menos que a un criptocomunista que, de llegar al poder, decretaría la estatalización de la economía, aumentaría los impuestos a los pudientes, derrocharía los ingresos públicos en programas populistas y pondría en fuga la inversión extranjera. 

La prefectura más emblemática del PT, Porto Alegre, capital de Rio Grande do Sul, donde el partido venía ensayando una atractiva experiencia para integrar a la ciudadanía en la política presupuestaria del consistorio (el llamado "presupuesto participativo"), acogió en enero de 2001 el primer Foro Social Mundial (FSM), concebido como la alternativa al Foro Económico Mundial (FEM) que tenía lugar al mismo tiempo en Davos, Suiza, y como el punto de encuentro de ONG y activistas antiglobalización de todo el mundo. 

En el II FSM, celebrado en febrero de 2002, representantes políticos de la izquierda consideraron el establecimiento de un "vínculo estratégico" con el FSP (que envió al evento una nutrida delegación) y anunciaron que el III FSM, a celebrar en enero de 2003 en el mismo escenario, podría contar con la presencia de jefes de Estado, lo que suscitó especulaciones sobre las posibles asistencias de Castro y el presidente de Venezuela Hugo Chávez, artífice en su país de un proyecto neosocialista de inspiración bolivariana y vocación revolucionaria que contaba con todas las simpatías del PT. Lula ofició como la estrella política de las dos primeras citas del FSM, consagrándose como una suerte de campeón de las izquierdas de todo el continente al sur del río Grande. 


7. El victorioso envite electoral de 2002: renovación de las formas y matización del programa
En otro ambiente político y en otro país, tres derrotas consecutivas en unas presidenciales habrían sido motivo suficiente para arrojar la toalla, pero si de algo no estaba mermado Lula era de pugnacidad, terquedad y capacidad para mantener la confianza de las bases del partido. El 16 de diciembre de 2001, en el XII Encuentro Nacional del PT, Lula fijó su precandidatura presidencial y el 17 de marzo de 2002, en la primera nominación abierta a la militancia petista, el 85% de los 170.000 afiliados que participaron en la primaria se decantó por él frente al senador Eduardo Suplicy, un dirigente partidario de apartar al líder fundador de la conducción política. 

Lula advirtió a propios y extraños que no estaba "dispuesto a perder una cuarta elección" en octubre de 2002, así que, con José Dirceu de brazo derecho y mente pensante, puso en marcha una estrategia electoral enteramente renovada que hacía hincapié en aspectos descuidados o deliberadamente excluidos en campañas anteriores. Por de pronto, se intentó anular las habituales acusaciones en su contra de ser una persona hosca, intratable e indigna de confianza, mediante un notable cambio de imagen: la indumentaria de regusto obrero daba paso al traje y la corbata de corte elegante; el cabello y la barba, otrora crespos y negros, se mostraban ahora más atusados y encanecidos; y los ademanes ceñudos y belicosos eran sustituidos por sonrisas y jovialidad. Los asesores difundieron una imagen del candidato inédita, más relajada y familiar, como esposo y padre afectuoso, capaz de exteriorizar sentimientos y de transmitir sosiego. 

El contenido experimentó una mudanza tanto o más importante que la forma. Manteniendo lo esencial del discurso crítico de izquierdas, Lula suavizó el tono y dirigió guiños a sectores ideológicamente remotos. Aseguró a los empresarios locales y a los operadores financieros que no tenían motivos para temer al PT en el poder, ya que los principios del libre mercado no se cuestionaban, al igual que ejes de la política económica de Cardoso como la lucha contra la inflación y la cotización del real en el régimen de cambios variables, luego del final en 1999 de la artificial paridad con el dólar. En relación con este punto, los ataques especulativos contra la moneda brasileña cobraron fuerza desde el momento en que los sondeos de intención de voto situaban a Lula como el casi seguro ganador. 

Un sorprendente aldabonazo de Lula en la precampaña fue la presentación del magnate José Alencar Gomes da Silva, uno de los dirigentes del Partido Liberal (PL), pequeña fuerza parlamentaria —una docena de diputados— y adalid de un liberalismo económico con vertiente social, como el compañero de papeleta para la Vicepresidencia. A partir de ahí, un número creciente de empresarios salió a expresar su apoyo a la fórmula Lula-Alencar, al igual que los ex presidentes Sarney y Franco, amén del influyente político derechista de Bahía Antônio Carlos de Magalhães, dirigente del PFL y antaño protector de Collor de Mello; hasta Paulo Maluf, notorio superviviente de la derecha promilitar de tiempos de la dictadura, realizó unos comentarios elogiosos sobre el que había sido su antagonista en la política paulista durante más de dos décadas. 

La que concurría como el adversario más fuerte de Lula, Roseana Sarney, hija de José Sarney y gobernadora de Maranhão por el PFL, se retiró de la carrera presidencial en abril al quedar tocada por un escándalo de corrupción. Ello redujo a tres los rivales con cierta entidad: José Serra, ministro de Sanidad con Cardoso y candidato tucano (por el motivo del logotipo del partido oficialista, un tucán) de la Gran Alianza formada por el PSDB y el PMDB, a la que se adhirieron sectores mayoritarios de los derechistas PFL y PPB; Ciro Gomes, respaldado por el Frente Laborista del PPS, el PTB y el PDT; y el socialista Anthony Garotinho, como Gomes tildado de populista, por el Frente Brasil Esperanza que integraban el PSB, el Partido General de los Trabajadores (PGT) y el Partido Laborista Cristiano (PTC). 

La extrema izquierda, representada por el PCO y el PSTU, concurrió aisladamente en las personas de Rui Costa Pimenta y José Maria de Almeida, respectivamente. En cuanto al favorito, la coalición Lula Presidente ligó al PT y el PL con el PCdoB, el PCB y el centroizquierdista Partido de Movilización Nacional (PMN). Característica nunca vista en una elección presidencial de Brasil o del resto de América Latina, todos los candidatos, a tenor de sus propuestas, se ubicaban con mayor o menor nitidez en la mitad izquierda del espectro político. 

En agosto, con el real devaluado un 30% desde enero, la inflación acercándose al 2% mensual, la economía decelerándose con rapidez y las calificaciones internacionales de la deuda pública y el riesgo inversor de mal en peor, Lula, que hacía poco había comparado la asistencia del FMI a su país con un "beso de la muerte", concedió a Cardoso la garantía en principio de respetar el reciente acuerdo suscrito por el Gobierno con el citado organismo internacional. Según los términos del acuerdo con el FMI, Brasil tendría acceso a una línea de crédito de 30.400 millones de dólares (de los que 24.000 estaban condicionados a la política económica ortodoxa del futuro Ejecutivo) a 15 meses y podría gastar 10.100 millones adicionales de sus reservas para defender al real de los ataques especulativos. El Gobierno tendría que perseguir un superávit fiscal primario (descontando el servicio de los intereses de la deuda) para 2003 del 3,75% del PIB como mínimo. Si Brasil no hacía bien sus deberes económicos, advertía el FMI, el país podría entrar en suspensión de pagos. 

Lula afirmó que apoyaba "la idea" de que Brasil tuviera que pedir dinero para corregir los desequilibrios de su balanza de pagos, pero eludió expresar un compromiso en firme, prolongado en el tiempo, con el FMI en los actuales términos del acuerdo. Si él llegaba a la Presidencia, Brasil recibiría más inversiones, "pero solo productivas", precisó. En cualquier caso, un Gobierno suyo aplicaría una política marcadamente expansionista y socialmente orientada, con políticas activas de crecimiento, empleo e integración social. El candidato aseguraba que a los empresarios, de hecho, les interesaba integrar en la demanda interna a la legión de marginados económicos tan pronto como estos adquirieran una nueva capacidad de consumo gracias a las transferencias públicas directas. 

Lula expuso la necesidad de relanzar la producción, en franco declive desde comienzos de 2001, de obtener tasas de crecimiento anuales no inferiores al 4,5% o el 5% del PIB, y, gracias a la recuperación de las reservas internacionales y al progreso de las exportaciones (una repercusión positiva de la devaluación del real), de reducir el tipo básico de interés, que se encontraba entre los más elevados del mundo, del 18,5% al 13%. Con el abaratamiento de los créditos se pretendía reactivar las inversiones productivas y el consumo, desanimar las inversiones financieras típicamente especulativas y aflojar el dogal de la deuda pública interna, que en mayo de 2002 se situaba en los 175.000 millones de dólares (259.000 millones en términos brutos). Este montante representaba el 70% de la deuda pública total y el 42% del PIB brasileño. 

Las máximas prioridades expuestas por Lula en su cuarta campaña presidencial se tomaron de los compromisos petistas de siempre, sintetizados en la mejora de los estándares de vida de los brasileños, en especial las clases menos favorecidas. Lula abogaba por ampliar el nivel laboral creando nada menos que diez millones de puestos de trabajo y dignificando otros tantos ya existentes. La tasa promedio de paro en 2002 iba a rozar el 12%. El dato, con ser preocupante, no ilustraba correctamente sobre el verdadero alcance de la precariedad laboral en Brasil, ya que la mitad de la población activa se ocupaba en la economía sumergida o estaba subempleada. 

Para avanzar en el reparto de la renta nacional, Lula formuló la pretensión de aumentar el impuesto sobre la renta en el tramo máximo del 27% al 35%, como anticipo de una profunda reforma fiscal de carácter más progresivo, abierta a la discusión y el consenso de los partidos y los actores sociales, y también deseaba elevar el salario mínimo legal. Partiendo de los programas de asistencia creados por el Gobierno de Cardoso, apuntó como factible, hasta llegar al último de los brasileños, la universalización de los servicios urbanos y los derechos sociales. Con su política de renta mínima, Lula centraba la mirada en el colectivo de entre 30 y 55 millones de pobres —según el umbral que se estableciera para ser considerados tales—, cifras que eran desoladoras en términos absolutos pero un poco menos en términos relativos, ya que los porcentajes de pobreza, concentrada en los brasileños afrodescendientes, eran comparativamente inferiores a los de otros países latinoamericanos. Un dato que solía olvidarse habitualmente era que Brasil tenía la clase media más numerosa de América después de Estados Unidos, donde, por cierto, las autoridades federales, con sus métodos de cálculo, reconocían 35 millones de pobres.

El punto de la reforma agraria se mantuvo igualmente intacto en la agenda de Lula, que prometía entregar tierras improductivas a los campesinos sin propiedad, así como los medios tecnológicos y financieros para cultivarlas, por lo que, concluía, el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), cuyas reivindicaciones el PT siempre había apoyado, tendría que poner fin a las ocupaciones, a veces violentas, de latifundios y pastizales ociosos propiedad de los terratenientes. En su programa, Lula aunaba estas dos ambiciosas metas bajo el lema Inclusión social con justicia ambiental

Por lo que se refería a la política internacional, los observadores estaban convencidos de que el Lula presidente mantendría la autonomía de Brasil frente a Estados Unidos, actualizando y, seguramente, intensificando las posturas críticas de Cardoso con procesos de calado estratégico para Washington como a consecución del Área de Libre Comercio de Las Américas (ALCA) a partir de 2005 y el Plan Colombia para combatir el narcotráfico en el país andino dando prelación a los medios militares. Antes de las elecciones, el dirigente petista señaló que un Gobierno suyo concedería prioridad absoluta al Mercado Común del Sur (MERCOSUR, unión aduanera integrada por Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay) frente al estrictamente librecambista ALCA. Lula hablaba de insuflar vigor al MERCOSUR en una etapa de serio cuestionamiento por la proliferación de conflictos comerciales entre los cuatro estados miembros (además de Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay) a raíz de la crisis económica que zarandeaba la región. Es más, él favorecería la ampliación del MERCOSUR con las incorporaciones de Chile, Venezuela y Perú.

En cuanto a la alarma suscitada en sectores conservadores del continente por una eventual "alianza Castro-Lula-Chávez" y las advertencias de un "efecto dominó" izquierdista en todo el subcontinente, el brasileño indicó que él, efectivamente, venía manteniendo relaciones con esos dos dirigentes (aunque a Chávez todavía no le conocía en persona, aseguró), como las tenía "con otros estadistas del mundo", pero aclaró que un Gobierno suyo no trazaría preferencias diplomáticas. Simpatías evidentes aparte, el concepto subyacente en todas estas manifestaciones de Lula era el de la independencia y la libertad para establecer la agenda internacional de Brasil, tanto en lo político como en lo comercial. 

Llegado el 6 de octubre de 2002, con un grado de expectación internacional por unas elecciones sudamericanas muy pocas veces visto, las dudas se reducían a si Lula iba a ser capaz de proclamarse presidente en la primera vuelta con más del 50% de los votos o si tendría que disputar una segunda ronda con desenlace casi seguro a su favor. Sucedió lo segundo: con el 46,4% de los votos, el 6 de octubre Lula se puso en cabeza y pasó a librar un enfrentamiento personal con Serra, que recibió el 23,2%. Garotinho fue tercero con el 17,9% y Gomes quedó cuarto con el 12%. El 27 de octubre, luego de recibir el respaldo de los dos aspirantes eliminados, así como de Brizola, el petista batió definitivamente al tucano con el 61,3% de los sufragios, convirtiéndose en el presidente más votado en la historia de Brasil. Dato añadido, su papeleta logró imponerse en 26 de los 27 estados de la federación. El espectacular vuelco electoral alcanzó también a los comicios al Congreso, donde el PT rebotó hasta los 91 diputados y los 14 senadores, convirtiéndose en la primera fuerza de la Cámara baja y en la tercera de la Cámara alta. 

Paradójicamente, la marea de votos hacia Lula y el PT en el plano federal no tuvo su equivalente en los comicios a los gobiernos y asambleas de los estados y el Distrito Federal de Brasilia. El PT fracasó particularmente en São Paulo (si bien en la metrópoli capitalina Lula se impuso a Serra en su pugna particular), donde el gobernador reeleccionista Geraldo Alckmin (PSDB) triunfó sobre José Genoino en la segunda vuelta gracias al apoyo de Paulo Maluf, tercero en discordia. El PT perdió también en Bahía donde Jaques Wagner cayó en la primera vuelta ante Paulo Souto (PFL), y en el Distrito Federal, escenario de una liza muy ajustada en la que el titular Joaquim Roriz (PMDB) arrebató a Geraldo Magela una plaza que los petistas daban por segura. El partido de Lula tampoco fue capaz de retener los importantes gobiernos de Río de Janeiro y Rio Grande do Sul, siendo los damnificados respectivamente la gobernadora Benedita da Silva (que había sucedido a Anthony Garotinho cuando éste lanzó su candidatura presidencial), ante Rosinha Garotinho (PSB), y Tarso Genro (aspirante para suceder a su colega Olívio Dutra), frente a Germano Rigotto (PMDB). El PT solo ganó los gobiernos de Acre, Mato Grosso do Sul y Piauí, tres estados pequeños. 


8. Una toma de posesión cuajada de expectativas
Luego de confirmarse su victoria y entre el delirio de sus seguidores, que salieron a celebrarlo a lo grande en São Paulo y otras ciudades, Lula proclamó la llegada de una "nueva era" a Brasil y convocó "a todos los hombres y mujeres brasileños, a empresarios, sindicalistas e intelectuales, para construir una sociedad más justa, fraterna y solidaria". Anunció la formación de un Gobierno de coalición abierto "a los mejores" y un pacto nacional contra la pobreza, la corrupción y la inflación, y reiteró que si al final de su mandato de cuatro años cada brasileño podía desayunar, almorzar y cenar cada día, "entonces habré realizado la misión de mi vida". A sus 57 años, Luiz Inácio Lula da Silva iniciaba un nuevo periplo vital mientras alcanzaba la categoría de personaje internacional del año. 

El 29 de octubre Lula fue recibido por Cardoso en el palacio presidencial de Planalto para establecer la coordinación entre el Gobierno saliente y el equipo técnico de transición nombrado por él, dando pie a una suerte de cogobierno de facto donde el mandatario electo desempeñó funciones institucionales en los dos meses previos a la transferencia de poderes el 1 de enero de 2003. En el Gabinete alineado por Lula destacaban numerosas personalidades. Ciro Gomes, el cabeza del PPS, fue incorporado como ministro de Integración Nacional. El diplomático independiente Celso Amorim recobró el Ministerio de Relaciones Exteriores que ya encabezara en el Gobierno de Itamar Franco. La gobernadora carioca saliente Benedita da Silva fue nombrada secretaria especial de Asistencia y Promoción Social, con rango ministerial. Olívio Dutra era el nuevo ministro de Ciudades. El también petista Ricardo Berzoini, viejo camarada de Lula en las luchas sindicales, se convirtió en ministro de Previsión Social. Tarso Genro asumió la Secretaría del Consejo de Desarrollo Económico y Social (CDES), órgano de nuevo cuño. 

El cantante y ecologista Gilberto Gil era el fichaje personal de Lula para dirigir el Ministerio de Cultura. La senadora Marina Silva, una petista bregada en las luchas sociales y conservacionistas en la Amazonía, se hizo cargo del Ministerio de Medio Ambiente con la tarea, bastante complicada, de definir y ejecutar una política ecológica integral que conciliara la salvaguardia de la selva tropical, la reforma agraria prometida al MST y los imperativos del desarrollo económico, que se deseaba fuera sostenible. José Dirceu se aseguró un puesto cimero como ministro jefe de la Casa Civil de la Presidencia y, para reducir su carga partidista, el 8 de diciembre cedió la presidencia del PT al diputado federal paulista José Genoino. 

La antigua guerrillera marxista Dilma Rousseff, procedente del PDT y que había cautivado a Lula con su labor en el Gobierno de Rio Grande do Sul, fue reclutada para el Ministerio de Minas y Energía con la misión urgente de paliar el déficit de generación eléctrica en Brasil, causa de insufribles apagones y el aspecto más clamoroso del deplorable estado de las infraestructuras de servicios y comunicaciones. Finalmente, el trascendental Ministerio de Hacienda fue para uno de los expertos del partido, Antonio Palocci. Además del PT, que se reservaba 18 de los 34 puestos, obtuvieron plaza en el Ejecutivo el PL, el PCdoB, el PPS, el PSB, el PDT, el PTB y el PV, todos los cuales conformaban una mayoría parlamentaria simple de 218 diputados y 30 senadores. 

En diciembre, Lula viajó al extranjero para reunirse con un buen número de mandatarios americanos, entre ellos el argentino Eduardo Duhalde, el chileno Ricardo Lagos, el mexicano Vicente Fox y el presidente George Bush de Estados Unidos. El encuentro del 10 de diciembre en la Casa Blanca, impensable años atrás y en el que Bush no escatimó cortesías a pesar del abismo ideológico que le separaba de su huésped, testimonió a las claras la importancia primordial que para la superpotencia del norte tenía Brasil como pulmón económico de toda Sudamérica y socio comercial de primer orden, independientemente de la orientación política de quien mandara allí. En añadidura, Lula compartió con Cardoso el protagonismo de la cumbre del MERCOSUR celebrada en Brasilia el 5 de diciembre. 

El 1 de enero de 2003 el antiguo obrero metalúrgico se convirtió en el primer receptor de la banda presidencial de manos de otro titular elegido directamente por el pueblo desde la transferencia de 1961 entre Juscelino Kubitschek y Jânio Quadros, en una jornada de júbilo y delirio que congregó en Brasilia a medio millón de personas. Tras jurar su cargo en el palacio del Congreso Nacional ante el pleno de diputados y senadores, y representantes de 118 países, entre ellos, once presidentes y jefes de Gobierno —sin faltar Castro y Chávez—, Lula pronunció el discurso de investidura. En él, pasó revista a sus principales compromisos electorales y se reafirmó en el objetivo concreto, erigido poco menos que en un mantra promisorio en función del cual se exponía a ser juzgado cuando terminara su mandato, de proporcionar tres comidas diarias a todos y cada uno de los brasileños. 

Ahora mismo, un análisis se imponía: si el flamante mandatario brasileño perseguía contra viento y marea las metas de justicia social que proclamaba y pretendía obtener resultados más bien tempranos, planteaba una ecuación extraordinariamente complicada. Ya que mientras intentara confortar a sus seguidores tradicionales, los cuales habían aguardado 22 años este momento y eran los miembros más desasistidos y marginados de la sociedad, tendría que ser capaz de calmar a los mercados financieros, afrontar los próximos vencimientos de la deuda y proseguir la austeridad presupuestaria, que era condición sine qua non para recibir la asistencia del FMI. En la calle, sin embargo, el clima era de radical optimismo, de euforia. Quienes confiaban ciegamente en Lula estaban convencidos de asistir a una alternancia histórica protagonizada por un dirigente que, por primera vez, no era el hijo de una familia pudiente sino que procedía de los extractos más humildes de la sociedad. Librarse de la "herencia maldita" —una expresión empleada frecuentemente por Lula—, esto es, de un sistema socioeconómico profundamente excluyente e injusto, parecía estar al alcance de los brasileños. 


9. El primer año de gobierno (2003): pragmatismo, gradualismo e impaciencia por la izquierda
Aunque Lula reclamaba la compleción de su mandato de cuatro años para alcanzar las metas trazadas, hacer un balance de resultados y, llegado el caso, rendir cuentas ante el electorado, los doce primeros meses de su gestión ya fueron suficientemente ricos en acontecimientos como para disipar muchas de las dudas que habían acompañado su proclamación presidencial e identificar pautas de gobierno que muy probablemente iban a caracterizar todo el cuatrienio. 

El prontuario del primer año de Lula en el palacio de Planalto podía ser éste: descarte categórico de una transición a un modelo de Estado intervencionista y al socialismo; superación de las tentaciones populistas en el manejo del erario y rechazo de las actitudes radicales; consolidación de la agenda social como un terreno de actuación impostergable, pero sin obsesionarse con la obtención de resultados palpables de manera inmediata; prolongación, entre tanto, de las políticas de estabilización y vigilancia celosa de la gran economía; y, en definitiva, elección de la vía pragmática de las reformas, graduales pero firmes, con el objeto de modernizar las estructuras productivas y sociales e integrar a todos los brasileños en las dinámicas del desarrollo y el crecimiento sin abandonar los cauces del libre mercado. 

Por todo ello, el presidente mereció las alabanzas de los medios liberales y financieros, gratamente sorprendidos con la "responsabilidad" de que hacía gala, y encajó las primeras críticas y contestaciones de los sectores situados a su izquierda, que se movieron entre la decepción, la impaciencia y el enfado. Si Lula aspiraba a construir en Brasil una economía social de mercado, tendría que transcurrir más tiempo para que se apreciara con claridad. En sus primeras semanas como presidente, Lula, para dar una satisfacción de entrada a sus votantes, muchos de los cuales le miraban con una expectación casi mesiánica, adoptó una serie de medidas que no esquivaron la calificación de demagógicas por quienes seguían observándole con desdén. Sin embargo, las disposiciones daban respuesta a una serie de cuestiones cardinales de la campaña y de paso buscaban certificar que la mudanza de gobierno iba a aparejar cambios drásticos en determinadas maneras de ver y hacer las cosas. 

Así, el ministro de Defensa, José Viegas, diplomático con amplia experiencia, anunció el aplazamiento hasta 2004 de la adquisición para la Fuerza Aérea de una docena de aviones de combate con un coste de 760 millones de dólares, y también la implicación de efectivos de las Fuerzas Armadas en labores de construcción civil. Más importante, Lula encargó al Ministerio de Justicia y a la Secretaría Nacional de Derechos Humanos la elaboración de sendos proyectos para entregar títulos de propiedad a los millones de habitantes de las favelas levantadas ilegalmente en los cinturones de miseria urbanos, y para brindar la asistencia del Estado a aquellos jóvenes de las áreas marginales que desearan abandonar el submundo de las drogas.

El Consejo de Ministros dio luz verde también a una campaña de captación de donaciones voluntarias, tanto nacionales como del extranjero, para el fondo de la estrategia Hambre Cero, destinada a 6,5 millones de familias con rentas muy bajas. A cambio de la entrega mensual de una cantidad suficiente para alimentar a todos sus miembros, las familias beneficiarias debían comprometerse con la escolarización y la vacunación de sus hijos. La campaña Fome Zero, presentada por el presidente el 30 de enero, era el más ambicioso proyecto del Gobierno. 

Lula explicó que pretendía acabar con las situaciones de hambre y desnutrición en cuatro años, pero que las metas excedían la urgencia humanitaria y que el objetivo último era "dar a todos los brasileños dignidad y autoestima, ofreciéndoles posibilidades de trabajo, educación y san