Alfredo Cristiani Burkard

Perteneciente a una familia de la oligarquía cafetera y de profundas convicciones católicas, Alfredo Cristiani se educó en escuelas religiosas de El Salvador y en 1969 completó su formación en Estados Unidos, graduándose en Administración de Empresas por la Universidad de Georgetown en Washington. De vuelta a su país, se incorporó a los negocios familiares en los sectores farmacéutico, cafetalero y algodonero, y en 1974 contrajo matrimonio con Margarita Llach, hija de un potentado catalán, con la que tuvo tres hijos.

Hasta comienzos de los años ochenta se le tenía por un propietario y padre de familia ciertamente conservador, aunque ajeno a la actividad política pública y acaso de pensamiento no extremista. Pero la extensión de la guerra civil y las ocupaciones de fincas por guerrilleros o simpatizantes campesinos del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) parece empujaron a Cristiani a acercarse a los círculos militantes de la extrema derecha empresarial y promilitar, y en particular a la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), nuevo instrumento político al servicio de sus intereses corporativos.

Esta agrupación de corte parafascista la fundó el 30 de septiembre de 1981 el mayor del Ejército Roberto D'Aubuisson Arrieta, exaltado dirigente relacionado con el desarrollo de los escuadrones de la muerte, presidente de la Asamblea Constituyente de 1982 y candidato presidencial frustrado en las elecciones de mayo de 1984, en las que fue derrotado por José Napoleón Duarte Fuentes, del Partido Demócrata Cristiano (PDC), cuya política de moderación y diálogo combinada con la presión militar para hacer fracasar la empresa revolucionaria del FMLN, donde convivían sensibilidades marxistas y socialdemócratas, mereció la confianza de Estados Unidos. Político sobrio y no carismático, Cristiani se situó al punto como el delfín del líder del partido, cuatro años mayor y con un temperamento tan diferente al suyo, a quien el embajador de Estados Unidos en San Salvador, Robert White, describió como un "asesino patológico".

Tras las elecciones legislativas de marzo de 1985, que supusieron un segundo y duro varapalo de ARENA frente al PDC, D'Aubuisson, presto a mejorar la imagen exterior de un partido entregado al anticomunismo más enfebrecido y al nacionalismo redentorista, aceptó renunciar al frente de su Consejo Ejecutivo Nacional (COENA) y ser sustituido por Cristiani, que desde el año anterior venía fungiendo como miembro de dicho órgano. Ahora bien, el ex militar, más allá de su nuevo atributo de "presidente honorario vitalicio", siguió ostentando un ascendiente principal sobre los cuadros areneros así como la postulación tácita para las presidenciales de 1989.

La prosecución de la guerra, la crisis económica, los desastres naturales y la oposición destructiva de ARENA (rumores de implicación en complots golpistas inclusive) al Gobierno de Duarte, a la sazón enfermo de cáncer, se saldaron con un gran éxito para la formación de Cristiani y D'Aubuisson en las elecciones legislativas y municipales del 20 de marzo de 1988, que le otorgaron el 80% de las alcaldías en disputa y 31 de los 60 escaños de la Asamblea Nacional con el 48,1% de los votos. Cristiani fue uno de los diputados electos y estrenó su primer mandato representativo.

Tras estos comicios, que espolearon el carácter ideológico de la guerra civil y sellaron el fracaso táctico del Gobierno Duarte, ARENA aparecía como la segura vencedora en las elecciones presidenciales de 1989. La nueva administración de George Bush en Estados Unidos asumió la inquietante perspectiva, pero presionó para que el candidato a suceder a Duarte fuera Cristiani, identificado en la línea moderada, y no D'Aubuisson, quien se plegó al cálculo estratégico de Washington. Proclamado candidato en mayo de 1988, Cristiani condujo una campaña centrada en los valores conservadores tradicionales de familia, orden y responsabilidad, pero habló también de modernizar el país, de conceder facilidades al sector privado de la economía y de conseguir la paz con la guerrilla en las condiciones establecidas por los cinco presidentes centroamericanos en las cumbres del proceso de Esquipulas para la superación de los conflictos de la región.

Así, el 19 de marzo de 1989 Cristiani se proclamó vencedor a en la primera ronda con el 53,8% de los votos frente al aspirante democristiano, Fidel Chávez Mena, en un contexto de parquedad democrática por el recurso sistemático al discurso del miedo y la asimetría en las condiciones de partida de los partidos de izquierda ligados en mayor o menor medida con el FMLN, siendo marginados por los principales medios de comunicación (controlados a su vez por la oligarquía que sustentaba a ARENA) y acosados por los paramilitares. Con su toma de posesión para un período de cinco años el 1 de junio de 1989, Cristiani se convirtió en el primer presidente de ARENA y además protagonizó el primer traspaso democrático de poder entre dos mandatarios de distinto partido en la historia nacional.

La llegada de ARENA al Ejecutivo de El Salvador generó graves incertidumbres sobre las posibilidades de poner final a la guerra civil, un análisis sombrío que se fundaba precisamente en la presunta docilidad de Cristiani, presentado por propios y extraños como un hombre de paja de su partido y de los elementos más reaccionarios de la élite político-empresarial que dominaba los principales resortes del país. Ahora bien, el flamante presidente dotó de sustancia a su alocución inaugural sobre un "diálogo inmediato, permanente y serio", para lo que se apoyó en la diplomacia de Estados Unidos, en el secretario general de la ONU Javier Pérez de Cuéllar y en los denominados países amigos (España, México, Colombia y Venezuela) del alto funcionario internacional.

El 13 de septiembre de 1989 se abrió una mesa de conversaciones con el FMLN en México que luego fue trasladada a Costa Rica, pero la disposición de Cristiani topó con dos formidables obstáculos: primero, la ofensiva general lanzada por la guerrilla contra San Salvador el 11 de noviembre, que provoco cientos de muertos (a los que se sumó Francisco José Guerrero Cienfuegos, el candidato presidencial del partido derechista PCN en las elecciones de 1989 y actualmente presidente de la Corte Suprema de Justicia, asesinado el 28 de noviembre) y que le obligó a declarar el estado de sitio; y, cuatro días después, el asesinato por militares de seis sacerdotes jesuitas y dos sirvientas en la Universidad Centroamericana José Simón Cañas (UCA), entre ellos el vascoespañol Ignacio Ellacuría Beascoechea, rector de la misma, célebre teórico de la Teología de la Liberación y partidario del diálogo con el FMLN. Cristiani, de hecho, había abierto un canal de comunicación con Ellacuría, sabedor de su influencia social.

El contraataque indiscriminado del Ejército, que consiguió abortar la incursión guerrillera y, sobre todo, la matanza de la UCA levantaron una formidable polvareda internacional que el presidente, cuya autoridad había quedado dramáticamente en entredicho, trató de aquietar prometiendo el castigo de los culpables del múltiple crimen (los sospechosos, cuatro oficiales, tres suboficiales y dos soldados, iban a ser arrestados en enero de 1990) y la puesta en marcha de una comisión especial para esclarecer las responsabilidades de la violencia política padecida por el país en la década que terminaba.

Los asesinatos en la UCA constituyeron un intento de torpedear el plan negociador de Cristiani, quien, al estar implicados en aquellos, con seguridad, altos mandos de la Fuerza Armada, quedó en una situación muy incómoda ante la comunidad internacional, la cual expresó su escepticismo con la capacidad y la voluntad del Gobierno de depurar responsabilidades. La credibilidad de presidente quedó restañada en parte cuando, bajo presiones de la Administración Bush, que estaba impaciente por reducir la ayuda militar, repitió su disposición a negociar con la guerrilla. Además, en la cumbre centroamericana celebrada del 10 al 12 de diciembre de 1989 en San Isidro de Coronado, Costa Rica, Cristiani consiguió el apoyo de sus colegas presidentes, que denunciaron la ofensiva del FMLN.

La voluntad expresada por ambas partes y las transformaciones del orden internacional, favorables al entierro de los conflictos de la Guerra Fría abrieron un tortuoso proceso, tachonado de ofensivas de la guerrilla para demostrar su paridad estratégica con el Ejército y de desmanes de las fuerzas gubernamentales en áreas campesinas, que alcanzó el punto de no retorno con el principio de acuerdo suscrito en Nueva York el 25 de septiembre de 1991 sobre la formación de una Comisión Nacional para la Consolidación de la Paz (COPAZ) y la depuración y reducción de la Fuerza Armada.

Por de pronto, la ejecución del segundo de los puntos acordados en Nueva York y la aplicación de justicia en las numerosísimas violaciones de los Derechos Humanos se antojaron irreales por la polémica sentencia del 29 de septiembre en el juicio a los asesinos de Ellacuría y sus compañeros, que declaró al coronel Guillermo Alfredo Benavides y al teniente Yusshy Mendoza Vallecillos únicos responsables de los hechos, y absolvió a los autores materiales por "obediencia debida". No se hicieron imputaciones a oficiales de mayor graduación.

Sumado Cristiani en persona a las negociaciones en su recta final, el 31 de diciembre de 1991 las partes firmaron la denominada Acta (I) de Nueva York, que recogía diversas enmiendas constitucionales y cambios en las formas de propiedad agraria, la reducción a la mitad de los efectivos militares y la revisión de la doctrina del Ejército, la disolución de los cuerpos armados vinculados a la represión, la creación de un cuerpo de Policía Nacional Civil y de organismos para velar por los Derechos Humanos, y la concentración de la guerrilla en zonas especiales para su desarme y desmovilización bajo la supervisión de una misión de Naciones Unidas, ONUSAL, aprobada por el Consejo de Seguridad el 20 de mayo anterior.

El 16 de enero de 1992, Cristiani, arropado por los presidentes de México, España, Colombia, Guatemala, Costa Rica, Honduras, Nicaragua, Panamá y Venezuela, tuvo una actuación señera en el Castillo de Chapultepec, México DF, con motivo de la soleme ceremonia de la firma de los Acuerdos de Paz, que por parte del FMLN fueron signados por su líder máximo, Schafik Jorge Hándal Hándal, a la sazón secretario general del Partido Comunista de El Salvador (PCS), y que entraron en vigor el 1 de febrero.

Aunque no estaba previsto que los documentos recogieran la rúbrica presidencial, el mandatario, cuando la ceremonia parecía ya concluída, solicitó estampar su firma. No sólo eso, sino que, fuera de protocolo y con ademán decidido, se levantó de la mesa, se dirigió a la delegación del FMLN que le contemplaba puesta de pie y dio un apretón de manos a cada uno de sus miembros. El doble gesto tuvo lugar en medio de una impresionante salva de aplausos. El mandatario estaba viviendo el histórico momento con viva emoción. Atrás quedaban 12 años de crudelísima guerra, 75.000 muertos, cientos de miles de exiliados y refugiados, y un país exangüe, física y psicológicamente.

El éxito de Cristiani en su apuesta pacificadora vindicó su autoridad frente los sectores "cavernícolas" (en expresión de medios locales) de ARENA, un reforzamiento del liderazgo al que no fue ajena la muerte de D'Aubuisson, con todo su oportuno simbolismo, 20 días después de entrar en vigor los acuerdos con el FMLN y de que el otrora tenebroso caudillo de la ultraderecha salvadoreña, aquejado de un cáncer incurable, hubiese deslizado su opinión favorable a la paz con el FMLN en aras de la superación del pasado y de la reconciliación entre los salvadoreños.

Pero aquella vocación de Cristiani fue puesta a prueba a lo largo de 1992 y 1993, ya que las reticencias y las desconfianzas reflejadas por ambas partes retrasaron reiteradamente la plasmación de los compromisos adquiridos en el calendario de paz. El presidente sí disolvió la Guardia Nacional y la Policía de Hacienda, mientras que la desmovilización del FMLN, en lo sucesivo activo sólo como fuerza política, se dio por finiquitada en diciembre. En febrero de 1993 se registraron dos avances decisivos, la conclusión del proceso de reducción de la Fuerza Armada de 62.000 a 31.000 hombres y la certificación por la ONUSAL de que el FMLN había destruido todo su armamento convencional. Quedaba la espinosa cuestión de la depuración de responsabilidades por los crímenes perpetrados en las retaguardias al socaire de la contienda bélica, y aquí Cristiani actuó con subjetividad puramente partidista.

Cuando el 15 de marzo de 1993 la Comisión de la Verdad instituida por los acuerdos de paz publicó con el aval de la ONU su demoledor informe en el que incriminaba a la cúpula castrense en las principales matanzas de campesinos y a D'Aubuisson en particular en el asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero en marzo de 1980, por lo que recomendaba la destitución de un centenar de jefes militares, la reacción inicial del presidente fue rechazar las conclusiones y salir en defensa de los oficiales afectados. A la cabeza figuraba su ministro de Defensa y fiel colaborador, René Emilio Ponce, al que la Comisión acusó nada menos que de ordenar los crímenes de la UCA en 1989 y que se había anticipado al escándalo presentando la dimisión. El FMLN sí acató lo que le concernía en la investigación de las violaciones de Derechos Humanos y anunció que su principal comandante en tiempos de guerra, Joaquín Villalobos, quedaba inhabilitado para la actividad política.

Aduciendo que el informe no respondía "a los deseos de la mayoría de los salvadoreños" que querían "el perdón y dejar atrás el doloroso pasado", Cristiani sancionó la denominada Ley de Amnistía General para la Consolidación de la Paz, aprobada por la Asamblea el 20 de marzo con los votos de ARENA y los derechistas Partido de Conciliación Nacional (PCN) y Movimiento Auténtico Cristiano (MAC), la cual dispuso la excarcelación de todos los reos por los calificados de "delitos políticos". Entre los beneficiados por la gracia figuraron el coronel Benavides, el teniente Mendoza y el capitán Álvaro Saravia, único arrestado en conexión con el magnicidio del arzobispo Romero. Cristiani, de mala gana, se comprometió a licenciar progresivamente a Ponce y los otros altos mandos pendientes de depuración, aunque con aquel instrumento legal su impunidad estaba asegurada.

Cristiani tendió a ensalzar los logros de la paz civil ante la pésima situación de los estándares de vida de la mayoría de la población. La superación en 1990 del clímax bélico y la llegada luego del cese definitivo de los combates permitieron recuperar unas tasas de crecimiento anual en torno al 3% y el 4% hasta el final del período presidencial, pero medidas pro mercado como la liberalización de los precios de los productos básicos mantuvieron en todo momento la inflación por encima del 10% —con tasas superiores al 20% al principio del mandato— y castigaron duramente a la población.

La eliminación de los controles sobre el tipo de cambio del cólon dejó a la moneda nacional en régimen de libre cotización de mercado con respecto al dólar, y aquí, afortunadamente, la tendencia fue a la estabilidad, no registrándose depreciaciones graves. Los ambiciosos programas de Estabilización Económica y Ajuste Estructural (PEE/PAE) aprobados bajo el mandato de Cristiani no iban a dejar sentir sus resultados positivos en las macromagnitudes hasta unos años después, pero por de pronto tuvieron un impacto social muy negativo.

Lo cierto fue que, con el país exhausto por la guerra y con la paz aún hipotecada al hallarse el proceso de desmilitarización en la picota, Cristiani eludió las desregulaciones y privatizaciones a gran escala, que sin duda habrían añadido crispación y más quebranto a una sociedad convaleciente. Significativamente, la entregra de tierras y la dotación de programas de reinserción en la sociedad civil a los ex combatientes de ambos bandos figuraron entre las previsiones de los acuerdos de paz que más insatisfactoriamente se implementaron durante la presidencia de Cristiani.

En las elecciones legislativas del 10 de marzo de 1991, primeras que el FMLN no boicotéo, ARENA perdió la mayoría absoluta y obtuvo 39 de los 84 escaños de la nueva Asamblea Legislativa, si bien el PCN de Ciro Cruz Zepeda brindó luego a Cristiani el apoyo que le faltaba. Para las elecciones generales del 20 de marzo de 1994 ARENA presentó como candidato presidencial al abogado y empresario Armando Calderón Sol, un dirigente de la vieja guardia arenera, considerado menos pragmático y más ideologizado que Cristiani. Calderón ostentaba la jefatura del partido y la alcaldía de San Salvador desde 1988.

El desgaste del ejercicio del poder y el inquietante perfil de Calderón alimentaron vaticinios negativos para el partido oficialista en unas elecciones trascendentales para la consolidación de la democracia salvadoreña. Aunque necesitó la segunda vuelta, Calderón, empero, batió con claridad al postulante de la coalición de izquierda que integraba al FMLN, de manera que a Cristiani le cupo la satisfacción de traspasar la banda presidencial a su compañero de formación el 1 de junio. Los comicios supusieron un ejercicio de pluralismo inédito en la historia de El Salvador y fueron certificados por los monitores internacionales.

Cristiani se ha mantenido como uno de los hombres de mayor influencia política y económica en El Salvador. Se le ha vinculado al grupo de empresarios que mayor beneficio obtuvo de las privatizaciones realizadas por la administración de Calderón y continuó ejerciendo sus funciones en la cúpula de ARENA, hasta el punto de volver a ser elegido presidente del COENA en septiembre de 1997 en lugar de Gloria Salguero Gross con el objetivo de conducir a los areneros a la victoria en las elecciones presidenciales de 1999 y en las legislativas de 2000. El toque a rebato en la formación derechista vino a raíz de las elecciones legislativas y municipales del 16 de marzo de 1997, en las que el FMLN ascendió espectacularmente, prácticamente empató en porcentaje de voto y escaños con la fuerza gobernante, y además le arrebató los ayuntamientos más populosos, incluido, en coalición con los democristianos, el de San Salvador.

Cristiani hizo llamamientos a la unidad y la disciplina de los militantes, y no tuvo ambages en retomar la retórica agresiva y el discurso de la confrontación de los años ochenta, siendo así que su toma de posesión al frente del COENA, el 21 de septiembre, se hizo a los acordes del rancio himno de partido que proclama: "Patria sí, comunismo no; El Salvador será la tumba donde los rojos terminarán".

La estrategia de conservación del poder tejida por Cristiani, inédito en su papel de arenero radical, se saldó con éxito en la primera prueba y el 7 de marzo de 1999 el candidato presidencial, el joven catedrático de filosofía Francisco Guillermo Flores Pérez, se deshizo de su contrincante del FMLN, Facundo Guardado, con más del 50% de los votos, haciendo innecesaria la segunda vuelta. La postulación de Flores se interpretó en su momento como un golpe de efecto auspiciado por Calderón para frenar la precandidatura oficiosa del propio Cristiani, quien, en cualquier caso, llamó a cerrar filas en torno a Flores.

Sin embargo, en las elecciones del 12 de marzo de 2000 los efemelenistas se tomaron la revancha: ARENA fue barrida de los ayuntamientos y en la Asamblea Legislativa fue superada en dos escaños, 29 frente a los 31 del FMLN, a pesar de ascender su cuota de voto del 33,3% obtenido 1997 al 36%. El revés condujo a Cristiani a presentar la dimisión, entre lágrimas y diciendo que asumía toda la responsabilidad, como presidente del COENA el 6 de abril. El 16 de junio tomó el relevo Walter Araujo Morales, exponente de una nueva generación de dirigentes que los medios locales han relacionado con tibios intentos de modernización. En la actualidad, el antiguo mandatario salvadoreño es director general de la empresa Seguros e Inversiones, S.A. (SISA).

(Cobertura informativa hasta 1/9/2002)