Zine El Abidine Ben Alí
Presidente de la República (1987-2011) y primer ministro (1987)
En 1987, un golpe de palacio contra el anciano padre de la independencia, Habib Bourguiba, sentó en la Presidencia de Túnez a su primer ministro y heredero de facto. Formado en la milicia, donde llegó a general, y responsable de la seguridad, Zine El Abidine Ben Alí reformuló la dictadura vigente con una espuria liberalización democrática, concediendo un simulacro de competitividad en las elecciones presidenciales y cuotas parlamentarias pactadas a la débil oposición: él se hizo reelegir cinco veces consecutivas con cerca del 100% de los votos y el partido gobernante, el neodesturiano Reagrupamiento Constitucional Democrático (RCD), mantuvo la hegemonía legislativa. Por lo demás, las libertades fundamentales siguieron siendo sistemáticamente conculcadas y las voces disidentes, castigadas.
En la autocracia policial de Ben Alí, no exenta de rasgos sofisticados, adquirieron un peso abrumador la corrupción y la rapacidad de su clan familiar con apetencias dinásticas, en paralelo a una profunda apertura económica que trajo crecimiento y avances educativos y sanitarios, pero que a la postre no satisfizo las ansias de desarrollo social. La durísima represión del islamismo radical, el secularismo a ultranza -en un Estado, ahora bien, confesional-, la liberalización económica y los negocios en común aseguraron al prooccidental líder tunecino el trato deferente de Europa y Estados Unidos, que, en particular la primera, cerraron los ojos ante sus violaciones de los Derechos Humanos.
Tras 23 años de poder omnímodo, Ben Alí despidió 2010 haciendo frente a una protesta social empujada por la crisis económica y el aumento del desempleo. Su detonante, puramente accidental, fue la inmolación de un joven anónimo desesperado por el paro, Mohammed Bouazizi. Junto con el enfado, particularmente de los jóvenes instruidos, por el bloqueo de oportunidades laborales y el deterioro de las condiciones de vida afloró con intensidad insospechada el hartazgo latente de una sociedad entera por el inmovilismo, la intolerancia y la impunidad de un régimen que había hecho banderas de la estabilidad y la modernización.
Fue el estallido de una verdadera revolución popular, espontánea, espoleada por las redes sociales de Internet, desprovista de líderes, no conducida por partidos y sin intromisiones extranjeras. Una sublevación eminentemente civil y democrática, aunque no pacífica, que no tenía precedentes en el mundo árabe. Ni la represión policial, que dejó decenas de muertos, ni las concesiones desde arriba, insuficientes y tardías, lograron aplacar la revuelta, que el 14 de enero de 2011, con la complicidad de un Ejército remiso, obligó al dirigente, de 74 años, a huir precipitadamente a Arabia Saudí.
(Texto actualizado hasta enero de 2011)
1. Acólito y destituidor de Habib Bourguiba
2. Los cimientos de un régimen autoritario: cerrazón política con apertura económica
3. Una política exterior ventajosa: moderación en el contexto árabe y parabienes occidentales
4. Infiltración alqaedista, nepotismo cleptocrático y frustración social
5. La revolución de los jazmines y la caída de Ben Alí
1. Acólito y destituidor de Habib Bourguiba
Tras ser expulsado de la escuela secundaria en su Sousse natal por su militancia en las juventudes desturianas, seguidoras del líder anticolonial Habib Bourguiba, marchó a Francia, potencia que ejercía el protectorado sobre el país norteafricano, con la intención de completar su formación e iniciar una carrera de armas. Obtuvo un diploma en Ingeniería Electrónica por la Escuela Especial Militar de Saint-Cyr y amplió su capacitación en la Escuela Aplicada de Artillería de Châlons-sur-Marne. Años después, asistió en Estados Unidos a unos cursillos de espionaje y contraespionaje impartidos por la ya desaparecida Escuela de Inteligencia del Ejército en Fort Holabird, Maryland, y por la Escuela de Artillería Antiaérea en Fort Bliss, Texas.
Con posterioridad a la independencia de Francia en 1956 y la proclamación de la República por Bourguiba en 1957, Ben Alí se hizo un hueco en los altos escalafones del joven Estado tunecino, según parece, gracias a la influencia del padre de su primera esposa, Naïma Kéfi, quien era general del Ejército. Con Kéfi, Ben Alí iba a tener tres hijas, Ghazoua, Dorsaf y Cyrine.
Así, en 1964, al poco de contraer matrimonio y con sólo 26 años, el oficial fue nombrado jefe del nuevo Departamento de la Seguridad Militar, función que desempeñó durante una década. En 1974 recibió el destino de agregado militar en Marruecos y España. En 1977 estuvo de vuelta para asumir los puestos de jefe del Gabinete del Ministerio de Defensa y, a partir de diciembre, director general de la Seguridad Nacional en el Gobierno de Hédi Nouira. En 1979 obtuvo el grado de general, tras lo cual colgó el uniforme. Embajador en Polonia a partir de abril de 1980, en enero de 1984 volvió definitivamente a Túnez y retomó la Dirección General de la Seguridad Nacional, que el 29 de octubre siguiente tuteló con el rango de secretario de Estado. El 23 de octubre de 1985 fue ascendido a ministro de la Seguridad, en el Gabinete de Mohammed Mzali, y el 28 de abril de 1986 pasó a hacerse cargo de la cartera del Interior.
Al poco de producirse esta última promoción gubernamental, en junio de 1986, Ben Alí fue elegido miembro del Buró Político del Partido Socialista Desturiano (PSD, denominación desde 1964 del partido Neo-Destur fundado por Bourguiba en 1934, siendo destur el equivalente en árabe de constitución), el único legal hasta la introducción de un pluripartidismo restringido y más bien simbólico en 1981. Del XII Congreso del PSD el ministro salió convertido además en vicesecretario general de la agrupación gobernante.
Como responsable del influyente aparato de seguridad, Ben Alí llevaba años identificado como uno de los más probables candidatos a delfín de Bourguiba, quien dejó en sus manos la represión de la nebulosa islamista y su expresión ambiguamente fundamentalista, el Movimiento de Tendencia Islámica (MTI) de Rashid Ghannouchi. Aparte de combatir al considerado su máximo enemigo por un régimen celosamente secular, Ben Alí fue uno de los principales encargados de sofocar la huelga sindical de enero de 1978, con un trágico balance de más de 50 muertos, así como las llamadas revueltas del pan de 1984, gran disturbio social desencadenado por la retirada de las subvenciones a este producto de primera necesidad bajo el dictado del FMI y que ocasionó un centenar de víctimas. Por todo ello, Ben Alí cimentó una reputación de duro del régimen, capaz de restablecer la ley y el orden y expeditivo con la subversión de matriz religiosa.
Su posición descollante terminó de perfilarse en el XII Congreso del PSD, que supuso la relegación de Mohammed Mzali, a los ojos del público el otro aspirantea la sucesión (de hecho, la Constitución establecía que el primer ministro era el primero en la línea sucesoria en caso de vacancia en la jefatura del Estado), pero últimamente desacreditado por las algaradas populares y por sus intentos de congraciar a los sectores islamistas con el régimen. Ben Ali discrepaba de esta línea, aunque algunos observadores percibían en él una actitud algo menos radical que la de Bourguiba, cuyo laicismo feroz era excepcional en el mundo árabe, a pesar de que el artículo primero de la Constitución establecía que la religión del Estado era el Islam. En julio siguiente, Mzali fue descabalgado como primer ministro y secretario general del PSD en beneficio de Rashid Sfar, quien sin embargo no contaba para las quinielas sucesorias más allá de cualquier responsabilidad interina porque el anciano padre de la independencia le reservó para la implementación de un impopular plan de ajuste estructural. La sucesión del octogenario y achacoso líder se preveía próxima, tal que en la cúpula del partido los capitostes empezaron a tomar posiciones.
El 2 de octubre de 1987 Bourguiba prácticamente ungió a Ben Alí nombrándole primer ministro, sin descargo de la cartera de Interior, y de paso secretario general del PSD. A sus 51 años, el general estrenó la jefatura del Gobierno con la ejecución por fusilamiento de dos jóvenes reos condenados a muerte por su participación en acciones violentas del MTI. El país se adentró en una etapa de gran expectación. Finalmente, en la mañana del 7 de noviembre, Ben Alí anunció por sorpresa a los tunecinos que, "frente a la senilidad y el agravamiento del estado de salud" de Bourguiba, "el deber nacional nos impone declararle en la incapacidad absoluta de desempeñar el cargo de la Presidencia de la República". Por lo cual, de acuerdo con el artículo 57 de la Constitución, él asumía la suprema magistratura del Estado, la jefatura de las Fuerzas Armadas y la presidencia del PSD.
Ben Alí avaló su comunicado de deposición y relevo de quien era presidente vitalicio desde 1975 con un parte médico firmado por siete doctores donde se declaraba que a Bourguiba, por requerimiento del procurador general de la República, se le había practicado una evaluación de sus condiciones físicas y mentales, con resultado negativo. "Tras la discusión y la valoración, constatamos", indicaba el parte, "que su estado de salud no le permitía ejercer las funciones inherentes a su cargo". Visto con retrospectiva, no está claro hasta qué punto el veteranísimo caudillo magrebí estaba mermado de facultades y era incapaz de hacer frente a los problemas del país. Entonces, se apuntó que el autócrata defenestrado no era plenamente consciente de su situación. El caso fue que Bourguiba fue puesto bajo vigilancia policial y confinado en su residencia de Monastir, situación que iba a prolongarse hasta 1990 (irónicamente, el combatiente supremo viviría 13 años más, falleciendo a la edad de 96 en abril de 2000, cuando se le tributaron unos solemnes funerales de Estado).
El suave golpe de palacio de Ben Alí revestido con legitimidad constitucional fue recibido con júbilo por la población, que confiaba en la apertura de un proceso de liberalización de un sistema político por largo tiempo anclado en esquemas autoritarios y excluyentes. De puertas afuera, la satisfacción por el cambio de guardia en Túnez fue también manifiesta en Estados Unidos, cuyos lazos militares y formativos con el nuevo presidente convertían a este, a los ojos de algunos, en una suerte de protegido de la superpotencia occidental, así como en los gobiernos europeos, sin faltar los que tenían más intereses en el país magrebí, el francés y el italiano.
Ben Alí envolvió su toma del poder en el Palacio de Cartago con un discurso en positivo, bastante prometedor. Sin asomo de acritud, rindió tributo a la labor histórica de su predecesor, si bien sus colaboradores más cercanos fueron sometidos a un arresto domiciliario preventivo y, posteriormente, llevados a juicio y condenados a duras penas por delitos de corrupción. En una proclama de tintes democráticos, el flamante presidente anunció una ley de partidos que debía facilitar la celebración de elecciones competitivas y hacer efectivo el multipartidismo meramente nominal que había existido hasta la fecha, así como una nueva normativa sobre la prensa, todo ello con el fin de asegurar "una mayor participación ciudadana en la edificación de Túnez y en la consolidación de su independencia, dentro de un marco de orden y disciplina". En su opinión, la Constitución debía ser reformada porque "la época en que vivimos no puede sufrir presidencias vitalicias ni sucesiones automáticas a la cabeza del Estado de las que el pueblo esté excluido".
Asimismo, desveló la composición de un nuevo Gobierno, a cuyo frente puso, el mismo 7 de noviembre, al ministro de Asuntos Sociales, Hédi Baccouche, el dignatario responsable del importante acercamiento a Argelia y que conducía también las conversaciones con Libia para la normalización de las relaciones diplomáticas, en el vado desde 1980, a raíz de un incidente armado con fuerzas oposicionistas patrocinadas por el coronel Muammar al-Gaddafi, y oficialmente rotas desde 1985, cuando los dos países intercambiaron unas expulsiones masivas de residentes.
El 27 de febrero de 1988 el Comité Central del PSD anunció la conversión del partido en el Reagrupamiento Constitucional Democrático (RCD). El cambio, no meramente cosmético por cuanto que supuso una purga intensa de la vieja guardia desturiana y el reclutamiento de cientos de miles de nuevos cuadros y miembros con carné procedentes de los diferentes estratos sociales, respondía a las promesas democratizadoras de Ben Alí, quien fue elegido presidente de la formación en su primer congreso, en julio de aquel año.
Este hecho, la continuidad del primer ministro Baccouche en la Secretaría General (antes de estrenar el puesto de vicepresidente) y la presencia de otros altos miembros del Gobierno en el nuevo Buró Político pusieron en tela de juicio, sin embargo, la pretensión de que el RCD dejara de ser un partido identificado con el Estado. En añadidura, Ben Alí nombró a dedo a más de la mitad de los 200 miembros del Comité Central. En lo sucesivo, la condición de miembro del RCD iba a resultar muy útil o directamente indispensable para obtener becas universitarias, ayudas escolares para los hijos, permisos de acceso a zonas restringidas, preferencia en la obtención de vivienda y otras facilidades burocráticas.
2. Los cimientos de un régimen autoritario: cerrazón política con apertura económica
Precedidas por la amnistía general de marzo de 1988, por la reforma constitucional de julio, que revocó la presidencia vitalicia y la sucesión automática, y estableció la elección al cargo cimero por sufragio universal y para un período de cinco años renovable una sola vez, y por el "Pacto Nacional", en noviembre, entre el jefe del Estado y los cabezas de los principales partidos y organizaciones sociales sin distingos de estatus legal, las esperadas primeras elecciones generales de la era Ben Alí tuvieron lugar el 2 de abril de 1989. En las presidenciales, primeras desde 1974, Ben Alí, como Bourguiba entonces, concurrió en solitario y ganó la reelección con un 97,3% de los votos totales, incluyendo los inválidos y nulos. La singularidad de su candidatura no se trató de una mera arbitrariedad despótica de Ben Alí; en realidad, fue consensuada con la oposición.
En los comicios al Majlis al-Nuwab o Cámara de Diputados, el RCD copó los 141 escaños en juego con el 80,5% de los sufragios, produciendo una asamblea monocolor que en la práctica no difería de la elegida en la anterior convocatoria, la de 1986, caracterizada por el boicot opositor. Sin representación se quedó la oposición legal al completo, a saber, el Movimiento de Demócratas Socialistas (MDS), el Partido de la Unidad Popular (PUP), el Reagrupamiento Socialista Progresista (RSP), la Unión Democrática Unionista (UDU) y el Partido Social Liberal (PSL). Esta fue, seguramente, la consecuencia de su rechazo a la invitación de Ben Alí a acudir a las legislativas formando una coalición.
Los islamistas del Partido del Renacimiento (Ennahda, evolución moderada del MTI), oficialmente proscritos aunque tolerados por el régimen, pudieron presentar candidaturas con el sello de independientes en 19 de las 25 circunscripciones a las que medios oficialistas otorgaron en conjunto entre el 10% y el 17% de los votos, aunque ellos aseguraron haber sacado entre el 60% y el 80%. Todos, el Ennahda y la oposición legal, denunciaron un fraude masivo. El sistema electoral, de tipo mayoritario simple, estaba concebido para favorecer a los candidatos oficialistas. Ahora bien, observadores foráneos reconocieron que, con todo, Ben Alí y su partido tenían el respaldo de una parte considerable de la población. La legitimidad del régimen, en aquel momento, distaba de ser cuestionada por el grueso de los tunecinos.
De todas maneras, con tan clamorosos resultados electorales, que hicieron de los comicios un mero plebiscito del poder, las expectativas de un verdadero cambio político en Túnez quedaron frenadas en seco. Además, Ben Alí, tras comprobar la fuerza de los islamistas en las urnas, renegó de su tono moderado y se lanzó a la represión sin contemplaciones del Ennahda: su líder, Rashid Ghannouchi, tras un año en libertad, tomó el camino del exilio (en 1992 un tribunal iba a condenarle en ausencia a cadena perpetua como culpable de un intento de derrocar al Gobierno), y varios miles de militantes fueron arrestados y encarcelados. El partido quedó al margen de la ley.
Las condiciones de estos represaliados y de otros que los siguieron, en torno a 8.000 reclusos, presentaban una realidad cotidiana de maltratos, torturas y muertes en custodia, tal como documentó año tras año la ONG Amnistía Internacional. Todo ello, pese a la existencia de un Estado de Derecho que sobre el papel ponía limites a las acciones del Gobierno y los órganos de seguridad, y garantizaba un amplio elenco de derechos a los ciudadanos, y pese también a la ratificación por Túnez de la Convención de las Naciones Unidas contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes. En este sentido, la existencia, desde su creación por decreto en enero de 1991, de un Alto Comité de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales (HCDH) parecía responder únicamente a las maniobras propagandísticas del régimen.
En 1992, la Liga Tunecina de los Derechos Humanos (LTDH), decana de las asociaciones de este tipo en África y el mundo árabe, fue intervenida y disuelta por las autoridades por negarse a admitir en su seno, de acuerdo con la nueva ley de asociaciones, a cuantos miembros del RCD o de cualquier otro partido que solicitaran ingresar. Esta táctica insidiosa, de infiltración de partidarios del Gobierno en colectivos no sujetos a su control, fue extensiva a otras muchas organizaciones sociales y sectoriales, como sindicatos, asociaciones profesionales y uniones de estudiantes.
El "consenso nacional" en torno a la candidatura única de Ben Alí prevaleció de nuevo en las elecciones del 20 de marzo de 1994, cuando el presidente obtuvo su segundo mandato quinquenal con el 99,9% de los votos. Abderrahmane El Hani, abogado y cabeza de un movimiento político no autorizado, y Moncef Marzouki, ex presidente de la LTDH (que había vuelto a operar en 1993) y persistente crítico con el deplorable historial del régimen en materia de Derechos Humanos, fueron detenidos tras anunciar sus intenciones de presentarse a las presidenciales.
En las legislativas, cuatro partidos opositores, el MDS, el Movimiento de Renovación (Ettajdid, poscomunista), la UDU y el PUP, se repartieron los 19 escaños "reservados" a la libre competición al regir en ellos el nuevo sistema de asignación de cuotas de acuerdo con el voto proporcional de las listas a nivel nacional. Estas formaciones, más las dos que no sacaron representación, el PSL y el RSP, recogieron en conjunto tan solo el 2,2% de los sufragios. Los 144 escaños restantes, hasta completar el Majlis aumentado a los 163 miembros, fueron todos para el RCD, imbatible en las circunscripciones al regir en ellas el sistema uninominal de mayoría simple.
La formación de la primera Asamblea pluralista en la historia de la República fue saludada como un hito por Ben Alí, para quien la introducción de la "auténtica democracia" debía realizarse "de forma progresiva, segura y armoniosa, lejos de agitaciones". Sin embargo, la jornada defraudó a los sectores más dinámicos de la oposición, que censuraron la perennidad de las formas autoritarias del poder y su aparente temor a conceder a la ciudadanía la plena emancipación política.
Ben Alí dosificaba sus mini-reformas supuestamente democratizadoras a cuentagotas. De cara a las elecciones generales de 1999, el régimen enmendó la Constitución para suavizar las muy restrictivas condiciones para el registro de candidaturas presidenciales, de manera que, por primera vez desde la independencia, iba a ver aspirantes a la jefatura del Estado alternativos al titular en ejercicio. A cambio, Ben Ali vio alejado su horizonte de poder con la validación del tercer mandato consecutivo. El Código Electoral fue también modificado, ampliándose a 34 los escaños computados por el sistema proporcional y por ende garantizados a la oposición.
Con el guión perfectamente escrito de antemano, las elecciones del 24 de octubre de 1999 otorgaron otros cinco años de ejercicio a Ben Alí con el 99,4% de los votos. Sus dos simbólicos contrincantes fueron Mohammed Belhaj Amor, del PUP, y Abderrahmane Tlili, de la UDU. En las legislativas, la RCD se aseguró, con el 91,6% de los sufragios, 148 de los 182 puestos del nuevo Majlis ampliado, distribuyéndose los 34 restantes entre el MDS, el PUP, la UDU, el Ettajdid y el PSL.
Para mitigar el mal sabor de boca que las terceras elecciones generales de su presidencia habían dejado dentro y fuera del país, el mandatario dispuso la liberación de medio centenar de presos políticos, islamistas en su mayoría. También, el 17 de noviembre, prescindió del primer ministro Hamed Karoui, en el cargo desde septiembre de 1989, y lo sustituyó por Mohammed Ghannouchi, un tecnócrata del partido, hasta la fecha ministro de Cooperación Internacional e Inversión Extranjera, con una dilatada experiencia en las áreas de planificación y finanzas. Karoui siguió siendo, no obstante, vicepresidente del RCD. En 2000 y 2001, cobraron fuerza las protestas de los círculos políticos e intelectuales más combativos, pero el poder no se dejó impresionar e hizo oídos sordos a sus reclamaciones.
La consolidación del Estado policial, que hacía de Túnez el país del Magreb, junto con Libia, donde en peor situación estaban los Derechos Humanos y las libertades públicas, más la inocuidad de una oposición que en parte estaba domesticada, animaron a Ben Alí a realizar los ajustes legales necesarios para perpetuarse en el poder, recuperando en la práctica la figura de la presidencia vitalicia. El 27 de febrero de 2002, el presidente, en su discurso de presentación ante la Cámara de Diputados, dio cuenta de una revisión constitucional diseñada a la medida de sus intereses personales pero que él justificó en aras del "interés nacional y la contribución a la realización de las aspiraciones de las tunecinas y los tunecinos de progreso y prosperidad". "La reforma", continuaba Ben Alí, "profundiza el espíritu democrático y pluralista dentro del edificio republicano".
Se trataba de abolir la limitación a tres de los mandatos presidenciales y de elevar de los 70 a los 75 años la edad máxima para candidatear a la jefatura del Estado. Aplicado a su caso, ello suponía que Ben Alí, con 65 años, podría solicitar la reelección en 2004 y de nuevo y por última vez en 2009, cuando cumpliera los 73. Si este cronograma se cumplía hasta el final, Ben Alí abandonaría el Palacio de Cartago en 2014 con 78 años. Además, se otorgaba al presidente de la República la impunidad penal luego de dejar el cargo para todo acto cometido en el desempeño del mismo. La reforma alcanzaba a otras instituciones del Estado, como el Parlamento, que se convertía en bicameral con la instauración de un hemiciclo senatorial, la Cámara de Consejeros, y el Consejo Constitucional, que veía aumentadas sus prerrogativas.
El 26 de mayo de 2002, al cabo de una campaña que hurtó cualquier debate político y dio altavoz únicamente a las demandas del voto afirmativo, el primer referéndum en la historia de la República Tunecina sancionó la mudanza constitucional con unas cifras inverosímiles: un 99,5% de síes, frente a un 0,5% de noes (apenas 16.000 votos), con un 95,6% de participación. La oposición legal contestataria, limitada al extraparlamentario Partido Democrático Progresista (PDP, ex RSP) de Najib Chebbi y, con menos énfasis, el Ettajdid de Mohammed Harmel, y, fuera de este ámbito, los por el momento ilegales Congreso por la República (CPR) de Moncef Marzouki y Foro Democrático por el Trabajo y las Libertades (FDTL, o Ettakatol) de Mustafa Ben Jaafar, hablaron de "golpe de Estado constitucional" y de "mascarada". El boicot activo al referéndum organizado por el "presidente Ben à vie" (ocurrencia mordaz muy empleada estos días) fue preconizado también por la LTDH y el Consejo Nacional por las Libertades en Túnez (CNLT).
Con estos resortes constitucionales, el líder tunecino, omnipresente en la prensa escrita, la radio, la televisión y las calles tunecinas, donde sus grandes retratos proliferaban con tufillo a culto a la personalidad, presentó su cuarta candidatura presidencial el 3 de septiembre de 2004, que engalanó con un programa de 21 puntos titulado Ben Alí por el Mañana de Túnez. Las elecciones del 24 de octubre siguiente apenas difirieron de las 1999. En las presidenciales, Ben Alí laminó con el 94,5% de los votos a tres postulantes alternativos, Mohammed Bouchiha, del PUP, Mohammed Ali Halouani, del Ettajdid y Mounir Beji, del PSL. Bouchiha y Beji asumieron gustosos su papel de comparsas, y durante la campaña alabaron la gestión del presidente. Sólo Halouani, apoyado por una corriente de opinión de izquierdas agrupada en el movimiento Iniciativa Democrática, podía considerarse un verdadero adversario. Aunque se quejó por la ausencia de condiciones propias de una auténtica competición, Halouani decidió concurrir, más que nada como gesto de determinación frente a los múltiples obstáculos que se le tendieron desde arriba.
En las legislativas, los cuatro "partidos del sistema" más el "independiente" Ettajdid tuvieron acceso a 37 diputados de una Cámara de 189 miembros esta vez. Se cumplió así la estipulación legal de que ningún partido podía tener más del 80% de los asientos de la Cámara de Diputados. El PDP boicoteó los comicios legislativos a última ahora, en protesta por el veto a la candidatura presidencial de su líder, Chebbi, y por la prohibición de difundir su manifiesto, hallado excesivamente crítico por el Gobierno. Igual decisión tomó el FDTL. Con todo, al Palacio de Cartago llegó la felicitación del Quai d'Orsay.
Durante una serie de años, Ben Alí gozó de una incontestable aceptación popular. La relativa paz social, que junto con el pluralismo de fachada y el rutinario engranaje electoral contribuyó a la proyección exterior del país como un oasis de estabilidad en una región sacudida por convulsiones de toda índole, se nutrió de una bonanza económica de signo liberal que inducía a la población a concentrarse en las posibilidades de su progreso social y material particular.
Desde 1987, el presidente propició un aperturismo de la economía de una línea liberal inusualmente pragmática (tan contrastada con la rigidez política) que estimuló la inversión productiva, interna y externa, y la exportaciones. La antigua primacía de los sectores agrícola, petrolero y minero (fosfatos) dio paso a un sistema más diversificado donde adquirieron un peso creciente y finalmente preponderante el turismo, los servicios y la industria manufacturera (textiles), si bien la mayoría de la fuerza laboral continuó ligada a las tareas del campo. Aunque con oscilaciones causadas por las inclemencias climáticas (sequías recurrentes, seguidas, empero, de abundantes lluvias que producían copiosas cosechas), el PIB se acomodó en unas tasas de crecimiento anual de entre el 4% y el 5%. Además, la inflación tendió a la moderación.
El Gobierno consensuó con el FMI un programa de ajuste estructural para refinanciar el servicio de la deuda externa que supuso la privatización de la estructura comercial en aras de su competitividad, el manejo ortodoxo de las finanzas públicas y la simplificación del sistema tributario. Túnez mereció la consideración de "alumno aventajado" o "mejor alumno" del FMI y el Banco Mundial. Multitud de analistas y funcionarios financieros internacionales ponderaron el "milagro económico tunecino".
Piedra angular de la estabilidad del régimen, que amortiguó o anuló por completo en extensas capas de la población el malestar que pudiera haber por la falta de libertades políticas y la omnipresencia represiva de los servicios de seguridad, fue una acertada política, a través de instrumentos como el Fondo Nacional de Solidaridad, de redistribución de la renta nacional, de manera que el PIB por habitante se duplicó una década después de 1987 y lo hizo de nuevo en el decenio siguiente, alcanzando en 2008 los 3.700 dólares. La pobreza retrocedió y la clase media se expandió, de una manera muy acusada.
La educación certificó su carácter universal y gran número de bachilleres tuvieron acceso a la universidad, aunque muchos de ellos, tras terminar sus carreras, se encontraban con que el sector privado no tenía ofertas de trabajo para ellos y que el Estado tampoco mostraba interés en sacar partido de su cualificación. La pequeñez de la economía, que tendría que crecer a tasas chinas para reducir sensiblemente el elevado paro, impedía la absorción laboral de decenas de miles de jóvenes titulados en las especialidades profesionales y universitarias, pero el régimen del RCD, al complacerse en un favoritismo no meritocrático basado en la pertenencia al partido-Estado, la recomendación y el enchufe, empeoraba enormemente las cosas. La frustración de las expectativas profesionales y de promoción social de una juventud preparada dio pábulo a un resentimiento de signo político que fue incubándose en el segmento más dinámico y concienciado de la población tunecina.
A lo largo de su reinado republicano, Ben Alí, en lo que era coreado por sus ministros, no dejó de jactarse de los avances experimentados en el desarrollo y la modernización de la sociedad y la economía, que situaban a Túnez en primer lugar o en puestos de cabeza en muchas variables dentro del mundo árabe y de su espacio geográfico inmediato, el Magreb. De puertas al exterior, gobiernos, organismos y operadores económicos occidentales con los que Túnez tenía tratos encontraron también muy dignas de destacar las transformaciones acometidas por el régimen en diversos campos. Desde luego, no era el caso del político –aunque muchos representantes foráneos aún se empeñaban en hacer aquí balances de lo más indulgentes-, donde la vena autoritaria y liberticida encontraba numerosos discursos tras los que enmascararse.
3. Una política exterior ventajosa: moderación en el contexto árabe y parabienes occidentales
Uno de los efectos más llamativos del traspaso forzado de poderes en 1987 fue la resituación de Túnez en el plano regional, que clausuró varios frentes de conflicto con países hermanos a los que Bourguiba había puesto en la picota por diversos motivos. Con la Libia de Gaddafi culminó el proceso de normalización emprendido antes del golpe de noviembre y se restablecieron las relaciones diplomáticas de manera casi inmediata, el 28 de diciembre. Con Egipto, acogiéndose al permiso de la Liga Árabe, Ben Alí hizo lo propio el 24 de enero de 1988, poniendo fin así al castigo aplicado en 1979 de resultas del tratado de paz egipcio-israelí suscrito por Sadat. También se procedió a la normalización con Irán, el 24 de septiembre de 1990, terminando tres años de ruptura decidida por Bourguiba en la convicción de que el régimen shií estaba instigando la subversión de los fundamentalistas tunecinos (no obstante, sunníes).
La reconciliación libio-tunecina fue instrumental para el lanzamiento del Gran Magreb Árabe, proyecto impulsado por el rey de Marruecos, Hasan II, y cuya naturaleza era fundamentalmente comercial. Una serie de reuniones de Ben Alí, primero bilaterales, con el presidente argelino, Chadli Bendjedid, y luego trilaterales, con la adición de Gaddafi, allanaron el camino para la celebración en Argel en junio de 1988 de la primera cumbre a cinco con los pares de Argelia, Libia, Marruecos y Mauritania (el presidente Maaouya Ould Taya). Al año siguiente, en febrero de 1989, los cinco líderes volvieron a encontrarse en Marrakech para la constitución formal de la Unión del Magreb Árabe (UMA). Por otro lado, en la década de los ochenta, mientras duró el ostracismo de Egipto en la organización, Túnez fue la sede temporal de la Liga Árabe.
Durante la crisis y guerra del Golfo (1990-1991), el presidente tunecino fue hábil en instrumentar a su favor el ánimo de una opinión pública nacional que, como en el resto de países árabes, simpatizaba abiertamente con la postura de Irak y de su belicoso dictador, Saddam Hussein. Si bien condenó la invasión de Kuwait para no comprometer el crédito de Túnez como país árabe moderado y amigo de las potencias occidentales, Ben Alí presentó una hostilidad formal a la campaña militar en ciernes de Estados Unidos y su coalición de países aliados (donde figuraban Arabia Saudí, Egipto, Siria y Marruecos), asegurando que la intervención armada en el Golfo era contraria a los intereses del mundo árabe y no serviría para restaurar la paz. Más allá de la solidaridad declarativa con Irak y del rechazo a la participación de socios de la Liga Árabe en la Operación Escudo del Desierto, Ben Alí buscó un rol intermediador con el que intentó persuadir a Saddam de que transigiera en Kuwait.
Los profundos lazos con la OLP de Yasser Arafat, que en 1982 había encontrado, gracias a la generosidad de Bourguiba, un nuevo cuartel general en Túnez capital tras su expulsión de Líbano (refugio que, pese a su distancia de Palestina, no era precisamente seguro, tal como demostraron el raid de la aviación israelí de octubre de 1985, en el que murieron 70 palestinos y tunecinos, y, mandando Ben Alí, los asesinatos de Abu Jihad y Abu Iyad, máximos lugartenientes de Arafat, en abril de 1988 y enero de 1991, respectivamente), mantuvieron su excelencia, más cuando ahora los palestinos, tomando el consejo que Túnez y otros países árabes moderados venían haciéndoles desde hacía años, se mostraron dispuestos a negociar con Israel bajo la égida de Estados Unidos.
Túnez hospedó el primer diálogo entre la OLP y Estados Unidos y luego estuvo en las bambalinas de las conversaciones secretas de Oslo, cuya conclusión en acuerdo en agosto de 1993 fue bienvenida por Ben Alí. Los progresos en el proceso de paz de Oriente Próximo, que en junio de 1994 llevaron al Comité Ejecutivo de la OLP a clausurar su cuartel tunecino porque Arafat y su estado mayor estaban listos para inaugurar en Gaza y Jericó la Autoridad Nacional Palestina (ANP), animaron a Ben Alí, con el aliento complacido de Estados Unidos, a arrancar su propio diálogo discreto con Israel. En la primavera de 1996 las conversaciones desembocaron en la apertura de sendas secciones de intereses en las respectivas embajadas de Bélgica en Túnez (abril) y Tel Aviv (mayo). Ello convirtió a Túnez en el cuarto país árabe, tras Egipto, Jordania y Marruecos, que abría un canal formal de comunicación diplomática con Israel.
Las relaciones oficiales tunecino-israelíes tuvieron una corta vida. En agosto de 1997, Ben Alí, descontento con la cicatería del Gobierno de Binyamin Netanyahu en las negociaciones sobre la ampliación de la ANP, ordenó regresar al jefe de la sección de intereses en Tel Aviv. Las relaciones quedaron congeladas e Israel echó el cierre a su oficina en Túnez en julio de 1998. Con la llegada al Gobierno israelí del laborista Ehud Barak, la sección de intereses en Túnez reabrió sus puertas en octubre de 1999. Sin embargo, un año después, el estallido de la segunda Intifada palestina hizo tabla rasa de todo lo logrado.
El 22 de octubre de 2000, horas antes de anunciar Marruecos idéntica medida con su oficina de enlace, el Ministerio de Exteriores tunecino comunicaba el inmediato cierre del despacho en Tel Aviv debido a la violencia ejercida por las fuerzas de seguridad israelíes contra los palestinos en la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén oriental. En la víspera, Ben Alí, desde El Cairo, donde participaba en una cumbre urgente de la Liga Árabe, anticipó implícitamente la sanción al elevar una fuerte condena a Israel por "la violación del sagrado santuario de Al Quds Al Sharif, las reiteradas provocaciones israelíes, el uso de armas contra niños inocentes y civiles indefensos, y la persecución racista de ciudadanos árabes palestinos". Israel actuó en reciprocidad y puso fin a su presencia oficial en la capital magrebí. No obstante, los intercambios comerciales continuaron.
Un clima enrarecido por el estado de guerra en Palestina, la violentísima ocupación de Irak, el auge del terrorismo integrista en la región y las presiones estadounidenses a los gobiernos para que emprendieran reformas políticas y económicas de signo liberal envolvió la primera cumbre de la Liga Árabe organizada por Ben Alí en casa, el 22 y el 23 de mayo de 2004, la cual debió haberse celebrado en marzo pero que el anfitrión, en una decisión que causó malestar a muchos de sus pares, decidió aplazar por dos meses al constatar las diferencias entre los estados miembros "en el fondo y en la estrategia". En el ámbito panafricano, Ben Alí fue elegido presidente anual de turno de la Organización para la Unidad Africana (OUA, luego sustituida por la Unión Africana) en su XXX Asamblea ordinaria de Jefes de Estado y de Gobierno, celebrada en la capital en junio de 1994.
En la década de los noventa, el temor al desbordamiento de la gran violencia islamista que desangraba Argelia, donde el no reconocimiento del resultado de las elecciones de 1991 y el golpe de Estado de 1992 dieron lugar a una guerra civil no declarada, cuajada de terribles matanzas de población civil, entre el Ejército nacional aupado al poder y las guerrillas del Movimiento Islámico Armado (MIA), el Ejército Islámico de Salvación (AIS) y el Grupo Islámico Armado (GIA), multiplicó el interés de Europa y Estados Unidos en el régimen de Ben Alí, cuya defensa del secularismo estricto en la tradición de Bourguiba y su historial de mano dura con el islamismo local hacían de él un bastión laico de ley y orden en el norte de África.
El presidente, una vez pasada página a su postura ambivalente durante la ocupación irakí de Kuwait, estimuló la querencia de las potencias occidentales con sus alertas, precursoras en la región, sobre los peligros que entrañaban el extremismo y el terrorismo religiosos. En 1998 propuso la convocatoria de una conferencia internacional sobre terrorismo en el marco de la ONU y tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, que convirtieron la lucha contra el terrorismo más que nunca en una prioridad por delante de las consideraciones sobre pluralismo y Derechos Humanos, sumó a Túnez a la Operación Libertad Duradera puesta en marcha por Estados Unidos para combatir a Al Qaeda, los talibán afganos y otros movimientos islámicos de tipo jihadista en todo el mundo. La contribución tunecina a Libertad Duradera se canalizó en su programa contraterrorista para el área transahariana, operativo que involucró a las Fuerzas Armadas y los servicios de seguridad e inteligencia de varios estados del Sáhara y el Sahel.
Para los europeos, el Túnez de Ben Alí era un socio valioso haciendo una lectura muy amplia de las cuestiones de seguridad e interior que incluía el control de los flujos migratorios ilegales, y también por el atractivo comercial e inversor de su economía, sometida a desregulación y apertura. Además, la cultura secularizada, el avanzado estatus social de la mujer tunecina y la imagen de modernidad, en su contexto geográfico, que emitía el pequeño país norteafricano hacían del mismo un excelente interlocutor para el diálogo mediterráneo. Que el régimen fuera en realidad una férrea dictadura no era un obstáculo para ahondar la colaboración.
El Gobierno suscribió acuerdos bilaterales de amistad y cooperación con Francia, España, Italia, Alemania y el Reino Unido. El 17 de julio de 1995 Túnez firmó con la UE un pionero y ambicioso Acuerdo de Asociación de tipo Euromediterráneo (EuroMed). Primero de esta naturaleza y en vigor el 1 de marzo de 1998, el Acuerdo establecía un diálogo político reforzado y el levantamiento gradual de las barreras al trasiego de bienes, servicios y capitales, a lo largo de una década. En efecto, el 1 de enero de 2008 empezó a funcionar un área de libre comercio que iba a poner a prueba la competitividad de los productos tunecinos frente a los europeos, particularmente los del sector textil. La asociación privilegiada de Túnez con la UE se enmarcó en el Partenariado Euromediterráneo o Proceso de Barcelona, arrancado en la ciudad española en noviembre de 1995 con la celebración de la I Conferencia Euromediterránea (CEM). Desde que entró en vigor el Acuerdo EuroMed, Bruselas nunca amenazó a Túnez con invocar su cláusula sobre Derechos Humanos. Cuando el referéndum constitucional de 2002, el silencio europeo fue atronador.
El 5 y el 6 de diciembre de 2003 Túnez fue el marco de la primera cumbre del llamado Diálogo 5+5 en el Mediterráneo occidental, en la que participaron por la parte africana los cinco países de la virtualmente fenecida UMA (sus jefes de Estado no se reunían desde la VI Cumbre, la organizada por Ben Alí en casa en abril de 1994) y por la parte europea los gobernantes de Francia, España, Portugal, Italia y Malta. El 28 de noviembre de 2005, el ministro de Exteriores Abdelwaheb Abdallah, en representación de su ausente jefe, suscribió el Código de Conducta Antiterrorista en la Cumbre Euromediterránea de Barcelona. Tres años después, el 13 de julio de 2008, en la cumbre de gobernantes de los 43 países del área euromediterránea realizada en París, Ben Alí fue socio fundador de la Unión por el Mediterráneo (UMP), concebida por la UE para dar un ímpetu renovado y con peso institucional al renqueante Proceso de Barcelona, pero que pronto quedó socavada por el estado comatoso del proceso de paz palestino-israelí y por la guerra de Gaza.
En el flanco europeo, las relaciones fueron particularmente cordiales con Francia, país especial para Túnez por razones históricas y culturales (la francofonía), por la concentración allí del grueso de su diáspora y por el volumen de los intercambios comerciales, que hacían del país europeo el principal cliente y proveedor del africano, así como de las inversiones y la cooperación al desarrollo. El Ejecutivo galo, sensible a los intereses de un influyente lobby empresarial y político franco-tunecino, dispensó a Ben Alí un trato untuoso. El discurso condescendiente y acrítico con las sucesivas farsas electorales, el estrangulamiento de la libertad de prensa y la persecución sañuda de las voces disidentes fue característico en todos los inquilinos del Elíseo, sin distingos de ideologías, cuando recalaban en Túnez en visita oficial o bien recibían a Ben Alí en casa.
Por ejemplo, en diciembre de 2003, Jacques Chirac halagó a su anfitrión calificando de "muy avanzado" su haber en materia de Derechos Humanos, toda vez que "el primero de los Derechos es comer, estar saludable, recibir educación y tener una vivienda. Desde este punto de vista, hay que reconocer que Túnez está muy por delante de muchos países", afirmó el líder neogaullista. Y en abril de 2008, su sucesor, Nicolas Sarkozy, de visita oficial también al antiguo protectorado, homenajeó a quien calificó de "amigo" con estas palabras: "Algunos son muy severos con Túnez, que se desarrolla en aspectos como la apertura y la tolerancia (…). Hoy, el espacio de libertades progresa. Son signos esperanzadores que quiero saludar (…) Estas señales, estas reformas se inscriben en un camino estrecho y difícil, pero esencial, el de la libertad y el respeto de los individuos (…) Ningún país puede pretender haber recorrido completamente este camino y nadie puede verse como censor".
Más matizado fue el enfoque de Estados Unidos, que sin poner en tela de juicio la validez de Ben Alí como aliado en la lucha antiterrorista (Túnez, empero, no alcanzaba la condición de "aliado importante no de la OTAN", estatus de valor estratégico que en el mundo árabe poseían para Washington Marruecos, Egipto, Jordania, Kuwait y Bahrein), sí deslizó de cuando en cuando sus reservas y preocupación por determinadas prácticas del régimen. En 2004, el presidente George Bush causó cierto incomodo al tunecino con su grandilocuente enfoque geopolítico, a la sazón devenido agua de borrajas, del Gran Oriente Medio, con el que esperaba impulsar desde fuera la transformación democrática de una vasta media luna árabe-musulmana, desde Mauritania hasta Pakistán. El año anterior, Ben Alí había advertido a la Casa Blanca de las "desastrosas consecuencias" de la invasión de Irak.
En febrero de 2004 Ben Alí fue recibido en la Casa Blanca por Bush, quien, tras alabar el "progreso económico y social alcanzado" por Túnez, que ofrecía a sus jóvenes un sistema educativo "moderno y viable" y a sus ciudadanas la equiparación de derechos con los hombres, y agradecerle su contribución a la lucha global contra el terrorismo, le invitó a emprender reformas liberalizadoras, sobre todo en las asignaturas de la libertad de expresión, para permitir "una prensa libre y vibrante", y de elecciones competitivas.
En los meses siguientes, Ben Alí se escudó tras una retórica sobre el "desarrollo", la "seguridad" y la "paz" regionales. Para el mandatario, era menester una "aproximación internacional global" para combatir y erradicar el terrorismo no sólo desde el punto de vista de la seguridad, sino también desde sus "causas profundas", en particular "la proliferación de los focos de tensión y conflictos" y la "persistencia en no aplicar el mismo rasero en la gestión de las cuestiones internacionales pendientes". Entre esas causas profundas del terrorismo estaban también la "frustración" y la "exclusión", generadas por la "ampliación de la fractura entre el mundo desarrollado y el mundo en vías de desarrollo".
En agosto de 1999, con el objeto de "erradicar la pobreza y promover el desarrollo social y humano" en los países en desarrollo, el presidente propuso a la comunidad internacional la creación de un Fondo Mundial de Solidaridad, instrumento que fue aprobado por la Asamblea General de la ONU el 20 de diciembre de 2002; en lo sucesivo, el 20 de diciembre sería el Día Internacional de la Solidaridad Humana, decidió además la ONU. Para contribuir a la financiación del Fondo Mundial de Solidaridad, que tomaba como ejemplo el Fondo Nacional de Solidaridad tunecino, Ben Alí planteó que los países exportadores de petróleo destinaran un dólar por cada barril vendido.
Otro éxito internacional incuestionable de Ben Alí, que puso de manifiesto su habilidad para rodearse, al menos en unas palestras intergubernamentales proclives a la complicidad, de una buena prensa de dirigente responsable y constructivo, fue la organización en casa en noviembre de 2005 de la segunda fase de la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información (WSIS). Toda una incongruencia, de tintes escandalosos, al tratarse Túnez de un país donde se encarcelaba a periodistas independientes, se obturaba sistemáticamente el libre flujo de información y figuraba entre los mayores censores de Internet del planeta; para la ONG Reporteros Sin Fronteras, Túnez era, junto a países como China, Myanmar, Cuba, Corea del Norte, Irán, Arabia Saudí, Siria y el vecino Egipto, uno de los "enemigos" y "agujeros negros" de Internet. Por otro lado, en diciembre de 2009 la Asamblea General de la ONU aprobó la iniciativa del líder tunecino de proclamar a 2010 Año Internacional de la Juventud bajo el lema de "diálogo y entendimiento mutuo".
4. Infiltración alqaedista, nepotismo cleptocrático y frustración social
La proscripción del Ennahda y la práctica extirpación de la vida pública de la militancia islamista tradicional, de lo que el presidente se mostraba muy orgulloso, no sirvieron para blindar a Túnez contra la penetración del terrorismo jihadista de la nebulosa de Al Qaeda. Finalmente, Túnez no pudo mantenerse como la excepción de seguridad en un entorno golpeado y hasta asolado por el terrorismo religioso. La conmoción vino el 11 de abril de 2002, cuando un conductor suicida detonó un camión cargado de bombonas de gas frente a la sinagoga El Ghriba de la isla costera de Djerba, causando 21 muertos; 14 de las víctimas fueron turistas alemanes y perdieron la vida también cinco tunecinos y dos franceses.
El atentado, que llegó en el peor de los momentos para el país, con el crecimiento económico y el turismo resentidos a raíz de los ataques contra las Torres Gemelas, fue reivindicado por Al Qaeda. La inteligencia estadounidense dirigió sus sospechas al conocido terrorista kuwaití Jalid Sheij Mohammed, considerado por Washington uno de los cerebros de los atentados del 11-S, quien un año después iba a ser detenido en Pakistán y enviado a la prisión de Guantánamo. La Policía tunecina rastreó las pistas del grupo del predicador jordano Abu Qatada, mentor de las bandas salafistas argelinas, y el Grupo de Combate Tunecino (GCT), grupúsculo alqaedista cuyos miembros estaban radicados en Europa. El suicida, llamado Nizar ibn Mohammed Nasar Nawar, era, según las autoridades, un miembro del GCT. El 27 de abril Ben Alí reemplazó al ministro del Interior, Abdallah Kaabi, y al director general de la Seguridad Nacional, Mohammed Ali Ganzaoui, por Hédi M'henni y Mohammed Hédi Ben Hassine, respectivamente.
Tras proclamar que el Estado había conseguido "extirpar las raíces del extremismo en términos social, económico y cultural", Ben Alí lanzó en octubre de 2006 una campaña, en la mejor tradición desturiana, contra el uso del hiyab femenino en los espacios públicos abiertos, no sólo en los centros educativos y los edificios administrativos, donde ya regía la prohibición desde 1981.
La persecución de esta manifestación externa de simbología religiosa se desencadenó en pleno mes del Ramadán. Muchas mujeres que paseaban con la cabeza cubierta fueron obligadas por la Policía a despojarse del pañuelo, a veces arrancado sin miramientos por los agentes. El presidente lo tenía muy claro: era necesario "distinguir entre las prendas sectarias, importadas sin ser invitadas (…) y los vestidos tradicionales tunecinos, símbolos de una identidad con profundas raíces históricas". Grupos humanitarios calificaron la medida de inconstitucional y de violadora de una libertad fundamental, pero el régimen invocó el Estado de derecho, concretamente una circular administrativa promulgada en 1990, luego de la ilegalización del Ennahda.
Meses después, el 3 de enero de 2007, la quietud de la República fue perturbada de nuevo por un insólito enfrentamiento armado en Hammam Lif, en el extrarradio de la capital, entre efectivos del Ministerio del Interior y un comando islamista infiltrado desde Argelia, donde habría sido entrenado por el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (en adelante, denominado Organización de Al Qaeda en el Magreb Islámico), pero conformado al parecer por tunecinos. Las autoridades informaron que la inquietante refriega se había saldado con la muerte de 12 subversivos y la detención de otros 15. También, dieron cuenta de la incautación de planos de embajadas y de material explosivo. En febrero de 2008, el machacón discurso oficial de la seguridad del turismo en Túnez volvió a quedar en entredicho con el secuestro en el sudoeste desértico, no lejos de la frontera con Argelia, de una pareja de austríacos por alqaedistas magrebíes que exigieron como rescate la liberación de su líder, Aberrazak El Para, preso en Argelia.
Tras las elecciones de 2004, los síntomas del desapego popular al régimen de Ben Alí adquirieron una claridad manifiesta. A la persistencia del paro juvenil, especialmente grave en el caso de los titulados superiores, que no encontraban empleos dignos –o cualquier empleo- en un mercado laboral saturado y dominado por los trabajos mal remunerados y de baja cualificación en los sectores del turismo y las manufacturas industriales intensivas como los textiles, debía sumarse el agotamiento de las políticas sociales. La economía volvía a crecer a un ritmo del 5% anual, pero muy pocos notaban los beneficios. La tensión laboral se hizo notar en 2008 con las huelgas mineras en la gobernación de Gafsa, reprimidas por la Policía.
En el ámbito puramente político, la inercia era total. Las elecciones generales del 25 de octubre de 2009, a las que por supuesto se presentó Ben Alí por quinta vez consecutiva, fueron un calco rutinario de las celebradas un lustro atrás. El presidente obtuvo la reválida con el 89,6% de los votos –causó cierta sensación que, por primera vez, no superara la barrera del 90%- por delante de tres aspirantes testimoniales, Mohammed Bouchiha por el PUP, Ahmed Inoubli por la UDU y, representando a la Iniciativa Nacional para la Democracia y el Progreso (INDP, coalición de centro-izquierda encabezada por el Ettajdid), Ahmed Brahim, a quien se impidió el menor gesto proselitista, vio confiscado su programa electoral y hubo de conformarse con la misérrima prorrata de 74.000 votos. Entre tanto, Bouchiha e Inoubli, en su singular campaña, se dedicaron a reivindicar los logros del régimen y a proclamar su fidelidad a Ben Alí. Formaba parte del pacto con el palacio presidencial, que se reservaba el derecho a decidir qué candidatos podían aspirar, no a disputar el poder, sino a desempeñar un papel simbólico en el ámbito político.
En los comicios al Majlis, de los 214 escaños, 161 se los quedó el RCD. Las reglas del juego reservaban el 75% de los diputados a la fuerza mayoritaria, y la maquinaria oficialista las aplicó a rajatabla. El PDP y el FDTL vieron castigada su negativa a plegarse al servilismo con la anulación de varias de sus listas. Los demócratas progresistas optaron por el boicot pero el FDTL decidió concurrir, pese además al veto a la candidatura presidencial de su secretario general, Mustafa Ben Jaafar: la autoridad electoral le adjudicó 5.300 votos en todo el país. Países como Francia y España se prestaron a avalar el proceso electoral, pese a no ofrecer las mínimas garantías de equidad y transparencia, mientras que Estados Unidos expresó su "preocupación" por la ausencia de observadores internacionales, salvo los de una satisfecha Unión Africana.
En mayo de 2010 el Palacio de Cartago anunció una modificación del Código Penal para castigar con penas de hasta cinco años de prisión a quienes "establezcan deliberadamente contactos con el extranjero con el fin de perjudicar los intereses vitales de Túnez". Para la maltrecha oposición, la reforma legal obedecía al deseo de Ben Alí de silenciar a los partidos y las ONG críticos para no comprometer la concesión por la UE a Túnez del llamado Estatuto Avanzado, nivel de relación privilegiada en el marco de la Política Europea de Vecindad del que por el momento sólo gozaba Marruecos. El régimen ansiaba este estatuto, que coronaría su campaña internacional de respetabilidad; en el otro lado, la delegación de la UE en Túnez, así como los gobiernos de Madrid, París y Roma, presionaban al Consejo de Asociación UE-Túnez para que adoptara ese paso.
Elemento fundamental del deterioro de la imagen interna del régimen de Ben Alí fue el peso abrumador que adquirió la corrupción y la avidez patrimonialista de los parientes y allegados del presidente, los cuales se erguían sobre una red clientelar menos poderosa pero más extensa, tejida a lo largo de los años y alimentada por el amiguismo y el tráfico de influencias caros a los diversos escalafones del Gobierno, el partido-estado y la función pública.
Multitud de informes periodísticos, académicos y diplomáticos situaban en la cúspide de este esquema tentacular de poder económico, no al presidente, sino a su segunda esposa, Leïla Trabelsi, nacida en 1957, una antigua peluquera de origen humilde y antecedentes turbulentos a la que Ben Alí se unió en matrimonio en 1992, luego de divorciarse, en 1988, de Naïma Kéfi, y al cabo de varios años de relación secreta en calidad de amantes. Ben Alí, entonces responsable de la Seguridad del Estado, habría conocido a la ambiciosa futura primera dama a mediados de los años ochenta, según algunas fuentes, en la dependencia policial donde ella estaba apresada por un caso de contrabando de cosméticos y joyas.
El primer y temprano fruto de su relación extraconyugal fue una niña, Nesrine, nacida en Bruselas en 1986. En 1992, con la pareja ya casada e instalada en el Palacio de Cartago, les nacería Halima, quinta hija de Ben Alí. Mucho después, en febrero de 2005, el presidente iba a tener con su esposa dos décadas más joven a su sexto vástago y el primero varón, Mohammed Zine El Abidine.
Hasta bien entrada la primera década del siglo XXI, Trabelsi, de cara a los focos, se desenvolvió como una primera dama acomodada a los roles propios de su condición y que en Túnez, por la visibilidad de la mujer en la vida social, podían adquirir una proyección pública propia de sus equivalentes femeninas en los países occidentales. Así, los medios progubernamentales recogían con profusión sus actividades de corte humanitario y caritativo, canalizadas desde 2000 a través de la asociación Basma. Ahora bien, de puertas adentro, Leïla Ben Alí se dedicaba a construir un emporio personal que lucró también a muchos deudos con su apellido de soltera.
Los Trabelsi formaron su propio clan, que superó en avaricia y falta de escrúpulos al clan de los Ben Alí, socios a la vez que rivales en innumerables negocios realizados sin control bajo el manto protector de la férula presidencial y al socaire de la campaña de privatizaciones. Juntas, las dos familias detentaban una parte más que considerable de la economía nacional: por sus manos pasaban las ganancias de la banca, medios de comunicación, empresas de transporte, complejos turísticos, promociones inmobiliarias, supermercados, explotaciones pesqueras, la importación de de bebidas alcohólicas y concesionarios de automóviles, entre otros sectores. Virtualmente, ninguna inversión de calado o negocio con perspectivas de producir pingües beneficios escapaba a la intromisión de los clanes, que reclamaban su parte del pastel y obtenían con la mayor facilidad créditos financieros a fondo perdido.
Las fortunas combinadas de los Ben Alí y los Trabelsi, del orden de varios miles de millones de dólares, se ocultaban tras una maraña de propiedades, depósitos bancarios e inversiones financieras en Francia, Sudamérica, el golfo Pérsico, Suiza y otros paraísos fiscales. Detrás de la primera dama, el pariente presidencial más conspicuo en este monumental tinglado familiar de corrupción y rapiña era el yerno Mohammed Sajer El Materi, marido desde 2004 de Nesrine Ben Alí y descrito en ocasiones como el hombre más rico del país. Los esposos de las tres hermanastras de Nesrine vieron prosperar también sus aventuras empresariales.
Pero Leïla Ben Alí, para la que se confeccionó un currículum distinguido en el que no faltaban los títulos universitarios, no se conformó con amasar una incalculable fortuna para ella y su extensa parentela de hermanos, cuñados y primos. Desde finales de los noventa, fue colocando a sus allegados y hombres de confianza en posiciones de influencia dentro del círculo de colaboradores de su marido, y ella misma pasó a adquirir una relevancia más oficial, recibiendo honores y finalmente asumiendo responsabilidades institucionales. Su porte político adquirió consistencia con motivo de las elecciones de 2009, cuando participó activamente en los actos proselitistas del RCD y leyó discursos en nombre de su marido.
En marzo de ese año fue elegida presidenta de la Organización de la Mujer Árabe (OFA), cargo que le otorgó una prestancia internacional y la consideración de mujer influyente en la política y la sociedad del mundo árabe, sólo por detrás de la reina Rania de Jordania y a la par que la primera dama de Siria, Asma Assad, y la consorte del rey de Marruecos, la princesa Lalla Salma. Algunos observadores –y un número creciente de tunecinos podían verlo así- tenían la impresión de que la poderosa Reina de Cartago, como se la apodó con una mordacidad exenta de toda simpatía, llegaba a regir la voluntad de su marido el presidente, que arrastraba problemas de salud y andaba yendo y viniendo de centros clínicos de Francia y Alemania para recibir tratamiento contra una misteriosa enfermedad que podía ser un cáncer de próstata . Un hermano del presidente, Moncef Ben Alí, falleció de un infarto en 1996 tras esquivar una orden internacional de búsqueda diligenciada por la Interpol y la condena por un tribunal francés a diez años de prisión por un delito de tráfico de drogas.
Reelegido Ben Alí para, con la ley en la mano y salvo nueva reforma constitucional ad hoc, un último período presidencial de cinco años, cobraron fuerza las especulaciones sobre los planes del régimen tras la fecha de 2014. La multiplicación por Trabelsi de sus apariciones públicas con pose de estadista disparó el rumor de que se preparaba para una sucesión que, de materializarse, la convertiría en la primera presidenta de un país árabe. En cuanto a Túnez, estrenaría una dinastía republicana que combinaría la transmisión no democrática de la Siria de los Assad y la característica conyugal de la Argentina de los Kirchner. En las cábalas sucesorias entraban también el yerno Sajer El Materi y el hermano mayor de ella, Belhassen Trabelsi, considerado el "padrino" del clan familiar y propietario de un vasto holding multisectorial. Las elucubraciones más a largo plazo tenían en cuenta además al único hijo varón de Ben Alí y el benjamín de los tenidos con Trabelsi, Mohammed, quien a sus cinco años presentaba un fuerte parecido físico con su padre y ya era llamado por algunos el "príncipe heredero".
5. La revolución de los jazmines y la caída de Ben Alí
A la agitación huelguística en la cuenca minera de Gafsa se encadenó la ralentización del PIB, que del 4,6% de crecimiento registrado en 2008 (el 6,6% en 2007) pasó al 3% en 2009. La variable resultó afectada por la disminución de la demanda de bienes y servicios tunecinos en los mercados europeos, presas a su vez de la gran crisis de las economías desarrolladas, y por la competitividad mundial de los productos asiáticos. Las inversiones europeas directas experimentaron un importante reflujo en 2009. Con todo, los observadores, a la luz de los datos macro, convinieron en que Túnez estaba aguantando bastante bien el impacto de la crisis global. Se esperaba que 2010 cerrara con un ritmo de crecimiento situado de nuevo en el 5%.
El desempleo oficial trepó al 14%, pero esa tasa era el doble entre los jóvenes y hasta cuatro veces superior entre los titulados universitarios, según diversas estimaciones no oficiales. Siguiendo el consejo del FMI, el Gobierno inició una nueva tanda de alzas progresivas en los precios de los productos de primera necesidad, como la harina, el aceite y el azúcar. La intención era eliminar los últimos subsidios a los alimentos, luego de las subidas de precios decretadas entre 2006 y 2008, para avanzar en el equilibrio fiscal. Al terminar 2010, era más opresiva que nunca la realidad cotidiana de paro, salarios de miseria, pérdida de poder adquisitivo y empobrecimiento, unidos a la impunidad absoluta de que hacía gala el régimen gobernante con sus atropellos policiales, sus elecciones pseudodemocráticas, su represión informativa y su saqueo de bienes públicos.
El 7 de diciembre de 2010 la organización mediática Wikileaks de Julian Assange publicó en su página web cuatro cables secretos de la Embajada de Estados Unidos en Túnez dirigidos al Departamento de Estado en Washington en distintas fechas en 2008 y 2009. Los informes del embajador pintaban un panorama desolador del grado de corrupción y venalidad del entorno familiar de Ben Alí, descrito en los mismos como una "cuasi mafia". Con tono sarcástico, los demoledores despachos advertían de los crecientes problemas a que hacía frente el "régimen esclerótico" de Ben Alí e ilustraban la voracidad de sus clanes, para quienes "el único límite es el cielo". "Todo queda en La Familia", titulaba el embajador en otro de sus párrafos.
Uno de los cables daba cuenta de unas confidencias de Suha Arafat, obligada a marchar de Túnez tras romperse su amistad con Leïla Trabelsi. La viuda de Yasser Arafat le aseguraba al diplomático norteamericano que Ben Alí estaba "debilitado por su batalla contra el cáncer", que se pasaba todo el tiempo "jugando con su hijo siguiéndole por la residencia" y que simplemente hacía "todo lo que su mujer le pide que haga". En cuanto a Trabelsi, se dedicaba con sus familiares a "robar todo lo que hay de valor en el país" y creía que iba a "suceder a su marido en la Presidencia de Túnez".
Días después de conocerse en Wikileaks esta primera tanda de filtraciones diplomáticas concernientes a Túnez, el 17 de diciembre, un desempleado de 26 años llamado Mohammed Bouazizi se prendió fuego en la localidad de Sidi Bouzid como acto de protesta por la crisis. Los medios internacionales informaron más tarde que Bouazizi era un licenciado en informática al que la falta de salida laboral le había obligado a ganarse la vida como vendedor callejero de frutas y verduras; al parecer, el joven decidió inmolarse en la vía pública luego de que la Policía le destrozara su puesto ambulante por carecer de la preceptiva licencia.
El gesto desesperado de Bouazizi puso en marcha una ola de protestas, al principio limitadas a pequeñas ciudades del interior y con unas consignas básicamente socioeconómicas. Las manifestaciones comenzaron en Sidi Bouzid el mismo 17 de diciembre. La llegada, días después, a la ciudad del ministro de Desarrollo para anunciar un nuevo programa de empleo no surtió efecto. Al desventurado Bouazizi empezaron a salirle imitadores. El día 24 dos manifestantes murieron por disparos de las fuerzas del orden en la localidad de Me